Anoche
terminé la lectura de Una vita tra le montagne,
de Goretta y Renato Casarotto. No recuerdo de muchas décadas un libro que me
haya dejado más impresionado, casi al borde de las lágrimas. Una pareja de
italianos, él, alpinista, ella una joven de una pequeña localidad al norte de
Italia sin más connotaciones especiales que la identifiquen. Se conocen, se
casan y de inmediato ella le acompaña a una expedición en los Andes. Meses más
tarde vuelven, esta vez solos, a las montañas de Huarás. Ella queda sola a los
pocos días de casada acampada junto al lago Llanganuco bajo la cara norte del
Huscarán durante dos semanas mientras su marido escala la pared en solitario.
Empecé
a leer este libro empujado por la fuerte curiosidad de la personalidad de
Casarotto. Un hombre cuya pasión por las grandes escaladas en solitario en las
paredes más difíciles del mundo, la
mayoría de ellas primeras ascensiones hechas en invierno, por fuerza tenía que
ejercer un atractivo personal enorme. Conocer de su actividad y sobre todo de
sus pensamientos, sus reflexiones y su filosofía de la vida se me impuso con
tal fuerza que esperé con impaciencia a que el libro me llegara de Italia. Mi
pobre experiencia de atravesar en medio del viento y la nieve un desértico
collado entre dos glaciares en Islandia días atrás, que me había producido una
euforia que linda con esos estados de gracia que uno a veces experimenta en la
soledad de la montaña, impacto estético y emocional que me hacía exclamar en
alta voz en aquel desierto de hielo palabras de gozo, me había hecho desear todavía
con más ganas la lectura de este libro que empecé a leer al día siguiente de
aterrizar en Madrid.
La tarde, tras nuestra
hora de la merienda, hoy té con pastas bajo las ramas de los árboles (hace ese
delicioso tiempo que a veces nos regala el mes de octubre), está quedando ahí
como suspensa en la incertidumbre de buscar algo que hacer o acaso dejarla
pasar mientras escucho distraído la ligera brisa que anda entre la pelambrera
de los árboles rumoreando con su suave música como viento en los tubos de un
órgano. Terminé ayer con el libro pero todavía estoy bajo el impás de su final,
sensación apacible y de contemplación que sería un pecado interrumpir con la
lectura de un nuevo libro, porque siento la necesidad de seguir bebiéndome a
poquitos las impresiones encontradas que éste ha dejado vibrando en mí como
rumor de alas en el desasosiego de los acontecimientos de los días últimos en
el K2.
El libro es un continuado
desfile de los “despropósitos” de un hombre empeñado por entero en la búsqueda
de algo que ni él mismo puede identificar pero a lo que está convencido que se
llega a través de una lucha consigo mismo por alcanzar los propios límites en
una lucha demencial por afrontar las montañas más difíciles en las condiciones
más adversas, en invierno. “Querría probar una vez más, dice Casarotto a su
mujer una tarde tras descender de un segundo intento a la Magic Line, que le ha dejado a pocos metros de la cumbre. Hay algo
que me empuja a este último esfuerzo. Y tú sabes qué es. Después de tantas escaladas,
especialmente aquella última en el McKinley, ciertas respuestas que espero
obtener no he sido todavía capaz de encontrarlas. Creo que allá en lo alto, muy
en lo alto sobre el K2, esté la clave de mi búsqueda”.
Renato de muy temprano
centra su actividad en escalar en solitario y en invierno las paredes más
empeñativas de las Dolomitas. Ya desde entonces ascender las paredes de la
Civetta, el Pelmo o la cara norte Piccolo Mangart di Coritenza con dificultades
hasta el VII, una pared a la postre cubierta totalmente de hielo que se
encuentra entre las más difíciles del entero arco alpino, constituyen una
objetivo esencial antes de saltar a la cordillera andina. Después será la
apertura del espectacular espolón Goreta, también en solitario, al Fitz Roy.
Capítulo tras capítulo la
búsqueda de metas cada vez más difíciles le llevan al final de un invierno a
otro espolón todavía no escalado y que conduce a la cumbre del McKinley. Una
pequeña avioneta deja a la pareja en la inmensa soledad de un glaciar que besa
los pies de la gran montaña de P. N. de Denali, en el centro y Alaska. El
teatro de su actividad es un inconmensurable desierto de hielo. Tienen que
buscar protección contra el viento y las bajas temperaturas cavando una cueva
en el hielo. Renato debe recorrer más de veinte kilómetros sobre el glaciar
para llegar a la base de la arista. Después pasarán dos semanas absorbido en
superar dificultades sin cuento a una temperatura de cuarenta bajo cero,
incluida una larga caída que es frenada por su sistema de autoaseguración. “Me
detengo y reflexiono. Inmerso en la niebla, tras aquel cabalgamiento de
cornisas, todo es solo silencio. Un silencio que me perfora los tímpanos
similar a un zumbido angustioso que anula las otras percepciones. Da miedo
escuchar el silencio. Si no reaccionas, si no te defiendes psicólogicamente
esforzándote en situarte en posiciones mentales positivas, el silencio anula
tus percepciones”. Las dificultades, el silencio y la soledad llegan a crearle
un estado mental supranatural. La sensación al unísono de vida y muerte lo
acompañan en ocasiones. Y ya cercano a la cumbre, “como otras veces en la
proximidad de la cima, se desencadenan los elementos y me encuentro
resistiendo, luchando contra ellos, el termómetro baja los 45ºC bajo cero, y el fortísimo
viento reduplica el mordisco del frío”.
El libro se cierra con
este título: El último gran sueño. Será
el broche final a una vida. Goretta, como tantas otras veces, vivirá la
paciente espera de días eternos los sucesivos intentos de su marido por superar
la Magic Line y abrir una variante directa en el tramo final hacia la cumbre. Renato
retorna al campo base después de su segundo intento. Allí, sumido de nuevo en
un mundo particular de introspección se sincera con Goretta: “Siento en mi corazón
una serenidad nunca alcanzada anteriormente. ¿Sabes, Gori, si llego a la cumbre
dedicaré la vida a Dios. Una cosa tan bella, llevada a cabo con tantos
sacrificios y tribulaciones, no puede ser dedicada más que a Él”. En aquellos
largos días en espera de buen tiempo una tarde Renato le dice a Goretta: “Gori…
hagamos un hijo”. Pero Goretta rehúsa aquella inesperada petición. La montaña,
explica ella, ocupaba todavía un puesto demasiado importante en nuestra vida y
no había espacio todavía para la responsabilidad de un hijo. Llegan unos días
de buen tiempo y Casarotto inicia su último intento. El radioteléfono les unirá
hasta el último momento.
Mientras Renato trata de
llegar a la cumbre un puñado de alpinistas muere en las distintas vías del K2. Dos
americanos, John Smolish y Alan Pennington, que seguían más abajo los pasos de
Renato en la misma vía mueren bajo una avalancha. El cuerpo de Alan es
recuperado, John no fue encontrado. Mas tarde regresando de la cumbre
desaparece Liliana, que había hecho cumbre con Wanda, la escaladora polaca, y
también su compañero Maurice Barrard. No se supo más nada de ellos. En aquellos
días llegan a la cumbre también Mari Ábrego y Josema Casimiro; tienen
dificultades en el descenso pero salen ilesos aunque Mari tiene alguna
congelación en los dedos de la mano. Kukuczka y Piotrowski han abierto una
nueva vía en la pared del K2 pero en el descenso Piotrowski pierde la vida. En
su diario Goretta escribe estas palabras: “Me parecía estar en la primera línea
de un frente de guerra en la que los soldados caían muertos uno tras otro. El
problema era que en primera línea estaba también Renato”. En el campo base hay
un sentimiento de desolación y conmoción.
Kurt Diemberger, acampado
cerca con Julie Tullis, una tarde llega excitado a la tienda de Goretta y le
pregunta a ésta si ha hablado por radioteléfono con Renato. Ésta contesta que habló
con él por la mañana pero que ahora todavía no es el momento acordado. Diemberger
le urge a poner en funcionamiento el radioteléfono porque ha visto hace un rato
lejos en el glaciar pero cerca del campo base a una persona y ahora no es capaz
de localizarla. Conectan el teléfono y de inmediato oyen la voz de Renato que
dice:
“Gori, me estoy muriendo?
“¿Dónde estás?
“En una grieta muy
profunda”
“¿Qué te has hecho?
“Estoy roto por todos los
lados. No resistiré mucho tiempo.”
Renato es rescatado y
sacado de la grieta pero no vivirá muchas horas. Un puente de nieve por el que
habían transitado todas las expediciones con toda tranquilidad durante un mes,
cedió y dio a término con su vida. Sería sepultado en la grieta por voluntad de
Goreta, su mujer.
Retomo estas notas después
de asistir, vía Filmin, a la opera de Offenbach, Los cuentos de Hoffmann, que ha logrado sacarme por un par de horas
de ese punto muerto en que me había sumido la lectura del libro de Goretta y
Casarotto y que a última hora leía como se lee una historia de amor abocada a
terminar en tragedia. “A uno le hace grande el amor”, cantaba el coro de la ópera
en su último tramo, cuando Hoffmann desolado canta a Stella, el amor a la mujer
representado en Olimpia, Julieta y Antonia. Goretta, su amor, sus largas y
angustiadas esperas del marido bajo las grandes paredes del Himalaya o de América,
su apoyo, su amor silencioso, me turbaba. Sentí deseos de darle las gracias por
su libro y por los momentos de tensión y emoción que su relato me había
proporcionado.
***
Y sin embargo abro
casualmente el Twitter a última hora y me encuentro que hay gente que estas
cosas de las montañas las reduce a un simple juego de competición. La futilidad
está ahí acechando en una sociedad para la que todo parece reducirse a ver quién
mea más lejos. Para mostrarlo ahí está el último twit de Darío Rodríguez,
editor de Desnivel, haciendo de notario con un NO en mayúscula en la
certificación de quién ha hecho todos los ochomiles o no. Este es su twit: “La
alpinista china Luo Jing NO alcanzó cima principal #ShishaPangma, por
tanto no ha completado Catorce ochomiles. Otras expediciones que compartieron
ruta con la alpinista china el 29 de septiembre confirman hizo cima en Shisha Pangma
Central (8.008 m )”.
Apena que en los asuntos de montaña, donde tantas cosas nobles, tantos
sufrimientos y luchas entre la vida y la muerte se dan cita, tanto amor, añadiría,
se llegue a banalizar desde el púlpito de Desnivel. Frente a ese NO, a uno le entran
ganas de decirle a ese señor que a boca cerrada no entran moscas.
Algo fuera de tono este último
párrafo para el final de este post, lo sé, pero es lo que siento tras un
agitado día monopolizado por la magnitud de la personalidad de Renato Casarotto
y que a última hora se vio enturbiado por un twit que viene a decirme por dónde
andan los tiros de algunos de los principales mentores, editorialmente
hablando, de la montaña.
Estoy con las estrellas, literalmente hablando, en el observatorio del Roque de los Muchachos en la isla de la Palma.
ResponderEliminarAquí leo tu blog mientras un japonés está explicando el funcionamiento del telescopio Cherenkov de 27 metros y la utilidad que tendrá, la primera luz la dará el próximo martes. Rodeado de astrónomos y astrofísicos de 20 o 30 países me siento, nos sentimos, insignificantes ante la magnitud de lo que este aparato descubrirá en los confines del iniverso. Estoy sentado al lado de Tamara una eslovena que, curiosamente, es guia de montaña, aparte de Astrofisica, y que conoce a Tomo Cesen, Esloveno uno de los grandes de alpinismo de los ochomiles, hablamos de montañas y de estrellas y los dos estamos de acuerdo en que los récords en la montaña no valen nada, que lo único que de verdad compensa es ese collado en Islandia o esa cumbre de 2000 m en Tatra con un sol de justicia o esa portilla en Gredos donde al final encuentras una Cabra que te mira con indignación por invadir su territorio.
No te enfades con Darío, el tiene que vender su publicación y se vende mejor un NO, que todo el esfuerzo de la china en ascender al Shisa.
Te leo en este momento haciendo un breve pausa entre una tocata y fuga y otra de Bach. En la vida no caben tantas cosas como quisiéramos. Envidio tu cercanía a las estrellas, ese mundo al que no te me fue dado aproximarse más que desde la lejanía y el silencio de los vivac de la alta montaña junto al mar. Pasé junto a ese observatorio cuando circuncaminaba La Palma antes de meterme en las fauces de la Caldera de Taburiete. Recuerdo que por entonces todavía llevaba en la mochila una guía del universo nocturno, pero aquello ya pasó, ahora contemplo el cielo nocturno desde la familiaridad que dan las constelaciones más conocidas y de ahí no paso. Sigo viviendo estos días un estado anímico marcado por el último capítulo de la vida de Casarotto. Me ha dejado como quien sale de un largo periodo de meditación en un asharam de algun rincón de Rajasthan.
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