Esta mañana mientras desayuno en un bar recuerdo mis líneas de ayer en las que acudiendo al ámbito de los tiempos de Nerón utilizaba una ristra de adjetivos sinónimos de chusma. Lo recuerdo porque no estaba muy seguro de que hubiera extendido indelicadamente tales adjetivos más allá de lo que era mi intención, siempre esa gente que ha creído a pies juntillas lo que los manipuladores de todos los tiempos les han dicho. Volví a repasar el post y aunque todo estaba en orden, conociendo la velocidad con la que hoy se lee, se mal lee, mis dudas quedaron en el aire porque no sólo es peligroso generalizar sino que además quien generaliza en estos asuntos puede caer en el mayor de los ridículos al presentarse ante los demás como una especie de juez que encapsula la realidad dentro de los estrechos parámetros de su mente, cosa que me jodería. La realidad que subyace en esto tiene que ver con esa lucha continua que uno mantiene entre la indignación que le producen las injusticias del mundo y la conciencia de que las mismas provengan de la inconsciencia de una mayoría que, pudiendo evitarlas con el simple hecho de usar de los derechos que las democracias ponen a su disposición, deja con su comodidad e inconsciencia en manos de los manipuladores, de la insolidaria derecha, el destino de los países. Una ojeada al mundo y a quienes son sus gobernantes, da muestra de ello. Todos los monstruos del mundo nuestro han sido elegidos “democráticamente”: Trump, Putin, Netanyahu, Erdogan, Orban, Meloni, Milei, el hasta hace poco Bolsonaro, Ortega en Guatemala…
Y cómo es inevitable vivir en medio de este farragoso ambiente a uno la sale de dentro una indignación que, como náufrago en medio del mar, busca asideros en la remota posibilidad de que la conciencia de una mayoría de ciudadanos despierte y use su voto para mejorar las condiciones de una humanidad tomada por la codicia y los intereses particulares. Lo que vendría a justificar esos exabruptos que a uno le salen del fondo del alma contra los causantes indirectos de nuestros males, los inconsciente ciudadanos que apuntan con su respaldo a sinvergüenzas e inescrupulosos paladines de nuestro mundo.
Mañana fría y nebulosa de invierno en que uno siente la necesidad de estar en paz con el mundo en que vive sin la acritud de quien echa pestes de continuo de ese mismo mundo abocado al desencanto y a la desesperanza, que a fin de cuentas es en el que nos ha tocado vivir, el mejor de los mundos posibles en una humanidad en que las guerras y un sinfín de calamidades han sumido siempre a los siglos de sangre.
Y ahora, ya en el Cercanías camino de Madrid, miro a lo lejos las montañas del Guadarrama cubiertas de nubes y mi desazón se alivia bañada en la certeza de que al menos por ahora no somos cuidadanos sirios, gazatíes, ucranianos, yemeníes, etíopes… y estamos libres de las penurias de tantos países africanos … se alivia tan sólo porque aunque no lo queramos el dolor propio y de las personas a las que queremos precede al dolor del mundo.
De todos modos, ahí queda esa triste sensación que producía en la película, Quo vadis? Los mecanismos que llevan a hacer del pueblo una manada de borregos, la chusma de los tiempos de Nerón que aplaudía al incendiario Nerón que echaba sobre los hombros de los cristianos sus propios crímenes, la chusma de los parisinos de la Revolución Francesa que pedía a gritos cabezas y cabezas con las que encharcar de sangre el escenario de la guillotina, la chusma de los ciudadanos de Israel que besan el culo de Netanyahu, la chusma que aplaude encantada a las ejecuciones o la quema de herejes de la Edad Media.
Cómo no recordar con un escalofrío el papel que la chusma de siempre ha representado en la historia, ese fervor con el que se aplaudía a Napoleón, un fervor del que ni siquiera se libraban reconocidos personajes como Stendhal y tantos otros, con el que los alemanes de los años treinta vitoreaban fervorosamente a Hitler, con la admiración que levanta la figura de Trump en sus seguidores.
Existe un miedo soterrado a las masas del que es imposible sustraerse cuando ésta toma cuerpo impulsada por fanatismos, deseos de venganza o sentimientos se odio fomentados por la escoria de la sociedad. Pensarse en el centro de un ciclón humano de algún tipo de fundamentalismo religioso o político pone en alerta nuestro sistema de defensa. Quizás de ahí venga esa inquietud y rechazo que “la chusma”, esa masa anónima sin rostro que yace tras la realidad social y política como una amenaza, la que me impulsa con tanto temor, como quien tira piedras en la noche contra un invisible enemigo, a desfogarme contra quienes culpables anónimos o inconscientes de los males de este mundo facilitan el descalabro de éste desde su comodidad, indiferencia o mala fe.
Tengo a Víctoria abandonada, ahora paseando por el Retiro, así que termino.
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