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La señora Elisa Mouliaá y neandertales |
Los voluntarios de Valencia. Se me hace un nudo en la
garganta viéndolos desfilar camino de la catástrofe. Esos sentimientos que
parecen adormecidos en tantas personas, y que despiertan ante la los males
ajenos, es seguramente el único hilo de esperanza que sustenta nuestro quebrado
anhelo dentro de esta sociedad a la que no se le ve posibilidades de
regeneración. La esperanza en cierta gente debería ser infinita si no queremos
vernos abocados a las miserias de un mundo que humana, social y económicamente
se dirige a la catástrofe. Si el punto álgido de nuestra estructura económica
es la codicia, bien pudiera ser que del fondo de nuestras almas surgiera algún
día su contraria, la generosidad y la solidaridad. Ellas ocupan un lugar en
nuestras almas quizás un tanto adormecidas por el ambiente opresivo que vivimos,
de ahí que ante una inesperada catástrofe éstas despierten en tanta gente.
Derechas e izquierdas son términos confusos que nacieron precisamente
de la mano de una percepción de la realidad que tenía que ver con el sentido de
la justicia, y de otro lado con la defensa y consolidación de los intereses
particulares. A quien pone su punto de mira en la justicia y la solidaridad le
llamamos de izquierda. No se niegan estos valores en personas de la derecha,
pero sí es cierto que por allí está mucho más atenuado el sentido de la
justicia y la solidaridad. Probablemente cuando la gente se siente conmovida
por el mal ajeno, unos y otros vienen a sentir el aguijón de la solidaridad en
su interior. Parece que hay límites en las desgracias ajenas en que incluso despiertan
en el ser interior de quienes sólo piensan en sí mismos ese sentimiento, que
debería estar en todo el mundo como está en los hormigueros o en las colmenas
la defensa de la comunidad, pero que la codicia ha logrado enterrar a muchos metros
bajo tierra.
No era éste el motivo de mis cuartillas de diario, pero
abrí el periódico y encontrándome esa riada de gente cargada con escobas, cubos
y palas, ya dije, se me hizo un nudo en la garganta. Quizás no debería meter en
el mismo saco asuntos tan dispares, pero es lo que hay, no soy yo quien busca
los asuntos en ocasiones, sino que son éstos los que se me imponen por la
fuerza.
Vaya
por delante como aclaración de lo que sigue que cuando aquí mencione el término
mujeres o feministas, me refiero a una parte de ellas. Ya se sabe que las
generalizaciones además de odiosas son siempre falsas. Ello por si se me escapa
el artículo determinado “las” referido a las personas de género femenino.
Tumbado
esta mañana en la alfombra haciendo un ejercicio tras otro, el sol en los ojos,
los párpados cerrados, el fluir de la sangre por los músculos, recordaba mi
conversación telefónica de ayer con mi amigo X. Hablábamos de la quiebra que
existe entre el discurso externo que aparece por ejemplo en la prensa o en las
redes y la realidad de la calle; ello en relación a las mujeres y a esos
pequeños incidentes que suceden a diario entre hombres y mujeres y que para las
feministas revisten un cariz a veces apocalíptico, o más bien que ciertas
feministas utilizan con tal cariz a sabiendas de su falsedad y con plena
conciencia para defender nobles causas, pero que confundiendo el sexo con
Sucede
que el afán de querer meter en el cuerpo de la ley, y de las cabezas que no son
capaces de discernir mínimamente en actos humanos los matices de la convivencia,
termina enfangando el sentido común y dejan a la suerte de feministas,
legisladores y jueces la posibilidad de hacer de la convivencia entre hombres y
mujeres la cuadratura del círculo.
En una
sociedad como la nuestra donde la hipocresía manda en los más diversos asuntos
y comportamientos, resulta dificilísimo decir lo que cualquier sapiens que no
haya nacido ayer sabe. Que lo que todo el mundo sabe y no se dice sea motivos
de denuncias, juzgados y apocalípticas apariciones en la prensa es algo
sumamente infantil que retrata bastante certeramente a esta sociedad que
habitamos. Vamos a ver, primera cuestión: una loa a la libertad de las mujeres,
es decir la posibilidad de que vistan como les venga en ganas, enseñando el
chichi, las tetas, el culo, lo que sea. Perfecto, estamos en un país libre:
viva la libertad. Nada que objetar, somos adultos, sabemos de qué va la vaina y
así la calle y la playa se convierten en un bonito espectáculo que los hombres
admiramos y disfrutamos sin necesidad de que la testosterona se nos salga por
las orejas. Segunda cuestión: ¿Es inocuo el capricho de tantas mujeres de
vestir de determinada manera, y no voy a calificar esa manera? De inocuo nada.
Ayer precisamente leía un artículo de Jung, el psicoanalista vienés, que algo
viene al caso. Escribía sobre las mujeres norteamericanas, pero sirve, no se
han de diferenciar tanto unas de otras. “Todas las mujeres, por cómo van
arregladas, por la ansiedad de sus rostros, por su forma de andar, están
intentando atraer a los fatigados hombres de su país”. Y si es así, que tiene
toda la pinta, si el vestir de determinada manera (aparte de que a todo el
mundo le guste gustar), moverse de cierto modo, y otros tantos gestos encierran
algún tipo de señal, ¿no habrá de tenerse en cuenta al considerarlo alguna
clase de conflicto adicional? ¿No dicen el modo de vestir y moverse “algo”. Y
ese “algo”, esparcido por ahí, por las fiestas, la calle o la convivencia ¿qué
papel juega?
Obviamente
no todo el monte es orégano, no está hecha la miel para… etcétera, o no siempre
quien se muestra se ofrece. Está claro que partir con un cuchillo para
deslindar lo que es insinuarse de lo que
es simple juego erótico o capricho estético es una tarea imposible, tarea
imposible que ni los medios ni los jueces están dispuestos a desentrañar, de
modo que si el señor Errejón toca el culo a su amiga, nada de esto, con ser
importante, habrá de tenerse en cuenta.
El pie de foto de la fotografía de Elisa Mouliaá que he tomado en Internet dice así: “Elisa Mouliaá se defiende y ataca a los «neandertales» que la cuestionan: «Yo estaba ilusionada con Iñigo»”. Me río porque es toda una declaración de intenciones: O me regalas el anillo de bodas o no hay nada; ello dicho cuando ya le había puesto a Errejón bajo las narices un generoso escote a modo de cebo :-) . Juegos de adultos pero que llegado el caso, como los jueces ignoran de plano “la perfidia” femenina 😄😄, los jueces, los medios, etcétera, pues eso, que pasa lo que pasa. Y a partir de ahí ya tenemos a esa prole de feministas pidiendo la cabeza del infortunado que se tragó el anzuelo a través de su libido.
La
amiga Rosi, por ejemplo, el otro día cuando en un comentario decía que en lo
único que estaba en acuerdo conmigo era en que debía mediar el consentimiento,
lo que me estaba diciendo implícitamente es que estaba de acuerdo en todo lo anterior
si existía el consentimiento. Algo que yo entiendo debe ser así, imprescindible,
y pese a que ese consentimiento en las cosas de las relaciones entre hombres y
mujeres no sea tan claro en ocasiones, ya lo decía el otro día, que un “no” en algún
momento puede ser un rotundo “sí”, pese a ello es claro que si alguien se
sobrepasa, falta al respeto al otro, o es forzado, el asunto podrá resolverse
en el juzgado si es que los interesados tienen el capricho de liarla poco más
allá de los hechos y el enfado entre ambos. Insisto, hablo de esos pequeños
conflictos del tira y afloja que surgen en el magnífico entorno del erotismo
donde por más que se quiera legislar, el legislador no debería meter sus
narices. Problemas con los vecinos, desencuentros con otros viajeros, alguien
que se sobrepasa… ¿de verdad que todas estas cosas deben llevarse al juzgado?
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