El Chorrillo, 28 de diciembre de 2022
Un mes va ya que falto al arrullo de las cumbres, mi cita semanal. Lo pienso esta tarde mientras miro el cuarto de luna enganchados sus cuernos en las ramas desnudas de la acacia que tengo enfrente. Parecida sensación de quien habiendo emprendido un largo viaje en una noche de soledad piensa en su amada y absorto en sus pensamientos roza sus labios en el aire con la yema de los dedos, acaricia sus senos y siente profundamente el aroma que desprende su pubis.
No, no
deseo salir corriendo, subir fatigosamente una ladera para encontrarme con
ella. Hoy me basta recordar, dejar a mi memoria vagar por los agrestes penachos
del granito, volver a contemplar desde mi saco de invierno cubierto de escarcha
el cielo cuajado de estrellas, las lejanas luces de los pueblos perdidas en su
pozo de oscuridad a mis pies, allá lejos, desde allá arriba en alguna de las
cumbres de Gredos. Y sentir esa infinita soledad penetrando dentro de mí con el
candente frío de una emoción contenida.
Ayer
detuve mi lectura de Hijo de hombre en estas líneas: “No piensan en la
muerte. Se sienten vivir en los hechos. Se sienten unidos en la pasión del
instante que los proyecta fuera de sí mismos, ligándolos a una causa verdadera
o engañosa, pero a algo… No hay otra vida para ellos”.
En
ocasiones la vida sobre la montaña es un infinito desde el que es posible vagar
por el firmamento. ¡Oh!, lo siento, lo siento. De repente mi vista ha observado
algo que se movía sobre mi brazo. ¡Una avispa gorda y lustrosa trepaba sobre la
manga del forro e instintivamente he pasado el otro brazo sobre ella tratando
de espachurrarla. No me ha dado tiempo a pensar, puro instinto, ha caído sobre
el sillón tambaleándose y con el teléfono he ido sobre ella aplastándola
definitivamente. Entonces he caído, me ha dado pena. Las avispas son un insecto
realmente bonito con ese traje de preso a bandas negras y amarillas, con esos
cuernecillos sobre la cabeza que asemejan a los que llevaba mi nieto días atrás
cuando vino a darnos un beso navideño.
Pero es
que… Todavía me produce estremecimiento cierto recuerdo de hace años. Vivíamos
entonces en la casa-escuela de Serranillos y hube de subir al tejado para
desmontar la antena de televisión anclada sobre la chimenea. Estaba en ello
cuando de repente decenas de avispas se abalanzaron sobre mí acribillándome por
todos los lados. Entré en pánico y braceando de un lado para otro salí
corriendo sobre las tejas. Creo que en aquel momento me faltó poco para caer
del tejado. En otra ocasión estábamos caminando al norte de Yunnan junto a la
frontera del Tíbet hacia una alta cumbre de los alrededores, cuando en medio
del camino nos encontramos con uno de esos altos conos que hacen las hormigas y
las termitas. Al ir a sortearlo por un lateral resultó que aquello era una
colonia de avispas de una especie bastante más grande que las nuestras. Fue
terrible aquello, primero salir corriendo monte abajo agitando brazos y el
cuerpo entero para desprenderme de ellas que me picaban manos, brazos y cabeza
produciéndome un fortísimo dolor. Experimentaba la sensación de que me iba a
desmayar de inmediato. Corriendo desmañadamente no pude parar hasta muy abajo.
Cuando me alcanzó Victoria no sabíamos qué podía hacer, ni si podría caminar
siquiera. Recurrí a un remedio que usábamos en casa a veces, allí era con láminas
de cebolla pero también servía el barro. Con un poco de agua hacíamos una pasta
y la extendíamos frotando sobre las picaduras. Allí no teníamos agua, así que
oriné en una zona arcillosa y con ello me llené toda la cabeza de barro y
ajusté después con fuerza el gorro de lana sobre ella para que retuviera el barro. Al poco rato ya sentí algo de alivio.
El alma
de la avispa que acabo de matar me perdonará si echa un vistazo a estas líneas
que estoy escribiendo. Despertar en mitad del invierno al calor de la cabaña le
ha sido fatal. Si no hubiera sido un encuentro tan inesperado seguro que la
habría intentado cazar para depositarla en el exterior. En esta época además
son prácticamente inofensivas, no les da las fuerzas para acribillarnos.
En
ocasiones observo que el castellano, o el lenguaje en general, responde mal a
la hora de expresar una idea. Esa cita de más arriba de Roa Bastos es un
ejemplo. Cuando decimos que tenemos una pasión por lo que sea, por el dinero,
por la montaña, por la gentecilla del otro género, en realidad no es correcto,
porque allí el sujeto activo, quien tiene y ejerce el poder persuasivo y
visceral es la pasión. Nosotros podemos tener una pasión pero de hecho es la
pasión la que nos tiene por el cogote a nosotros. Y si no que se lo digan a los
enamorados o a los ávidos de dinero.
La
pasión por la montaña es así, un día, de jovencito, te agarra por dentro y ya
“estás perdido”. Ahí tienes si no a esos carrozas sexagenarios y septuagenarios,
y algún octogenario también, metiéndose entre pecho y espalda piedros de muchos
grados que de solo mirarlos ya te pones a temblar. Y éstos y los otros a los que
los años no les paran los pies y continúan soñando y trepando por las breñas de
los montes una semana sí y otra también como si la vida les fuera en ello. Y si
lo dejas una temporadita, pues que sucede lo que me pasa a mí hoy, que la memoria
vuela de una a otra cumbre, de un invierno a un verano, de un vivac a otro como
quien añora el calor que deja en la cama el cuerpo de la amada.
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