martes, 16 de enero de 2024

Lo intangible es la sal de la vida... el yo

 



El Chorrillo, 16 de enero de 2024

Fue bonito esta mañana. Estaba profundamente dormido cuando de repente me despertó un rumor de ala sobre mi cabeza. Extrañado me incorporé y lo que encontré allí fue un pequeño petirrojo que trataba de salir al exterior a través del cristal. Había quedado atrapado entre la almohada y el vidrio y el pobre se movía desesperado agitando las alas. Lo tomé entre mis manos y curiosamente no armó ninguna escandalera; dejó de agitar sus alas y me miraba como sorprendido. Era delicado, pequeñito, suave, parecía que no tuviera huesos. Quise conversar con él, pero se ve que no teníamos una lengua común; piaba, agitaba las alas e imagino que pensaba que había caído en las manos de una buena persona y que pronto le devolvería de nuevo al aire y a su mundo. Tenía razón, después de contemplarle durante un rato, alcancé el teléfono, le hice la foto de recuerdo correspondiente y simplemente extendí la mano hacia la puerta abierta y lo solté mientras le decía ¡Adios, amigo!

Me dejó un buen regusto en el ánimo, el suficiente como para saltarme el propósito que me había hecho hace semanas de salir pitando cuando suena el despertador. Así que me tocó retozar en la cama hasta muy tarde y, como tantas veces sucede, el hecho resultó gratificante. Una vez despedido al pequeño petirrojo me dio por pensar qué es eso del yo; ya ves, lo raro que es uno. Sí, ¿qué es el yo, cuáles sus raíces, qué es en esencia eso? Creo que voy a dedicar un rato esta mañana a ello. ¿Qué son realmente los recuerdos al margen de hechos que tuvieron lugar en el pasado? ¿Son algo más, son esos hechos parte de nuestra sustancia esencial y entonces cuando recordamos, lo que estamos es bañándonos en la sustancia de lo que somos?

La mañana se hizo pródiga en interrogantes… Y creo que ello tenía algo que ver con un breve post del amigo Keemiyo que hace ya unas semanas encabezaba una página denominada Reflexión Literaria, con estas palabras: “Lo intangible es la sal de la vida...”. No sé si él pensaba en el hecho de recrearse en lo intangible, que es donde apunta su afirmación, o en su búsqueda, su cuestionamiento o simplemente en su constatación. Lo intangible de mi mañana era el yo. No el yo de Keemiyo, que es un concepto que yo no he logrado comprender pese a mis viajes por India y por la literatura oriental, sino mi yo, éste que escribe, piensa y mira esta mañana los campos donde empieza a brotar la cebada.

¿Qué es nuestro yo, cuáles sus raíces y si de algún modo nos debemos a ellas? Lo que es la esencia de nuestro yo ¿será algo a lo que ¿debemos? ser fieles para que no chirríen los engranajes de la vida? ¿Quién puede determinar lo que es él en esencia y por tanto lo que debe defender a ultranzas? Usamos frecuentemente la palabra yo, yo esto, yo lo otro, yo lo de más allá, que responde a nuestra presencia en el mundo y a nuestras relaciones con los demás, pero qué eso, ¿donde anida eso que decimos yo?, ¿en alguna parte del cerebro, más arriba, más abajo, en el centro? ¿No es evidente que cuando decimos yo también incluimos las piernas o las orejas, e incluso si nos cortaran éstas y alguien hiciera un collar con ellas, como hicieron con los asturianos de la Revolución de Asturias los militares afectos al gobierno? Sin embargo ¿si nos cortaran la cabeza y con alguna tecnología punta pudieran mantener en vida el resto del cuerpo, seguiría habiendo un yo? Francisco Varela, que tiene cierta conexión con el budismo, ve la mente humana como una propiedad emergente que incide con un sentimiento del yo como lugar de intercambio con el mundo. Espíritu: emergencia inmaterial que depende de interacciones materiales. Algo totalmente imposible de comprender porque ser interacción no cuadra en absoluto con la solidez del sentimiento del yo, que es percibido además con más solidez cuanto menos interacciona con el mundo, cuando más contemplación es.

Por otra parte ¿qué tiene que ver mi yo de ahora mismo con mi yo de hace décadas, un tiempo en que todas mis células han sido renovadas? ¿Qué es lo que permanece de ese viejo yo de los treinta, cuarenta años? Qué es lo que permanece entonces?, se pregunta Pániker (Cuaderno amarillo). “No los átomos o las partículas, sino sus relaciones mutuas, un cierto programa, una cierta forma”. ¿Son los genes, la información contenida en el genoma humano donde está la esencia del yo? Escribe Pániker que a esta información algunos la llaman alma, una palabra que le produce alergia.

Somos informávoros, seres que consumen (y procesan) información, escribe más abajo. La mayoría de la gente se limita a consumir pasivamente la información, es decir, la integran en sus conocimientos previos, en su inalterable visión del mundo. Son pocos los que someten la información a tratamiento crítico. Quizás sea este volver a hacer excepcionalmente el vago esta mañana, vago y totalmente despreocupado por los hábitos de levantarse a la hora estipulada, el causante de estas pajas mentales, que diría X, que me traigo, el causante de que a partir de la información de que dispongo de mí mismo, quiera conocer sobre esas complejas cuestiones que son saber qué es la conciencia, el alma, el yo. Si tú eres tú mientras vives y tú no eres tú cuando te mueres, la diferencia de ser tú y no tú está en que el motor se ha detenido, los fusibles se han roto, la sangre no fluye, y la máquina se para. El yo deja de ser yo, kaput.

¿No es normal que un terrícola, una vez tomada conciencia de su situación en el universo, se pregunte estas cosas? Quien se aísla y reflexiona desde su soledad, por fuerza entra en un mundo de interrogantes al que no tiene acceso quien vive envuelto y arrastrado por el continuamente estar ocupado. El ocio enriquece la percepción de sí y de la realidad global, parece. De lo que de todas formas estoy seguro es que no posible encontrar explicación a todo.

Probablemente lo intangible sea la sal de la vida... sin embargo no está en nuestra naturaleza, parece, dejar de mirar lo incomprensible y dejar de preguntarnos qué somos o qué es eso que llamamos yo.

 

 


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