El Chorrillo, 25 de febrero de 2025
Voy ayer tarde al urólogo y me
dice que de ejercicios nada, que de andar, bien. Un hombre que se dirigía a mí
como si él fuera el maestro y yo un alumno de primaria; por demás competente a
tope sin lugar a dudas. Se me olvidó preguntarle si el andar incluía subir
cuestas. Según me lo estaba diciendo recordé aquello que decía Carlos después
de su última operación hace apenas unas semanas cuando le dijeron que esto y lo
otro y, pero especialmente que guardara reposo: Es que ya no tengo tiempo de
esperar, fue su respuesta. Y va y unas semanas después se larga a subir el
Aconcagua con la herida de la operación, imagino, pichí pichá. Así que estoy
entre la actitud de Carlos o el pedido el urólogo. Me lo estoy pensando, al
Aconcagua no, porque me pilla un poco lejos, pero hombre, darme una primera
vuelta por el monte con los amigos del Navi, ¡como no! Existen dos modos de ver
estas cosas, una, que sea rigurosamente cierto que no puedes hacer esto o lo
otro, y otra que observando el mundo en que vivimos puedes pensar que la vara
de medir del médico se ajuste con demasiada prodigalidad a establecer cánones
de reposo excesivos pensando precisamente en una generalidad que prefiere el
sillón de casa a los gozos de la montaña. Me contaba un amigo con una fuerte
condropatía en la rodilla que en las primeras consultas el traumatólogo le
desahució, que se pusiera una infiltración de ácido hialurónico y que suavizara
su actividad en la montaña. X, que lleva escalando casi desde que le quitaron
el chupete, tuvo que utilizar sus muy buenas capacidades persuasivas para
convencer al médico de que se dejara de coñas, que lo que él quería era seguir
escalando, que era lo suyo, y blablabla… Hasta que convenció al traumatólogo de
que su rodilla era su mejor tesoro. Total, que consiguió que
A mí me rebota un poco cuando
en las conversaciones hablamos de “la gente” esto y lo otro, ese paternalismo
que usamos destinado al bien general,
Quizás sea esta última percepción que tenemos de la gente la culpable de muchos desaguisados cuando desde las administraciones quieren tratar al personal como si éste estuviera constituido por borregos incapaces de pensar por sí mismos, estos generalmente con sentimientos incapaces de disfrutar del arte, de la montaña o lo que sea, gente a la que acaso lo que realmente le interesa es hacerse el selfie en una cumbre, con fulanito, con menganito para subirlo a Cara de Libro o Instagram. Es verdad que la masa hace jodidamente peligroso el entorno que pisa, devasta cumbres, lagunas, arruina el medio o satura las visitas de los lugares de interés tomados cada vez más por agencias de viajes que conducen como rebaño a todo tipo de turistas empeñados en llevarse tropecientas instantáneas y selfies con los que aburrir a sus amistades a su regreso a casa.
Sí, decía más arriba que me
rebota hablar del mundo y sus cosas teniendo constantemente en la cabeza a “la
gente”. Por este conducto la conversación se atrofia, porque no es posible
hablar con propiedad o referirse a un mundo mejor pensando en la gente en
general,
Reivindicar la singularidad y lo que ésta representa al cuestionar los cauces generales de los que ocupa al mundo, consumo, falta de originalidad, educación pacata, estrechez de miras, ignorancia y tendencia al gregarismo, parece la única manera de no caer en el pesimismo que supone pensar que este mundo no tiene solución. Que el problema como siempre no es que la extrema derecha esté ganando terreno a marchas forzadas, sino que el problema está en el coco del ciudadano que secunda políticamente esta corriente, que consume salvajemente, que convierte en insustancial la comunicación en las redes sociales y que, vuelvo al principio, invita a que seamos gobernados como borregos.
Y todo este rollo total porque quiero aclararme si le hago caso al urólogo a rajatabla, como decía mi madre, o si trato de escuchar a mi cuerpo y hago una media entre lo que me dice él y lo que mi body y mis ganas de pisar el monte me aconsejan.
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