viernes, 26 de abril de 2024

Esa gente que va apestando la tierra

 


El Chorrillo, 26 de abril de 2024

Lo que corre desde ayer por las portadas de los periódicos es una consecuencia directa de la infamia que padecemos los españoles por parte de los más miserables personajes de la política y del sistema judicial. No existen palabras en castellano para denostar suficientemente esta lepra que sufre el país por parte de la derecha y la extrema derecha. Nunca en la política del país se dio que un numeroso puñado de miserables sin escrúpulos, aprovechados y pervertidos morales pudieran campar por el Parlamento y por los medios con la impunidad con la que se mueven.

Leo esta mañana un artículo de Pedro Almodóvar que cuenta cómo dejando a un lado la tarea que le absorbe estos días rodando su última película, se hace un hueco, abre el periódico y lo que ve allí le hace llorar. Impotencia, rabia, esa sensación de frustración de un país que empujado por unos miserables sin escrúpulos poco a poco se va hundiendo en la pura mierda, en la inmoralidad más absoluta. La prensa amarilla, los jueces, los meapilas, en resumen, la hez del país, confabulada en pleno para hacer de la democracia un papel mojado en aras de los intereses de unos pocos abanderados de rojo y gualda, de pederasta, de los nostálgicos del más puro y desquiciado franquismo; confabulada, la hez, digo, para usar de cuanta vileza uno pueda echar mano para dar la vuelta a lo que las urnas determinaron al principio de la presente legislatura.

Ser moderado políticamente en circunstancias como éstas considero que es dar la razón a los miserables y proxenetas de este país. La perversión que se hace de las ideas, el uso de las mentiras más soeces con las que se inundan las portadas de los periódicos, y que la prensa amarilla y canallesca airea constantemente queriendo hacer del panorama político del país una tarde de circo, una orquestina para gente dormida que raramente usa su cerebro para lo que la divina providencia le dotó, hace del clima social en que vivimos un hervidero de desánimo e insatisfacción que fácilmente puede derivar en lo que ha derivado, la decisión de Sánchez de cuestionar su persistencia en la presidencia del Gobierno. Y es que hay valores, y personas, y sentimientos… y vida, que no todo es el puto dinero ni la pasión por el poder; esas cosas que ignoran los miserables de toda condición que se lucran con la pandemia o en los aledaños del presupuesto común. Meapilas, amigos de traficantes de drogas, aspirantes a rey Midas, lameculos, solemnes gilipollas que jamás entendieron lo que es vivir y que vegetan, que hacen del país un tristísimo nido de avispas en donde el objetivo político ha dejado de ser el trabajo, la lucha por el bien común para transformarse en una continuada obstacularización de la tarea encomendada al gobierno de la nación para la presente legislatura.

A Pedro Almodóvar le hace llorar la situación, sin embargo qué comedido es en su argumentario. Hay que guardar las formas y vivir en los márgenes de lo políticamente correcto y ello nos obliga por urbanidad y por espíritu cívico a no sobrepasar determinadas líneas; sin embargo a estas alturas es ya difícil contenerse sabiendo cómo esta gente que apesta la tierra, aparentemente defensores de los valores tradicionales, hace de la moral un guiñapo y, envalentonados, como en Madrid, por el voto lelo e irresponsable que los tiene en pie, se convierten en chulos de barrio, asesinos (los miles de muertos de las residencias parece que a los jueces les traen al fresco), arengadores de una población adormilada; se convierten en vulgares manipuladores a los que la prensa aúpa a diario en sus portadas.

Nadie sabe en qué terminará esto, pero los hechos cantan. Hacer de la democracia, del parlamento, de la política un cenagal es algo que la sociedad, los ciudadanos, no debiéramos permitir. Una democracia en donde la barbarie parece hace acto de presencia un día sí y otro también, debería defenderse contra los miserables de toda condición. ¿No tiene la derecha española personas de valía que puedan defender los valores conservadores con dignidad, con el respeto que merecen los ciudadanos y las instituciones? ¿Tan tomadas están las filas del PP y sus socios por gente falta de escrúpulos que no es posible dignificar la política, hacer de ella un instrumento en donde conjugar intereses contrapuestos, fomentar valores de convivencia ajenos a intereses espurios personales o de grupo?   

Me sorprende agradablemente estos días que amigos de las redes que siempre han sido críticos con el PSOE, alcen sus voces apoyando a Pedro Sánchez. La presión que este hombre ha tenido y tiene que soportar para aguantar a toda esta morralla que acosa constantemente las instancias del poder desde los periódicos, los juzgados, la irrupción en la intimidad familiar y la mentira, hace comprensible este interrogante que nos mantiene hoy a todos en vilo. La derecha que fue capaz de llevar a una guerra a todos los españoles, esa misma derecha criminal y desquiciada de hoy cuando no tiene el poder en sus manos, es la que tenemos enfrente.

Termino este post con unas líneas de un artículo de Santiago Alba Rico que considero interesante. Alude a la sinceridad de Sánchez como un elemento esencial que incorporar a nuestra política nacional. "Lo único políticamente relevante de su carta es su sinceridad. Esa sinceridad, sí, es un diagnóstico, una denuncia, una llamada y un programa; en esa sinceridad se basa no solo la supervivencia del gobierno sino la posibilidad de avanzar en muchas reformas pendientes. Sánchez ya no es del PSOE y, por lo tanto, el PSOE no es el centro. Sánchez es de todos los que apoyaron y apoyan su gobierno. Su sinceridad es también nuestra responsabilidad y nuestra oportunidad".


jueves, 25 de abril de 2024

Gracias, Julio (Villar)

 



En mi barco huele a hoguera, a ramas de pino, a bosque. Mi barco es un templo en medio del océano. (¡Eh, petrel!)


El Chorrillo, 25 de abril de 2024

Le decía la pasada tarde a Julio Villar que nunca podremos saber lo mucho que podemos estar a veces en el sentimiento de otras personas, personas anónimas que siguiendo tu trayectoria, me refería a él concretamente, han alimentado su vida con una suerte de impacto emocional a través de las vivencias de otros. Todos nos preguntamos muchas veces en la vida por qué somos así o de otra manera y las respuestas pueden ser múltiples, nuestra herencia genética, los padres, las personas cercanas que nos ayudaron a crecer, los libros que leemos a lo largo de la vida, tantas influencias posibles; sin embargo la tierra joven en que cayeron las aventuras de Julio, su filosofía de la vida, el arrojo, esa vivencia solitaria cruzando los mares en una cáscara de nuez de siete metros de eslora, probablemente ha sido para muchos uno de los alimentos nutricios más poderosos en la temprana juventud; alimento para el alma en esos años en que despertabas a la vida con una pasión que nacía de las aventuras marinas y del contacto con las montañas. Para mí al menos así fue. Descubrí a Julio en su ¡Eh, petrel! muy poco después de mis primeros pasos por la montaña, y su libro, junto con los clásicos Frisson Roch, Terray, Rebuffat, Demaison y tantos otros me abrieron un mundo que todavía hoy nutre cada una de mis células.

Yo tenía dieciocho o diecinueve años. Había ganado una oposición a un banco y pasaba allí trabajando de chaqueta y corbata un par de años cuando cayó en mis manos el libro de Julio. Allá en el banco la vida era sencilla, tenía un buen sueldo y el porvenir parecía resuelto ya de por vida. Siete u ocho horas de trabajo diarias, fines de semana libres y a mí alrededor jóvenes de mi edad que ya pensaban en comprarse un coche, hablaban de fútbol, llenaban quinielas y ligaban lo que podían. Y poco más. Me esperaban cuarenta años de una vida fácil y sin complicaciones. Quizás por entonces leí el libro de Julio. Esto decía en algún lugar el navegante solitario: “Y mientras los demás se instalan en la vida, y toman los mejores puestos, y se reparten los mejores bocados, yo navego, navego. Viento, ¿dónde estás?”. Esto era como haber navegado a la isla de Delfos para escuchar el oráculo que me estaba destinado. Mi destino no era instalarme en la vida y aspirar a puestos de mayor responsabilidad y salario. Comprendí enseguida que mi destino era navegar, navegar. Y dos años después, cuando logré reunir el dinero necesario para vivir una temporada, abandoné el banco en busca del viento y las montañas.

“¿Qué haré?, escribía Julio, ¿Por qué no tratar con la ayuda de lo poco que yo sé que los niños no envejezcan? Que sigan niños, poetas, filósofos, vivos, sensibles… Impedir que los niños se conviertan en viejos, enseñarles los delfines, y los bosques, y las estrellas. Hay demasiados viejos en el mundo”.

Yo no quería envejecer de empleado en una oficina. Nunca habría tenido el valor de echarme a la mar, pero el soliloquio de Julio, sus breves reflexiones, sus diálogos con las estrellas, su “para qué estamos en la Tierra”, que él se preguntaba, era un interrogante permanente en mí en aquellos años jóvenes.

Buscarse a uno mismo en los laberintos de las montañas o en la soledad del mar lo presentía como un destino irrefrenable por entonces. Y así fue como poco a poco comencé a coleccionar instantes. El mar y la montaña eran dos astros que brillaban en mis noches de la primera juventud como fanales que alumbraran mi futuro. Uno de los libros que Julio lee mientras atraviesa el océano es Tierra de hombres. Yo el pasado verano mientras atravesaba los Alpes leía también Tierra de hombres. Saint-Exupéry hacía del desierto y de su vocación de aviador la aventura de su vida.

“Por la noche salgo a buscar estrellas. A llamarlas por su nombre, a perderme”. El hombre, “esa chispa entre dos abismos”, que escribía Théodore Monod, ese enamorado del desierto, desierto de arena y desierto-mar, que busca “el libre reino de la vida interior, la fascinación de lo universal, la nostalgia de la totalidad abandonada a los poetas, a los artistas, a los místicos", ese era el hombre en busca del cual instintivamente me fueron llevando aquellos primeros libros de montaña entre los que encontraba un lugar preferente ¡Eh, petrel! Y acaso decir montaña y decir mar sea la misma cosa porque en el fondo lo que buscamos son mecanismos, paisajes, circunstancias con los que vivirnos a nosotros mismos, una especie de autofagia, de experimentarnos y probar nuestras capacidades. Nadie conquista ninguna montaña, lo que en todo caso hacemos es conquistarnos a nosotros mismos.

Y después de todo, cuando la aventura ha concluido, hacer posible ese pensamiento que Julio expresa así: “¿Guardaré en mi alma lo que las estrellas me han dicho?”. Algo de ello observaba yo anoche conversando con Julio, lo traslucía el brillo de sus ojos. Quien ha vivido una experiencia tan extraordinaria en la soledad del mar por fuerza ha de guardar en su alma lo que las estrellas le han dicho durante esos cuatro años de navegación alrededor del mundo.

Lo que las montañas, las noches, las estrellas, las ventisca o las lluvias nos han dicho a lo largo de toda la vida queda ahí, en el fondo del alma como una parte inseparable de nuestro yo.


 

 

 

 

 

 


lunes, 22 de abril de 2024

Más allá del ruido, el alma

 

Toti, Patones. Abril de 2024

El Chorrillo, 22 de abril de 2024

Y todo para seguir viviendo, un poco más, con intensidad. Esa sensación que tan difícil es de expresar. Vivir para vivir lo que pueda quedar de vida. Ayer me enganché con unos vídeos que hablaban de esa cosa simple de superarse a sí mismo en el más puro escenario que pueda darse, la montaña. Tú y la montaña, y el empeño de superar una y otra vez una arista, una placa, un extraplomo. Para nada, para seguir viviendo y sentirte bien dentro de ti. Y probablemente sobra el “para” porque sientes el impulso y lo haces y eso es todo. Las cosas importantes son difíciles de explicar, imposibles muchas veces. Tratamos inútilmente, como ha hecho siempre el hombre, de explicarnos, pero las razones se nos escurren como truchas entre las manos. El hombre ha tratado desde siempre de explicarse cosas y cuando no ha encontrado la respuesta ha recorrido a la fábula, a cuentos con los que aquietar su curiosidad y su conciencia.

En los vídeos que vi anoche, escaladores en el empeño creativo de superar grandes dificultades, pero sobre todo empeño en superarse a sí mismos, en ir más allá que en los días previos, había quien buscaba la paz escalando, otros era el placer de sí que surge de la experimentación consigo mismo, de probarse y ser capaz; otros era la sintonía con la naturaleza, con algo primigenio que está dentro de nosotros y que pareciera que tuviéramos que sacarlo con sacacorchos, pura indagación del yo.

Naturalmente en el ambiente “ruidoso” en el que se desarrolla muchas veces la escalada, las dificultades técnicas, el entorno, etcétera, estas razones íntimas pueden pasar desapercibidas, sin embargo ahí están en nuestro interior para aquel que sabe escucharse a sí mismo y especialmente para seguir estimulando nuestros deseos. El ruido, lo que nos rodea, los problemas técnicos, la atención a la cuerda y a las dificultades concretas, conviven con nuestro ser interior siempre, pero sospecho que es necesario estar atento para que el ruido no ahogue nuestra vivienda interna. Escalo para mi alma. Sí, se me quedó esa idea en algo que leí y ella me persigue con frecuencia. Me avisa, me recuerda que de la montaña, y de las vivencias intensas en general, hay que intentar apurar hasta la última gota todo lo que nos puede aportar. Sorber a poquitos lo que ella nos transmite, lo que surge en la confrontación con las dificultades y los elementos, no es fácil cuando el ruido es excesivo. Depurar los sentidos para que las emociones y sensaciones lleguen a nosotros en estado puro.

Total, que como estoy en fase de recomenzar, sólo un poco y lo que la edad me permita, mi olvidado contacto con la escalada, anoche busqué en YouTube algo que alimentara este cosquilleo que me ha empezado a entrar por el cuerpo en relación con ella. Buscaba pensamientos, filosofía, sensaciones, esas cosas de fondo que la escalada proporciona y que raramente aparecen en las búsquedas, que mayoritariamente están dedicadas a cuestiones técnicas o a escaladas de muchos grados que apenas me interesan. Poco, pero algo encontré. Uno de los vídeos aparece bajo estas líneas.



Tengo en ocasiones la sensación de que cuando relato aquí algunas de mis salidas, cuando paso los veranos en Alpes vagando de un lado a otro del arco alpino, la sensación de que me voy por los Cerros de Úbeda o incursiono en un mundo ajeno a muchos de los que puedan leerme. Las sensaciones, los sentimientos, los temores, el exultante placer de vivir bajo una pequeña tienda una tormenta (cuando llego a comprender que ésta resiste), todo ese manojo de vivencias internas, que son la sal y la pimienta del caminar por la montaña, y que es en definitiva lo que mis enanitos persiguen, y que nada tienen que ver con proezas ni datos técnicos, se me antojan como algo tan personal como carente de interés para otros que no sea yo mismo. Una sensación no más. Y es que me sucede ahora que merodeo en torno a la escalada y me encuentro que no tengo un interés especial más allá de experimentar interiormente sensaciones que dormitaban en mi interior desde medio siglo atrás.

Sensaciones, siempre sensaciones, el vacío, la soledad, la incertidumbre, el gozo de superar un largo, toda esa polifonía que la montaña encierra en sus entrañas y que nosotros perseguimos caminando, escalando, vivaqueando, experimentándonos a nosotros mismos.

 

 

 

 


sábado, 20 de abril de 2024

Una garrapata en la camisa

 


El Chorrillo, 20 de abril de 2024

Días atrás el amigo Ramón González compartía en su muro algunas reflexiones que me hicieron dejar lo que estaba haciendo para considerar aquello sobre lo que escribía. Titulaba su post La maldad y Dios. Se había encontrado en la camisa una mancha que no era una mancha sino una garrapata, lo que le llevó a reflexionar sobre la maldad de Dios. No se refería él a ese dios inventado por las diferentes culturas, sino a otro dios, el verdadero creador de todo el universo, decía, el de ese creador de tantas maravillas entre las que vivimos. Y aquí es donde aparecía la garrapata de nuevo y en donde él veía una incongruencia porque no comprendía cómo se puede crear un mundo de tanta perfección y al mismo tiempo un mundo en el que todos los seres vivos se tengan que comer unos a otros para seguir viviendo. Y se admiraba de la capacidad de la garrapata que inoculando una sustancia anestésica en el animal parasitado puede permitirse alimentarse de él sin más. Ramón piensa que existe una maldad suprainteligente detrás de estos seres tan insignificantes.

Las líneas de Ramón me sugieren esta noche reflexiones de distinta índole que si intento escribirlas quizás me ayuden mejor a comprender estos asuntos; algo mejor que si lo dejo tan solo al fluir de los pensamientos. Lo que de inmediato llamó mi atención del post de Ramón fue la recurrencia a conceptos morales al referirse al ciclo biológico en el que para sobrevivir, unos animales se comen a otros o se alimentan de otros seres vivos, las plantas. Incongruente, según él, imagino, visto bajo la óptica de los sapiens que habiendo creado a lo largo de miles de años por distintas razones, dioses, conceptos morales, sentido del bien y el mal, una compleja concepción de la realidad, ha llegado un momento en que para acercarse a hechos tan naturales como el ciclo de la vida, que implica subsistir unos seres vivos a costa de otros seres vivos, sus razonamientos, basados en la socialización, en la concepción de una civilización avanzada, perdidos en la cercanía de su percepción (los árboles no dejan ver el bosque), olvidan nuestra naturaleza esencial de seres abocados a nacer, engendrar y morir en el marco de una lucha constante por la supervivencia.

Mentira, verdad, el Bien, el Mal, los dioses de todos los colores... Todos estos conceptos que queremos aprisionar en el corsé de la razón, se entiende que son obra de las condiciones biológicas que en algún momento de la evolución produjo el milagro de la función cognitiva, un momento en que nuestra capacidad craneana fue apta para dar respuesta a los porqués y tener conciencia de la propia existencia. Algo que nos impelería a razonar, a buscar una relación causa-efecto en todo. Y como nuestra capacidad de comprensión es y ha sido limitada a lo largo de toda la historia, a los sapiens no se les ocurrió otra cosa que allá donde el conocimiento de la realidad y su razón de existir y funcionar no llegaba, no se les ocurrió otra cosa que inventar; inventar dioses, inventar quién creo el universo, cómo se creó el primer ser humano, tantas respuestas fallidas que sin embargo siguen alimentando a la mayoría de la población del planeta como verdades infalibles. Darwin puso las cosas en su sitio, sin embargo la evolución del ser humano a la hora de interpretar realidades que atañen a su muerte o a la evolución de las especies y su complejidad en general, es pobre; nos resistimos a aceptar nuestra condición mortal, nos resistimos a prescindir de un dios y de una manera u otra seguimos atados a los dictados del Génesis, una obra literaria creada entre el siglo XVIII y el VI a.C. que desde los conocimientos de aquella época interpretó el origen del mundo a su manera.

Se trata de un ejemplo que puede extenderse a la idea que tenemos sobre la moral, el bien, el mal. Tratamos de reducir la realidad a nuestros esquemas mentales de parecida manera a como los antiguos, con sus conocimientos de entonces, explicaban el nacimiento del hombre, ya sea el Génesis o las interpretaciones que hacen otras culturas de éste y parecidos acontecimientos.

Tema aparte serían los conceptos morales, que imagino que tienen una base social y personal nacida de la necesidad de vivir junto a otros seres de nuestra especie con un mínimo de conflictividad. El bien y el mal nacerían como conceptos prácticos relacionados con la supervivencia individual y colectiva. Hemos inventado la moral, los dioses y tantas cosas más que nos sirven para convivir, no desesperar, apaciguar el miedo a la muerte. Inventos útiles que probablemente se sostienen en base a una necesaria convivencia que haga posible una existencia conveniente para todos. De ahí que aplicar conceptos morales al comportamiento de los animales sólo parezca una extrapolación de algo que sólo atañe a los sapiens y a su forma de relacionarse entre ellos.

Volviendo a las garrapatas ¿quién puede dudar del derecho que tienen ellas a luchar por su supervivencia? ¿Quién se atrevería a hablar de maldad, algo que sólo podemos atribuir por otra parte nada más que a los seres capaces de razonar que además han desarrollado un código ético en donde determinados hechos reciben el nombre de maldades? ¿Quién puede negar el derecho a la vida de las garrapatas? ¿Parásitas? No menos que nosotros que somos los animales más parasitarios del planeta, y no sólo por necesidad. Si las garrapatas fueran ruidosas, las notáramos de inmediato sobre nuestra piel, estos bichos tendrían los días contados de manera parecida a los camellos que en medio hostil como el desierto no hubieran desarrollado etcétera...

Y aquí lo dejo. Alguien me habló algún día del rincón de pensar, una práctica antigua en la escuela que consistía en mandar a ciertos niños que daban explicaciones precipitadas sobre lo que se les preguntaba, a una esquina de la clase. Yo uso mi rincón de pensar, me lo autoimpongo cuando me encuentro con cuestiones como las de Ramón. Equivocado o no suelo salir de ese rincón con las ideas más claras.

 

 

 

 


martes, 16 de abril de 2024

Cuando todavía se puede

Original de Julio Gosan 

Hoya de San Blas, 17 de abril de 2024

Mañana tenemos la cita anual con los amigos del Navi, sesenta años ya desde que el club nos abrió las puertas a nuestras primeras montañas, y dado que las caravanas mañaneras son imposibles, hemos decidido irnos esta noche a dormir por la Hoya de San Blas, a pocos minutos de la cita de mañana. Así que con todo preparado hago tiempo y no he encontrado mejor manera de hacerlo que repasando algunas páginas del Bhagavad-Gita que es un libro que hay que leer muy despacio y a pequeñas dosis varias veces a lo largo de la vida.

Total, que he abierto el libro donde lo dejé la última vez y lo primero que me encuentro es esto: “Y alcanzará la suprema paz aquel que recibe todos los deseos como el océano las aguas, que cada vez se llena más y sin embargo permanece inmóvil, no aquel a quien cualquier deseo perturba”. Me pareció un pensamiento hermoso. Hace un momento había recibido un mensaje de Toti animándome con ese mi recién recomenzado interés por la escalada que hasta a mí me está sorprendiendo y que ni soñando hubiera pensado que estas cosas pudieran suceder a la edad que uno va teniendo.

El caso es que sí, los deseos vienen a mí de una manera muy diferente a cuando era joven. No existen ya esas fiebres de juventud cuando se te imponía ese ferviente deseo de escalar, de pensar durante toda la semana qué harías, qué vías, que itinerario seguirías el siguiente fin de semana, Galayos, Gredos, Pedriza. Ahora los deseos vienen como brisa de verano agitando las ramas de los árboles, mis neuronas, mis ganas de hacer esto o lo otro. Hace un par de años mis deseos se fueron por los senderos de la pintura y el dibujo; pasé el invierno resucitando esa vieja afición veinteañera y disfrutando horas y horas pintando, dibujando, enmarcando, llenando las paredes de mi casa con montañas, bodegones y algún que otro retrato. Aquello pasó a mejor vida, pero fue una cálida brisa que acaso me vino de la afición a las artes pictóricas de los amigos  Paco y Antonio Montes. Vino a mí como al océano llegan las aguas de los ríos.

En el caso de la escalada está sucediendo algo parecido, un deseo tranquilo suscitado por amigos de mi edad que siguen en la brecha escalando riscos, hielos y respetables paredes que yo en los años jóvenes nunca hubiera intentando subir. Descubrir que un septuagenario camino de los ochenta puede resucitar esta vieja pasión nacida sesenta años atrás en los riscos pedriceros es un regalo que debo a personas concretas como Toti, José Manuel Vinches, Carlos Soria y algún otro que entre conversación y conversación, en una comida de amigos, algún intercambio de comentarios en las redes, han ido inspirando en mí esta clase de idea  que te hace pensar que todavía se puede. Y la verdad es que cuando esta idea llega a ti primero como una sugerencia lejana, después como una brisa y más tarde se te cuela en el alma como una posibilidad estás de buena nueva, estás engendrando un nuevo ser dentro de ti. Si a ello unes que te llega un guasap de un amigo que te anima, que te muestra el camino, que te dice que si mañana mismo te vienes a escalar a no sé donde, pues que terminas echando la casa por la ventana y ya mismo estás buscando una tienda para comprar unos pies de gato, un arnés, un ocho, un grigri y todo lo que haga falta para volver a los diecisiete. Días atrás el amigo Álvaro me decía que qué significaba eso de volver a los diecisiete. Cayó en la cuenta cuando le mandé el link de YouTube del tema de Violeta Parra.

Empecé este texto en casa y continuándolo estoy en la Hoya de San Blas, a oscuras, en la chozacar, con mi chica al lado que escucha un programa titulado Mil mundos, que habla de músicas de alrededor del los cinco continentes .

Volviendo a la idea del Bhagavad-Gita… Las culturas orientales son en ocasiones muy severas con los deseos, tanto como para que el budismo enseñe que de ellos provienen todos los males que sufrimos. A mí me parece que en eso yerran de parte a parte; vivir sin deseos se me parece un vivir sin vivir. Otra cosa es que los deseos le perturben a uno, como se decía en el Bhagavad-Gita. De ahí las bondades de la edad madura, que sin perder la curiosidad ni el fuego de las pasiones hace posible que los deseos vengan a ti con la calma y la lentitud en que los grandes ríos vienen a besar las aguas de los mares y océanos.

En fin, que es la una de la madrugada y mañana hay que estar a hora temprana en el lugar de la cita de los chicos y chicas del Navi, así que buenas noches.

 

 

 

lunes, 15 de abril de 2024

El alzheimer, la gran incertidumbre

 


El Chorrillo, 15 de abril de 2024

Terminé con Arrugas, el cómic de Paco Roca, mientras pedaleaba sobre la bici estática. El sol declinaba allá por Gredos aludiendo a tantos atardeceres contemplados desde sus cumbres, una promesa más para los años por venir. Pero la novela gráfica, como prefieren decir mis hijos porque así parece tener más empaque la cosa, puso  inesperadamente en suspense el flujo de las posibilidades de un futuro más lejano. Su temática, un director de una sucursal bancaria que se hace mayor al que sus hijos ingresan en una residencia, una panorámica sobre la vida en ese centro, el alzheimer, la degradación subsiguiente y al final del relato, la nada.

Le comentaba esta noche a Victoria que cuando éramos más jóvenes apenas nos enterábamos de que existía el cáncer, el alzheimer, tantas enfermedades que dan al traste con la vida. Sucede diferente cuando te vas haciendo mayor. Siempre hay uno, dos, tres amigos que han pasado un cáncer o que incluso han fallecido; siempre sabes de alguien, vecino, amigo que ha perdido el control de sí, la memoria, de alguien cuya conciencia navega definitivamente en una espesa niebla. Hace años el documental de Maragall Bicicleta, cuchara, manzana, dedicado a dar cobertura al proceso de la enfermedad en el antiguo alcalde de Barcelona, ya me dejó algo tocado. ¿Quién muy avanzados ya los setenta no tiene lapsus, pérdidas de memoria, esos síntomas que siendo corrientes en la edad madura a uno le hacen pensar inevitablemente en la posibilidad de estar engendrando la fatídica enfermedad, esa en la que uno poco a poco sin apenas darse cuenta va perdiendo la conciencia de sí, la capacidad de orientación, va perdiendo el sentido de la propia identidad, deja de reconocer a sus hijos, a su esposa, se hace extremadamente violento…?

Escribí en muchas ocasiones sobre la muerte, aquello que tanto cité de vive con un león, bebe tu sake y cuando llegue la hora muere también como un león. Con los años uno termina asimilando la muerte, cada vez con más certeza, como un proceso natural. Nada nuevo bajo el sol. Y como tal no mucho que decir, las ganas de llegar al último momento, si es posible, con la sonrisa en los labios y las lágrimas en los ojos de puro agradecimiento a la vida que nos dio tanto. Lo que queda por medio, entre el hoy y ese instante, es un tiempo que de ser coherentes con nuestros deseos de vivir cierto grado de plenitud, nos debe obligar primero de todo a poner los medios habidos y por haber para conservar la salud a todo trance. Es obvio, sin salud eres una puta mierda, así que más vale ponerse las pilas, dejar a un lado determinados alimentos, determinadas bebidas, determinados hábitos de comodidad y abrazar consecuentemente el sano ejemplo de aquellos sabios que en el mundo han sido, y siguen siendo, y no cito más a Carlos porque ya está bien, qué coño, que todos sabemos lo que tenemos que hacer para estar sanos, ejercicios, caminar, el yoga y la meditación a algunos les va muy bien, tener al lado a alguien como mi chica que vigila y selecciona cuidadosamente todo lo que comemos, mantener la curiosidad a tope, no perder ningún tren que se ponga a tiro, en fin, andar despierto, muy despierto por la vida. Cosas que me digo a mí mismo todos los días y que me obligan a pedalear, hacer ejercicios y últimamente a subirme todas las tardes un rato por la fachada de mi casa.

Pues bien. Pues pese a todo, no hay manera de quitarse esa espada de Damocles del alzheimer de encima. Hace algunos años estaba convencido de que si un momento así llegaba, lo mejor era marcharse de este mundo, pero ahora no lo tengo tan claro, porque tratándose de un proceso muy lento que puede llevar muchos años antes de atravesar esa puerta que lleva a la nada y a la pérdida de la conciencia y la memoria, uno quisiera consumir lo poco que le quede de vida, esa cosa tan hermosa que nos hace temblar de emoción, de gozo, de tristeza, de plenitud, de amor por los otros… uno quisiera consumirla hasta el mismísimo último instante.

Y sin embargo ¿qué sucede en la mentalidad de las personas diagnosticadas cuando saben que poco a poco se va a ir apagando la llama de su conciencia? Saber que mañana te vas a despertar sin conocer quien eres, quién es tu esposa, quién es tu mejor amigo, quiénes son tus hijos… ¡qué zozobra! En un mundo honesto, realista y nada mojigato debería ser posible marcharse, sin aspavientos, sin falsos sentimentalismos, con cariño, con amor por ellos, los que se quedan, y por nosotros; debería ser posible marcharse cuando uno deja de ser yo, un día que notas que definitivamente estás a punto de atravesar esa puerta. Yo, dueño de mi vida –el Estado jamás debe arrogarse lo que yo deseo o no hacer con mi vida–, en pleno uso de mis facultades etcétera, etcétera, etcétera…  

Y pese a todo, ¡qué incertidumbre!


miércoles, 10 de abril de 2024

Criatura bonita. En el Cercanías

 

Todas las imágenes del post pertenecen a cuadros de Chagall


El Chorrillo, 10 de abril de 2024

Ella era de tez negra. Yo había levantado la vista y me había encontrado con ese precioso semblante adornado con un piercing sobre el tabique de la nariz. Me puse las gafas de sol para poder observarla sin parecer indiscreto. Un regalo el rostro de esta mujer para este tramo de trayecto del Cercanías. Su tez morena, su mirada ausente con cierto aire de ensueño me acompañaron durante el viaje. Venía pensando en desarrollar una idea que había pescado en un comentario de José Luis Ibarzábal a mi post de ayer, pero la Belleza se cruzó en mi camino. Mas ello duró poco; cuando levanté la vista ella no estaba, se había bajado en Villaverde. Adiós, preciosidad.

Ahora sí puedo empezar. José Luis en un extenso comentario había citado a Saramago que hablaba de  la preocupación de su abuelo y abuela no porque que se tuvieran que morir sino por el hecho de que dejaran aquí solas todas las sensaciones, entorno, árboles, paisaje y criaturas junto a los que habían vivido. Se me hacía entrañable ese pensamiento de que dejemos tras nuestra muerte en absoluta soledad a esas que fueron nuestras sensaciones, nuestros amigos los árboles entre los que vivimos, las montañas que fueron nuestros compañeras de vida. ¿Nos echarán de menos cuando muramos?, me preguntaba yo.

En la estación siguiente sube un joven mendigo, “por favor ¿pueden colaborar?” Tendrá diecisiete o dieciocho años. Sostiene en una mano un taleguito blanco y en la otra un paquete de klinex. El dolor que un joven tenga que verse obligado a mendigar en este mundo del consumo y de la opulencia de tantos. Es indigno que una sociedad como la nuestra pueda tolerar este estado de cosas.

En Recoletos tomamos el camino de la exposición de Chagall. Chagall siempre es en mi memoria el final de un largo recorrido veraniego por los Alpes. En Niza terminaron algunos de estos recorridos montanos y cuando se me acababan las montañas, tras semanas y semanas de marcha, dos eran las cosas que atraían mi atención nada más pisar las calles de la ciudad, primero la cantidad de mujeres bonitas que paseaban por sus calles, una visión inolvidable después de dos meses y medio de asueto y de obligado celibato que hacía que vestido como iba, el macuto, la barba, los muchos días sin probar una ducha, todo aquel bonito mujerío adquiriera para mí cierto aspecto de aparición. Y segundo la necesaria visita al museo de Chagall y a sus cuadros de cariz religioso. Chagall me gustó siempre pero llegar frente a sus cuadros después de tantas fatigas, tantas tormentas, todo ese mundo que había atravesado como vagabundo a la búsqueda de mí mismo, me producía una infinita emoción. ¿Por qué? No lo sé. Hay algo en Chagall que cala dentro de mí de un modo muy especial.

Total, que a la exposición fuimos. Hoy mi ánimo no estaba tan en sintonía como en Niza; fue un recorrido agradable por sus sorprendentes colores y motivos, pero la espalda me empezó a doler de tal manera que apenas pude acabar de ver todo. De allí fuimos directamente al teatro Pavón. La Madre. La semana anterior habíamos visto El padre, interpretado por José María Pou, una maravilla, así que nos apuntamos a la segunda parte de la Trilogía, es decir, La madre. Un fiasco. Nunca me había sucedido que quince minutos después de comenzada la obra me revolviera tan inquieto en mi asiento como para querer salir pitando de allí. No pude hacerlo porque habría molestado a un buen puñado de espectadores. Una madre un poco loca que tras la crianza de sus hijos queda sola en el hogar sin otro aliciente para seguir viviendo que recibir una llamada telefónica de ellos y acaso una discreta atención por parte de su marido.

Así que de vuelta a casa en el cercanías retomé aquel tema de la muerte que Jose había comentado añadiendo unos versos de Borges. Eran versos muy densos sobre los que merecía la pena volver. No es santo de mi devoción Borges, que leyéndole con sumo placer, siempre me deja por un quítame de allá esas pajas un regusto que hace que lo coja con pinzas. Por ejemplo este verso con el que termina su poema: “Sólo me queda el goce de estar triste”, que bien que la tristeza sea en no pocas ocasiones un profundo sentimiento de encuentro con nosotros, sin embargo aquí deja la expresión de un pesimismo que no digiero bien. Otra cosa son los versos que siguen:

Un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar
.

Una oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor.

Que la muerte sea para Borges una oscura maravilla que nos acecha, otro mar, esa otra flecha que clavada en el corazón nos libra del sol y de la luna y del amor, es un modo grandioso de nombrar la muerte y su perversidad. Y en cuanto a decirnos que un instante cualquiera (no tan cualquiera, es cierto) es más profundo y diverso que el mar, lo que nos lleva es a considerar la insondable bondad que puede surgir en un instante en lo hondo de cualquiera de nosotros.

El Cercanías llega en este instante a Humanes. Se acabó. Hoy no da tiempo para más; llegar a casa y acostarse que mañana Toti me ha invitado a escalar en Patones y no me queda más remedio que madrugar. Espero salir de esa bien parado.