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El
Chorrillo, 27 de diciembre de 2024
Había
terminado un par de libros entre hoy y ayer y esta noche después de leer un
rato a Epicteto me encontré con la incertidumbre
de por donde seguir. Me remití al cuaderno de notas en donde apunto las
lecturas que me sugieren otros libros y allí me encontré con Viajes con
Charley, de John Steinbeck. Ni idea de dónde había cazado yo aquel título,
pero hacía tanto tiempo que no leí a Steinbeck que no lo dudé un instante. Así
que aquí estoy dispuesto a iniciar un nuevo viaje, viaje literario, viaje por
las ideas, la siempre atractiva escritura del autor de Las uvas de la ira.
Steinbeck
se ha comprado una furgoneta y está a punto de emprender un viaje de
Date,
me dije nada más atisbar por donde iban los tiros… Ese soy yo. Steinbeck
arremete contra esa especie de segunda infancia que le espera si no anda
espabilao. Le horroriza la idea de que el cabeza de familia termine
convirtiéndose en el niño más pequeño de la casa. No desea renunciar a su
fuerza para vivir un poco más; tampoco quería que su mujer, que se casó con un
hombre, hubiese de heredar un bebé. Ese soy yo en el punto y hora en que mi
mente zozobra temiendo que en algún momento pueda sentir la tentación, por
inevitable o por voluntad, de envolver la vida en algodón en rama. Ese dejar de
salir cuando hace mucho frío, ese ir abandonando tales o cuáles actividades,
esa tentación de cancelar la vida de vagabundo de los veranos porque… ni sé, el
peso, los achaques,
¿Será
verdad eso de que el que ha sido vagabundo lo será siempre? ¿Podría acaso ser
verdad agarrar el macuto un día de estos y salir pitando hacia
¿No
será que le tenemos apego a las frases bonitas, a las ideas enlatadas? Como
ésta, por ejemplo, que no siendo nueva, siempre llamó mi atención, aquello de
que tras años de luchar descubrimos que no hacemos un viaje, sino que el viaje
nos hace a nosotros. Y parodiando esta idea, eso de que no hacemos montaña,
sino que la montaña nos hace a nosotros. Y con esta idea lo mismo me voy por
peteneras, pero es que la he encontrado tan real y pertinente que bien merece
marcharse por un momento por los Cerros de Úbeda. Los viajes nos hacen, las
montañas nos hacen, las lecturas nos hacen, las dificultades nos hacen,
etcétera. Ergo, somos hijos de los viajes, de las montañas, de los libros, de
las dificultades. Buenos padres, sí, señor, para caminar por la vida.
Y sí,
viniendo de donde venimos, ver que a poco que te descuides puedes quedar
envuelto en algodón en rama, pues que da cosa. Cosa, más cuando los habituales
achaques y otros congéneres de similar incordio planean por los alrededores.
Que bueno, que de perilla me va a venir leer a Steinbeck. A ver si con un empujoncito
por aquí y otro por allá me creo del todo eso de que mejor no envolverse en
algodón en rama.
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