"Obrar contra el mandamiento de la autoridad, cometer
un pecado, es, en su aspecto positivo humano, el primer acto de libertad, es
decir, el primer acto humano."
(Erich Fromm. El
miedo a la libertad)
El Chorrillo, 20 de abril de 2025
En El miedo a la libertad, Fromm parte de la premisa de que, al liberarnos
de las estructuras tradicionales (como la religión, la comunidad o la familia),
el individuo moderno se enfrenta a una libertad que puede resultar abrumadora. Esta
situación puede conducir a sentimientos de aislamiento y desorientación, lo que
a su vez puede provocar que las personas busquen nuevas formas de dependencia o
sumisión. Esta mañana voy a intentar caminar esos senderos de apariencia de
libertad que nos ofrece la sociedad de nuestros días y que en gran parte son
una añagaza constante para restringir nuestra libertad. Me voy a servir para
ello de dos guasaps de amigos que recibí esta mañana, uno de ellos de Enrique
Muñiz y el otro de Paco, de Hoyos del Espino.
Tener un buen contertulio, aunque sea a golpe de guasap, es
una excelente ayuda para hacer eso que tanto me gusta, polemizar, discutir o
reflexionar. Bueno no uno, esta mañana son dos los que con sus mensajes van a
servirme para pegar la hebra mañanera. Yo hubiera preferido pelar la pava, pero
dado que uno ya, parece, no está en condiciones para ello, mejor dejemos la
cosa en pegar la hebra.
El objeto del guasap de Enrique Muñiz es una respuesta a un
post anteriormente mío titulado El runrúndel pensamiento. Copio su comentario:
“El runrún del pensamiento, hablando en términos
teológicos, es como el sancta sanctorum: el súmmum de la libertad. Nada existe
más libre que el pensamiento. La capacidad de pensar es lo único que nos
diferencia de nuestros compañeros de viaje en el ciclo biológico, es decir, los
seres vivos, animales y plantas.
La grandiosidad del pensamiento creador de libertades
—como la de expresión, la religiosa, la académica, entre otras—, y todas ellas
subordinadas y, al mismo tiempo, creadoras de normativas reguladoras que les
restan eficacia a conveniencia de legisladores y gobernantes, quienes, con un
descaro sin precedentes, ponen en práctica la colonización de nuestro
pensamiento a nivel colectivo e individual.
El trabajo que tenemos por delante para liberarnos de esta
violación es colosal, puesto que todo, de una manera u otra, está intervenido,
haciéndonos sentir a la ciudadanía un complejo de culpabilidad y
autocensurándonos de manera obscena.
El pensamiento debe ser crítico y autónomo. La educación
debe ser emancipadora, debe defender las libertades fundamentales. Descolonizar
el pensamiento requiere valentía para cuestionar y humildad para reconocer. La
autonomía intelectual precisa de un esfuerzo importante para que el pensamiento
sea absolutamente libre”.
Y mira, le contesto yo esta mañana, que digo yo lo que se
pierden los amigos del grupo de guasap que recientemente abandoné. Y hablo de las
tantas enriquecedoras (:-)) reflexiones de Enrique que se
pierden nuestros amigos del grupo en que hablar de la vida y de política es
prohibitivo. Alguno me comentó por privado, le digo, del statu quo que reina
por allí y de cómo la mediocridad (rubor me da escribirlo) dejando que invada
nuestras relaciones, o acaso simplemente lo que se considera del ámbito de lo
íntimo, dejamos que nuestras relaciones se refugien en lo banal convirtiendo la
sopa del cocido en aguachirris para fregar los platos. Convertir los días en la
fofa sumisión al destino y en una interdicción a todo aquello que pueda
perturbar la calma chicha de la vida, parece que esté en la médula de cierta
población llamada a perpetuarse entre las ruinas de la inteligencia (Gil de
Biedma).
Libertad de pensamiento, libertad para hablarse a uno
mismo sin la presión de las convenciones, libertad para comprender y dar la
bienvenida a lo que brota de nuestro pensamiento y de nuestro cuerpo. Esta
mañana leía una entrevista en El País a Noemí Casquet: “Mi libertad sexual es
la mejor herencia de mis padres”; ese era el titular. Decía esta mujer, que era
tendencia en la red social X, a costa de un “taller de pajas” que ella publicitaba
con un vídeo de ella misma poniéndose manos a la obra con un pene de plástico; decía,
que el autoconocimiento no es lineal. Subimos y bajamos. Lo que enseguida me
llevó a considerar no sólo que el conocimiento de nosotros mismos es parcial y
mediatizado, sino que incluso nuestra falta de libertad nos lleva a coartar el
flujo espontáneo interno de nuestros deseos y pensamientos que difícilmente logran
coaptar entre sí. Un ejemplo corriente es la represión sexual que se asume
cuando alguien no es capaz de mirar con entera naturalidad las pulsiones
sexuales que se le filtran de tanto en tanto por los resquicios del deseo.
Manifestaba en su entrevista que “en esta sociedad, hay un sensacionalismo y un
morbo respecto a la sexualidad: no la tenemos naturalizada”. Quien no tiene
naturalizada la sexualidad difícilmente se montará una fiesta, “hará el amor”
consigo mismo, o en el lenguaje de la calle, se hará una paja, sin que el
trasfondo de su conciencia le esté mirando de reojo como si
Resulta que se nos llena la boca de esa palabra, libertad,
abogamos por ella, decimos partirnos el alma para ser libres y al final resulta
que en el plano más elemental, el de nuestra mismidad, se nos levanta un muro
invisible al modo de la película de Buñuel. En El ángel exterminador un grupo de invitados de la alta sociedad
asiste a una cena en una mansión. Tras la velada, descubren que, por una razón
inexplicable, no pueden abandonar el salón, aunque no existe ninguna barrera
física que lo impida. Esa barrera imaginaria tiene mucho parecido con las
barreras internas que nos imponemos, o mejor, que vienen impuestas por las
presiones sociales y las convenciones.
Fromm parte de la premisa de que, al liberarse de las
estructuras tradicionales (como la religión, la comunidad o la familia), el
individuo moderno se enfrenta a una libertad que puede resultar abrumadora. Esta
situación puede conducir a sentimientos de aislamiento y desorientación, lo que
a su vez puede provocar que las personas busquen nuevas formas de dependencia o
sumisión. El aprendizaje de la libertad personal se presenta como un hueso duro
de roer, porque librarse de las convenciones, de las comeduras de coco de la
religión, liberarse de la presión social que nos induce a caminar como borregos
camino del matadero, requiere de una voluntad y una determinación, y sobre todo
de un ir contra corriente, que sólo una minoría es capaz de enfrentar. Hacer
referencia a la represión sexual que se sufre ante un hecho tan universal como
hacer de nuestro cuerpo una fuente de placer, es sólo una muestra de cómo el
individuo, limitado y maniatado por un cristianismo pacato, puede llegar a su
vez a maniatar su íntima libertad. Los tabúes, las arengas hipócritas, los
detentores de las redes sociales, el Estado “velando por nuestro bien” terminan
metiéndosenos en la alcoba y en nuestra conciencia forjando el tipo de
individuo servil y sin criterio que éste necesita para mejor conducir el
rebaño.
De Hoyos del Espino lo que me llegan son dos asuntos
diferentes. El primero, un cuadro que me envía Paco, cuyo comentario dejo para
otro día, dada la longitud que va aquiriendo esta entrada. El segundo de ellos viene
dado por una imagen de la mujer de Paco, Teresa, en un concierto tocando el
violonchelo junto a una soprano de categoría internacional. Teresa comenzó a
tocar el violonchelo hace unos pocos años; partía de cero sin ningún
conocimiento previo de música o solfeo. Paco, de la misma edad que yo, termina
sus estudios en Bellas Artes este año. Podría seguir hablando de Carlos Soria,
o de Juanjo San Sebastián que con todos los dedos de las manos amputados tras
su accidente en el K2, escala, escribe y hace la misma vida que antes del
accidente. La conclusión viene de la mano, a lo mejor esa es la verdadera libertad, la
libertad interior, vivir desprejuiciados de todo tipo de condicionamientos, el
de la edad entre ellos. A lo mejor la libertad interior consiste en abrirte
camino en la maraña de tus posibilidades, en superar barreras y temores, en
escucharte a ti mismo, en hacer caso omiso de las patrañas de la religión, en
hacer lo que realmente te gusta, teniendo bien en cuenta que no siempre los
objetivos que persigue la sociedad son los tuyos. La libertad quizás sea eso,
ponerte el mundo por montera sea para tocar el violonchelo, para empezar una
carrera universitaria, para volver a escalar, para no arredrarte frente a los
años.
La libertad interior. Esa con la que
echamos un pulso a tantas ideas que se nos resisten. Que tienes muchos años y
te gustaría tocar el violin, pero… que tienes muchos años y te gustaría
estudiar una carrera, pero… Que tienes muchos años y te gustaría perderte
un par de años o tres dando la vuelta al mundo, pero… Que nuestros deseos se
dan de narices contra la mojigatería y la pacatería clerical y social… ¿Pero qué? ¿No son esos peros la antepuerta a una
fragrante renuncia a nuestra libertad?
Cierro mi entrada de hoy con el colofón del
comentario de Enrique: “Descolonizar el pensamiento requiere valentía para cuestionar y
humildad para reconocer. La autonomía intelectual precisa de un esfuerzo
importante para que el pensamiento sea absolutamente libre”.
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