sábado, 21 de septiembre de 2024

Inspiración

 


El Chorrillo, 21 de septiembre de 2024

Me decía X en un guasap refiriéndose a mi post último, que los franceses (aparte de ser chauvinistas, maleducados e insufribles) son unos genios de la cultura. En la revolución de 1848, Courbet, Baudelaire, definieron que el arte no debía existir, en todo caso los llamados artistas debían convertirse en "flanneur" (paseantes, observadores) y "spleen", es decir hastiados y perezosos. Concluía su mensaje diciendo que él quería perder el tiempo y ser un flanneur y un spleen. Le contestaba yo que Unamuno decía flanear y sonaba horrible y que a mí me gustaba más la transcripción del inglés, wandering, perderse por los caminos, deambular, vagar, eso que hago todos los veranos cuando me marcho a vivir a las montañas. En cuanto a eso del spleen, le decía, siempre me pareció una expresión vinculada a dandis y hombres como el atormentado Baudelaire. No le veía yo al amigo, que es artista, en esa condición de hastiado o perezoso por mucho que ésta sea alumbradora de inspiración.

Y fue escribir esta última palabra, inspiración, para que de repente me acordara de uno de los capítulos que había leído la noche anterior en Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig, y que sabiendo que a mi amigo le conmueve oír El Mesías, de Haendel, venía que ni pintado por que precisamente el capítulo describía los apasionados días que vivió Haendel cuando después de un largo período de vacío y de nula inspiración, un día, tras recibir un libreto que le habían enviado y que llevaba precisamente el título de El Mesías, se produjo tal chispazo de inspiración que lo hizo ajeno a todo lo que le rodeaba. Durante días y días apenas comía, no dormía. Se cortó su relación con el mundo; vivió metido en su obra, en lo que estaba creando. El mundo dejó de existir para él. Dos o tres semanas más tarde ponía el punto final a su obra con el Amén. Tras ese punto final durmió dos días seguidos. Cuando despertó era otro hombre, exultante, comunicativo, feliz, su personalidad había sufrido una transformación indescriptible.

Es un asunto en el que incide Zweig en sus libros más de una vez, la inspiración. Le preguntaba a mi amigo, que esta muy interesado en los asuntos de arte, si a los estudiantes de Bellas Artes se les hablaría sobre las raíces de la inspiración y sobre el modo de intentar alentarla, pero se ve que esa cosa de la inspiración no rula en la universidad, eso o que X se ha levantado muy pesimista hoy porque su respuesta no es nada aragüeña. Esto dice: “Por supuesto que no se habla de la inspiración en la facultad, eso queda para los artistas. La facultad está para fabricar títulos que den la oportunidad a los jóvenes graduados de trabajar de reponedores en Carrefour”. Triste realidad por otra parte…

De hecho quizás lo que sucede, especialmente cuando nos referimos a notables obras de arte, es que éstas son de exclusiva inspiración divina, eso para los creyentes, y para el resto de los mortales una chispa en la anchura del universo que viene a posarse sobre cerebros privilegiados, ese 1 por cada 10 ó 100 millones de hombres que da la especie sapiens sapiens de siglo en siglo. Lo cual no es una explicación sino un modo de decir que determinada clase de inspiración no está ni mucho menos al alcance de todos. De hecho Cela desde su consabida arrogancia decía que eso de la inspiración no existe, que lo único que cuenta es el curro, la voluntad de escribir y el trabajo duro. Y eso mismo aseguraba el autor de El hombre sin atributos, Robert Musil, que adjudicaba toda la calidad de las obras de un artista a la constancia y al esfuerzo ímprobo en pos de la creatividad.

Sin embargo son muchos más los que sostienen que la inspiración reside en los oscuros rincones del subconsciente y que el hecho de que despierte o no se escapa casi siempre a nuestras manos. En cualquier modo parece que la inspiración de grandes artistas puede tener su gestación en una combinación de factores como las vivencias personales, el sufrimiento, la alegría, el entorno cultural y social o los momentos como guerras o revoluciones. También la belleza y el poder de la Naturaleza.

Quizás al final la razón más importante podría residir en el papel que desempeña el subconsciente en la inspiración. Un subconsciente que a la vez se nutre de todo lo anterior para suministrarnos en especiales momentos de lucidez un destello de inspiración que actúa de desencadenante de una obra ya en gestación después de que se haya producido ese primer alumbramiento. Un tatatán en la mente de Beethoven, las primeras notas de la Quinta sinfonía, que actúa de desencadenante; una bala que atraviesa el pecho del fusilado Aureliano Buendía sin tocar órganos vitales y que deja a García Márquez sin saber en principio cómo continuar su novela pero que después de ese toque de corneta arranca, crece y termina convirtiéndose en unos meses en Cien años de soledad. Una idea fugaz, una escena que presenciamos y que nos sugiere una reflexión, un artículo. He citado más de una vez al escultor Brancusi que mantenía que más que centrarse en el hecho de crear una obra lo que él aconsejaba era “ponerse en situación de”, algo así como liberar la conciencia de una finalidad, de lo inmediato para que ésta en un estado de indiferenciación, de receptividad en blanco, pueda recibir el óbolo que los dioses destinan a los genios y a todos aquellos que buscan incansables crear algo con sus manos y su inteligencia.


 

 


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