domingo, 14 de enero de 2024

Belleza y memoria, una evocación…

 

"Viva el velo", Julio Romero de Torres


El Chorrillo, 14 de enero de 2024

Hablaba ayer, hablar de algo siempre estimula la hipófisis, de cuellos, que era como hablar de la belleza en general y de cómo la apreciación de tal sólo nos está permitida cuando nuestro ánimo –más me gustaría utilizar el término alma si no fuera porque la Iglesia pervirtió su significado como pervierte la derecha el símbolo de la bandera– cuando nuestra alma está en condiciones de recibirla. Le decía al amigo José María que cuando un cuello es solamente un cuello es que nos estamos haciendo viejos; mala cosa en todo caso cuando nuestra indiferencia se instala en nuestro espíritu y no sabemos ver la belleza que nos rodea. Un personaje de Sándor Márai en su novela El último encuentro decía que cuando un vaso es solamente un vaso mal va la cosa; vamos, que nos estamos haciendo viejos en exceso. Lo decía en un contexto en que defendía la necesidad de alimentar la curiosidad a toda costa.

Hablaba de cuellos y a raíz de ello José María Abarca escribía ayer sobre el cuadro "Viva el pelo", de Julio Romero de Torres, que es conocido por su sensualidad y la forma en que retrata la belleza femenina. El hecho es que experimenté, escribe, un escalofrío y una fuerte emoción al verlo por vez primera.

No recordaba yo ese cuadro de Romero de Torres, que también me hubiera servido para ilustrar mi post. Tienes toda la razón, le contestaba, pero yo añadiría que no sólo el arte tiene esa capacidad de evocación que mencionas. Hay un factor que es determinante tanto para la creación artística como para que la sensibilidad de cada uno pueda en un momento determinado “activarse”. No sirve simplemente el esfuerzo de intentar crear algo, o el de querer disfrutar de una obra de arte, es necesario “ponerse o estar en situación de”. Un cuello siempre será un cuello, pero cuando estamos abiertos a la belleza, cuando nuestra sensibilidad por la razón que sea la tenemos a flor de piel, se produce el milagro. Lo que antes era un simple cuello termina convirtiéndose en una obra de arte, en puro placer estético. Y lo contrario, como aseguraba Sándor Márai en El último encuentro, “cuando un vaso es solamente un vaso”, cuando un cuello es solamente un cuello, ya la has jodido. Y no parece que tal circunstancia, tal estado de receptividad y de inspiración sea algo gratuito que sólo baste extender la mano para cogerlo.

Yo rastreo a veces en mi memoria cuáles son los momentos y las circunstancias en que esa sensibilidad a flor de piel me ha hecho percibir la honda y profunda belleza de un momento, cuando, como ayer leyendo el relato de un viaje por Malawi, un cuello, un detalle, en otro momento el paso leve de un ave por la ventana, el especial instante de soledad de una noche bajo las estrellas son capaces de activar el interés, el bienestar, la dicha. No es necesario vivir el día en ochenta mundos; es más bien un asunto de calidad, de cómo nos acercamos a la realidad, de cómo limpiamos los oídos para escuchar determinada música, cómo nos acercamos a un cuadro. Experimentar un escalofrío, una fuerte emoción, como decía José María, también, es cierto, es algo que depende de la suerte, del cómo, de la experiencia y de cómo duermen en la memoria los recuerdos y estos son despabilados.

Ayer, sin más que en mi ir y venir por los libros me encontré con una amiga con la que hace años viajando por Asia había intercambiado una fluida correspondencia surgida a propósito de los post que yo por entonces escribía durante el viaje. Mi hijo más chico, me contaba ella por entonces, se tira al piso, se cubre con una toalla y pregunta siempre: "¿que soy?", y de inmediato le respondo: "una boa que se comió un elefante... ¿es eso correcto?" Y él, contento, me dice: "acertaste !!! ¿ Cómo lo sabías?" Y ambos nos reímos. Quienes tengan cierta familiaridad con El Principito, de Saint Exupéry, habrán reconocido enseguida la escena. Quizás recordéis aquel dibujo de la boa tragona. Mi amiga y yo no nos conocíamos físicamente pero ambos habíamos leído más de una vez con delectación El Principito. Tampoco yo a José María, y a otros tantos amigos, los conozco físicamente; sin embargo hay algo en las vidas de las personas que hacen que éstas conecten tarde o temprano. También esto me lo pregunto en ocasiones. Decía más arriba que a veces rastreo en mi memoria intentando encontrar la razón de ese brotar de los momentos de gracia e inspiración en medio de circunstancias en ocasiones incluso anodinas; también estos encuentros esporádicos que he tenido con personas, con amigos, inspiran mis reflexiones; o no son mis reflexiones, simplemente son hechos que contemplo, una contemplación que me proporciona esta tarde cierto placer.

El rumor del vuelo de la paloma, de los gorriones que rondan mi cabaña, tiene mucho que ver con estas cosas, rumores en torno al alma donde la belleza y la amabilidad de los recuerdos susurran melodías que hablan de las bondades de la vida y del mundo. Así que mandé aquel recuerdo de la boa que se comió al elefante a mi amiga de la que no sé nada desde hace años y ella me contesta; y se alegra y agradece cada instante de vida y momentos compartidos. Nos ponemos grandes pero más sabios, escribe, y me manda un abrazo de oso … Y yo la contesto y le digo que leyendo en las páginas de aquel pasado, los recuerdos vienen a mí como pajarillos emigrantes que vuelven a la tierra donde muchos años atrás tuvieron su nido, aunque fuera un nido viajero. A mí siempre me ha parecido que esto de dejar constancia del paso por el mundo, esos libros escritos, es una buena inversión de futuro. Por eso ahora al calor del fuego de la chimenea cada noche, como quien saca agua del pozo de la memoria, revivo con intensidad en la lectura el encuentro con mi amiga, la belleza de un cuello femenino, la salvaje polifonía del tránsito por Asia y África.

Evocar la belleza y la memoria…

 


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