El Chorrillo, 2 de enero de 2023
Eran versos de Robert Lowell, unos en que alguien
comía ensaladilla rusa con las manos. Comer con las
manos evoca en mí lejanos viajes por Oriente y países árabes de África y Asia.
Esa clase de hábitos que siendo los más naturales del mundo, cuando te
trasladas de cultura te pueden hacer aparecer como un bárbaro si lo pones en
práctica.
Por estas latitudes ya vamos asimilando que eso de
comer con palillos puede ser hasta un signo de distinción, una elegante manera
de llevarte el yantar a la boca, pero lo otro, eso de comer con las manos, Dios
nos valga si se te ocurre hacerlo en un restaurante concurrido. Limpiarte el
culo con agua y con la mano a muchos seguro que les daría dentera mientras que
al otro lado del mundo es la manera más obvia de dejarte el trasero limpio. En Los
papalagi, una obra divertida y fresca que recoge los discursos de un jefe
samoano a su tribu, se da también este tipo de extrañeza, ahora vista desde la
otra parte del mundo, cuando el jefe samoano percibe que todos los europeos que
pasan por aquellas tierras cuando se suenan la nariz se guardan el moco en el
bolsillo, algo que hace reír a carcajadas a la tribu entera. Hay muchos
ejemplos de esta disposición en la que la gente “normal” contempla con
extrañeza al vecino más allá de nuestras fronteras, especialmente si nos
referimos a culturas diferentes. Incluso dentro de nosotros mismos se producen
ciertos hábitos, la utilización del cuchillo o el tenedor del pescado, por
ejemplo, que a los ojos de los “expertos”, si eres mal chico y poco habilidoso,
te puede dejar en la mesa como un paleto; formas de comer, de comportarse, de
saludar, de gesticular o hablar, en determinados ambientes pueden delatarte
como un sapiens perteneciente a la barbarie. Y no te digo na, si lo que haces
es comer con la mano o eructar al final de la comida para dar gusto al cuerpo
demostrando tu satisfacción por el yantar, algo que en los países árabes puede de demostrado agradecimiento hacia los amigos que te invitaron a comer.
La imperiosa necesidad de viajar debería imponerse a
todo quisqui en los elementales programas de educación a fin de que siendo como
somos todos habitantes del mismo trozo de tierra que da vueltas alrededor del
Sol, un espacio realmente ínfimo en comparación con el Universo, pudiéramos
considerarnos vecinos que conociéndose unos a otros comparten hábitos y
costumbres con la mayor naturalidad del mundo.
Esta tarde terminaba un libro de Herman Melville
titulado Viajar que algo daba cuenta de esa falta de conocer mundo que
sufre una parte importante de la humanidad, saber de los otros, conocer lo que
se cuece más allá de tu pueblo es algo de una obligación moral ineludible para
abandonar la boina que tantos llevan en la cabeza sin apercibirse de ello. Hace
ya muchas décadas que Gila hacía befa desde su teléfono, tocado de boina como
Dios mandaba, la boina de siempre, de muchos de sus contemporáneos a los que
evidentemente les faltaba mucho salir de su pueblo, mucho viaje por medio para
entender que
Bueno, que me voy del tema. Y es que el desmadre que
sufrimos cuando no somos capaces de salir del espacio de nuestro pueblo es
terrible. Voy a recoger aquí un ejemplo que leía ayer en Melville y que da
cuenta de ese despropósito que se da cuando uno no ve más allá de su ombligo.
Contaba en Viajar que cuando llegó Núñez de Balboa a las orillas del
Pacífico, el primer hombre de Occidente en atisbar aquella inmensidad de agua,
grande como la mitad del planeta Tierra, contaba que armado con espada y
coraza, se sumergió en las aguas hasta la cintura y de esa guisa y muy
solemnemente pidió a sus hombres y a los indios que testimoniaran que había
tomado posesión de la totalidad de aquel océano, de todas sus tierras y de
todos sus reinos, en nombre de su majestad el rey de España. El despropósito no
podía ser mayor, llegas a la orilla de un océano y proclamas la posesión de
todas sus aguas y tierras que las rodean; es decir medio planeta. Ahí es na.
Núñez de Balboa sí viajaba pero el pobre estaba
metido en una particular burbuja, él y tantos de su época… y la nuestra, que le
impedía hacer un mínimo ejercicio de racionalidad. Sí, lo que les sucede a los
regidores del Ayuntamiento de Serranillos del Valle . Jajaja… y perdonad que me
haya dado por esas, y es que me cuesta creer que haya gente tan torpe.
No es que uno quiera comer con las manos sin que
desde todos los rincones del restaurante le miren boquiabiertos, es que uno
viajando descubre que casi todos somos un poco paletillos. Victoria me recuerda
muchas veces nuestra estancia en las antípodas, concretamente en Nueva Zelanda,
un país donde cada uno viste como le da la gana sin que en absoluto llame la
atención, incluso a esa gente en pijama y bata que veías en los supermercados.
Probablemente la multiculturalidad de aquel país, que ha sido centro de acogida
a tantas culturas diferentes, ha hecho de él un referente en ese aspecto de
comprender y respetar a los otros de una manera amplia. Comprensión, empatía,
ese esfuerzo por salir de uno mismo y su ambiente y entender de los asuntos y
del comportamiento de los otros integrándolos en una cultura universal lejos
del chovinismo y de los tiempos en que la boina era obligada para que no se
calentara demasiado eso que llevamos sobre los hombros.