lunes, 27 de enero de 2025

Vivito y coleando

 

Fernando Garrido. Dos meses de supervivencia en la cumbre del Aconcagua
Imagen tomada de Glauco Moratti (creo)


El Chorrillo, 27 de enero de 2025

Es mediodía. Desde hace más de dos horas oigo llover desde la cama. Bajo el edredón el mundo tiene perfiles de bonanza. Pienso en ese largo trayecto por el que uno ha circulado a lo largo de los años. Me gusta. Hace unos minutos me encontraba haciendo una gran travesía en solitario por los Alpes del Adamello. Estaba escalando un empínadísimo canalón y mis esquís, atravesados en el macuto, tropezaban a ambos lados en la nieve costrosa. Cuando recuerdo aquellos pasajes hasta que llegué a la arista sominal se me ponen los pelos de punta. Después tuve todo el el glaciar del Pian di Neve para mí solo. La soledad era magnífica y no había trazas de grietas en el glaciar. Intento recordar como fue el descenso hasta el refugio Mandrone, pero mi memoria me niega su ayuda. Tampoco puedo recordar como descendí con los esquís desde Paso Presena hasta el Passo del Tonales. Por allí descendí el pasado verano totalmente admirado de que aquello hubiera sido posible. Después el hilo de los recuerdos me lleva de aquí para allá. Llueve fuerte y gruesos goterones resbalan por los cristales de la ventana. La memoria me sirve esta mañana un bienestar inapreciable en su tránsito por el pasado. Qué triste debe de ser carecer de un pasado en el que solazarte, el alma limpia, la paz con el mundo y contigo mismo.

Tengo días en que salir de la cama me cuesta un gran esfuerzo, a veces me digo que esto no puede ser, pero no estoy seguro. Hay mañanas que paso horas en la cama antes de decidirme a levantarme, son con mucho las mejores del día junto a aquellas de la madrugada que paso frente a la chimenea. En estas circunstancias el alma, cada vez me gusta más este término un tanto equívoco, adquiere con frecuencia una tal capacidad para ser inundada por los hechos de la vida, los sentidos están tan vibrando a flor de piel, que es una lástima desperdiciar situación tan preciosa; total, para levantarte y liarte con cualquier cosa seguro que mucho menos atractiva. Si además llueve, esa lluvia siempre tan propicia para la ensoñación, el escenario se convierte en idónea mecedora en que acunar tus recuerdos, tus fantasías sexuales, ratos en que volver a los lugares y personas más preciados de tu vida.

¿Cuándo y de qué manera vamos a encontrar un lugar y un momento más idóneo para recrearnos en nosotros mismos?, ¿o acaso habré de perder el tiempo en asuntos que me son ajenos o que merecen sólo un pequeño espacio en el segundo plano de mi conciencia? La realidad global y local que vivimos me abochorna con frecuencia y si me descuido se me meten por los resquicios asuntos con los que en absoluto quiero convivir. Así que en ese dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César cuanto menor sea, mejor. No los quiero dentro de mí en esta mañana de lluvia y zanganeo bajo el edredón. Ni siquiera esos asuntos como el de anoche que me hizo escribir de un tirón un largo texto en defensa del juez del caso Errejón. Hay quien se desvive con la tal Ayuso, que sueña con ella y que día tras día llena su muro con tan insignificante persona. No, me niego, es imprescindible protegerse sobre semejante intromisión e intentar dejar espacio al alma para que se solace con las cosas bonitas de la vida y del mundo.

Llovía, se aclaró, apuntó un rayo de sol y ahora de nuevo lluvia y viento. Le decía ayer a Victoria que debería aprovechar el viento, hoy anunciaban vientos de hasta 80 kms/hora, para probar la última tienda de campaña que compré y que todavía no ha pasado por el test de ninguna violenta tormenta. Y es que mi alma, ¡menuda la he cogido hoy con eso del alma!, está ya empezando a añorar un verano más de caminar por los Alpes, esa continua duda que se cierne sobre mí, sobre los años que voy cumpliendo y sobre los achaques, siempre sobrevolando la incertidumbre sobre mi cabeza como un drom cuando pienso en esas larguísimas caminatas. Anoche encargué unos gatos en Barrabés y un cabo de anclaje y un reverso en Amazon. Y es que los dedos se me hacen huéspedes pensando en el tiempo por venir. Ya dije anteriormente que a partir de ahora estoy dispuesto no a cumplir años, sino todo lo contrario contrario, a descumplirlos, de ahí todo este empeño mío de poner por delante proyectos que nublen o atenúen las intemperancias de ese tiempo que se empeña en correr demasiado para depositarnos en la tumba. Coño, no tengas tanta prisa, le digo en ocasiones, ¿no ves que se me están poniendo a huevo un montón de cosas? ¿No vas a tener acaso la consideración que tienes con otra gente? Anteayer, que habíamos pospuesto una comida en casa con Carlos y algún amigo más, le decía a éste, que ya mismo se marcha al Aconcagua, le decía que esa cumbre precisamente la he recreado muchas veces en la memoria en mañanas bajo el edredón desde que leí el libro de Fernandez Garrido, 7000 metros, diario de supervivencia. Y es que precisamente me sigue admirando que él y su tienda resistieran más de tres meses en la cumbre del Aconcagua (asunto aparte lo de la tienda que me parece incomprensible. Con la modesta pero amplia experiencia que tengo yo de las tormentas de Alpes, me cuesta entender que su tienda haya resistido más de dos meses en esa cumbre sin rajarse o salir volando). “Héroes de nuestro tiempo”, le decía a Carlos, es el título de una novela de Lermotov que leí hace mucho y en donde tú y Fernando ocuparíais un lugar preferente. A mí eso de ser héroe no es algo que me atraiga en absoluto, pero lo de cumplir años con el ánimo de este hombre que ahora se va a dar una vuelta al Aconcagua, eso es que me pirria. Carlos habla de querer cumplir muchos años, yo no, a mí eso me trae sin cuidado, pero lo que si quiero de verdad es cumplirlos como Dios manda, que diría mi madre, bendita ella y sus dichos. Vamos, que cuando me siga despertando en años sucesivos y metido al calor del edredón, pueda seguir ensoñando y disfrutando de lo que me viene al coco hasta la mismísima hora de comer, como es el caso hoy.

Y sí, termino porque efectivamente pasó hace mucho la hora del desayuno y  me parece que está por sonar el toque de rancho. Y sí, termino porque suena el teléfono y es Victoria que me pregunta si estoy vivo. Vivito y coleando.

 


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