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Original de Toti |
El
Chorrillo, 22 de septiembre de 2024
De
tanto en tanto recibo de algún amigo el regalo de alguna fotografía en donde
uno de ellos emprende la escalada de un desplome, otro supera una difícil
fisura, uno más realiza un rápel extraordinariamente aéreo en el Midi d’Ossau o
quien sobre un gran vacío arremete una larga travesía en alguna pared de las
Dolomitas. Me encantan estos regalos. Hoy fue un corto vídeo de Toti que
mostraba chorreones de agua como cascadas precipitándose por las paredes de
Riglos, y horas más tarde una imagen con Riglos de noche ya en calma iluminado
como una gran catedral. Hace poco eran unas imágenes de Noelia y Capri
escalando en alguna parte del grupo de Sella o la Marmolada. O ese
rápel espectacular en el Misi d’Ossau que me mandaba el pasado verano José
Manuel. O también aquel vídeo de una escalada en Montserrat que Toti titulada
“Con el gran maestro”, maestro que no podía ser otro que Carlos. Y ello sin
contar esa transformación de la humana condición en ave surcadora de los cielos
que el amigo Toti ejerce tan a menudo.
Le
decía a éste respondiendo a su guasap
que tendría que volver a nacer para experimentar todo eso que me he perdido. No
sé si te lo conté ya, le comentaba; una vez, cuando ya había dejado casi de escalar,
las bodas casi siempre preludian grandes cambios, un día fui a Riglos con la
somera idea de escalar "algo". Aquella verticalidad y esas piedras
romas sobresaliendo de la pared, que tan inseguras me parecieron entonces, me
echaron atrás. Hoy Riglos me parece un escenario de sueños imposibles.
Vuestra generación y la siguiente habéis
dado pasos gigantescos en ese tú a tú con la montaña. Y terminaba el mensaje
con un consoladora: Yo ese tú a tú me lo tengo que merendar con mis noches
solitarias sobre las cumbres. La verdad es que estando contento con lo que ha
sido la vida, no me importaría volver a nacer para experimentar (¡ay benditas y
bienamadas sensaciones! ) eso que acaso me perdí; Riglos, por ejemplo.
Vídeo de José Manuel Vinches
Hay
quien desea con todas sus fuerzas hacerse rico, ser famoso o poseer un inmenso
poder. Todos ellos siempre me han parecido vulgares aprendices de la vida. De
verdad, ni las glorias de Napoleón, ni el oro del rey Midas, y ni mucho menos
la fama, vale lo que un pobre y humilde sapiens puede experimentar
encaramándose a una gran pared. A mí siempre me ha parecido que la mejor
inversión que se hace en la vida está en este tipo de cosas que hacemos en el
entorno de la montaña… y similares. Inversión en el sentido más práctico, ese
de llegar a mayor y, como quien mira a través de sus piernas abiertas a mitad
de pared en el Mallo Pisón, contemplar su vida, sus hechos, sus experiencias
montanas, sus vivacs y sus largas noches bajo el cielo estrellado… Eso me
parece una de las cosas más gratas que uno puede experimentar de mayor; de ahí
el concepto de inversión, de acumular experiencias a lo largo de los años. Y no
aquella otra acepción de invertir que apunta a quienes sólo tienen el pobre
placer de contemplar gruesos números en su cuenta corriente. Equivocamos el
mundo y la vida, que teniendo lo suficiente para satisfacer las necesidades
corrientes, qué mejor que coleccionar sensaciones… |
Original de Noelia/Capri |
Pero
no, nada de volver a nacer, que sería como caer en la trampa en que caen –según
mi opinión, no faltaría más– todos los que aspiran a significarse más que
cualquier otro bicho de la naturaleza poniendo en la mira del más allá un
futuro imposible. Feliz de haber vivido una vida intensa (encantado estoy con
mi vida, me decía un día Carlos postrado en la cama tras su accidente en el
Dhaulagiri) y san se acabó. A fin de cuentas estar satisfecho con las propias
capacidades y con lo que éstas hayan podido exprimir forma parte, con nuestras
limitaciones, del juego de la vida.
A cada
cual según sus posibilidades. La pasada primavera mientras esperábamos a que el
tiempo cambiara en el puerto del Pico, Capri me contaba de las satisfacciones
que le había proporcionado escalar solo, y me contaba entre otros de un
recorrido que hizo en Galayos solo y sin cuerda escalando la Punta Maria Luisa y
continuando la crestería hasta la misma cumbre del Torreón, donde le esperaban
unos amigos con los que podría rapelar. Y es que me hablaba de ese genuino
placer de escalar y sentir el vacío bajo sus pies con tanta sencillez, como
quien cuenta un paseo por el camino Smith, que a mí, apasionado de estas cosas,
pero siempre diletante, me hacia sentirme como si estuviera hablando qué se yo,
con Bonatti o con algún especial genio de las alturas.
Pues
eso, mejor no volver a nacer, seguir tocando con las cuerdas que van quedando y
sonreír vagamente satisfecho cuando ves a tus amigos volando o escalando esas
paredes que quitan el hipo y que haciendo un esfuerzo puedes imaginar desde la
humildad de tus pequeños logros montanos.
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Original de Capri/Noelia |
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