martes, 10 de diciembre de 2024

“Tontos por comodidad”

 

Imagen tomada de elDiario.es

Le Chorrillo, 10 de diciembre de 2024

Me envía el amigo Cive un artículo de Elia Barceló aparecido en elDiario.es, que lleva el título de Tontos por comodidad, en el que alerta sobre esa distopía que se cierne sobre nosotros a raíz de las nuevas tecnologías. Los órganos que no se usan, con el tiempo pierden su función, quien no práctica idiomas que sabe, termina encontrando dificultades para expresarse; quien está semanas con el brazo escayolado, necesitará un tiempo de rehabilitación para recuperar la movilidad; olvidamos escribir a mano; con el uso del gps vamos poco a poco perdiendo nuestra capacidad de orientarnos; con las facilidades que da la IA, que hace trabajos que antes hacíamos nosotros, igualmente terminaremos perdiendo nuestra capacidad de pensar. Termina la autora su artículo con estas palabras: “Me da miedo que, como sociedad, hasta como especie, nos volvamos más tontos, más vagos, más inútiles, por nuestra propia estupidez, por no querer darnos cuenta de que el camino que hemos emprendido no nos conviene”.

Tonto sería argumentar lo contrario, pero… referido a una mayoría. Exclusivamente, diría, referido a la mayoría, lo cual nos llevaría a definir, a ver quienes son esa mayoría. Hace unos días vimos en casa Quo Vadis?, al margen de la implicación del título, ¿a dónde vas, a dónde vamos?, que algo tendría relación con el artículo, lo que más llamaba la atención era la capacidad que tenían Nerón y sus administradores para atribuir a los cristianos el incendio de Roma. La chusma era entonces tan manejable como lo es hoy, plebe, turba, populacho, masa, multitud, caterva (ya no es necesario levantarte para alcanzar de la estantería el diccionario de sinónimos y buscar aquellos que correspondan a chusma, ChatGTP lo hace por ti). Da un poco cosa usar estos términos, pero que son perfectamente aplicables tanto a los ciudadanos romanos que se desgañitaban pidiendo que salieran los leones para devorar a los cristianos en la arena del coliseo, como aquellos a los que jaleaba la extrema derecha para que salieran a los balcones durante la pandemia pidiendo libertad, o como todo ese ejército de enfermos mentales que usan las redes para extender el odio y la mentira por todo el orbe. Como, por supuesto, todos esos votantes que idiotas de remate votan contra sus intereses instigados por un puñado de sinvergüenzas. O cómo tantos, tantos usan las nuevas tecnologías para triturar sus capacidades en pro de la comodidad.

Creo no exagerar diciendo que la estupidez humana siempre se ha nutrido de la incapacidad de enfrentarse a un clima de comodidad que  nos ronda a todos más tarde o más temprano. La inmensa tentación de no pensar, de que las cosas nos vengan dadas sin esfuerzo, de que una máquina pueda hacer las cosas por nosotros, es obvio que tarde o temprano terminará disminuyendo nuestras capacidades mentales o físicas. Sin embargo, estando de acuerdo con la autora en prácticamente todo lo que apunta, hay que puntualizar que la comodidad, que de hecho puede llevarnos a callejones sin salida, puede y debería ser un bien deseable perfectamente compatible con el ejercicio de una voluntad capaz de discernir entre la tonta comodidad que anula nuestras facultades y la comodidad perezosa que deja totalmente en manos de los otros la capacidad de pensar, de escribir, de crear o de elaborar los propios criterios.

La campana de Gauss prácticamente es aplicable a la mayoría de los comportamientos humanos. La excelencia, la minoría, siempre ocupa lugares extremadamente minoritarios a ambos extremos de la campana, mientras que la mayoría, en donde cabe colocar una parte considerable de personas subcionadas por ciertas tecnologías o aquejadas del mal de pensar poco o nada, ocupa el grueso de la campana. Teniendo en cuenta esta tendencia, los argumentos que utiliza la autora del artículo probablemente sean del todo aplicables a esta mayoría. Si trasladamos el comportamiento de la mayoría, con independencia de los muchos beneficios que pueden aportarnos las nuevas tecnologías, a la vieja idea de que una sartén llena de aceite debe usarse para freír unos huevos pero nunca para meter las manos en ella, se comprende que el mal no viene de la sartén ni del aceite hirviendo, sino del uso que se hace de la sartén y el aceite. Sería una estupidez si usáramos el teléfono para batir los huevos o como paleta para hacer la tortilla. De manera parecida sucede con las nuevas tecnologías.

La utilidad que encuentro yo como instrumento de trabajo con el ChatGTP es equivalente a esa enormidad de tiempo que antes necesitaba para hacer consultas en enciclopedias, manuales o libros especializados y que la IA me resuelve en décimas de segundos. Consultas muchas veces que no haría por lo engorroso de la búsqueda, me las resuelve ahora constantemente al instante. Un libro de historia que lees, de biología, de filosofía, de viajes, de lo que sea, algo que no entiendes bien o datos que necesitas refrescar, ahí los tienes. La lectura, el estudio, se convierten así en un trabajo más completo porque tienes a tu disposición en pocos segundos cualquier dato aclaratorio que desees y que el engorro de una compleja búsqueda te impediría resolver. El ChatGTP se convierte así en un eficiente y maravilloso instrumento de aprendizaje y conocimiento. Ahora, si lo usas para… entonces sí, entonces será como meter la cabeza en el microondas.

No voy más allá de comentarios relacionados con los usos que hago yo de estas tecnologías, cuyas excelencias pondero; más allá no llego, aunque adivino que en campos como la medicina, y en otros muchos, pueden aportar grandes beneficios. Sobrevuelan sí, las amenazas. Einstein nunca hubiera imaginado que sus trabajos de investigación pudieran servir en el futuro para el exterminio de los habitantes de Hiroshima y Nagasaki.

 

 

 


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