El Chorrillo, 26 de febrero de 2025
Lo siento pero a quien no le guste leer va apañao. Creo que hoy me excedí, pero es lo que hay.
El amigo Cive, que vive temporalmente
en Asturias con un pie aquí, otro allí y un brazo en
Bueno, en el Navi no es que
todos estemos de pm, que la cosa tiene sus más y sus menos, que hay a quien las
piernas no le van, quien necesita un concentrador de oxígeno portátil, quien es
duro de oído, y así sucesivamente. No es que sea mayoría, pero nada más vernos,
y más nosotros que hace tiempo que no acudíamos a las salidas de los miércoles,
lo primero que intercambiamos son ese tipo de detalles. El estén que han tenido
en insertar en la aorta, mi próstata, la prótesis de la rodilla, la artrosis,
etcétera. Pero es lo primero, porque enseguida, ya de camino hacia la cascada
del Covacha, enseguida nos embarcamos en conversaciones múltiples. Confieso que
cuando voy con estos amigos jamás me entero por donde voy. Si en un momento
desaparecieran de mi lado me las iba a ver moradas para regresar a la furgoneta.
Ni pájaros, ni flores, ni brisa, nada, todo lo contrario de cuando voy solo,
que suelo beberme todo lo que me rodea, que mis sentidos están donde estoy,
árboles, peñas, riachuelos, bichos con los que me cruzo; con los colegas no.
Con ellos existe otro placer si cabe más sofisticado que caminar solo mirando a
las musarañas, el de rajar sin pausa, y con más razón todavía si quien te toca
al lado es el amigo Laure, que es de los que no se calla ni bajo el agua. Me
encanta Laure, impulsivo, sus manos y brazos acompañando sus palabras como si
de ellos salieran los sonidos de una orquesta, sus ojos abiertos como los de un
pez abisal, su “macho” acompañando a cada frase para decirte ¿Te acuerdas
cuando escalamos el Midi d’Osseau, que me asegura que escalamos allá en el año
67 y que yo ni idea, pero que va y me lo documenta con un daguerrotipo en donde
efectivamente estamos tocando esa magnífica cumbre. A última hora, y camino del
coche agarrándome del brazo e intentando soltarme su teoría sobre la existencia
de Dios, así mientras nos despedimos. Os lo podéis imaginar. Dice que un día me
va a invitar a escalar con sus colegas. Creo que para entonces tendré que leer a
Pascal, a Descartes o a Kant, que defendían esa existencia de Dios y por
supuesto a sus contrarios, a Voltaire, a Marx o Nietzche, a fin de pertreñarme
con conocimientos suficientes sobre la existencia de Dios y poder argumentar
con el amigo Laure, aunque sea mientras trepamos
Joder, vaya párrafo que me ha salido. Como me descuide se me acaba el papel. Como ya he dicho ni idea de por donde hemos ido, sí, muchas jaras, alguna encina, dos minicascadas, una subida a un cerro desde donde se veían las Machotas y después, nada, cuesta abajo entre piedros. Así que mi relato no puede ir más allá de las tropecientas charlas en las que participé a lo largo del día. Cortázar escribió un librito titulado La vuelta al día en ochenta mundos. Pues así más o menos suelen ser las salidas del Navi. A poco de comenzar me pego a Jacinto y ya estamos destripando La infiltrada, que tanto nos gustó a ambos, y ya metidos en el cine me cuenta de Solo ante el peligro que estuvieron analizando en el cine Embajadores, un ambiente de cine club que tengo que visitar sin demora. Ese afán mío de sacar punta a los asuntos también va con el cine. De esa película apenas me acuerdo de otra cosa que a Gary Cooper en mitad de una calle polvorienta totalmente solo enfrentándose a los forajidos que han venido a matarlo. Esta secuencia icónica del cine son esos residuos que quedan de la infancia o la adolescencia y que resucitaban esta mañana mientras caminábamos por un corredor de jaras a ambos lados de la cuales se alzaban pedruscos cubiertos de musgo.
Las conversaciones son entrecortadas, se mezclan con otros asuntos, se unen otros colegas y de pronto aparece el amigo Laure y su impulsividad es tal que la conversación se va al carajo e impone como Gary Cooper, el sherif de la peli, sus inquietudes del momento. Y no pasa nada porque ahora de repente pasamos de la calle polvorienta y de la tensión que suscita la secuencia de Gary Cooper frente a los pistoleros, a hablar de esquí. Momento en que Laure se mete en un terreno discutible. Tenías que ver cómo esquía Laure, decía creo que Ángel. La gente baja con normalidad haciendo eses, pero él, nada, a su bola, a trancazos limpios por aquí o por allá. Y es que yo le había comentado que querría resucitar mi afición al esquí de hace cincuenta años, un tiempo en que yo no pasé de hacer la cuña, y con observaciones tales enseguida pensé que me tendría que buscar otro monitor. Todo broma, no más.
Mientras tanto algunas chicas, las más perjudicadas, se habían dado la vuelta. Un ratito más tarde estábamos junto a la mini cascada sentados alrededor de una gran mesa de piedra dando cuentas de las viandas. Victoria y yo en estas salidas somos unos sonsos, no pasamos de llevar unos frutos secos y alguna barrita, pero allí se reparte de todo, chocolatinas, frutas, galletas, y mientras tanto la bota de vino de Paco pasa de boca en boca, y hasta las mozas hacen honor al tintorro sin derramar una gota fuera del gaznate.
Hacer una crónica de una salida de éstas, para ser justa, tendría que ocupar cuatro o cinco telediarios o su equivalente, un par de Nodos de aquellos en los que el generalísimo Franco inauguraba siempre un pantano. Como nosotros sólo vamos de tanto en tanto, cada vez que nos unimos al grupo intentamos cazar, saber de los otros, hijos, nietos, profesión que desempeñaron. Pues tras atravesar un collado por ahí nos fuimos Fernando Sanz y un servidor. Un ingeniero, y el maestro, un servidor, en este caso ejerciendo de alumno aprendiendo sobre montajes eléctricos complejos, inventos, asuntos que me vienen de muy lejos pero que me interesaban. No te acostarás sin saber una cosa más. Durante la comida le comentaba a Paco, que me decía de su profesión de cámara y que me contaba sobre el interesantísimo dispositivo que usan en el cine, sobre el hombro, para hacer largos travelings en terrenos accidentados, ese tipo de escenas en que el protagonista corre a toda leche por un bosque y que el cámara, también corriendo pies para qué os quiero, tiene que seguirle con la cámara constantemente; le comentaba a Paco que si del planeta desapareciera todo el mundo y quedaran sólo unas pocas personas, sería imposible reconstruir la cultura y la tecnología, porque el más sabio del mundo, es sabio de lo suyo, pero lo mismo no era capaz de supervivir sin saber pescar, cazar o construir herramientas. Sin embargo, si el planeta quedara vacío y sólo quedáramos los colegas del Navi allí reunidos, lo mismo sí podríamos sobrevivir con tantos trabajos y profesiones diferentes representados allí.
En algún momento fue Adolfo con quien pegué la hebra. Este Adolfo que yo recuerdo por un retrato de hace medio siglo que le hice bajando de los Galayos tocado con un gorro de lana, sonriente desde su silencio escuchando a su vecino y al que redescubrí cuando Martín, mister Sherlock Holmes, que ayudado, imagino, por mister Watson, su compañera de la vida, Ángela, en sus arduas investigaciones logró reunir a los antiguos socios del Club Deportivo Navacerrada; dichosos incisos, hablaba de Adolfo al que descubrí hace unos pocos años y del que como tantos otros han quedado grabados en mi memoria en base a viejos daguerrotipos de los años sesenta y poco más (en la próxima reencarnación me voy a pedir también una memoria más generosa) y con el que de vez en cuando logro abrir un agujero en la memoria alumbrando viejas escaladas, pues que la liamos con asuntos de montaña intentando ponernos al día de por donde andaban los tiros de cada uno.
Se me acaba el papel, así que corriendito para terminar esta crónica. Y para ello el grato encuentro con Poisón y Chelo que hace cien años que no veía y con quienes es tan agradable charlar. El nieto de Chelo, ocho años, dirigiéndose a su padre: oye, papi, la abuela está haciendo grandes progresos en ajedrez. O dirigiéndose a la abuela: Mira, abuela, no puedes salir con el peón del caballo así por las buenas, tú antes de mover una pieza tienes que tener una estrategia en la cabeza. Me encanta: ocho añitos. No me extrañaría que Poisón y Chelo se lo comieran a besos. Bueno, también había alguna que otra abuela a la que se le caía la baba con los nietos, María sin ir más lejos. Si para todas las mamás del mundo sus hijos son los más guapos y bonitos del mundo, para las abuelas, pues mira a esta pareja, Chelo y María sin más.
Al final de la comida hubo cava y sidra, chocolatinas y pastelitos hecho por la parlanchina María. ¿Motivo? El cumple de Fernando al que yo sugerí que pagara la comida de todos, que pa eso era su cumpleaños, pero que ni flores, que no le había tocado la lotería, dijo. De las relaciones de novios de María y Fernando no os lo cuento porque el relato era de petit comité, pero fue divertidísimo. El que quiera reírse un rato, que tome a María del brazo y que le cuente los prolegómenos de la boda. Tal como lo cuenta María, si yo fuera un poco más competente con esto de la escritura, lo mismo me atrevía a hacer un libro con su noviazgo :-).
Nun te fagas vieyu. Seguiremos cumpliendo años, pero no nos haremos viejos; lo prometemos.
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