El Chorrillo, 18 de enero de 2024
Patria. El término está tan
desprestigiado que acaso lo hemos perdido, nos hemos separado de él porque
tanto la patria como la bandera, usurpadas por la extrema derecha y el PP, han sido
responsables de que veamos con susceptibilidad ambas: la patria y la bandera.
Sin embargo, ¿no cabría volver a definir y a expresar lo que para nosotros
podrían ser tanto la bandera como la patria? Nuestra sangrienta historia, la
guerra civil y la larga proyección de ella en la población, hacen difícil que
esta comunidad de ciudadanos que formamos España podamos acoger esos símbolos y
esa patria de una manera similar. En un país donde las dos Españas son tan
evidentes, un país cuyos dirigentes más conservadores pretenden a cada momento
profundizar el abismo que separa a esas dos Españas (Huelva: ¡A por ellos oé, a
por ellos, oé! ), es muy difícil que germine una convivencia en donde todos nos
sintamos parte de una misma tierra y cultura y deseemos compartir en paz este
pequeño espacio en el universo. Una tierra hermosa con una larga historia
común, por supuesto no exenta de desencuentros, merecería sí, algo que
podríamos llamar apego a la patria.
Leo a Hermann Hesse, Pequeñas
alegrías. En el capítulo Hesse hace distinción entre alemánico y alemanía.
Alemánico, toda la región en torno al Rhin, que incluye parte de Alemania y
Suiza, una región natural de similar cultura, historia, lengua, forma de vida parecida.
Para Hesse las fronteras son algo artificial. La alemanía es otra cosa,
corresponde a la demarcación administrativa de las fronteras, algo con
frecuencia poco natural e incluso arbitrario. En nuestro caso, quizás por esos
dos accidentes geográficos que son los mares y el Pirineo, apenas cabría establecer
diferencias entre el espacio natural y el administrativo. Tenemos una historia
común y una cultura similar sin bien se encuentren las normales diferencias que
dan diversidad a esa comunidad que llamamos España.
Sin embargo cuánta estupidez, cuánto
despropósito, cuántos criminales de profesión continuamente dispuestos a hacer
de España primero un charco de sangre y después un lugar de confrontación entre
unos y otros. Mezquinos intereses siempre por medio, odio, confrontación, la
incapacidad para saber vivir en paz, para crear un espacio de convivencia
aceptable. Hemos perdido el norte, llevamos siglos perdiéndolo y las causas no
son difíciles de detectar. Basta pasearse un poco por los libros de historia y
considerar cuáles han sido, y siguen siendo, los móviles de nuestro retraso y
de la división del país. La mediocridad de los gobernantes, las clases
dominantes y, al pairo de ellos la incultura, las fobias y la ignorancia de un
pueblo poco dado a la reflexión y a la concordia, han creado un clima en el que
será difícil una ordenada convivencia donde la tolerancia y el respeto de los
otros estén presentes. Cualquiera con una cultura media puede encontrar las
causas de nuestras desgracias y desencuentros con sólo repasar por encima
Reconstruir el concepto patria, ese
espacio común de ciudadanos, geografía, cultura e historia, lugar donde pasamos
esos pocos años que nos dura la vida, donde nos ganamos el sustento, donde
recreamos y compartimos una rica cultura, un espacio maravilloso y sin igual en
el mundo por su diversidad y su belleza, debería ser una prioridad y sin
embargo… cómo hacer esto con tal cantidad de tarugos políticos repartidos por
todo el país, con tal cantidad de gente realmente mala, depravada, interesada,
zafia, egoísta. Siempre me pareció que la falta de cultura era la responsable
de nuestro atraso general vía el voto que emitimos cada cuatro años, pero a
estas alturas creo que el elemento esencial no es ese, que la principal razón
del estado en que vivimos en nuestro país está en la abundancia de gente mala,
mala gente, personas despreciables que en absoluto buscan ni trabajan por una
convivencia aceptable. Me atrevo a decirlo: carroña. Probablemente en el mundo
sólo haya tres clases de personas, la buena gente, como decía Dersú Uzalá, la
mala y la indiferente, la que no es ni carne ni pescado. Parece una
interpretación un tanto infantil de la realidad, pero me temo que ello sea una
verdad de cajón. Quien no trabaja en un país para mejorar la convivencia, quien
no es tolerante, quien sólo va a la caza de sus propios intereses personales o
de grupo, quien no trabaja por una justa distribución de la riqueza que se
genera en el país, por fuerza no puede ser otra cosa que mala persona, mala
gente.
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