jueves, 6 de marzo de 2025

Del coño de Courbet y una charla sobre Dolomitas

 

La tierra vista a 6.000 millones de kilómetros. Grupo di Cadini di Misurina visto desde las Tres Cimas de Lavaredo (2009)


El Chorrillo, 6 de marzo de 2025

Si no recuerdas ese El origen del mundo de Courbet, te remito a él para refrescar la memoria. Ponerlo por aquí supondría que cuando lo compartiera en Cara de Libro con seguridad me eliminarían el post; ya lo hicieron anteriormente con parecido motivo. Se trata de una pintura al óleo creada en 1866 por Gustave Courbet. La obra muestra en primer plano los genitales y el abdomen de una mujer desnuda, acostada en una cama con las piernas abiertas, un encuadre que enfatiza el erotismo del cuadro. Comenta Chirbes en su diario que el sexo de mujer convertido en cuadro, fechado en 1866, aún escandaliza siglo y medio más tarde. Molesta al espectador su ir al grano, comenta, sin retórica, sin rodeos, esto es nada más que un coño. Aquí no hay arte que valga. Y mientras Chirbes está frente al cuadro se fija en que la gente lo mira de reojo, de refilón, sin detenerse delante a contemplarlo de frente.

Ayer hablando por teléfono con Paco, me comentaba sobre la charla que había dado recientemente en un local de Hoyos del Espino sobre las Dolomitas. Como le pidiera detalles me dijo que había comenzado su charla de un modo un tanto sorprendente, colocando al frente de sus diapositivas el cuadro de Courbet. ¿El coño de Courbet?, le pregunté algo divertido. Sí, ese mismo. No recuerdo bien qué conexión podría tener la presentación de ese cuadro con el asunto de las Dolomitas. Seguimos hablando y se me olvidó preguntárselo. La realidad es que alguno de los asistentes sí se interesó por la misma cuestión. La respuesta de Paco fue que seguro que cuando haya pasado el tiempo y alguno de los presentes recuerde esa charla, lo que seguro que no va a olvidar fue ese coño de introducción al tema de las Dolomitas. Un recurso el de Paco muy propio para captar la inmediata atención del auditorio al que además obliga a indagar por algún tipo de razón. Cuando quien asiste a una charla similar no tiene otra cosa que hacer que escuchar, la propuesta hace que se le active la materia gris de inmediato preguntándose eso, ¿qué coño tendrá que ver un coño con el bello mundo de las Dolomitas?

¿Por qué esta expectación, este mirar de reojo sin atreverse a contemplar de frente, que observaba Chirbes en los espectadores que pasaban junto al cuadro de Courbet? Me pregunto si ese recelo, como quien se ruboriza de mirar públicamente un coño, no será una manifestación más de cierto rubor que podemos sentir al mirarnos a nosotros mismos, nuestra entera desnudez, desnudez física pero desnudez también espiritual. Enfrentarse a la propia desnudez, íntima mirada de nuestro mundo, nuestras aspiraciones, nuestro egoísmo soterrado, nuestro amor descarnado, nuestros miedos, nuestra realidad íntima.

La educación, tantas cosas que nos han echado encima y que subraya Cara de Libro cuando me rechaza un post en donde el coño de Courbert encabeza mi post, ¿a dónde nos lleva? Me sitúo frente al cuadro, no el del pintor, sino frente al asunto en sí, esa prevención en relación con una parte determinada de nuestro cuerpo, ese rubor, ese sentimiento de tantos de cosa sucia e innombrable, y lo que me sale contemplando el lienzo es una sonrisa. Esta mañana después de la ducha, mientras hacía el árbol desnudo frente al espejo, se me escapaba una sonrisa mirándome y pensando en ese rubor. Ese galimatías que mamado en la infancia nos hace acercarnos al desnudo con un nosequé de nosequé. Recuerdo que con mi niñez ya muy avanzada y abducido por la enseñanza de los curas de los salesianos, me era imposible cuando me duchaba mirar lo que tenía entre las piernas. Fue así que un día me sorprendí con que por allí habían nacido unos pelitos que tiempo llevaban allí sin que yo me hubiera dado cuenta. Ese miedo que nos infundían por si nos atrevíamos a mirar a las chicas, y más todavía si imaginábamos lo que pudiera haber por debajo de sus faldas. La primera pregunta cuando ibas a confesarte era: ¿hijo mío, has incurrido en tocamientos indeseados? No te jode con los curitas de m.

No me imagino que esté en otro lugar el origen de esa reticencia, rubor, inquietud que puede producir en nosotros contemplar lo que bien merece contemplarse sin ningún tipo de inquietud, que si Dios Padre nos hizo curiosos a qué ha de venir Cara de Libro, los curas o san Pedro Bendito a coartar lo que Él nos dió. Aquí no hay arte que valga, exclama Chirbes ante el cuadro con toda razón, con toda razón por mucho que ese cuadro lo haya realizado un gran pintor.

Y mientras sonreía frente al espejo sostenido por un pie y con los brazos en alto, en los altavoces del baño sonaba aquel tema de Toda una vida estaría contigo en la voz de Kiki Edgar. Era una bonita escena, la de quien se refocila por las derivaciones que mentes retorcidas y pazguatas terminan induciendo en la mente de medio universo, mientras contempla agradecido su propio cuerpo. Que viene el coco, que viene el coco… eso es lo que me hacía reír viéndome desnudo, sí, como un mono frente al espejo. El mono desnudo nos llama Desmond Morris en su célebre libro.

Por cierto que Paco, astrónomo por vocación y montañero de siempre, cerró su charla con un sugestivo broche final. Si en la primera diapositiva aparecía el Coño de Courbert, en la última no se le ocurrió otra cosa que mostrar una fotografía del planeta Tierra tomada por el Voyager I en 1990 a una distancia de 6.000 millones de kilómetros. Entre el coño de Courbet y la fotografía del Voyager media toda la filosofía de la vida que queramos echarle a nuestra imaginación.

 

  

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