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Fernando Garrido. Dos meses de supervivencia en la cumbre del Aconcagua Imagen tomada de Glauco Moratti (creo) |
El
Chorrillo, 27 de enero de 2025
Es
mediodía. Desde hace más de dos horas oigo llover desde la cama. Bajo el
edredón el mundo tiene perfiles de bonanza. Pienso en ese largo trayecto por el
que uno ha circulado a lo largo de los años. Me gusta. Hace unos minutos me
encontraba haciendo una gran travesía en solitario por los Alpes del Adamello. Estaba
escalando un empínadísimo canalón y mis esquís, atravesados en el macuto,
tropezaban a ambos lados en la nieve costrosa. Cuando recuerdo aquellos pasajes
hasta que llegué a la arista sominal se me ponen los pelos de punta. Después
tuve todo el el glaciar del Pian di Neve para mí solo. La soledad era magnífica
y no había trazas de grietas en el glaciar. Intento recordar como fue el
descenso hasta el refugio Mandrone, pero mi memoria me niega su ayuda. Tampoco
puedo recordar como descendí con los esquís desde Paso Presena hasta el Passo
del Tonales. Por allí descendí el pasado verano totalmente admirado de que
aquello hubiera sido posible. Después el hilo de los recuerdos me lleva de aquí
para allá. Llueve fuerte y gruesos goterones resbalan por los cristales de la
ventana. La memoria me sirve esta mañana un bienestar inapreciable en su
tránsito por el pasado. Qué triste debe de ser carecer de un pasado en el que
solazarte, el alma limpia, la paz con el mundo y contigo mismo.
Tengo
días en que salir de la cama me cuesta un gran esfuerzo, a veces me digo que
esto no puede ser, pero no estoy seguro. Hay mañanas que paso horas en la cama
antes de decidirme a levantarme, son con mucho las mejores del día junto a
aquellas de la madrugada que paso frente a la chimenea. En estas circunstancias
el alma, cada vez me gusta más este término un tanto equívoco, adquiere con
frecuencia una tal capacidad para ser inundada por los hechos de la vida, los
sentidos están tan vibrando a flor de piel, que es una lástima desperdiciar
situación tan preciosa; total, para levantarte y liarte con cualquier cosa seguro
que mucho menos atractiva. Si además llueve, esa lluvia siempre tan propicia
para la ensoñación, el escenario se convierte en idónea mecedora en que acunar
tus recuerdos, tus fantasías sexuales, ratos en que volver a los lugares y
personas más preciados de tu vida.
¿Cuándo
y de qué manera vamos a encontrar un lugar y un momento más idóneo para
recrearnos en nosotros mismos?, ¿o acaso habré de perder el tiempo en asuntos
que me son ajenos o que merecen sólo un pequeño espacio en el segundo plano de
mi conciencia? La realidad global y local que vivimos me abochorna con frecuencia
y si me descuido se me meten por los resquicios asuntos con los que en absoluto
quiero convivir. Así que en ese dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que
es del César cuanto menor sea, mejor. No los quiero dentro de mí en esta mañana
de lluvia y zanganeo bajo el edredón. Ni siquiera esos asuntos como el de
anoche que me hizo escribir de un tirón un largo texto en defensa del juez del
caso Errejón. Hay quien se desvive con la tal Ayuso, que sueña con ella y que
día tras día llena su muro con tan insignificante persona. No, me niego, es
imprescindible protegerse sobre semejante intromisión e intentar dejar espacio
al alma para que se solace con las cosas bonitas de la vida y del mundo.
Llovía,
se aclaró, apuntó un rayo de sol y ahora de nuevo lluvia y viento. Le decía
ayer a Victoria que debería aprovechar el viento, hoy anunciaban vientos de
hasta 80 kms/hora, para probar la última tienda de campaña que compré y que
todavía no ha pasado por el test de ninguna violenta tormenta. Y es que mi
alma, ¡menuda la he cogido hoy con eso del alma!, está ya empezando a añorar un
verano más de caminar por los Alpes, esa continua duda que se cierne sobre mí,
sobre los años que voy cumpliendo y sobre los achaques, siempre sobrevolando la
incertidumbre sobre mi cabeza como un drom cuando pienso en esas larguísimas caminatas.
Anoche encargué unos gatos en Barrabés y un cabo de anclaje y un reverso en
Amazon. Y es que los dedos se me hacen huéspedes pensando en el tiempo por
venir. Ya dije anteriormente que a partir de ahora estoy dispuesto no a cumplir
años, sino todo lo contrario contrario, a descumplirlos, de ahí todo este
empeño mío de poner por delante proyectos que nublen o atenúen las
intemperancias de ese tiempo que se empeña en correr demasiado para depositarnos
en la tumba. Coño, no tengas tanta prisa, le digo en ocasiones, ¿no ves que se
me están poniendo a huevo un montón de cosas? ¿No vas a tener acaso la
consideración que tienes con otra gente? Anteayer, que habíamos pospuesto una
comida en casa con Carlos y algún amigo más, le decía a éste, que ya mismo se
marcha al Aconcagua, le decía que esa cumbre precisamente la he recreado muchas
veces en la memoria en mañanas bajo el edredón desde que leí el libro de
Fernandez Garrido,
Y sí,
termino porque efectivamente pasó hace mucho la hora del desayuno y me parece que está por sonar el toque de
rancho. Y sí, termino porque suena el teléfono y es Victoria que me pregunta si
estoy vivo. Vivito y coleando.
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