lunes, 18 de marzo de 2024

En el Camino de Santiago: mi encuentro con Marichu II

 



El Chorrillo, 18 de marzo de 2024

Por aquellos días andaba yo leyendo El beso de la sirena, de Andrea Camilleri, una bella fábula en la que se unen mito, historia, ciencia y verdad; la novela más hermosa y delicada de Camilleri. El caso es que allá aparecía una moza llamada Marichu, y dado que aquel nombre le venía bien a mi reciente amiga, con ese nombre la bauticé.

Se comprenderá que después de leído su breve email en el que me decía la fuera a esperar a la estación de autobuses a eso de las once de la mañana, al peregrino se le agitara de manera desacostumbrada el órgano muscular ubicado en la cavidad torácica. Se comprenderá. Voy con el relato de aquella jornada santiaguil.  

La chica de mi cuento, que es poeta como un servidor y que le gusta igualmente el sabor de la fruta madura, hubiera deseado ser Isadora en vez de Marichu; no hay cosa más fácil que cumplir, así que el caminante, subyugado por este repentino embrujo de lo femenino que le asaltó la noche anterior y que logró mágicamente hacerse realidad gracias a alguna meiga que debía sobrevolar los andurriales del bungalow que habitaba, recurre al agua bautismal, la derrama sobre la rubia cabellera de su nueva amiga y la rebautiza como Isadora. Y como no hay cosa mejor que tomarse las cosas de la vida con sentido del humor, consintamos igualmente en hacer verosímil este cuento de final de invierno en donde la invocación que reiterativamente hizo el caminante a los lares y penates del camino para que dejaran llover del cielo el fémino céfiro que todo lo nutre y sustenta sobre la vida del planeta, se vio cumplida con creces por la presencia de esta diosa de los caminos que responde al nombre de Marichu rebautizada como Isadora; Isadora la de los pies ligeros, la bailarina genial de los años veinte del pasado siglo, de la que ella adoptó su nombre de reina indiscutible del baile.

Ah, amantes de los caminos, amantes de las mujeres, amantes todos del regazo maternal, amantes del origen del mundo de donde todo mana o donde todo anhelo se sumerge; amantes, seamos agradecidos y demos gracias a los dioses por tanta ventura, por tanto encuentro, por el sabor del melocotón, por la extrema y cálida suavidad en que transcurrieron las horas hasta el alba. Ni Odiseo el de la larga ausencia, ni Aquiles el de los pies ligeros pudieron encontrar en sus ajetreados viajes mejor descanso que el que encontró el caminante al cabo de una larga jornada de lluvia y nieve entre los brazos de Isadora.

Si turulato quedó Genancio, el protagonista de la novela de Camilleri cuando Marichu, la mujer sirena, apareció ante sus ojos, no menos dejó de sucederle al peregrino cuando se vio entre los acogedores brazos de la bella Isadora.

En fin, que el sol entraba a raudales por los grandes vitrales de la habitación del hostal cuando la aparecida Isadora y el caminante decidieron levantarse y darse a la tarea de buscar algún chiringuito donde desayunarse y reponer fuerzas. El caminante, como se ve, no madrugó, ni siquiera se despertó atosigado por la hora del alba que lo perseguía desde hacía dos meses; el caminante durmió como un bendito, a pata suelta, el caminante soñó con los pajaritos, soñó que una princesa lo había embrujado y que flotaba dulcemente en una algodonosa nube de caramelo donde la vida era sencilla y hombres y mujeres en vez de tirarse los tejos y arrancarse los cabellos folgaban y disfrutaban de los sencillos placeres de la vida.

Isadora y el caminante, sin disponer a mano de la nube correspondiente que los eclipsara, así como tampoco de la verde hierba, del loto fresco, el azafrán ni del jacinto espeso y tierno que los acogiera, no obstante hicieron de la noche un pequeño cuento de ensueño. Transcurrida la cual, y ya cerca del mediodía,  se hicieron a la calle, comieron churros con chocolate en una tasca vecina y posteriormente pasearon por la ría de Villaviciosa donde colgaban nubes gordotas con la barriga cenicienta; el caminante e Isadora se hicieron las fotos de rigor, testimonio de que no todo había sido un sueño. Más tarde Isadora regalaría unos versos de su cosecha al caminante y, finalmente, éste acompañaría a la rubia Isadora a una prosaica estación de autobuses que nada armonizaba con el contexto de este cuento, pero que no había modo de evitar. Pena, porque el caminante hubiera preferido despedir a su princesa desde la borda de una goleta con un pañuelo de seda ondeando en su mano al viento. Adiós, adiós... hasta que el barco y la princesa quedaran separados por la inmensidad azul del mar.


Tras la partida me metí para el cuerpo un exquisito risotto de gambas que me sirvió la bella molinera, una joven y bella camarera, y me puse en camino en dirección a levante. Poca cosa, sólo seis kilómetros, hasta la pequeña aldea de Sobrayu donde de la escuela, como otras veces, han hecho un albergue de peregrinos.

Su recuerdo bailó en el aire mientras el peregrino atravesaba playas y bosques con el fondo siempre presente de Picos de Europa y su nieve.

Y colorí colorado este cuento se ha acabado. 




domingo, 17 de marzo de 2024

En el Camino de Santiago: mi encuentro con Marichu I

 




El Chorrillo, 17 de marzo de 2024

Esto del Feisbuk tiene su gracia cuando nos recuerda lo mucho que le debemos agradecer a ese tiempo pasado en que siendo lo que fuimos se asentó parte de lo que somos hoy. En esta ocasión el recuerdo venía de años atrás en que me empeñé en recorrer invierno tras invierno casi todos los Caminos de Santiago. Algo de ello les contaban a Fafi y a Loli ayer cuando en una reunión de amigos les hablaba de las muchas bondades que proporciona hacer de peregrino por estos senderos de nuestra hermosa tierra. En los inviernos en que yo los recorrí mi hábito de comenzar mi caminata a las seis de la mañana, el cielo cuajado de estrellas, a veces la lluvia, siempre la oscuridad impenetrable que me envolvía. Y luego la soledad de los albergues y las largas horas de lectura acogido a la hospitalidad de quien me quisiera proporcionar cama y techo, el encuentro ocasional con otros peregrinos de cualquier parte del mundo, tantas experiencias agradables…

Entre estas últimas cierto día que me cupo encontrarme con Marichu haciendo el Camino Norte. De esto trata el post que sigue y que rescato hoy del olvido, tanto para mi satisfacción como para la de mi amiga Marichu. Fue el caso que habiendo quedado con un viejo amigo en las cercanías del albergue donde pernoctaba en las cercanías de Villaviciosa, éste se presentó con una amiga que tenía ganas de conocer al caminante. Sucedió que en aquella ocasión el caminante andaba un poco aturdido debido al flujo susurrante de lo femenino en sus venas y bastó que le presentaran a Marichu para que su cuerpo anhelante de mujer se le revolucionara. Buscamos entonces un lugar para charlar, la sidrería más próxima; Marichu se sentó frente a mí y mientras mi viejo amigo Fabián disparaba su artillería político económica de cariz revolucionaria, yo empezaba a buscar los ojos de Marichu y trataba de indagar los derroteros por los que podían ir sus pensamientos. Y ella, como si me estuviera oyendo, fue empujando la conversación poco a poco hacia ese inevitable de los encuentros y los éxtasis. El caminante, que siempre se sintió tan poquita cosa; el caminante, que es bajito, bastante sordo y que tiene un ojo que va a su aire y como sin saber cuál debe ser la dirección de su mirada; el caminante, digo, se siente un tanto admirado de que haya otros que le presten atención y se interesen por él y sus asuntos. Total, el caminante empieza a sentirse un poco mareado por la presencia de Marichu, de sus ojos azules, de su carita de pan, del perfume que su mirada va deglutiendo cuando sus ojos se encuentra con el generoso escote de ella. Ah, Dios, estas mujeres, piensa el caminante mientras al mismo tiempo se ve obligado a dar la réplica a su amigo que ahora anda liado a palos con la oligarquía de turno.

El caminante es estrábico y sordo, pero se ve que el aire de los caminos ha despabilado su olfato para intentar sacar partido con alguna de sus otras pequeñas dotes. Y así recurre a la palabra que es el abracalabra de los tímidos; la escritura y la palabra se convierten, entre una y otra sidrita, en palanca, en máquina perforadora con que ahondar en el misterio del amor, donde también Marichu busca encontrar respuestas a algunos interrogantes. Intentos vanos, se dice el caminante, que habla en estos momentos de alguna experiencia personal en el campo del amor; que introduce un tanto de melodrama en la cosa mencionando sus lágrimas cuando quebró aquel amor de hacía una década. El caminante está un tanto mareado por la presencia de Marichu; toma sidra en exceso, está contento y en aquel instante el Camino de Santiago está lejísimo; no le importaría relegar la ruta y los madrugones a un segundo plano si consiguiera dormir entre los brazos de Marichu. Así estaban las cosas cuando los camareros de la sidrería nos dijeron amablemente que iban a cerrar. Salimos a la calle, subimos al coche, el tiempo apremiaba; tuve que reunir fuerza para no echar todo a perder, para que la última oportunidad no se perdiera impunemente. El tímido peregrino entonces se armó de valor, tomó el brazo de Marichu que iba en el asiento delantero y le espetó sin más: ¿duermes conmigo en el albergue? Ella no se sorprendió; otro día, dijo. Pero cuando el amigo Fabián paró el coche, ella salió y dejó que el caminante la abrazara y paseara su lengua por la humedad de su boca, por sus labios; recorrió las anfractuosidades de aquella cavernita cálida y acogedora con un infinito placer; y ella buscaba la lengua de él, llenaban de humedad sus labios, suave, como el leve roce de las alas de una paloma. Aquello apenas duró un par de minutos, los enanitos de su cuerpo estaban revolucionados, transmitían órdenes contradictorias, engrosaban las venas, la cavidades todas. Puro embrujo. Pero había en el ambiente una improrrogable urgencia. Marichu volvió a decir que otra vez. El caminante, que es un chapucero de mucho cuidado, sabe sin embargo ser discreto y respetuoso, le asusta por demás ser un pesado y al fin aceptó la decisión de ella. Se despidió calurosamente por encima de la puerta del coche. Se vio en medio de la noche alzando la mano y despidiéndose un tanto abochornado, meditabundo, preguntándose si había cometido alguna tontería, hecho algo improcedente. Él solito de nuevo, en la oscuridad, lloviendo, desamparado. ¡Pobrecito!

Era la una de la madrugada y su cuerpo y su mente estaban tan revolucionados que preveyó que le iba a costar trabajo dormirse. El caminante antes de meterse en la cama mandó unas líneas a Marichu. Había recordado que en una ocasión Fabián había utilizado el correo de ella para mandarle unas fotos; tuvo que buscar la dirección en el batiburrillo de la correspondencia atrasada. Ella contestaría a la mañana siguiente.

El caminante durmió mucho mejor de lo esperado. Llovió toda la noche, el agua hacía un ruido bronco sobre el tejado de madera del bungalow destinado a los peregrinos. Cuando empezó a amanecer no pudo permanecer más en la cama y decidió echarse al monte bajo la lluvia sin más demora. Una jornada más de esa larga peregrinación que había comenzado en Sevilla dos meses atrás.

Fabián, cuando la noche anterior el caminante le hablara de lo mucho que arrastraba todavía el recuerdo de su antigua novia, había contado una historia que aquel ya conocía. Un gurú de caminaba con sus discípulos durante días por un sendero y en un momento determinado llegan a las orillas de un río. Allí había una mujer que deseaba cruzar a la otra orilla sin ser capaz por sí misma de hacerlo. Entonces el gurú tomó a la mujer en brazos y cruzó el río con ella; la dejó en la otra orilla. Después reemprendieron el camino, pero uno de los discípulos no quedó tranquilo, quizás le pareciera indecoroso lo que había hecho su maestro, así que después de dos o tres días de darle vueltas al asunto se lo dijo al maestro. La contestación de éste fue simple, yo la crucé el río y la dejé en la otra orilla, mientras que tú llevas varios días cargando con ella de continuo... Algo así me sucedía a mí esa mañana con Marichu.

Por lo demás, y pese a la lluvia, el trayecto se fue haciendo cada vez más extraordinario; primero el camino escaló una pendiente y cuando ésta hubo finalizado se hundió en un trocha que más que camino parecía un río y que bajaba abruptamente hacia un amplio valle sembrado de prados donde las casas parecían las chozas de los siete enanitos. Al otro lado del valle se alzaban montañas llenas de nieve; por allí debía de discurrir el camino hacia Villaviciosa. En lo alto del collado sale discretamente el sol, los eucaliptos, inhiestos y como con la cara recién lavada lucen como el primer plano de un cuadro donde el blanco de la nieve y la textura de sus bellos troncos de tonalidades ocres y sepia son el tema central del lienzo. El camino vuelve a bajar atormentado y lleno de agua y poco a poco la nieve desaparece. Se vuelve a cubrir, llueve intensamente. Llego a Villaviciosa, no hay albergue en este pueblo. Encuentro habitación en el Hostal Sol, un lugar barato y acogedor. Una vez dejadas mis cosas en un rincón, lo primero que hago es chequear mi correo en el portátil. Marichu había decidido venir a buscarme al día siguiente a Villaviciosa…

Mañana continúa…



sábado, 16 de marzo de 2024

Confieso que nos hemos reído montón

 




El Chorrillo, 17 de marzo de 2024

Humberto Eco en El nombre de la rosa sugería que “la risa es un sol que ahuyenta el invierno del rostro humano”. Y es que hoy nos hemos reído un montón, buena señal de que el invierno, el mental, quedaba bien lejos de nuestra reunión, reunión bañada con buen vino, una paella para trece, que recordaba la del último otoño de Pedro y Sonsoles, un tiramisú de chuparse los dedos obra de Beatriz y otras delicatessens obra de Nati y alguno más. Bueno, y es que a veces la vida es una fiesta.

Los recuerdos compartidos, las bromas absurdas, los chistes de Ramón, aquel de cuando llega al pueblo una campaña para prevenir el sida y el alcalde explica a los vecinos que deben de usar el preservativo en sus relaciones sexuales. Un vecino pregunta si es que tienen que llevar siempre el preservativo puesto, a lo que el alcalde responde que no, que se lo pueden quitar sólo cuando follen. Ese y otros más, que Ramón en una esquina de la mesa intervenía discretamente en la conversación general, pero cuando al hilo de un asunto le venía a la punta de la lengua el chiste al caso, alzaba la voz, imponía silencio y allá que iba. O cuando Victoria cansada de escuchar elogios dirigidos al anfitrión de la reunión, hacía lo propio echándose un montón de flores encima con gesto imperativo que no admitía réplica, lo que levantaba la hilaridad general y el consabido ¡Viva Victoria!; que vamos, en la vida había yo visto vitorear a mi señora esposa por tan numeroso público.

Y no se vayan ustedes a creer que todo iba de risas, que hubo temas que eran para levantar ampollas, especialmente cuando allá por la cabecera de la mesa una contertulia empezó a echar gasolina al fuego de la conversación poniendo en entredicho que los octogenarios, nonagenarios, y por extensión entendí yo a los septuagenarios, que tuvieran relaciones sexuales algo fogosas; punto en que se armó la de Dios, que hasta alguien sacó a colación que Andrés Segovia ya octogenario engendró un hijo. Que en la cara se veía que hombres y mujeres no coincidíamos en absoluto sobre este punto, una divergencia que yo ilustré describiendo una viñeta que me encontré por ahí en cierta ocasión. En ella un matrimonio madurito aparecía leyendo en la cama  cada uno un libro; ambos ensimismados. El libro del hombre se titulaba “Cien formas de hacer el amor”; el de la mujer “Cien formas de evitar hacer el amor”. En fin, que la conversación se puso muy a tono, pero como la paella ya estaba a punto pues que aquello quedó más o menos en tablas. Además las mujeres estaban en minoría, de modo que si aquello hubiera continuado seguro que las conclusiones se habrían desplazado a favor de la testosterona.

Todos éramos viejos amigos de montaña, aunque algunos —¡ay, la memoria!, la mía quiero decir—, no nos recordábamos unos a otros, por cierto una bonita experiencia la de irnos conociendo y reconociéndonos poco a poco, tantos, a través de las redes; y por consiguiente con largos historiales de experiencias y pasiones comunes. Bastaba para que un nombre propio, una circunstancia de los años sesenta o setenta, Gredos, Pedriza, Galayos, apareciera en la conversación para que aquello hiciera salir de la chistera del momento todo un mundo de aventuras que dormidas en la memoria de todos nosotros despertaban como al toque de diana de un sueño de décadas atrás. Ese cuento que nos contaban de niños de La bella durmiente, en donde lo que aquí despertaba no era una princesa sino el tesoro que todos llevamos dentro desde que en la temprana juventud nos dio por lo que nos dio.

No, pero tampoco ello nos ocupó excesivo tiempo, que siendo tantos y tantas las ganas de hablar hubo un largo rato en que la conversación se fragmentó, y aunque hubo alguno que quiso imponer algo de orden, trece éramos muchos para seguir ninguna disciplina. Yo escuchaba al otro lado de la mesa, envuelta en otras ruidosas conversaciones, algo que me interesaba y que estaba a cargo de Nati, Dori y Keemiyo, pero fue inútil. Y es que con temperamentos fogosos como tantos que había hoy, no había manera de elegir y seguir un tema entre los tropecientos que se estaba entrecruzando a lo largo de la mesa. Vale, pero esto último sin exagerar, que de todo se pudo hablar.

Lo que yo me pregunto cada vez que nos reunimos una pequeña pandilla de amigos alrededor del yantar de una mesa, es si no será un disparate querer reunir a contertulios tan diferentes, en ocasiones sin conocerse algunos entre nosotros; me lo pregunto, pero el riesgo es nulo; de una parte está el nexo de la montaña y de otra y más importante, creo, está la edad, es decir, la larga experiencia de vida que llevamos a cuestas todos nosotros, lo que además de añadir la sabiduría que da la edad, alenta esa vieja pasión que consiste en conversar y dar rienda suelta al buen humor.

Aquellas memorias que escribiera Pablo Neruda de Confieso que he vivido, hoy podríamos haberlo parodiado con un “confieso que me he reído".

Total, que Loli y Fafi ya están pensando el menú para el próximo encuentro: cocido montañés al canto.

 

 


viernes, 15 de marzo de 2024

¡Hola!, ¿eres Carlos Soria, no?

 


El Chorrillo, 15 de marzo de 2024

El caminar ayer y la noche anterior abriendo a veces huella hasta más arriba de la rodilla me ha dejado el cuerpo tan cansado que hoy trabajo y ayuda me costó alzarme de la cama. Esta mañana nada de ejercicios de mantenimiento, me dije; pero conociéndome y sabiendo que a poco que me descuide ya me busco cualquier disculpa para evitar un esfuerzo, todavía le metí al cuerpo una hora y media más de ejercicios. Y no sólo eso que después del desayuno me puse a arar a mano unos parterres. ¿Resultado? Que quedé el resto del día imposibilitado de hacer otra cosa que yacer despanzurrado en un sillón mirando las musarañas. Ahora es cuando empiezo a estar mejor, ahora tras la cena frente al fuego de la chimenea. He encendido, me he sentado, he puesto a un lado la media docena de libros que estoy leyendo con la intención de…, pero no, parece que no cuaja. Y como ya he dedicado media tarde a mirar las musarañas, pues que me parece demasiado seguir in albis, así que no me queda otra opción que echar mano al teléfono e intentar averiguar qué puede salir de ese tener un móvil en las manos al final de una jornada más de vida. Lo que pueda salir en un día más de seguir viviendo puede, según uno se lo monte, según la pereza te deje o se lo discutas, según haga sol o llueva, puede ser tantas cosas y tan diversas, tan apetecibles, que resulta admirable a un jubilado como un servidor estar viviendo tal circunstancia de hacer en cada momento lo que le salga del pito.

Bueno, para empezar no está nada mal. Veamos por donde tiran a continuación las yemas de mis dedos, que ya es curioso de por sí que yo pueda expresar mis pensamientos con las yemas de mis dedos presionando aquí y allá sobre un trozo de vidrio, que si Homero lo viera, no lo creyera, y menos los escribidores de la Tabla Rosetta que escribían a golpe de buril y martillo.

Así, lo más cercano que tengo a mano esta noche es una anécdota de algo que me sucedió ayer mientras bajaba de las Torres de Pedriza. Descendía pensando en un pajarillo que descubrimos sobre un tronco más abajo del refugio Giner de los Ríos hace cincuenta años, allí, acurrucado estrenando sus primeros días de vida en el rincón de su nido y que nos miraba con tanto recelo… recuerdo que el fin de semana siguiente lo primero que hicimos antes de subir hasta el Tolmo, donde pasaríamos la noche, fue ir a saludar a nuestro pajarillo, pero la criatura ya había volado. Bueno, pues con aquel pajarillo de más de medio siglo atrás venía yo pensando cuando de repente un señor mayor me para y me dice

—¡Hola!, ¿tu eres Carlos Soria, no?

Y como yo soltara una sonrisa que desmentía su supuesto, intentó disculparse…

—Es que con ese pelo largo y ese caminar tan brioso, me hizo pensar en él.

Lejos de mí aspirar a ser Carlos ni cualquier otro con lo a gusto que me siento siendo yo mismo, pero fue el caso que me hizo gracia que me confundiera con el mítico Carlos, ese héroe de nuestro tiempo, mucho más que aquel de Lérmontov, por lo que se refiere a como hace de sus setenta y ochenta años una obra de arte e inteligencia.

Hablamos durante un rato. El señor, un vecino precisamente de Moralzarzal, llevaba jubilado desde hace diez años y debía de tener grabado en la frente a su vecino Carlos, al que admiraba y del que sacaba fuerzas para hacer una vida saludable. Todos los días vengo aquí a caminar; ni pastillas para la tensión, ni colesterol, nada, decía; la mejor medicina para un jubilado son las largas caminatas por el monte. Y la verdad es que era un septuagenario con aspecto muy saludable.

Cuando le dejé atrás, me fui pensando que el mérito que le va a caber a Carlos para siempre, referido a los otros, no a él mismo, no va a ser el que haya conseguido subir tales o cuales ochomiles, tales o cuales montañas de poca o mucha dificultad, que el mérito es esa aportación que hace a tanta gente mayor anónima que percibe para ella misma en él unas posibilidades de vida que jamás habrían soñado. Me decía este hombre que me encontré que cuando se jubiló nunca hubiera soñado poder llevar una vida como la que llevaba. Me decía algo que yo he expresado aquí alguna vez, que la jubilación estaba siendo el mejor periodo de su vida.

Lo que puedas hacer cada día cuando no tienes ninguna obligación por delante… A veces me imagino a un dios más acá del Big Bang más aburrido que una ostra mirándose el ombligo por toda la eternidad, y la idea me horroriza. ¿O es que habremos de imaginar a Dios con algún tipo de diversión divina que nosotros ignoramos o somos incapaces de imaginar? Y cuando esto imagino y me veo jubilado con todo ese panorama de posibilidades delante de mí, lo que pienso es que somos superiores a cualquier dios vivo o por vivir. Decía Oscar Wilde que “La vida no es compleja. Nosotros somos los complejos. La vida es sencilla y lo sencillo es lo correcto”. Encontré el otro día en Breve tratado sobre la estupidez humana, un aserto que contradecía aquel dicho de que “el saber no ocupa lugar”. El autor aseguraba por contraste, con razón, que la ignorancia sí ocupa lugar, la cabeza de los tontos y los ignorantes no está vacía, sino repleta de prejuicios, tonterías, creencias sin fundamento, conceptos sin digerir y eslóganes sin analizar. Que yo me incline a este tipo de consideraciones en este punto, se comprenderá, primero debido a la influencia cercana de lo que leo y, segundo, porque haciendo de la sencillez nuestra enseña de vida, uno puede llegar a conclusiones tan sabias como las del jubilado con el que me encontré el otro día en la Pedriza.

 

 

 

 

 


lunes, 11 de marzo de 2024

Historia de una prostituta

 


El Chorrillo, 11 de marzo de 2024

Esta mañana mientras bailaba nada más levantarme al ritmo de un tema que llevaba el título de A fuego lento, alcancé el teléfono para recordar la idea. Algo tiene que salir de él, me dije. Y después lo olvidé. Volví a recordarlo esta noche viendo La Maison (Anissa Bonnefont, 2022), la historia de una escritora que pretende escribir una novela sobre el mundo de las prostitutas y busca trabajo en un burdel para conocer ese mundo sobre el que quiere narrar.

A fuego lento nos van robando la libertad. Leí el otro día que parece que desde el gobierno pretenden prohibir la prostitución. A fuego lento nos quitan la libertad de morir cuando y como queramos, a fuego lento las restricciones, a fuego lento la estupidez se adueña del país. Estoy tan interesado por este fenómeno, la estupidez, que llevo unos días que leo dos libros a la vez sobre el asunto; uno Las leyes fundamentales de la estupidez, de Carlo M. Cipolla, y el otro, Breve tratado sobre la estupidez humana, de Ricardo Moreno. Confieso que me fascina el tema. “El motor de la historia es la estupidez y sus derivadas, la hipocresía, la intolerancia, el fanatismo, la ambición desmedida”.

De diez cabezas, nueve
embisten y una piensa

Machado, naturalmente. Si los cimientos de la felicidad de cualquier ser humano están dentro de él mismo y para ello se necesita cierto hábito de reflexión, ¿qué decir cuando mirando a nuestro alrededor comprobamos el grado de estupidez en que andamos metidos?, y ello sin tener en cuenta asuntos tan serios como el de Israel o Ucrania, o cuando vemos al tal Biden haciendo declaraciones sobre Palestina mientras se come un helado.

Leo que al estúpido no le preocupa la libertad, en primer lugar porque no sabe qué hacer con ella y se convierte para él en un estorbo, y en segundo lugar porque hace patente su inferioridad frente a quienes sí saben emplearla beneficiosamente. La pretendida igualdad que quiere tratarnos a todos por el mismo rasero, o bajo determinadas disculpas elaborar leyes o normativas de índole general, mete en el mismo saco a gentes muy distintas, mezcla a los estúpidos y a los malvados con la generalidad de la población.

Quien me recomendó la película que hemos visto esta noche, La Maison, me advertía de que a algunos amigos no les había gustado; a él, sí. Como solemos coincidir bastante en nuestros gustos, aprovechamos que era mi día de la semana dedicado al cine para verla. Un cinéfilo, entre los que se encuentra mi chica, podría poner muchos peros al film, una actuación que acaso no es impecable, algún que otro encabalgamiento de secuencias que produce cierto ruido en los engranajes, cosas así; sin embargo la película se ve bien, me gustó, y, sobre todo ayuda a comprender, en este caso el mundo de la prostitución (ya; es que tararí, es que tarará, esos que siempre sacan a cuento lo que es excepcional para poner puntos a las haches de lo general). Es otra de mis debilidades, intentar comprender la realidad que me rodea. Cosa que los estúpidos no suelen hacer porque ya lo saben todo desde el mismo momento de su nacimiento. El asunto: comprender, tiene, ya que estamos hablando de cine, una buena película en que expresarse. Su título El lector, una versión de la excelente novela de Bernhard Schlink.

Cuando uno ve una película o lee un libro es inevitable que por la mente pasen retazos de otras historias. En el caso de hoy fue un entrañable relato de Maupassant en el que las prostitutas de un burdel parisino se toman un día de asueto para asistir todas ellas a una fiesta en el campo. Un relato risueño, cándido, que me recordaba el ambiente festivo que mantienen en algún momento las prostitutas en la película de hoy.

Lo que me preguntaba esta noche viendo el film era si seríamos capaces alguna vez como sociedad de desterrar medianamente la estupidez de nuestra convivencia. Ricardo Moreno aplica el principio de Hanlon al mundo de hoy y concluye que hace más daño la estupidez que la maldad. Al malvado se le puede convencer con argumentos, al estúpido no. La estupidez se desarrolla alimentándose de su propia sustancia. La tendencia tan poco imaginativa de querer meter a todo el mundo en el mismo cajón, ese igualitarismo tan en boga, que satisface a una mayoría, esa que pone en verso Machado, que viene lastrada por cierto tufo de mojigatería y escasísimo respeto por la libertad del prójimo, meapilas y sus derivados, terminará, Dios mediante –sí, ese Dios que parece proporcionar todavía hipócritamente votos a la derecha y a los del Moco Verde–; terminará por hacer de la estupidez su bandera y su santo y seña.

¿Habré de decir más claramente que prohibir la prostitución, como tantas otras cosas, atenta contra las libertades fundamentales de las personas (prohibir, que no regular)?

 

 

 

 

 

 

 

 

 


domingo, 10 de marzo de 2024

Reflexiones bajo el fragor de la tormenta

 

La Marmolada


El Chorrillo, 10 de marzo de 2024

Una noche del mes de agosto bajo la pared sur de la Marmolada.

Las tormentas bajo el techo de mi tienda los veranos de caminar por los Alpes son siempre un leitmotiv que aflora en mis recuerdos con mucha fuerza. En aquella ocasión bajo la Marmolada, un capricho que tuve porque quería verme otra vez bajo esa enorme pared que había escalado cincuenta años atrás, la tormenta, siempre imponente, se había prolongado durante un par de horas para dejar al filo de la noche una pequeña tregua. Aproveché para terminar de ver la película que había dejado a medias la noche anterior.

Apenas transcurrida media hora el fragor de los truenos volvía a tomar fuerza, era el momento en que la película que estoy terminando de ver, Hijos y amantes, empieza a llegar a su final. Tengo el volumen al máximo y a veces me cuesta escuchar lo que dicen los personajes.

Una idea al final del film que hace coherente el comportamiento del protagonista a lo largo del relato. Son palabras de Paul Morel, una respuesta al padre, que tras la muerte de la madre le aconseja que busque a un mujer con la que pueda ser feliz. La respuesta de él: “Maldita felicidad. Que la vida sea plena, eso es lo que he deseado siempre”.

La idea que me perseguía cuando oí pronunciar a Paul estas últimas palabras es que aspirar a la felicidad como objetivo de la vida siempre me pareció una idea errónea. Tuve una amiga con la que discutí mucho sobre esto porque ella, de igual modo que no quería oír pronunciar la palabra “muerte”, hablaba con excesiva frecuencia de que ella lo que quería en la vida por encima de todo era ser feliz.

Tendría que ser capaz de dar razón de esta idea. Es tarde y la lluvia cae intensa sobre mi tienda, un momento propicio quizás para intentarlo, pero mis ojos están tan cansados de mirar la pantalla del teléfono en la oscuridad que soy incapaz.

Recuerdo algunas situaciones expuestas por las que he pasado días atrás, circunstancias que han necesitado de esfuerzo algo extraordinario, esa sintonía con la lluvia o las tormentas, quizás la espléndida soledad de algún instante en los bosques llenos de niebla o agua, y en ellos, en los que yo tampoco buscaba la felicidad, sí que encontré eso que buscaba Paul, que la vida había sido plena. Cuando alguien aspira sin más a ser feliz en abstracto, sin más, pareciera que ese alguien que desea ardientemente  la felicidad, tuviera en mente como objetivo último el hecho de estar allí, en la cumbre, cuando lo que da sentido a la pasión de escalarla no es estar allí arriba sino el camino que te lleva a ella. Desear que la vida sea plena significa algo muy distinto a aspirar a la felicidad. La plenitud deriva de situaciones anímicas y espirituales,  de confrontaciones con la realidad en las que el individuo ha puesto a prueba sus mejores capacidades, se ha superado, ha conseguido con su esfuerzo y tesón un estado de superación, de penetración extraordinaria de la realidad que hace posible que de su organismo, de su alma broten instantes de íntimo placer y felicidad. Nada que ver esto con la aspiración así, a palo seco, de ser feliz.

Convertir la vida en un acto de plenitud en lugar de aspirar a una fofa felicidad convierte a Paul en un personaje interesante y atractivo del que cabe esperar una fuerza vital fuera de lo común. Esto es hablar muy en general y cada cual podrá encontrar el particular camino que acerca a cada individuo a un estado de plenitud, pero ya que estoy entre montañas y en su ámbito son innumerables las personas que han encontrado en la escalada su mayor grado de realización, quizás estos ejemplos sirvan para aclarar la profundidad que encierran algunas aspiraciones humanas, acaso siendo el individuo ajeno a lo que en el fondo busca con sus escaladas de grado extremo.

Si junto a la afirmación de Mallory, “escalo montañas porque están ahí”, colocáramos el “que la vida sea plena es lo que he buscado siempre”, de Paul Morel, me temo que estas dos ideas dejadas solas a la tarde sin la concurrencia de quienes las han expresado, con toda seguridad, la primera, escaló montañas porque… etc., terminaría confesando a la segunda, que la vida sea plena, que estaba equivocada, que en realidad lo que en las montañas hemos descubierto es que nos proporciona un grado de plenitud que no encontramos en otras experiencias de la vida.

Presiento que con este tipo de reflexiones uno se acerca a alguna verdad esencial. Hoy se me aparece con más claridad que nunca la certeza de esa afirmación de Morel. Faltaría definir qué sea eso de la plenitud, pero mi ánimo no llega a tanto. Creo que se entiende sin más explicaciones.

Tras el final de la película se hizo la calma. Aquel día mi itinerario, que partía de las cercanías del lago Fedaia, tendría que haber atravesado una horcada al este de la cumbre de la Marmolada para desde allí alcanzar el paso Ombretta, al pie de la pared sur, pero el horno no estaba para bollos para meterse en terreno bastante complicado y decidí dar la vuelta al macizo para alcanzar el mismo collado más arriba del refugio Contrin. Hijos y amantes fue un buen colofón para un día de lluvia y tormenta vespertina.  


Pared sur de la Marmolada

 


jueves, 7 de marzo de 2024

Otro feminismo, otra fuerza, otro mirar más hondo

 

Terminé uno de mis Caminos de Santiago un 8 de marzo. Tuve el tiempo justo para ducharse y salir pitando hacia la manifestación. Entonces el feminismo estaba bastante menos descarriado que en la actualidad. Era un placer corear aquello de "Libre te quiero" en medio de una multitud deseosa de una sana comunicación entre hombres y mujeres.

El Chorrillo, 8 de marzo de 2024

Con las líneas que siguen no pretendo discutir con nadie, sólo deseo aclararme. Parto del supuesto de que todo el mundo, creo que sin excepción, adquiere ideas más o menos sólidas sobre asuntos humanos de manera, más o menos, repito, inconscientemente, ideas sobre el feminismo, sobre la justicia, sobre la política, sobre los males del mundo; inconsciencia que poco a poco se va solidificando en nuestra mente hasta formar algo más o menos sólido, más o menos sólido, repito, con ocasionales adiciones de razonamiento, lecturas, etcétera. La solidez del razonamiento que pueda haber aportado a este corpus de creencias en que se han consolidado nuestras ideas, dependen objetivamente de factores tales como la presión social, “la moda”, la justificada indignación en el caso de las mujeres cuando hablamos de feminismo; sin embargo, y razono a partir de mi propia experiencia, raramente nos enfrentamos a asuntos como los expresados más arriba desde la fría consideración de razonamientos; no que a uno se le pase por la cabeza esto o lo otro, no, que nos pongamos seriamente a considerar, al margen de lo que conocemos, de los libros que leemos, de las influencias del medio y del momento, la veracidad de lo que hasta ese momento hemos sustentado.

Creo que es necesario insistir que no sirve lo mismo una intuición, un seguir una corriente de pensamiento, una reacción salida de una injusticia sin más (en el caso que voy a abordar la injusticias que sufren las mujeres al no ser consideradas en un plano de igualdad con el hombre), para a partir de ahí sostener una idea sólida. Tengo el pleno convencimiento de que cuando hablo sobre asuntos de feminismo, un asunto que me aburre un tanto a estas alturas, pero que necesita todavía en mí al menos, ciertas aclaraciones para abrirme paso en la oscuridad de sus fundamentos; tengo el convencimiento de que raramente se llega a hacer una lectura suficientemente tranquila como para, acaso de puntillas, hacer el esfuerzo de entender. Hay quien a esto lo llame presunción. Tanto monta. Es lo que pienso, y aún siendo consciente de mi posible incapacidad para expresarme debidamente. Debo confesar que en general me importa realmente poco la incidencia que pueda tener esto que escribo; de hecho estos asuntos apenas suelen interesar a unos pocos, y a muchos menos intentar comprender mis razonamientos. Lo he dicho más arriba. Me cuesta enormidad comprender determinados asuntos y una de las herramientas que uso para abrirme paso, para intentarlo, en ellos, es la escritura.

Al grano. En los usos de las tendencias del feminismo actual (entre ellas estaría mi  hija, una nuera, mi propia mujer y algunas amigas) observo un interés excesivo en leer, ponerse al día sobre esa historia enterrada, acaso por los varones, de mujeres de valor que han brillado a lo largo de los tiempos en campos como la investigación, la literatura, la música, los deportes, tantos aspectos de la creación humana. Algo así como si con esas lecturas quisieran afirmar el valor de las mujeres y la igualdad con el hombre. Y lo curioso del caso es que con esas lecturas e información parece que lo que pretenden es empoderar al sexo femenino, un hecho que según mi entender lo que hace es poner en evidencia una carencia sustancial en el sexo femenino (siempre en términos generales y considerando los imponderables) de fuerza suficiente para sobreponerse a las circunstancias adversas. Punto y aparte para ver si con los ejemplos echo un poco de luz sobre lo que pretendo decir.

Días atrás el amigo Toti, muy lúcido él, no sé si porque conoce mis aficiones viajeras o si por el asunto del feminismo sobre el que vengo hablando, me recomendó un libro titulado Viaje de Egeria. Se trata del relato de viajes más antiguo en nuestro país del que se tiene noticia, y fue escrito y hecho por una mujer, monja o “abatisa (echad una ojeada al recorrido y quedaos pasamaos. Aquí ; viaje en solitario hecho a pie en el siglo IV. Galicia, Francia, hasta Letonia, Cáucaso, Mesopotamia, Tierra Santa. ¿Cuántas son las mujeres que pudiendo hacerlo no se atreven a viajar solas? Sola en bici. Cristina Spinola dio recientemente la vuelta al mundo sola en bicicleta. ¿Escribir? Los discursos de Pericles los escribía su esposa; en literatura clásica tenemos a Safo; existen montones de grandes escritoras. ¿Alpinismo? Para mi gusto la/el mejor alpinista de todos los tiempos, sin duda, Silvia Vidal. Con Madame Curie y montones de otras grandes mujeres se podría hacer una lista interminable. Más, cada verano que paso en los Alpes, los que habéis leído mis crónicas habréis observado las tantas y tantas veces que me he cruzado con mujeres de todas las edades que atraviesan los Alpes de parte a parte en solitario. El que quiera conclusiones que las saque. Sería estúpido a estas alturas venir como San Pablo o San Agustín o incluso como el tan nombrado Rousseau a santificar la inferioridad de las mujeres; gilipollas de solemnidad son hoy no sólo los machopirulos, sino todos aquellos que puedan negar diferencias entre hombres y mujeres en capacidades que no sean la fuerza bruta y los excesos de testosterona.



Egeria, Safo, madame Curie, Cristina Spinola, Silvia Vidal, las hermanas Brontë, ¿estaban hechas de materia distintas al resto de las mujeres? ¿Por qué ellas fueron capaces y el resto no? Dificultades… ya… Silvia Vidal cuando se aproxima a una gran montaña carga con decenas de kilos que transporta ella sola en varios viajes; marchas de aproximación de medio mes con escaladas de más de quince días, sola en la pared, sin gps, sin teléfono… ¿hablamos de dificultades a superar? En resumen, cuando las mujeres quieren empoderarse citando a insignes mujeres de la historia, lo que hacen es ponerse en evidencia, siempre en términos generales, no me cansaré de decirlo. Si ese victimismo que se expone por todos los lados para supuestamente defender al mundo femenino, se sustituyera, se hubiera sustituido por una voluntad, un esfuerzo, un enfrentarse a la dificultades como la de Egeria o cualquiera de tantas deportistas que hoy dan sopas con onda a tantísimos hombres, otro gallo cantaría. Que no hace falta ser ninguna de estas mujeres es más que obvio. Ejemplos tan sólo para aclarar esa idea de voluntad y esfuerzo.

Hace no mucho hablando sobre el esfuerzo en familia, mi yerno, ante la circunstancia de que yo defendiera, siempre lo defiendo, la pedagogía del esfuerzo, vino a decirme que eso también lo defendían los de VOX. Las ideas no son patrimonio de nadie, y si cito esta anécdota es para dejar claro que hay valores que son indeclinables, los defiendan quien lo defienda, y defender la necesidad del esfuerzo y la voluntad en la vida como irrenunciables, se sea hombre o mujer, me parece de vital importancia. Querer empoderar a la mujer sobre la base de su vulnerabilidad, de su victimismo en vez de ser consciente de que su fortaleza, su vigor y su valor como persona, residen en ellas mismas y no en hacerse valer a través de titulares de periódicos exorbitantes por haber recibido un beso no consentido. Más claro no se puede ser. Y por cierto, hablo de la mujer porque viene al caso, pero no se trata de la mujer solamente, este razonamiento serviría para todo el mundo. Superar las dificultades enriquece a niños, mujeres u hombres, les dota de una personalidad más fuerte, menos blandita (ese adjetivo que tanto disgusta…). Acabo de regresar del monte. Ayer después de mucho tiempo volví a encontrarme con amigos de la montaña. A la primera persona que vi fue a X, una mujer de mi edad, a la que después de hablar con ella un rato no reconocía en absoluto; no me refiero al rostro, no la reconocía, era otra, había cambiado al punto de que me preguntaba si sería la misma X que yo conocía de antes. No deseo hacer el retrato previo de ella. Esta mujer había pasado los meses anteriores por enfermedades que le habían dejado al borde de la muerte, semanas, meses de hospitales, de sufrimiento, de luchar por su propia supervivencia. Tras aquello era otra, durante la comida la miraba y me admiraba de lo que puede hacernos crecer pasar por determinadas circunstancias. Existen muchos ejemplos, tengo una cuñada que pasó por un cáncer también dramático; ahora es otra persona, fuerte, segura de sí misma, decidida.  

Casi estoy dispuesto a seguir el hilo de mis argumentos con otros aspectos del feminismo, pero me temo que ya voy demasiado largo y en los tiempos que corren entre que se lee demasiado deprisa y pocos se detienen suficientemente en los argumentos, creo que mejor terminar. A mí estas líneas ya me han servido para afianzar a golpe de palabras, como si fuera un clavo sobre un tablón, un asunto que me rondaba por la cabeza no del todo asentado. Consciente soy de que llamar al pan, pan, y al vino, vino, no es del gusto general, pero ahí queda la idea: mi rotundo rechazo al victimismo y sí dejarse de monsergas y ponerse a trabajar. Que te cansas subiendo una montaña, entrena; que te da miedo viajar sola porque eres mujer, recuerda a Egeria y eso…; y no porque se sea mujer, simplemente porque somos humanos, tenemos debilidades, carencias, etcétera, y todo esto no se cura de otro modo que poniéndose uno las pilas; anciano, niño, mujer, lo que sea… qué leche. Que la sociedad… bueno, sí, para eso estamos, para luchar por una justicia a nivel de sexo, a nivel humano, a nivel profesional, en defensa de Palestina, para eso vamos a manifestarnos. Hoy me es imposible asistir a ninguna manifestación, aunque ya lo hice en otros ochos de marzo, pero iría, aunque con muchas reticencias porque estoy convencido de que una parte del feminismo en nuestro país está totalmente equivocada en sus planteamientos.

Apuro me da que este modo de exponer unas ideas, con las que, insisto, pretendo aclararme yo mismo, pueda interpretarse como de alguien que domina cierto tema; nada más erróneo. Simple juntar palabras e intentar pinchar la aceituna sin que ésta salga disparada.

En un folio y medio no caben muchas puntualizaciones. La danza es toda la vida, dice la protagonista de la película de esta noche, Mamacruz, una buena película para ver en un 8 de marzo. Muy recomendable. Ese tipo de asuntos que ayudarían a corregir levemente el ángulo de tiro a muchas feministas. La danza es toda la vida y existen demasiado empeño por reducir ésta a un asuntos de código civil, a pésimas películas de buenos y malos.

Y bueno, que me cansé, demasiada tela para un folio y medio. Buenas noches.