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jueves, 27 de febrero de 2025

¿Somos olas o mar? Mi amigo el petirrojo

 

Pero parece que mi petirrojo lo tiene claro, él lo que quiere es leer a Fielding o al Faulkner. Ahí le tenéis inspeccionando mi bliblioteca.


El Chorrillo, 27 de febrero de 2025

Va largo el texto de hoy, demasiado largo probablemente para unas prisas: la responsabilidad de la educación del ciudadano en relación con la política.

Me pongo a trabajar en un texto que dejé a medias anoche y de repente oigo un revoloteo cercano. Me vuelvo y, amigo, aquí tengo hoy la compañía de un pequeño petirrojo que se me ha colado en la cabaña. Tomo algunas fotos; va de un lado para otro y después hago intención de abrir la ventana para dejarle salir, sin embargo me lo pienso dos veces y decido dejarle aquí dentro para que me haga compañía. De momento se ha subido a lo alto de la estantería y está hojeando los tomos de Fielding, Flaubert y Carlos Fuentes. Lo mismo es un petirrojo aficionado a la buena literatura… De momento le he colocado un platito con alpiste y una taza con agua en el alféizar interior de la venta. Si tengo suerte lo mismo puedo convivir un tiempo con ese pajarillo dentro de la cabaña.

Los primeros momentos, intentando atravesar el vidrio de la ventana.

Al loro, que decían. Vengo defendiendo en alguno de mis posts, y siempre simplificando y circunscribiéndome al corsé que impone la longitud de un post y evidentemente a mi capacidad de reflexión, que los males de nuestro mundo democrático, que habría que escribir además entre comillas, derivan en su raíz de la ignorancia, es decir el problema de los males de nuestra sociedad, repito que hablo en general, están relacionados con la educación. Días atrás defendía en un post titulado Cambalache, creo, la idea de que el problema de la situación política que vivimos proviene no tanto de los políticos y otras instancias como de los ciudadanos que ejercen su voto, y por supuesto de los que no votan. Enrique Muñiz, el amigo del Navi con el que estos días pego la hebra, me envía por privado un largo comentario que apuesta en otro sentido y carga la responsabilidad del presente estado de cosas en los políticos. Su comentario, que difiere respecto a mi punto de vista, porque él parece cargar el problema sobre los hombros de los políticos, mientras que yo los cargo sobre los sujetos que ejercen su derecho a voto o dejan de ejercerlo, es el que motiva estas líneas y me da pie para seguir indagando en un tema tan de actualidad. A continuación el comentario de Enrique:

“El médico relaciona un síntoma específico con el resto del cuerpo, y a esto se le llama enfoque holístico. Para llevar a cabo este enfoque, el médico debe considerar tres sistemas fundamentales del organismo: el sistema nervioso, el endocrino y el inmunológico, los cuales interactúan entre sí y proporcionan una visión integral de la salud del paciente.

Si extrapolamos esta idea al ámbito político y a lo que mencionas en tu post de ayer: ”el problema no es solo que la extrema derecha esté ganando terreno a marchas forzadas, sino que la verdadera cuestión radica en la mentalidad de los ciudadanos que respaldan políticamente esta corriente”. Los ciudadanos somos como las olas del mar: nos mueven las mareas, y una ola insignificante poco puede hacer contra el movimiento de estas.

Dicho de otro modo, alguna responsabilidad tendrán los dos partidos mayoritarios de este país (y del mundo entero). Solo en nuestro país, estos partidos suman aproximadamente el 75 % de la Cámara. La pregunta es: ¿para qué se les ha elegido? ¿Para mayor gloria de sí mismos o para gobernarnos a todos? No cabe duda de que tres cuartas partes del Congreso hacen mal su trabajo o, dicho de otra forma, no saben hacerlo bien.

De aquí surge la comparación con los médicos: busquen ustedes la causa del avance de la extrema derecha. Si alguna parte de su mensaje político no es capaz de diagnosticar el problema, difícilmente podrá ponerle remedio, tal como lo haría un médico con el enfoque holístico.

Señores políticos, actúen y dejen de echar balones fuera”.

Y Bartola, que observó movimiento en la cabaña, allá que asoma su cabezota para ver a mi visitante

Mi punto de vista: Mi interpretación de la realidad en torno a lo que estamos comentando quizás tenga una influencia directa relacionada con mis treinta y muchos años de maestro de escuela y la relación que tuve con los padres de mis alumnos. La sensación que me produce esta experiencia es que es arduo en extremo sacar adelante una mente crítica en unos niños que viven enchufados a la televisión y otros entretenimientos en su entorno familiar, siempre hablando en general, poco o nada propicio para ello. Padres que trabajan demasiado y apenas tienen tratos con sus hijos, padres que compensan esa falta de estar con sus hijos atiborrándoles de entretenimientos varios. Padres así e hijos derivados de ese comportamiento son factores que van a determinar, por mucho que en la escuela queramos hacerles pensar, su actitud frecuentemente también acrítica. Siempre entendí que la base de una sociedad justa y de una convivencia aceptable se basa en la educación de sus ciudadanos.

Por otra parte en el plano social existen elementos determinantes como el descontento general, que en cierto momento busca algo diferente a lo ya visto, caso de Podemos y Vox, populismos de signo contrario que pescan en las aguas revueltas de que todo es una puta mierda y se agarran a un clavo ardiendo. Naturalmente existen otros muchos factores que determinan los cambios de orientación política independiente de la fideación de los que por tradición votan sistemáticamente algo; luego están los que votan atendiendo a sus intereses particulares y aquellos que atendiendo a los criterios de marketing diseñados por los partidos o grupos de presión, votan lo que les dicen, lo que les convienen o todo lo que contrario (la presión de los medios, ese gran poder puede hacer estragos). De los problemas de una educación acrítica a hacer a una parte considerable de la población carne de cañón de cualquier populismo que se le eche encima, hay un paso.

Así que si tomamos los problemas de déficit de educación en las bases del electorado, los interés económicos y políticos en juego y a sus representantes con sus respectivos objetivos, corrupción, protagonismo, intereses espurios, etc., lo que resulta es un cuadro complejísimo, en donde al enfoque holístico es extremadamente difícil de seguirle el hilo. Cabría hablar en ese sentido pues, a la hora de ver el peso que cada elemento tiene en el análisis, de la interrelación de los múltiples factores del conjunto y determinar sui generis en una primera aproximación el peso que los distintos factores tienen en la realidad global política.

Mi petirrojo está mosqueado, observad cómo me mira de reojo.

Y aquí es donde probablemente Enrique y yo estamos en desacuerdo. Mi idea es que ciudadanos educados capaces de elaborar un criterio propio en función de sus necesidades o de lo que entienden por justo o razonable para una aceptable convivencia –y por supuesto excluyo a aquellos de ya te puedes morir que a mí me importa un bledo–, es decir, ciudadanos conscientes plenamente de lo que hacen y para los que la propaganda, los mítines y demás serían peccata minuta a la hora de decidir su voto; ciudadanos de estas características, bien pertrechados contra los manejos y la manipulación, de ser mayoría, sin lugar a dudas darían la vuelta al tablero políticos y podrían ejercer un poder real y razonable a través de su voto.

Evidentemente en ese enfoque holístico no solamente entrarían los votantes y los votados, allá tendría que tener cabida la situación del momento que sea; (hoy por ejemplo la Iglesia Católica tiene un peso menor que hace 80 años, mientras que el poder económico y mediático sigue siendo determinante). Y en ese momento haríamos como los médicos, para hacer un diagnóstico y aplicar una terapia sería necesario atender al sistema inmunitario, al endocrino y al nervioso. En nuestro caso, los votantes, los candidatos, el poder económico, el judicial, la policía y el ejército (también), etcétera.

Aquí aburrido de dar bandazos y dispuesto a leerse el Viaje a Italia de Goethe.

En este punto corté mi respuesta al comentario de Enrique, era ya de madrugada, y pensé que mejor terminaba mis razonamientos en mi diario de jubilado. La población no son olas, le decía al despedirme de Enrique, aludiendo a la imagen que él proponía, las olas, nosotros, lo efímero del votante, olas que van y vienen al impulso del mar y los vientos, no somos nosotros; quienes realmente son olas son los políticos, que dependen constantemente de la masa marina, de los ciudadanos que les votan.

Anoche pensé continuar esta mañana con mi argumentación, pero repasando el texto veo que me he expresado lo suficiente para hacer entender que mientras no vivamos en una sociedad crítica, culta e interesada por resolver los problemas comunes de acuerdo a la lógica de la mayoría y, por supuesto, no olvidando a las minorías, el mundo seguirá como está, los asesinatos de Israel, la intemperancia del payaso de Trump, el circo de Milei y esa política de nuestra derecha que dedica la entera legislatura a poner palos en las ruedas del gobierno de la nación aquí y en Bruselas, en vez de buscar el modo de acceder a eso que llaman el bien común del país. Una buena educación que haga de esa gran parte del rebaño personas con la cabeza sobre los hombros. Los políticos y la representación parlamentaria, pues bueno, son lo que son gracias a la deficiencias de la educación.

***

Esta mañana tenía en el buzón del guasap una nueva respuesta de Enrique. Una continuación de nuestra conversación de anoche. Le he pedido permiso para publicarla –gracias, Enrique– y la incluyo a continuación con el deseo implícito de qué ójala fuéramos capaces muchas veces de conceder nuestro tiempo a este tipo de reflexiones, una herramienta indudablemente valiosa para orientarnos en la problemática de nuestro mundo.

El texto de Enrique Muñiz:

“Aun estando totalmente de acuerdo contigo en cuanto a la educación, habría que diferenciar entre lo que en nuestra República se llamaba Ministerio de Instrucción Pública, con su enfoque en la enseñanza de materias específicas como matemáticas, historia, ciencias, etc., y la educación integral de la persona, que incluye principios morales, valores y desarrollo social. Esta última no se limita solo a la escuela, sino que también involucra a la sociedad y a la familia.

Los mal llamados populismos, como VOX y Podemos... Hay que tener en cuenta que el populismo es un movimiento revolucionario ruso de finales del siglo XIX, promovido por Víctor Mijáilovich Chernov, ministro de Agricultura ruso y presidente de la Asamblea Constituyente, quien pretendía formar un Estado socialista de tipo campesino, contrario a la Revolución Industrial de Occidente. Los votantes deben ser libres, sin estar sujetos a ninguna fidelidad ni cautiverio por parte de los partidos, sin cortapisas a la hora de votar según su ideología.

Me reitero en el símil de las olas: las mareas son las élites, y nada podemos hacer contra ellas salvo mediante una revolución, algo bastante improbable en una democracia.

Donde dices que probablemente estemos en desacuerdo, te equivocas: estamos plenamente de acuerdo. Las fuerzas vivas y los poderes fácticos siguen en el mismo lugar, con mayor o menor poder de voto. El enfoque holístico yo lo distribuyo dentro del Congreso de la siguiente manera:

PP + PSOE = 136 + 122 = 258 (73,9%)

VOX + SUMAR = 33 + 31 = 64 (18,3%)

ERC + JUNTS + PNV + BILDU + BNG + CCa + UPN = 28 (7%)

Aquí tienes los sistemas: nervioso, endocrino e inmunológico. Realiza la ecuación como más te guste”.

Hasta aquí el texto de Enrique. Creo que no cabe prolongar más esta conversación, que presumo, quizás, sea muy larga, así que sólo dos puntualizaciones a sus últimas líneas: la ecuación deja fuera el factor determinante de la educación de los ciudadanos y otros muchos que entran en juego, entre otros porque el poder real no es cierto que esté en el parlamento, que debería pero que no está. Otro asunto de parecido calado es ese de que no exista otro camino para cambiar el mundo que una revolución, que a mí me parece cierto, pero que más pienso en la lenta revolución de la cultura, un proceso tan lento como esos recorridos que siguió Darwin en sus estudios, que en el concepto corriente al uso.

 

Y ahora sí, ahora puedo prestar atención a mi pajarillo visitante de mi cabaña, el petirrojo. Leí una vez que en el Reino Unido en ocasiones estos pájaros venían a comer a la mano después de habituarse a la compañía de alguna persona. Me encantaría…

De momento ya está aprendiendo a manejar el guasap del teléfono para llamar a su mamá.


domingo, 5 de mayo de 2024

Radical

 


El Chorrillo, 5 de mayo de 2024

La hora de la siesta. No es fácil comprender que no hay finalidad que valga para aquellos terrícolas que habitamos este planeta, que el único fin práctico es vivir el momento con la mayor paz posible y que acaso quepa en ese vivir el momento el modo en que organizamos el futuro, lo que ese futuro encandila a nuestro ser interior. Y sí es posible, pensar en un futuro en el cual la vida del día a día sea un suculento manjar, algo que apasiona y que probablemente tendrá que ver con la belleza, y con pasiones que nos dejen el alma en estado de buena esperanza, de recreo interior y recreo de lo que nos rodea. Buscar para un futuro inmediato un presente placentero lleno de tensiones, gozo de la naturaleza, diálogo con las estrellas y los elementos. En eso puede consistir ese futuro presente con el que el presente de la hora de la siesta piensa.

Y mientras aquél llega, hacer del presente otro tanto de lo mismo. Puro estar, puro contemplar el movimiento de las ramas de los árboles, el rumor de esa avioneta que en este momento cruza el aire. O gustar el cansancio de tus manos que durante un rato han forzado los muelles de cierto artilugio y que te va a permitir agarrarte con mayor garantía a las presas que recorren la fachada de casa hasta el alero del tejado. El cansancio, aunque sólo sea del esfuerzo de las manos, también es un estado de gusto y satisfacción.

Y cerrar los ojos y retener ese movimiento de hojas de los árboles que todavía vibra en el fondo de la retina. Sentir el cuerpo, la delgada sensación de bienestar que deja el ejercicio físico y los trabajos de la mañana en la parcela. Ahora es hora de descanso, de recoger acaso las impresiones que quedaron como flotando mientras trabajaba en la parcela.

 

La noche. Hasta aquí lo que había escrito después de comer y que nació sin más de mirar tras la ventana el movimiento de las ramas de los árboles. Ahora es la una de la madrugada y acabamos de ver una hermosa película que nos recuerda que acaso no todo está perdido y que hay esperanza, poquita, poquita, es verdad, para un mundo mejor. La película lleva el título de Radical y nos la trajo una cigüeña en el pico. Mi agradecimiento a Santiago Pino por ese bebé tan lleno de esperanza que nos habla de una educación en la escuela que todos los años de un siglo serán incapaces de traernos. Hablamos de los males del mundo, pero después de ver este film me reafirmo, como he pensado siempre, que el mundo no tendrá solución mientras nuestros hijos y nietos no tengan una educación… una educación… ¿Cómo calificarla? Una educación que nos haga pensar, que nos forme como personas, que busque en la profundidad del individuo la razón de su ser y de la realidad que le rodea.

Hoy se me hacía un nudo en la garganta contemplando secuencia tras secuencia lo que durante treinta y cinco años de ejercer como maestro intenté que fuera mi trabajo. Una escuela que enseñara a pensar y a desarrollar las propias capacidades, una escuela viva en donde los niños se sintieran en su propia casa, investigaran, escribieran historias, indagaran sobre los porqués del mundo y la vida; una escuela más allá del aula, una escuela viajera, pero sobre todo una escuela fuera, lejos de esa burocracia que ahoga la educación de los pequeños matando su creatividad y convirtiéndolos en niños de mantequilla. Niños en las manos del consumo, blanditos, caprichosos, niños que lo tienen todo a quienes padres y educadores ahogan en paños calientes.

Junto a la emoción que me producía el desarrollo de la película, por dentro me corría una indignación paralela que me recordaba la zafiedad, la ineptitud, la total incompetencia de tantos inspectores que conocí, casi todos ellos burócratas totalmente inoperantes y como cargados de una importancia que les hacía personajes ridículos de una película de ficción. ¿A quiénes les interesaba una educación real, crítica, forjadora de personas autónomas? Eso no existía en la escuela, en la escuela lo que contaba era un currículum y saber hacia donde meaba Fernando VII, si a izquierdas o a derechas.

Me indigna, me indigna ver tanto papaíto y mamaíta pendiente de su hijito, dándole todo lo que pide el churumbel, dejándole apenas espacio para desarrollar su propio mundo interior, ese que todos llevamos dentro y que necesita buenos maestros y educadores, pero que estando como está el mercado y obedeciendo a la ley de la oferta y la demanda lo que proporciona más que buenos educadores son émulos de ese mundo que estamos formando en donde los móviles, el consumo y la sociedad organizada del ocio dejan un rastro de esterilidad en las mentes de los futuros adultos.

Esto no es un texto, esto es parte del cabreo que me sale de dentro esta noche  ante la impotencia, una impotencia que viene abonada por la sensación de que poca solución tiene el mundo, la sensación de que los borregos son tantos, la sensación de que la verdadera educación importa un pito, la sensación de que día a día vamos cavando más hondo nuestra desgracia. Y lo que vemos a nuestro alrededor, Israel, EEUU, lo que se cuece en Europa, los intereses económicos, la cada vez más estrecha libertad, no son más que el resultado de una educación infame. En un mundo en donde la gente tuviera una educación de calidad, crítica, sabedora de lo que hace con su vida y con la sociedad, sería totalmente imposible el panorama que tenemos encima. Parece que aprendemos, que sabemos, pero es falso, nos llevan de aquí para allá como borregos. Conclusión: ignorancia, falta de educación. A ciertos poderes no les interesa una educación de calidad, ciertos poderes lo que están pidiendo constantemente son borregos, borregos para llevarlos de cabeza a las urnas, para que consuman a trochi mochi, para que no piensen. ¿Para qué educar para la libertad, para qué educar la creatividad, la autonomía… todo eso que tan molesto es al poder?  

¡Bah!, me voy a la cama. A uno sólo le queda el consuelo de saber que en muchas partes del mundo sigue habiendo maestros como el de la peli de hoy (una historia real), gente en la enseñanza, en la sanidad, en tantos lugares que pese al rebaño sigue con todas sus fuerzas creyendo y luchando por un mundo mejor.

 


domingo, 18 de febrero de 2024

Abre la puerta niña…

 

El maestro y sus alumnos en traje de faena antes de pintar la escuela

El Chorrillo, 18 de febrero de 2024

Abre la puerta niña, el día va a comenzar. Los ecos de Triana suenan en la noche como si fuera ayer mismo, noches de invierno en un pequeño pueblo de Asturias donde a veces quedábamos bloqueados por la nieve. Yo era entonces el maestro, el maestro de una pequeña escuela de un pequeña aldea, de un pequeño número de alumnos y alumnas. Habíamos llegado allí con el deseo de encontrar un entorno humano cerca de la naturaleza que nos acercara a la tierra, a los hombres, a los bosques, a una vida simple. Y allí empezamos a construir nuestra convivencia como pareja. Era una alternativa al deseo abstracto de vivir y experimentar otro tipo de vivencia diferente a aquella urbana que no nos satisfacía del todo. Comenzar el recorrido de la vida adulta, acaso palos de ciego, búsqueda, concretar qué queríamos hacer con nuestras vidas.

En la cabaña Triana suena a un volumen desacostumbrado que apenas me deja concentrarme en lo que escribo. Pero yendo a escribir sobre un asunto que había dejado a medias cuando encendí el PC, y habiéndome recordado Victoria a quién se debía cierta letra que me había venido a la cabeza, resultó ser aquel conocido tema de Triana, y siendo la música de Triana algo tan vinculado a aquel pasado en que empezamos a recorrer la vida juntos y a un ambiente que nos acompaña como un tesoro desde la memoria, me olvidé del asunto que me había llevado a encender el PC y ahora me embarga con un tema tras otro aquella música, Cae fina la lluvia por el camino, en este instante, y trato de encontrar entre las rendijas de la música el curso de los recuerdos. Una pareja que llega a un pueblo abandonado en medio de las montañas y los bosques. Una escuela que se caía, dejada a su suerte donde los niños utilizaban de váter el espacio tras la escuela parcialmente comido por las zarzas. La mina, les vaques, el humo de la chimenea vagando por los tejados de pizarra del pueblo, la lluvia interminable del Macondo de Cien años de soledad. Y al fin el pueblo movilizado para construir una fosa séptica con que  dignificar la escuela, los niños en traje de faena dispuestos para pintar y adecentar el aula. Recuerdos de una noche. Y cuando el barro del patio de la escuela quedó bajo una gruesa capa de grava y los retretes pudieron funcionar y pudimos dar clase con normalidad, y cuando hubo suficiente leña acumulada para el invierno y construida una chimenea en la vivienda del maestro en el piso superior del aula, Diálogo, fue el momento de las relaciones sociales, de jóvenes alrededor de la chimenea las noches del fin de semana, fue el momento de Triana, de Led Zeppelin, Pink Floyd, Eric Clapton… De una nana siendo niño.


La música sonaba en nuestra casa hasta las primeras horas del alba. La música de Triana abre los poros de la nostalgia. No exactamente nostalgia. ¿Pero cómo llamarla? El fuego de la chimenea, ocho, diez, jóvenes, alguna muchacha, la maestra, mineros que pasaban la semana en los oscuros túneles de la mina, Quiero contarte, un canuto pasando de mano en mano, canciones, historias del valle y la mina; allá, en lo alto del pueblo la única luz encendida era la de la casa del maestro, la lejana música bajaba desde allí sobre la aldea dormida, como brisa, como venida de otro tiempo.

Cuando los temas vienen atropellados a las yemas de los dedos. Hace un rato habíamos despedido en la puerta de casa a unos amigos con los que habíamos compartido la jornada, mientras allá a los lejos el sol cubría con su atenuado fuego de invierno el horizonte, Desnuda la mañana, la amistad, la conversación, los placeres del yantar. Podría escribir sobre ello, pero no, eso para mañana o pasado mañana, ahora estoy en Asturias. La música, como la quilla de un barco que se abriera paso en la noche, pide recuperar la emoción de haber vivido. Hoy también fue algo así, charlar con Pedro Mateo, con Carlos, con Pedro Nicolás, con Mar, con Cristina, con Victoria, es recuperar también la emoción que destilan los recuerdos. Vientos y lluvias asolan mi corazón cada vez que pienso en ti… Aquel tema, Hasta volver.

A veces cuando nos reunimos unos cuantos amigos es siempre inevitable tirar de la cuerda de los recuerdos. Es un modo de celebrar la vida. Aquello que tantas veces recordé por aquí; confesamos que hemos vivido cada vez que entre el primer plato y el segundo, entre el postre y el café, alguien saca de la chistera una anécdota, un nombre propio. La música, una conversación, el frágil vuelo del ala de la paloma hacen milagros, Hasta volver, iban diciendo que quería volar. Sueño y fantasía se vuelven a juntar.

Y allí, en una pequeña aldea de Asturias, donde sonaba en lo alto la batería de Led Zeppelin se mezclaba con la voz de Ella Fitzgerald o el saxo de Duke Ellington, Corre, donde las llamas ardían en una breve estancia en el edificio de la escuela, una nueva vida comenzaba. Y sí mientras tanto, Guille con sus tres años dormía profundamente pensando en aquello que le habían dicho sus padres aquella tarde, que para la siguiente primavera iba a tener dos hermanitos.

Yo quiero subir al cielo para comprender… Abre la puerta la puerta niña, el día va a comenzar...

 



martes, 4 de octubre de 2022

Lo que llevamos en nuestro corazón

  



“Cada cual ve lo que lleva
en su corazón”. (Goethe, Fausto)


Días atrás intervenía en una breve discusión sobre los crímenes que el franquismo ha dejado tras de sí y que respondía a una entrada de José Luis Ibarzábal titulada “No perdamos la memoria”. La entrada de José Luis me va a servir no para entrar de nuevo en las responsabilidades que competen a las facciones más reaccionarias de nuestra sociedad, sea por su implicación en los hechos, sea por las trabas que han puesto siempre desde las instituciones del Estado para que se investiguen todos los crímenes que el franquismo cometió tras el final de la guerra. No está en mi ánimo pasar página sobre hechos de lesa injusticia no esclarecidos, como defendía un comentarista allí, lo único que me invita a sentarme frente al teclado es el deseo de aclararme por qué el amigo X está tan interesado en tachar de parcial a alguien que lo único que hace es poner la fotografía de los asesinados bajo unas palabras que dicen: “No perdamos la memoria”, por qué X sin más información previa dice: “Te lo vuelvo a repetir, mirar el conflicto sólo desde un lado, nos hace miopes, partidarios y ajenos al rigor histórico”. Ergo, que a José Luis con su breve afirmación de cuatro palabras se le supone miope, partidario y ajeno al rigor histórico. Es decir, X de entrada presupone que el que ve correctamente, que no es partidario y se guía por el rigor histórico, es él.



Anoche había empezado a releer Fausto, Goethe naturalmente, y ya en las primera páginas me encontré esas palabras que encabezan mi texto “Cada cual ve lo que lleva en su corazón”. Enseguida me acordé de X, y con él de todos los que defienden ideas contrarias a las suyas, incluido José Luis Ibarzábal y yo mismo. Así que mi texto no va sobre la guerra ni sobre sus consecuencias colaterales, sino que lo que me intriga es esa tan diferente actitud ante la realidad y los hechos de la historia. Y quizás, pensé, esas palabras de Fausto pudieran servir de hilo de Ariadna para salir de esa cueva del Minotauro que es la oscuridad del conocimiento. Unas preguntas: ¿interpretan la historia reciente de España de la misma manera los señoritos de la calle Serrano de Madrid, que aquella otra gente de Vallecas; interpretan los del moco verde de Vox y de la izquierda en general los sucesos de la España de los años treinta, cuarenta y cincuenta de parecida forma? Los que tenemos muchos años podemos recordar perfectamente qué decían los textos de historia de la época, de ahí mamamos una interpretación de los hechos de nuestra historia reciente. Sólo que después nos hicimos mayorcitos, leímos, estudiamos y aprendimos de la falsedad de los textos escolares. Hay quienes llevan en su corazón para siempre la influencia de lo que mamaron en su infancia y en su entorno familiar y social, y están los que haciéndose adultos encontraron la verdad de los hechos en otros predios. Nunca será lo mismo, no obstante, haber nacido en el bando de los vencedores que haberlo hecho en aquel de los vencidos. Nuestro cerebro se conforma lentamente al calor de lo que tenemos alrededor, pero también lo hace con el estudio y la reflexión. Desde estos trampolines que son las influencias del entorno y nuestras experiencias, por un lado, y el estudio y la reflexión por otro, es de donde se van formando poco a poco nuestros sistemas de creencias.  

Ortega en Ideas y creencias afirmaba que somos hijos de nuestras creencias. Las creencias son aquellas que sentimos y defendemos como si constituyeran parte de nosotros mismos. Dice Ortega que uno sale a la calle y lo que espera encontrar allí como la cosa más natural del mundo son los peatones, los vehículos, los edificios, el sol acariciando en invierno las fachadas de la ciudad. Si alguien saliera del portal un día y no se encontrara ese panorama sufriría un shock, sus creencias se conmocionarían. Otra cosa muy distinta son las ideas que pueden ir y venir al empuje de nuevos conocimientos y nuevas experiencias; son entidades menores que pueden litigar entre sí sin que tengan excesivo peso en la percepción general de la realidad. Eso en un primer momento. Un ejemplo: yo me eduqué en un colegio de curas. Tenía muy asentadas la creencias religiosas al uso. En cierto momento de la adolescencia entro en contacto con los textos de Bakunin: Dios no existe, con los textos de Nietszche, con la teología de la liberación. Todavía soy creyente hasta la médula, pero sigo leyendo, sigo reflexionando, continúo cuestionando la educación que he tenido y al cabo esas ideas van entrando tan profundamente en mí que terminan convirtiéndose en creencias. Mi yo no podía quedarse quieto y de brazos cruzados ante todo aquello que habían metido en mi infantil cerebro, no podía quedarme indiferente cuando leía cosas como Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire, o tampoco podía mirar la historia de España como me la enseñaron después de leer a Paul Preston en Un pueblo traicionado. Con ejemplos nos entendemos mejor.

Cuentan obviamente los hechos objetivos, esos tantos a los que aludía sin más X, sólo que para explicar la realidad no bastan unos pocos hechos, se necesitan muchos y un buen helicóptero para desde arriba contextualizarlos y generar una visión de la realidad. Hay, existe, la tendencia de querer rebatir cualquier aserto sacando un ejemplito de aquí un ejemplito de allá; suele ser inútil ese procedimiento porque tendrás siempre enfrente un conversador que te sacará otros cientos de ejemplos. Un juego algo así como el cuadro de Goya de Duelo a garrotazos.

Creo que no debo extenderme más, así que sólo lo siguiente. Viajaba Descartes por Alemania en pleno invierno cuando le sorprendió una temporada de grandes nevadas. En consecuencia quedó bloqueado en una pequeña aldea. Allí mano sobre mano al fin tuvo tiempo para dar salida a una inquietud que le perseguía desde tiempo atrás. Necesitaba estar seguro de que sus pensamientos, lo que pensaba de la realidad, se correspondían con la verdad. De ahí nació uno de los textos más fructíferos de la historia de la filosofía: El discurso del método. Pasó el invierno empeñado en aclararse a sí mismo y establecer pautas que le llevaran sin dudas al conocimiento de la verdad.

Un espectador objetivo acaso no podría determinar en el asunto del primer párrafo quién podía llevar la razón. No pretendía yo tampoco decir en este texto quién llevaba la razón, José Luis Ibarzábal, yo o X, mi admirado amigo David. Sólo quería aclararme por qué David y yo disentimos en tantos asuntos religiosos o políticos. Creo que con este texto algo me he acercado al porqué.




domingo, 17 de octubre de 2021

Apuntes para mejorar el mundo

 


El Chorrillo, 17 de octubre de 2021

 

Tomé nota esta mañana de alguna idea pero al mediodía las tareas de casa me lo complicaron. La fosa séptica, que a falta de drenaje bombea periódicamente las aguas residuales, no funcionaba con regularidad y tuve que sumergirme en ella, cierto cague siempre dan estas cosas, una especie de cueva de Pedro Botero en donde los gases que se desprenden pueden ser peligrosos, amén de que si resbalas en la escalera caes en la pura mierda. Total, que entre que sacaba la boya, la válvula de retención y limpiaba los filtros y volvía a dejar todo en su sitio se me fue el santo al cielo y ahora teng0 que hacer un desacostumbrado esfuerzo para meterme dentro del asunto, porque si no te metes no hay manera de escribir algo medianamente pasable. Así que tomo aire.

El asunto viene de la impotencia que cualquier ciudadano bienpensante de a pie siente ante la aplastante evolución de un mundo que no le gusta, ante la injusticia o ante la mera estupidez que descubre día a día cuando pulsa unas teclas y se encuentra en la pantalla del ordenador alguna de las noticias. La sensación de impotencia es en ocasiones tan demoledora como para que a uno le entren ganas de salir corriendo y embarcarse para Marte. Dios me libre de volver a sucumbir a la tentación de poner nombres y apellidos a tanta estupidez que nos rodea, por no hablar de esa gente que camina y va apestando la tierra. No, me niego.

Me gustaría más ser optimista dentro del estrecho límite humano en que se desenvuelve mi vida, amigos, familia, gente con la que me relaciono. Ser consciente de la propia pequeñez debería alentar un optimismo a ese nivel mínimo en el que uno se mueve. Querer mejorar el mundo para cualquiera de los curritos que componemos la sociedad debería significar hacer lo que esté de nuestra mano para empujar en ese espacio la posibilidad de un mundo mejor.

Hace un par de días llegaba yo en mi paseo matinal al final de la lectura del libro que leía de José Antonio Marina (La pasión del poder) y fue un hallazgo encontrarme allí en las últimas líneas una de esas ideas que te ayudan enormemente a contextualizar, en este caso, la de que siendo pequeños y aparentemente insignificantes, todos con nuestro esfuerzo podemos contribuir al bien común que tanto se nos resiste. Contaba Marina esta breve historia “Un vecino visitaba los trabajos de una catedral en construcción y llegó al tajo donde trabajaban unos canteros que esculpían unas piedras. Se acercó a uno de ellos y le preguntó: «¿Y usted qué está haciendo?» «¡Sudando con esta maldita piedra que Dios confunda! ¡Qué asco de trabajo! ¡A ver cuándo suena la campana y nos vamos!». El paseante se acercó al segundo cantero y repitió su pregunta: «¿Y usted qué está haciendo?» «Lo que me han mandado. Un cubo de piedra para un muro». Por fin se acercó al tercero. «¿Y usted qué está haciendo?». El cantero respondió con entusiasmo: «¡Estoy construyendo una catedral!» Su trabajo era minúsculo, nunca vería terminada la catedral, pero sentía que estaba colaborando a un bello proyecto que le dignificaba”.

Algo así me comentaba hace días el amigo Antonio Montes a raíz de alguna de esas noticias que nos hace penosa la percepción de cierta realidad que vivimos. Esto escribía él: “Nos queda lo que siempre ha provocado cambios, ser minoría, ser esos granos de tierra que terminan haciendo montañas”, algo que con otras palabras volvía a decir ayer en su muro, que hablaba de la mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana. Le comentaba que a veces me da por pensar que en cierto modo a este mundo nuestro le empiezan a asomar por algunos resquicios luces de esperanza; aspectos que tenían buena pinta, buena pinta por las mujeres que van ocupando, por ejemplo, el plano político nacional: Mónica Oltra, Yolanda Díaz, Mónica García, Ada Colau... Estamos necesitados de esa feminidad inteligente y valiente, le decía,  que falta en nuestra vida política y que estando presente en otros momentos, como en los hechos del artículo, apenas llegamos a conocer. A lo que él me contestaba: “También está en nosotros poner un granito de arena intercambiando conocimiento y difundiendo esa feminidad valiente e inteligente”.

Aspiramos siempre a cambiar el mundo desde arriba, una revolución, unos cambios radicales que restablezcan esos olvidados criterios de justicia que deberían presidir la convivencia en cualquier sociedad grande o chica, que con frecuencia es como recurrir al espíritu primitivo que invocaba de los dioses la atenuación de nuestros males pidiendo agua para las cosechas o fecundidad para las mujeres. Siempre dioses, políticos, organizaciones sindicales, si no malandrines, en los que depositar la resolución de nuestros problemas. Y como tenemos prisa en ponernos a resguardo, la casa por construir la empezamos por el tejado, olvidando que todo cambio real de una sociedad será siempre una quimera si  no comenzamos por los cimientos, por el individuo, por lo que estos desde su humilde condición hacen con su comportamiento, su modo de pensar, su honestidad, su sentido de la justicia.

En España hay más de tres millones de ciudadanos que votan la infamia, ciudadanos dispuestos a seguir la música de la flauta de aquellos que son pura peste, pura basura en el seno de nuestra sociedad. Ignorancia, egoísmo, bestialidad se pueden adueñar de las almas  cuando alguien es capaz de escarbar en lo peor que tiene el hombre dentro de sí. Pero también puede suceder lo contrario. Y quizás sea ese el tajo en que nos corresponde estar. Granos de arena que terminan haciendo montañas, que decía Antonio.

He contado en alguna ocasión una historia recogida en algún libro sobre taoísmo. El escenario: una pequeña aldea rodeada de montañas en donde nunca llega la luz del sol. Una mañana temprano los aldeanos ven atravesar las calles del pueblo camino de las montañas a un anciano que empuja una carretilla con un pico y una pala. ¿A dónde va usted?, le preguntan los paisanos. Voy allí arriba, a la montaña, a picar para quitarla de en medio”.

Evidentemente no vamos a quitar la montaña a pala y pico, pero está en nosotros, como decía Antonio, poner un granito de arena intercambiando conocimiento y difundiendo esa feminidad valiente e inteligente, por ejemplo, o tratando de conformar en nuestro entorno inmediato un clima que contribuya a ese conocimiento general que necesitamos para saber a dónde vamos y qué queremos.

El libro de José Antonio Marina termina con esta corta frase: “Dejo de escribir para irme a pensar qué tipo de cantero soy”.

 

 

 

 

 


viernes, 22 de enero de 2021

La degradación de la escuela

 

Mis alumnos en la antigua unitaria de Gedrez (Asturias) en traje de faena dispuestos a adecentar, pintar y hacer digna una escuela totalmente abandonada por la desidia de la Administración. Aquello por entonces lo llamábamos escuela activa. 


El Chorrillo, 23 de enero de 2021

 

Recibo esta mañana un guasap del amigo David de Esteban, maestro de vocación, que vuelve a levantar las heridas que siempre suscita en mí la degradación que sufre la escuela en nuestro país desde hace algunas décadas. El artículo lleva el título de Réquiem por los maestros  y hace un recorrido por esos dos caminos divergentes que son la escuela que podía hacerse hace años, que aunque no la practicaran todos los enseñantes permitía a muchos tener claro que las tareas de la escuela no debían circunscribirse a las cuatro paredes del aula, que la escuela debía enseñar a pensar, a saber leer con propiedad, a ser creativos, que la escuela debía fomentar el esfuerzo individual; y en el otro la tendencia de la escuela actual centrada en una alta burocratización por parte de la Administración a la que no parece interesar el desarrollo del pensamiento ni la creatividad ni el desarrollo de la autonomía de los alumnos, a lo que se suma una generación de padres, de papis y mamis bien comidos aquejados de un proteccionismo imperdonable y para los cuales sus hijos son una preciosa joya que tener metida dentro de una urna de cristal para que no se constipen o cojan frío. Niños que no pueden salir al patio a jugar con la nieve porque se enfrían, niños que si tienen problemas los culpables no son ni los padres ni sus hijos, sino los maestros que los atienden, que no comprenden suficientemente bien a sus hijitos del alma.

En nuestra familia cercana de doce hay tres maestros, esa palabra tan bonita, y frecuentemente, el tema salta en nuestras conversaciones. Estamos de acuerdo en muchas cosas pero también disentimos. Frecuentemente les comento cómo observo que poco a poco, tal un sauce inclinado por el fuerte viento, tantos profesionales de la enseñanza que eran netamente progresistas y críticos se van doblegando al Sistema al punto de asimilar una pedagogía que treinta, cuarenta años atrás era impensable porque entonces no vivíamos en una sociedad de mantequilla y era posible hacer una escuela acorde con las necesidades de autonomía y del saber de los niños. Cierto que el giro que está tomando la sociedad y la Administración no depende de los maestros, pero cuando observo que tengo que emplear mucha energía para hacer valer, por ejemplo, la pedagogía del esfuerzo, cuando observo que niños de Primaria están abocados a ser repetidores de esquemas, que apenas escriben y expresan sus ideas, un conducto que nosotros utilizábamos como herramienta de choque para enseñar a los alumnos a dar valor a su mundo a través de una correcta sintaxis; cuando observo esta resistencia a admitir la prioridad de estos valores educativos, entiendo que difícilmente la escuela va a levantar cabeza en el futuro. Una escuela a la que falta una educación en la responsabilidad, en el esfuerzo, la conciencia de que los niños ni son tan imbéciles ni tan blanditos como para que haya que tratarlos con algodones, está condenada a seguir dócilmente los mandatos del mercado social en que vivimos, que no parecen otros que ese que se sigue en otros mercados, la adulación al consumidor y el ceñirse a los valores en boga, y que condenan a la sociedad a vivir en un mundo donde unos pocos, los propietarios de la megafonía universal, van a seguir dirigiendo este enorme y obediente rebaño que constituimos los habitantes de este planeta. Claro que no todos, faltaría más, pero sí un buen número, el suficiente para que su influencia en la educación de las nuevas generaciones lleve a éstas tras los flautistas de siempre.

El Sistema poco a poco nos va engullendo. El Sistema, ese monstruo que intuimos a través de las portadas de los periódicos representado en las gilipolleces de algunos políticos, en los grandes detentadores del poder, en los hábitos de consumo, en una sociedad paternalista y poco dada al análisis de la realidad porque está subsumida por el eco de los medios, tiene una enorme capacidad para fagocitar todo lo que de bueno nace en su seno y en su lugar aplastarlo con disolutas basuras de partido o consumo.

A pocos interesa una sociedad justa en donde el objetivo esencial sea la educación y felicidad de la mayoría, porque eso sería una merma para el negocio o una disminución en el porcentaje de los votos. De ahí la traca en que vivimos: no enseñéis a pensar a vuestros alumnos que eso es peligroso para el Sistema; no les habituéis al esfuerzo, porque eso crea personas fuertes y autónomas, otra cualidad indefectiblemente peligrosa para el Sistema y todos aquellos que se nutren de él como sanguijuelas; no les enseñéis a asomarse a la Historia de una manera crítica, que entonces se enterarán de que los Borbones no fueron más que una panda de aprovechados e inútiles a lo largo de todas sus generaciones; no saquéis a vuestros alumnos a los bosques, al campo porque eso dispersa la concentración que deben tener en asimilar que Felipe II el albañil fue quien construyó El Escorial y Franco el que nos liberó del comunismo y del contubernio judeo masónico. Puaf…

Me cansé. Me voy a leer un rato, que sospecho que como me descuide este asunto va a hacer que la indignación me dispare la tensión una vez más.

 


martes, 10 de noviembre de 2020

La condición anfibia de la educación concertada

 


 

El Chorrillo, 10 de noviembre de 2020

  

Decir que alguien es contradictorio a modo de reproche, porque no es coherente en todas sus decisiones con ideas expresadas anteriormente, es una constante argumental  que se encuentra frecuentemente en aquellos que intentan echar abajo las razones de alguien en base a la incoherencia que contiene su comportamiento. Anoche me lo encontré sin ir más lejos en un largo post de mi amigo David que arremetía contra la reforma en ciernes de la escuela concertada. Mi primera intención al empezar a escribir venía dada por la idea de hacer una defensa de cierto grado de incoherencia en la que vivimos casi todo el mundo. Nos jode lo de Amazon porque deja con el culo al aire a los pequeños comercios, pero seguimos comprando en Amazon, yo en particular que vivo en mitad del campo y me llega desde cualquier parte del mundo lo que necesito y por tanto, entre otras cosas me protejo del Covid no saliendo de casa; necesitamos echar abajo los argumentos de alguien y en vez de servirnos de otros argumentos, señalamos la incoherencia de ese alguien que defiende la escuela pública pero lleva a sus hijos a una escuela privada o concertada… A ese tipo de cosas quería referirme, pero en el camino me encontré con otro asunto al que enseguida desvié mis preferencias: quise aclararme sobre la sinrazón de la existencia de una escuela concertada en un país donde la enseñanza pública ha venido siendo esquilmada de profesores desde hace décadas por razones presupuestarias. En una situación así ¿es lógico seguir derivando cuantiosas partidas del presupuesto común hacia una escuela privada, que bajo el nombre de “concertada”, atiende netamente a intereses privados?

 En su escrito David dice entre otras cosas que la tal reforma trata de arrebatar a los padres el derecho constitucional de elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos, algo que en absoluto es cierto, ya que en nada se privaría a los padres de tal libertad en el caso poco probable de que se suprimieran los beneficios que las empresas privadas dedicadas a la educación reciben del erario público. Erario público que obviamente, como su adjetivo indica, debe atender a lo público y en mucha menor medida a lo privado. Un hecho marginal en todo caso de lo que pretendo poner de relieve aquí, y que viene dado porque David, buscándole las cosquillas al sistema y a las ideas en sus propias contradicciones, a continuación menciona el hecho de que la ministra Isabel Celaá, eligiera para la educación de sus dos hijas un colegio concertado. Dice David, tras mostrar esta fragrante contradicción de la ministra que, predicando una cosa hace otra, que le agradece la confianza que en su momento mostró hacia la enseñanza concertada en la educación de sus hijas.

Creo que para mayor claridad de los asuntos no conviene mezclar ideas y usarlas de manera indiscriminada a la hora de apuntalar un tema cuando ambas no guardan relación. Deducir que la ministra ha mostrado su confianza hacia la enseñanza concertada, así en general, por el hecho de llevar a sus hijas a una escuela concertada, creo que es argumentar en falso por la sencilla razón de que de quien se recibe la educación no es de un ente abstracto bajo el que se pueden cobijar ideologías, elitismo y una posible concepción de la educación ajena a un servicio público esencial que debe prestar el Estado, sino de unas personas de carne y hueso. Antes de cualquier argumento, creo, en pro o en contra de una escuela pública o privada merecería la pena dejar bien sentado que lo que queremos para nuestros hijos es una educación de calidad, venga ésta de donde venga. Yo abogo en términos generales por la escuela pública, pero no me ruborizaría en absoluto si hubiera decidido llevar a mis hijos a determinada escuela privada, y fundamentalmente porque la educación/enseñanza esencialmente la imparten personas concretas, que pueden ser incompetentes, indolentes y vagas y no importarles un comino el trabajo que están haciendo o bien, puede suceder lo contrario. Así que para mí de entrada ni pública ni privada, la opción es otra, la de que mis hijos estuvieran bajo la tutela de un buen profesional a cuyas cualidades profesionales se sumaran un puñado de cualidades personales y morales. Mis tres hijos fueron en EGB alumnos míos en el colegio donde daba clase. Años más tarde las rutinas del reparto de aulas por los profesores hizo que mis hijos cayeran en manos de un profesor de moralidad y competencia muy dudosa. No hubo otra opción entonces que sacarles del colegio y buscar otro en diferente localidad, unos profesores que estuvieran en la línea de calidad educativa que buscábamos para nuestros hijos. Creo que fue una actitud razonable incluyendo la posibilidad de que el costo de nuestra decisión fuera oneroso y pudiera desequilibrar nuestro presupuesto familiar. Pretender por nuestra parte que el Estado hubiera asumido los gastos de educación de nuestros hijos porque no nos gustaba en las manos del profesor en que habían caído, lo hubiéramos considerado inadecuado y poco moral.

Reestableciendo el hilo de la argumentación yo apuntaría en primer lugar a ese principio fundamental de la libertad de los padres a elegir el tipo de educación que puedan desear. Y siguiendo éste, si prefieren, de parecida manera a como algunos optan en sanidad por Sanitas, Adeslas o el hospital Quirón en lugar de por la Seguridad Social, no poner ningún inconveniente en que los padres busquen una educación para sus hijos en el ámbito de las empresas privadas (De Google: “La empresa privada es una entidad con fines de lucro cuyos propietarios, o accionistas mayoritarios, son personas o instituciones particulares) cuya finalidad es la obtención de beneficios, o en otros casos particulares el adoctrinamiento para los pupilos en determinada línea ideológica que los padres puedan encontrar afines a sus deseos, algo justo y lógico, pero de asumir económicamente por propia coherencia interna por dichos padres. Hasta aquí la obviedad de que la libertad de elección de centro está garantizada por el Estado acorde con la Constitución.

¿Qué es lo que sigue? Lo que sigue simplemente es que aquellos que prefieren una determinada educación acorde con sus ideas, su bolsillo, su elitismo, la clase social o religiosa a la que pertenecen, deseando una particular educación para sus hijos, pretenden que esta singular predilección sea sufragada por el Estado. A mí no me gusta la sanidad promovida por el Estado y entonces me busco otro modo de solucionar mis problemas sanitarios en el ámbito de lo privado… y además que salga de los Presupuestos Generales del Estado. Como argumento esto parece tan simple y a la vez tan fuera de razón que cuesta entender cómo tantas personas, pretendiendo anexar la libertad de elección de centro al hecho de que el Estado corra con sus particulares predilecciones, tratan de confundir a lectores despistados que no caen en que todo privado deseo debe ser asumido monetariamente por quien busca particulares y personales servicios.

¿Sucederá como siempre que el Estado tenga que socializar los agujeros de la economía privada, atender a los intereses concretos de grupos de presión y de personas mientras se desatienden los intereses generales de la comunidad? España es un país donde el respaldo a los privilegios de todo tipo, clase, condición, ideología, clero, un largo etcétera, ha sido una constante a lo largo de toda nuestra historia. Se degrada la sanidad pública a favor de la sanidad privada; luego llega el Covid, y ahí vemos el resultado. Con la enseñanza sucede otro tanto de lo mismo. Las ratios de alumnos por aula se han disparado a la alta en las últimas décadas hasta cifras inconcebibles en vez de seguir un sentido inverso que permita una educación más personalizada y no la masificación con que se incrementan las aulas. En esta situación ¿qué hacemos?, ¿seguir subvencionando a las empresas privadas, a las entidades con fines de lucro, en lugar de procurar un sistema educativo de calidad para toda la población?

 

 

 

 

 

 


lunes, 8 de junio de 2020

Valor, ¡pensemos!



 

El Chorrillo, 9 de junio de 2020

 

El capítulo del libro que leía está tarde lleva este título: Ilustración. Corresponde a la Crítica de la razón pura, de Kant. Le decía a una amiga por guasap que nunca me vi inclinado a leer a Kant porque pensé que me iba a suponer mucho esfuerzo y se me iba a escapar una parte importante de su discurso. Si no fuera tan mayor, añadía, lo mismo me ponía a la tarea. “Ilustración, dice el autor, es la salida del ser humano de su minoría de edad, de la cual él mismo es culpable. Minoría de edad es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin dirección de otro… Pereza y cobardía son las causas de por qué una parte tan grande de seres humanos, después de que ya hace tiempo que la naturaleza los declarase libres de dirección ajena, no obstante gustosamente permanecen de por vida menores de edad; y de por qué a otros les resulta tan fácil erigirse en sus tutores”.

En no pocas ocasiones la realidad que se te pone delante de los ojos, mis reflexiones, y reconociendo de entrada mi alto grado de ignorancia, me llevan a considerar a un porcentaje altísimo de ciudadanos de mi condición como personas con una edad mental no superior a los nueve o diez años. Sí, ya, que ya te estoy viendo, Marichu; pero déjame un momento explicarme, ¿eh? Quizás fue una idea que barruntaba y que no fui capaz de expresarla hasta que me la encontré plasmada en un pensador de la actualidad del que olvidé su nombre. El término que aquel autor usaba para expresar la razón de tal circunstancia era el de indolencia. Que un adulto, explicaba, no sobrepase la edad mental de un alumno de primaria, no se debe a otra cosa que a su incapacidad para superar determinado estado de pereza que le imposibilita para pensar con mediana lucidez sobre un asunto concreto. El autor aquel y herr Kant parece que tenían la misma idea sobre el asunto.

La pereza, culpable de que arrastremos en tantos momentos de la vida un pensamiento infantil, que no se desarrolla por falta del ejercicio imprescindible del acto de pensar, se adjudicaría así, si la proposición fuera cierta, el liderazgo de muchos de los males que nos aquejan como ciudadanos condenados a vivir en una comunidad que, falta de dirigentes debidamente respaldados por cabezas pensantes, se ve sometida a la aleatoriedad que la propaganda y los manejos de los que sí piensan; sometida la pereza, recuerdo, a los fines de estos últimos, que obviamente pueden no tener en absoluto nada que ver con los deseos de aquellos que les eligen, pero que delegan el trabajo de pensar a los primeros que sepan llenarles el cerebro de pajaritos.

De momento voy a tranquilizar a mi amiga Marichu, porque con un párrafo así, tan agresivo, seguro que se mosquea conmigo. Mira, te explico. Yo no es que me considere muy cortito, aunque algo de ello sí haya; conocido es que cuando meto las narices en algún libro un tanto difícil, de filosofía, sin ir más lejos, ya sabes que me veo en apuros. Así que no te pienses que me la doy de listo; aunque esté seguro de que muchos andan más cerca del chimpancé que de una persona inteligente, también soy consciente de mis limitaciones, así como del alto grado de formación y cultura que germina en todos los rincones de nuestra tierra. Trato simplemente de aludir a un hecho que, concretamente en España, está resultando fundamental para que el gobierno de la comunidad se ejerza con las garantías debidas de lógica y sentido común.

Si en nuestro país despachamos los aspectos emocionales que nos llevan a atacar determinadas actuaciones del ejecutivo, con la pasión de la lógica futbolera de si tú perteneces al Madrid, yo al Atléti o tú al Barcelona, toda la colección de hooligans que pueblan el abanico político; si descartamos ese aspecto emocional y nos atenemos escuetamente a cómo razona la población en términos porcentuales respecto a asuntos concretos como la actuación sanitaria, la renta mínima, el funcionamiento del poder judicial o el comportamiento del ejecutivo, uno se lleva las manos a la cabeza. Se lleva las manos a la cabeza porque con sólo asomar por Twitter, no digo ya por los periódicos de la caverna en donde cosas tan graves como el comportamiento criminal de los gestores de la Comunidad de Madrid impidiendo derivar a los ancianos enfermos a los hospitales, no existe, porque durante una semana ninguno de sus periódicos se dignó incluirlo en sus portadas; con sólo asomarte al Twitter el panorama que encuentras, dejado al lado, ya digo, a los hooligans, lo que hallas es que el ejercicio de pensar de tanto analfabeto funcional no llega ni para que les adjudiquen más que una edad mental de diez años. Y hablamos de gente que entra en las redes y que parece que saben leer y escribir, al menos funcionalmente.

 Luego están, eso sí, los que de sobra piensan pero cuya ideología e intereses, o les impiden ver la evidencia de los hechos, o están volcados en hacer prosélitos, sea porque ello incrementa misteriosamente las cifras de sus cuentas bancarias, sea porque en toda la vida no conocieron otra cosa que no fuera el entorno del barrio de Salamanca.

Soy bastante pesado con eso del flautista de Hamelin y los votantes de Vox siguiendo dócilmente las tonalidades del caramillo, pero es que lo tengo clavado. Ahora, cuando voy al supermercado lo único que parezco ver son mascarillas con la banderita del país. Lo mismo dentro de poco soy yo el que tiene que ir al psiquiátrico porque ve alucinaciones. El caso es que lo que nunca llegaré a entender es cómo gente de barrio o gente de los alrededores de donde vivo pueden estar tan engañados y obcecados como para ir al supermercado con una banderita bordada sobre la mascarilla. Unos cuantos me encontré el otro día, un espectáculo que produce temor porque todo el mundo sabe qué es eso del fascismo y a donde llevó al mundo esa pasión en los años treinta de Alemania.

El adoctrinamiento funciona, sí señor. De conocimiento de historia, nada; de analizar y pensar, ni flores; de razones de justicia tampoco… sólo es cosa de levantar el pendón, ponerles una bandera de España delante, darle a la manivela de la música del flautista de Hamelin, y ya tienes un fascista de nuevo cuño en tu barrio. Mentes maleables… ¿Cómo se puede ser tan ciego para que una bandera y un discurso lleno de odio pueda atraerles como si aquello fuera un tarro de miel?

Pobres de nosotros que podríamos aprovechar la vida trabajando codo con codo para que cada uno encontrara su hueco en el mundo o pudiera bailar su alegría en la plaza del pueblo sin que molestara al vecino, pero no, hay quien se empeña tanto en poner las cosas difíciles… eso cuando no lo que esconden es el deseo íntimo de querer hacer jabón con el prójimo, que por haber, haylos.

En fin, eso: Valor, ¡pensemos!









domingo, 17 de mayo de 2020

Hablemos, che, de educación.







El Chorrillo, 17 de mayo de 2020

 

Me dices, che, que ya me ves liado con otro asunto nada más levantarme. Qué remedio. Ya te veo, me dirás que soy un peñazo pretensioso con esto de sacar punta a la cosa cotidiana con cualquier pretexto, total un maestro escuela, que decían en mi pueblo, que quizás lo único que tiene de malo es su afición a leer de vez en cuando algún libro. Además, luego te cuento, che, que ayer me dio por pasearme por las páginas de un filósofo, un tal Michel Onfray y encontré allí algo con que pasar la mañana escribiendo, y eso sin contar con el artículo compartido por el amigo Vinches que hablaba de la educación de los jóvenes y de las mascarillas como si estos necesitaran tener siempre un papaíto que les dijera si el condón se lo tienen que poner en la pilila o en la punta de la nariz y que me hizo a mí pensar que ya está bien de recurrir al tópico de que nuestras desgracias se las debemos a que otros nos hayan enseñado o no esto o lo otro. Y es que, che, pareciera que una vez alcanzada la edad adulta no tuviéramos otra que echar la culpa de nuestras deficiencias al vecino cuando seguramente a quien tendríamos que responsabilizar sería a nuestra gandulería que no se molestó en cribar lo que la educación previa le había echado encima. Que si la educación que tuve de niña era muy machista, que si los curas o las enseñanzas franquistas tienen la culpa de esto o lo otro. En fin, esas cosas.

¿Alguien ha visto una campaña dirigida a nuestros jóvenes?, escribía la autora del artículo al que me refería más arriba. Dejando aparte las maneras de la responsable del artículo, la progresía que habla con suficiencia de esa mayoría que tienen máster autodidacta en covid-19, pero que no oculta ella misma su máster en conocimiento de lo que piensa o no la totalidad de la población, sean estos jovencitos salidos del cascarón ayer mismo o nonagenarios, lo que realmente me llamaba la atención era su recurso a la necesidad de que la Administración nos enseñara, nos guiara, nos indujera a hacer esto o lo otro.

Ya sabes, che, me sucede que a veces me siento como un alumno de instituto al que un profe de filosofía progre le ha picado con el aguijón de la curiosidad hasta el punto de disponerle cada mañana a ocupar su ociosidad con lo primero que le viene a mano. Sí, ya sé, me dirás que a veces tomo el rábano por las hojas con tal de iniciar mis irresistibles ganas de parloteo. Por qué negarlo. También eso es cierto. Inevitablemente esto del encierro trae consigo ese tipo de enfermedad que uno no sabe si es verborrea o simple reflexión. Vamos al caso.

Se pregunta Onfray que, considerando al chimpancé y al hombre genial los extremos del estado de evolución por el que ha corrido la humanidad, por el lugar en que cada uno ocupamos en esa línea de la evolución entre la animalidad y la genialidad: ¿Dónde estamos, dónde está cada uno entre esos dos extremos? ¿Más próximos de la bestia o del individuo genial? Pero el autor no se conforma con invitar a cada uno que defina en sí mismo el lugar que ocupa en esa línea, también ejerce la pedagogía afirmando un par de páginas más adelante lo siguiente: “Cuanto mayor es en el hombre la adquisición intelectual, más recula en él el mono. Cuanto menos saber, conocimiento, cultura o memoria hay en un individuo, más lugar ocupa el animal, más domina, menos conoce la libertad en el hombre”. Agárrate, che, que vienen curvas, porque si aquí, hablando en castellano, este entrecomillado lo quisiéramos traducir al lenguaje de Cervantes en lo referente a la globalidad de la población, que escasamente lee, que porcentualmente prefiere ver programas de televisión basura, o población en la que un altísimo número de ciudadanos siguen la música del primer flautista que les sale al paso, la posibilidad de que las cercanías del barrio en donde habitan los chimpancés crezca hasta alcanzar una cantidad de concentración poblacional insospechada es alarmantemente grande.

¿De qué parte estamos cada uno más cerca, del chimpancé o del hombre extraordinario? Yo me enrollaba el otro día comentando algo de aquel artículo de la periodista progre en el sentido más tradicional. Decía que no todo lo podemos echar en el cesto de esos "alguien" que debieron educar a los jóvenes. El ser humano, como cualquier otro ser debería crecer también sobre la base de su capacidad de razonar y saber que tiene que crecer como persona. Hablaba de que la rebelión y el cambio no surgen, al menos no siempre, de la orientación que la sociedad da a sus jóvenes, sino que precisamente surge de su cuestionamiento. Si tratamos a los jóvenes como disminuidos mentales a los que la Administración o quien sea debe decir esto y lo otro, creo, que seguiremos abonando la posición que los mantiene más cerca de los monos que de los hombres que se crearon a sí mismos, que reflexionaron y trataron de sustraerse a la animalidad con el esfuerzo de su inteligencia.

 Creo que subestimamos la fuerza intrínseca que tienen los jóvenes para, como cualquier animal no caer en trampas y, por supuesto, progresar en el camino de su propia perfección. No podemos estar siempre delegando en una educación que no se ha recibido. De hecho, ¿no hay montones de jóvenes que son un ejemplo para la sociedad entera? Estamos estancados en la configuración de una campana de Gauss que recoge en su parte más abultada los sonidos de un badajo que los adormece y les impide estar a la altura de una exigencia de autoformación, educación que es imprescindible para que el ser humano sea cada vez más humano, más consciente de sí y de las finalidades de la sociedad en la que crece. ¿Cómo de una sociedad tal que la nuestra, asentada mayoritariamente en valores como el interés individual puede salir una mayoría responsable y solidaria? Probablemente la educación de la calle y de lo que nos rodea tenga mucho más peso que cualquier enseñanza reglada en lo que se refiere a nuestra formación. Vamos, el cuento de qué fue primero, la gallina o el huevo. Si la sociedad no puede educar al individuo porque la sociedad en su conjunto en ningún caso es ejemplo de civilidad y responsabilidad y el individuo se educa principalmente del ambiente, la televisión, la calle, los medios de comunicación, los amigos, ¿quién es el que realmente puede educar al individuo si no es él mismo, los libros y su capacidad de razonar?

Ortega y Gasset decía que el mundo no progresa al empuje del esfuerzo y los descubrimientos de sus mentes más privilegiadas, que esencialmente el progreso venía de la riqueza que el resto de la población podría aprovechar de los primeros, una población que por otra parte siempre irá al rebufo de las personas más capaces. Si esto es así, que parece que lo es, lo único que cabe es que el individuo, haciendo uso de su capacidad de discernir, razonar, cribar y en su capacidad también de perfeccionarse a sí mismo, se aplique a la lectura, al estudio y la reflexión sobre la realidad para, sacando sus propias conclusiones, ir empujando esa carreta que las mentes más preparadas van amueblando con pequeñas verdades salidas de la experiencia de muchos siglos, para forzar más y más, y engrandecer la distancia que nos separa del mono.

 Estamos, che, como decía esta mañana un analista en Menéame, en la esfera de lo decidible, es decir en las precondiciones lógicas para construir una democracia sostenible que entre otras cosas nos aleje del chimpancé y haga del acto de pensar un correlato del bienestar personal y social.