Ojacastro, 3 de noviembre de 2022
Después de comer mi CB se convierte en una sala de conciertos,
Baremboim, Concierto número 2 para piano. Brahms. He parado en un lugar
tranquilo de La Rioja, he secado mis cosas al viento en un prado, he comido
pollo al ajillo y ensalada, he tomado café y en vez de seguir pintando un
cuadro otoñal que comencé en casa me he recostado en el cómodo y pequeño
habitáculo trasero y he puesto música. Me siento como Dios. Bendito seas Tú por
tus bondades. Yo también como buen ateo tengo a mi dios, como lo tiene mi amigo
David y como todo aquel que siente la vida como un bonito regalo de los dioses.
Mi amigo David y yo parecemos estar en desacuerdo en algunas cosas, pero sólo
parece, al menos en eso de la existencia de Dios. El único problema que existe
es que unos llamamos Dios a unas cosas y otros a otra. La pasada noche, cuando
un hilo de temor pasaba por mi sistema nervioso oyendo un viento huracanado capaz
de robar la vida a alguien que se encontrara a la intemperie perdido entre la
niebla, en absoluto me acordé de ningún Dios pero sí sentía en el bestial
estentor del viento arremetido contra el pobre refugio de hojalata en el que me
había cobijado, la fuerza divina de una naturaleza que sin tener hijos ni
feligreses que de hinojos le imploraran era lo suficientemente grande, bestial,
hermosa, magnífica para no preocuparse en absoluto de ningún súbdito y sí,
seguir ahí, vivir entre nosotros omnímoda y majestuosamente amamantando nuestra sed
de belleza, nuestra hambre de experiencia, nuestros escondidos deseos de crecer
y enfrentarnos a nuestros miedos. ¿Quién puede desear un dios más completo que
ella, más generoso y antiególatra, esa naturaleza que un día nos pone a prueba,
otro nos regala un maravilloso crepúsculo, otro nuestra una pared, una bella cumbre
en la que ejercitar nuestra imaginación y entrenar nuestra fuerza y
creatividad?
En verdad Dios está en todas partes, está en la música de Bach
o Brahms, está en el viento y en la niebla, está en las montañas inaccesibles,
ahí dejadas por la Naturaleza (usemos la mayúscula) como un lienzo para que
atrevidos alpinistas dibujen, pinten con el color de su ánimo, con la soterrada
fuerza de su energía primera, un atrevido y hermoso itinerario.
El dios Naturaleza alimenta a sus hijos con lo mejor que ellos
tienen, con el esfuerzo de ellos mismos, con su valor, con sus deseos de
belleza. Ella es una gran pedagoga, frente a la pedagogía de la comodidad y
tener el culo calentito junto al radiador de casa ella nos muestra un camino
muy distinto.
La Naturaleza no tiene ni luengas barbas ni necesita de templos,
ella sola es un templo. Que la naturaleza no sea siempre amable está en su
condición amoral no sujeta a cánones ni dictados. Sus manifestaciones son obra aleatoria
de la desproporcionada fuerza que engendra en su interior y lo único que se nos
pide en relación a ella es que respetemos las bondades y las gracias que ella
nos ofrece y que allá asumamos los destellos de grandeza que encierran el
viento y las tormentas, los desastres naturales que pueden asolar la tierra,
así como el trabajo asiduo de los elementos que continuamente transforman el
planeta que habitamos unas veces levantando montañas, otras modelando y dejando
al tiempo esculpir sobre rocas y terrenos sus propias fantasías de artista.
Terminó Brahms y ahora es alguna cantata de Bach que
inundan los rincones del CB. Bach me interroga y trato de dar respuesta. La
confusión entre Dios y Naturaleza quizás tenga que ver con el ahínco con que algunos
hombres desde tiempos remotos quisieron librarse de la muerte. Justa aspiración
que les hizo confundir sus propios deseos con la sencilla realidad de nuestra
finitud, o mejor, nuestro vivir transformándonos a través de nuestra descendencia
en otros seres y por cuyo conducto los hombres alumbraron y profundizaron en el
mundo de lo bello a través de la arquitectura, la pintura, la escultura… la
música. Sin embargo si esa primera admiración que los primeros hombres tuvieron
por el Sol, por los elementos en general o por las fuerzas intrínsecas de la Naturaleza
no hubiera sufrido tal confusión, hoy nos bastaría con tener a la Naturaleza,
su fuerza, su esplendor como eso que se dio en llamar dios.
La fuerza engendradora del Cosmos, el Big Bang, lo que llamamos
su ser, siendo tan ubicuo como nuestro propio ser, y que somos incapaces de
localizar ni fuera ni dentro del cuerpo que constituye nuestra persona, necesitó para dar
satisfacción a nuestro recién estrenado raciocinio de los primeros tiempos, un
soporte humanoide que vino en llamarse dios. Una muestra no más de nuestra
incapacidad de abstracción para integrar realidades que se substraen al tacto o
a la vista. Qué es mi yo y donde se ubica puede ser una pregunta pertinente
para aproximarse a realidades aparentemente sencillas pero que encierran una
gran complejidad, o que incluso son un enigma. ¿Está mi alma en alguna parte concreta de nuestro cerebro? Y si eso que llamamos yo
tiene una parte biológica ¿cómo puede ser esto si sólo cada día nacen 1400
neuronas en el cerebro y perdemos a su vez 31 millones por año sólo en el
neocortes? ¿Echo cuentas, qué parte de mi yo quedaría después de 20 años?
Se comprenderá, aquí en el CB aislado del mundo y con todo el tiempo
del mundo para dar vueltas al coco, que me surjan estos interrogantes.
Ciertamente siendo lo que sea el yo, sólo lo puse en relación
con la ubicuidad de la energía engendradora de la naturaleza para intentar aproximarme
a ese intangible que puede ser tanto la fuerza de la naturaleza como el yo que
se piensa a sí mismo pero que desconoce qué es.
En la Naturaleza acaso no tenemos esa concreción que nuestro
razonar pide para una deidad, pero sí disponemos de sus manifestaciones que es
lo que da vida a nuestra tendencia a encontrar, por concomitancia, vía la historia
de las religiones, ese algo que llamamos dios en donde te reúnen vientos,
tempestades, bosques, mar, las mayores bellezas de nuestro planeta.
En el CB ha caído la noche con su velo de oscuridad y siendo
conveniente ahorrar batería mejor dar el quiosco por cerrado.