jueves, 10 de octubre de 2024

Historia de un gatito

 


El Chorrillo, 10 de octubre de 2024

El título del post era Ahora somos más sabios, pero apenas empezado el texto se interpuso la historia de un gatito que corretea ahora por nuestra casa.

Hace unas semanas un comentario de José, el maño que ha elegido el país de la oscuridad y el frío para vivir y llenar su cuerpo de aventuras, comentó en su muro que estaba encantado con su relectura de Memorias de Adriano, y añadía, más o menos, que sin embargo la primera vez que leyó el libro de Marguerite Yourcenar le había dejado frío. Cuando yo le comenté algo sobre ese cambio de opinión lo que contestó es que con el tiempo maduramos y nos hacemos más sabios. El caso es que movido por la curiosidad y sus comentarios no tardé en poner ese libro en la lista de espera de mis relecturas. Probablemente también me movió a ello el hecho de que las memorias estuvieran dirigidas a Marco Aurelio, su sucesor, lo que ponía en concomitancia una especie de intimidad con un autor al que es necesario leer varias veces en la vida en sus Meditaciones, un modo de refrescar esa sabiduría sobre la vida que rezuman sus páginas.

Bueno, pues en estas estaba cuando el gatito empezó a armar la marimorena maullando bajo mi ventana, que era la única en la que todavía prendía una luz, la que alumbraba el libro de Marguerite Yourcenar; así que pausa en la escritura. Días atrás después de escuchar durante casi una semana un débil maullido en alguna parte entre las hiedras, un maullido que podría ser una especie de piar proveniente de un pájaro, al fin descubrimos que se trataba de un gatito, una preciosidad de criatura. Le hicimos una foto y la coloqué en las redes por si alguien se interesaba por él. Mientras tanto esa dosis de ternura que todos tenemos dentro, hizo su trabajo y terminamos admitiéndolo en calidad de refugiado en tanto encontrábamos una familia que le adoptara. Quien ha tenido gatos chiquitines como éste, debe de tener unas muy pocas semanas, sabe lo simpáticos y juguetones que son, despiertos, curiosos, llenos todos ellos de vida. Pues precisamente ahí es en donde ha empezado a chocar con nuestros hábitos y con esa grandísima paz que se respira en El Chorrillo.

Ayer no dejó dormir en toda la noche a Victoria. Saltaba, se metía bajo el edredón, incordiaba a los otros dos gatos que tenemos, Bartola y Mico. Era todo energía y juego. Había pasado de condición de huérfano a ser el rey del mambo de la casa. Así hasta que a las tantas de la madrugada Victoria lo cogió y lo puso en la calle, pero apenas duró nada allí porque a esta amante incondicional de los gatos, le remordía la conciencia. Así que volvió a saltar de la cama, lo buscó fuera y lo metió en la biblioteca. Allí pasó la noche. ¿El  inconveniente? Pues que todavía no ha aprendido a hacer pipí y demás donde corresponde.

Segunda noche. Sugerí a Victoria que le preparáramos en el porche un cestito con ropa para que se acurrucara y durmiera allí en la noche. Debió de gustarle a Mimi la idea porque se acurrucó y nos miró con cara de agradecimiento. Pero la cosa duró poco. Aquello estaba bien, pero él prefería el calentito edredón y el calorcito del cuerpo de Victoria que había probado la noche anterior, amén de la compañía de Mico y Bartola que bien que mal habían aceptado al huérfano como diciendo, vaya, otro en la familia.

No, no está bien hacer pasar la noche a un huerfanito en la calle, se debió de decir. Total, que como sabía de sobra por donde andaba la ventana de la habitación de Victoria, allí se fue. Por allí entran y salen por la noche Mico y Bartola, pero este es tan pequeñín todavía que por mucho que intentó trepar hasta la ventana, nada de nada. Total, que se puso a cantar desconsoladamente, primero bajo mi ventana y después bajo la de ella, unos maullidos tan reiterativos y tan próximos que imposible dormir. Podría haber habido una disputa familiar por el asunto, pero… A ella le salía de nuevo el sentido materno y proponía volver a dejarlo encerrado en una habitación, mientras que yo, más práctico y con menos dosis de serotonina en el cuerpo, prefería encerrarlo lejos en la caseta de las herramientas, de modo que si le daba por maullar no molestara nuestro sueño.

Joder, lo que me costó cazarle. El tío se lo debió de oler a la primera. Éste lo que quiere es atraparme, se debió decir, y allí, a las dos de la madrugada andábamos el gatito y yo jugando al ratón que te pilla el gato. Lo atrapé una vez pero se me escapó, así que a campo abierto él tenía las de ganar. Tuve que abrir la puerta de la cabaña, y así pensando que me había dado por vencido, allí que se metió. Trabajo todavía tuve para pillarlo por debajo de la cama. Se escurría, iba bajo el sillón, saltaba sobre la mesa, pero ah, terminé por acorralarlo y zas, mi mano cayó firme sobre él. No, no pataleó como la primera vez que le cogí, que entonces estaba totalmente salvaje. Ahora me conocía, había comido en mi mano y había jugado con él como si fuera mi nieto. Así que con él, tranquilito en mi zarpa, me fui a coger el cestito que le había preparado Victoria para dormir y me lo llevé a la caseta de las herramientas que hay al fondo del jardín. Allí quedó. Volví al rato para comprobar qué tal le iba la vida. A través de la ventana el chorro de luz de mi linterna lo que ofrecía era un gatito acurrucado bajo su ropa de cama. Me miró sin odio en los ojos. Era un mirada de resignación y comprensión. Le desee las buenas noches y me marché.

Ahora ya podía volver a la lectura de Adriano, por cierto un momento en que éste, tras hacer un largo relato de sus campañas, de sus idas y venidas por medio mundo desde Oriente Medio, Norte de África, Britannia o Germania, escribe lo siguiente: “… Pero el momento inolvidable era aquel en que la ruta se detenía en el flanco de una montaña, a la cual subíamos de grieta en grieta, de bloque en bloque, para ver la aurora desde lo alto de un pico de los Pirineos o los Alpes”. ¡Coño!, vamos, que no me esperaba yo que un emperador romano fuera tan adelantado como para sustentar parecidas excentricidades a las que es afecto un servidor.

El caso es que ahora tocaba, como se dice ahora, hablar de ese “ahora somos más sabios”, que es verdad, que con los años somos capaces de saborear una literatura que de jóvenes nos aburría; eso y muchas cosas más, que para eso los años2 prestan la pátina del conocimiento y la experiencia a las cosas de la vida, pero es que se ha hecho muy tarde y me caigo de sueño, así que termino.

Yo había puesto a este post el título de Ahora somos más sabios, que dijera José Mijares, pero, seguro estoy, que refiriéndose a gatos el título, los posibles lectores serán más. Está comprobado que cuando me refiero a asuntos “tediosos” , la vida, la muerte, el erotismo, la inclinación por la lectura decae, pero siendo de gatos o perros… pues eso, que el interés de la audiencia aumenta. Sí, cosas veredes, amigo Sancho.

Y termino, que entre el asunto del gatito y este diario ya son las mil y quinientas. Buenas noches.


 


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