viernes, 13 de diciembre de 2024

Ver el bosque desde la distancia

 



El Chorrillo, 13 de diciembre de 2024

A punto de terminar Visión desde el fondo del mar, de Rafael Argullol, me asaltan algunas reflexiones que son ya desde hace tiempo materia que se va acumulando en mi pensamiento no sólo por lo que leo sino también por la visión que la experiencia va gestando en el roce con la realidad. Quizás las situaciones más cercanas a esta deriva que sufre el pensamiento estén relacionadas con muchas de mis jornadas solitarias de montaña del pasado verano, un tiempo siempre propicio cuando uno se acoge a la hospitalidad nocturna de las cumbres. Diría que la soledad asociada al esfuerzo y a la magnífica expresión de la naturaleza, el atardecer, la noche, el alba, y el recreo frente a lo que comunican valles, montañas, la vida latente de la tierra que cambia constantemente de cara, la erosión, los temporales, la delicadeza de los colores y la suavidad y el aspecto tenebroso de una tormenta, despiertan en el espectador, amén de una relación estética con el medio, un profundo sentimiento de compenetración con lo que le rodea, que le lleva en última instancia a interrogarse por la esencia del mundo en que vive. Primero es el paisaje y lo que éste comunica, esa infinita insignificancia de la que apenas somos conscientes, su maravillosa realidad, la infinitud del universo; el trabajo de los elementos y el correr del tiempo sobre las montañas… Y tú y tu soledad en medio de todo ese universo. Se trata de una privilegiada situación en la que es imposible que el alma, ayuna de lo que no sea beberse a grandes tragos la realidad que está viviendo, aglutina en su interior tal magnitud de realidades y sensaciones que tarde o temprano piden de algún modo un cierto orden. Tarea probablemente inútil e innecesaria al margen de la vivencia y la plenitud del momento, pero que de algún modo, por superflua que pudiera ser, responde a una inquietud suscitada por los mecanismos de la razón que en su afan deglutidor siempre anda a la busca de los porqués, probablemente un mecanismo que responde, acaso instintivamente, al comportamiento del cerebro relacionado con la supervivencia que habría permitido durante la evolución comprender mejor el entorno, identificar amenazas, aprovechar recursos o desarrollar herramientas.

Las reflexiones a las que me refería al principio tienen que ver con el cómo en la complejidad y ambigüedad del mundo, realidad física o mental, un caos cuando la capacidad mental del hombre era todavía rudimentaria, el hombre poco a poco fue compartimentando la realidad, su concepción de ésta, sus ideas, dando nombres a las cosas y a los fenómenos, cómo se fue metiendo en el corsé de alguna estructura mental lo que sucede en nuestra alma, en la complejidad de nuestro cerebro. Imaginar este caos, toda una compleja realidad en los albores de la humanidad y cómo se pudieron ir asentando conceptos, ideas, cómo los infinitos porqués fueron encontrando ficticia o realmente, provisional o definitivamente un asentamiento en la mente de los primeros sapiens, me lleva esta mañana a cuestionar un buen puñado de conceptos que aquí o allá en mis lecturas inquieren por su verdad, su falsedad o su simple gratuidad. Un tocho como el de Argullol, 1200 páginas, con toda probabilidad da para dejar asentadas “verdades” y apreciaciones de índole muy variada que unas veces te parecen evidentes, otras un descubrimiento y las menos, solemnes tonterías.

Si los primeros homínidos vivieron la necesidad de nombrar la realidad y de organizar sus elementos en torno a ideas directrices, nosotros, de parecida manera después de cientos de miles de años seguimos haciendo lo mismo. Sólo que con un desarrollo de la inteligencia muchísimo mayor y con la aportación de la cultura y de los hombres y mujeres que fueron profundizando en la realidad, las posibilidades de nombrar, analizar o extraer verdades y conocimientos ciertos, o inventados, se vuelven infinitas.

Para no perderme. ¿Todas esas verdades, todas esas conclusiones, todas las ideas filosóficas que han surgido desde el principio de la civilización, qué posibilidades tienen  de subsistir? Es fácil comprender que, por ejemplo en el campo de la filosofía la necesidad de expresar pensamientos complejos lleve a algunos filósofos a construir una especie de torre de Babel conceptual totalmente inaccesible a lectores corrientes. El análisis de la realidad se complejiza al punto de que éste queda inaccesible a una mayoría de lectores. Lo mismo sucede con cualquier rama del saber. Lo que sucedía hace dos mil años, esas personas que dominaban todos los conocimientos de la realidad de la época, ya no existe; nadie en nuestro mundo actual estaría en condiciones de alcanzar el conocimiento pormenorizado de la realidad del mundo.

Esas tantas afirmaciones que hace Argullol, sus conclusiones, sus apreciaciones ¿qué conexiones tienen con la “realidad”, eso que llamamos realidad? Venimos del caos y hemos ido poniendo orden en él, sin embargo es un orden relativo. Durante dos mil años construimos un orden basado en la concepción de un hipotético dios; se levantaron catedrales, iglesias, nos encerramos en una concepción de la realidad alrededor de la cual giró la vida de la gente de este mundo. ¿Qué queda ahora de ese mundo, por mucho que de entre sus ruinas pervivan aún creyentes? Con las ideas sucede algo parecido. Dejamos unas verdades y asumimos otras.

Quizás en estos tiempos que corren estamos en la mejor situación “para no equivocarnos”, o para más objetivamente, teniendo los conocimientos que tenemos, acercarnos a una verdad algo más tangible; sin embargo, después de comprender que nos hemos ido abriendo paso en el caos desde hace cientos de miles de años, conociendo cómo se ha puesto nombre a las cosas, las ideas, cada rincón del universo, después de tanto conocimiento, la idea que me asalta tras esas mil doscientas páginas del libro que termino, tiene relación con la imagen que sugiere ver el bosque desde la distancia frente a quien pretende ver el bosque desde su interior. Por ejemplo, cuando estos días últimos leo la prensa, siempre tengo esa sensación, la de que los titulares y analistas del momento están tan metidos en el enmarañamiento del bosque, que son incapaces de ver el bosque. La sensación de que la distancia reduce la complejidad de los problemas a sus elementos más simples.

Así acaso la vida, esa visión de que hablaba al principio cuando paso días pernoctando un día tras otro en una cumbre, es la que me permite acercarme a la realidad con una visión diferente e interrogadora. Una imagen-metáfora, si se quiere, pero que sirve para hacerse la idea de que tanto asomarse a las noticias del mundo, como cualquier otra realidad personal o grupal, siempre les viene bien echarles una mirada desde la distancia. Y si la distancia es mayor y nos encontramos aislados en algún lugar privilegiado de , todavía mejor; probablemente desde allí alcanzaremos a ver con más claridad la importancia de los hechos simples de la vida.

 ***

Y bueno, y que concluido este post me acordé de algo y me surgió una sonrisa en los labios. Me explico. Recordé un guasap que envié ayer a Paco con la fotografía de una mesita que acababa de terminar hecha con unos hierros viejos, un cacho de palo, un poco de arena y hojas otoñales recogidas del suelo de la parcela. A mí me encantaba el resultado y le preguntaba a Paco si esto le parecía a él arte o no; ¿cuál es la línea que separa al arte de lo que no lo es? En el contexto de este post donde indagaba la raíz última de los conceptos que hemos ido cimentando a lo largo de los siglos, podríamos recurrir a los primeros pintores de Altamira o Lascaux para desde allí intentar alumbrar comprender el proceso de conceptualización de tantas cosas o hechos. ¿Alguien puede pensar que aquellos primeros pintores se entretuvieran en discernir si aquello era arte o no? Aquello podía tener su función práctica o estética o podía ser un instrumento mágico para atraer a la caza, pero todavía no había llegado el momento de encorsetar la realidad. Fueron los hombres posteriores los que inventaron cajones en los que meter si los bisonte sobre los muros de la cueva eran arte o no, y con ello definir qué era arte. Yo miro mi mesita y encantado como estoy podría hasta intentar colocarla en un museo :-), pero vamos, ni soñando, la prefiero a mi lado alegrándome la vista. Mientras tanto nosotros, los humanos, dale con esto es arte o no: porca miseria! :-) 






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