El
Chorrillo, 21 de diciembre de 2021
Esta
mañana arrastré durante un buen rato mis pies entre las hojas de la parcela.
¿Cuándo vas a recoger las hojas?, me había dicho Victoria días atrás. La rampa
completamente cubierta por ellas, montones por todos los rincones de la
parcela. Siempre espero hasta Navidad, pero en esta ocasión la verdad es que no
lo tenía claro. ¿Por qué quitar las hojas con lo bonita que queda la rampa, los
pies del arce, toda la parcela sembrada por el vistoso ocre otoñal?
Y la
primera imagen que me viene es esa manía que inaugura el otoño cuando todos los
servicios municipales se aprestan como aficionados recolectores de setas a
recoger cada hoja que se encuentran por la calle. ¿Es que los responsables del
municipio no se han parado a pensar en la belleza que aportan esas pinceladas
de ocres sobre el suelo de la ciudad? Total, que empleamos un montón de energía
para poner distancia entre la naturaleza y nosotros sin que apenas nos dé
tiempo a experimentar el revuelo que ésta arma antes de la llegada del frío.
Sensaciones: la variedad multicolor de los ocres, el liviano crujir de las
hojas mientras paseamos por los jardines o las calles de la ciudad, el candor
con que los bosques nos hacen un guiño, ese alborozo cuando las hojas como
planeadores ociosos se mecen entre las manos del viento.
¿Por
qué coño esa manía de barrer cada día las hojas? ¿Tenemos miedo a que la naturaleza
invada la urbanita superficie donde los sapiens estamos tan ocupados al punto
de no saber disfrutar de ese regalo que las estaciones traen tras el verano? El
otro día me encontré a un vecino vareando los árboles de su parcela, ni olivos,
ni almendros. Paco, le pregunté todo extrañado, ¿qué estás haciendo? Nada, me
contestó, tirando las hojas. No sé si es que no le gustaban las hojas de sus
árboles o si es que tenía prisa por que llegara el invierno.
Antes
de empezar con estas líneas me di una vuelta por la parcela donde las hojas se
amontonan sin que nadie las retire. Me encantaba su crujido bajo mis pies. Este
otoño no he visitado los hayedos del norte
y de verdad que lo echo de menos, esos senderos que cubiertos con el
elegante tapiz de los hayucos, de las ferruginosas hojas de los robles, del
manto variopinto de las hojas de las hayas cubriendo el suelo como quien tiende
una graciosa alfombra al caminante, parecen estar esperando la caricia de
nuestras pisadas, de nuestros ojos ávidos de belleza.
Siempre
me hago la misma pregunta cuando en el otoño me aplico a recorrer los bosques,
cuando a mis pies, frente a mí, a cada metro del sendero me encuentro la
multiplicidad de los cuadros que
En mi
repertorio de fotografías debe de haber cientos de imágenes de suelos otoñales
de medio mundo. Uno cuando viaja tiene sus preferencias, que en muchos momentos
apenas tienen que ver con los gustos de los turistas o viajeros al uso. En la
ocasión en que emprendimos un viaje de un año, por ejemplo, recuerdo que
nuestra agenda durante los meses de otoño estuvo circunscrita a explotar al
máximo el calendario otoñal por donde transcurría nuestro viaje, las montañas
del Kirguistán, el lujoso boscaje de los alrededores de Almaty, en Kazagistán,
el tostado paisaje de los alrededores de Urumqui, en
Creo
que este año las hojas van a seguir cubriendo nuestra parcela hasta bien
entrado el invierno.