El Chorrillo, 9 de diciembre de 2021
Decía Juanjo San Sebastián en su último libro que a él no
le gusta que le admiren, no aprecia ese gesto que produce en sus seguidores una
persona que supera los estándares corrientes. ¿Un gesto de humildad o acaso
descubrir sin más que uno, superándose a sí mismo en ese círculo mágico de la
mismidad, ha terminado por trascender también esa línea de sombras que separa
lo excepcional de lo corriente al punto de caer bajo los focos de un
reconocimiento que estorba su sencillez?
Admirar: “Contemplar con interés y placer algo de
cualidades extraordinarias”. Es razonable que haya personas que produzcan
nuestra admiración. Hay quien se muere por ser famoso y aparecer en las
portadas de los periódicos. La feria de las vanidades es un circo que
Shakespeare retrató ya hace algunos
siglos en Macbeth, aquello de “La
vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no
tiene ningún sentido”, que llevado a su expresión más genuina empuja a muchas
personas a vivir más en función de los oropeles
de la fama que de las satisfacciones personales que proporciona una vida
en la que el reto personal con uno mismo es una clave importante.
Y no me extraña que Juanjo piense así cuando ya desde las
primeras páginas de su libro, Cuánto es
mucho tiempo, no hace otra cosa que levantar una oda al esfuerzo. Recuerdo
esa mención que hace de Manuel Benítez, un hombre de aquellos que dedicaban sus
escasas vacaciones a llevar al monte a niños como él y que Juanjo recuerda con
el cariño y el agradecimiento de a quien se reserva un lugar importante en su
persona porque en ellos se cimentó la convicción de que el esfuerzo sería algo
vital en su vida, el motor que haría posible esa persecución de sueños que fue
un leitmotiv en la vida de Juanjo. “Perseguir sueños es lo que da sentido a una
vida vivida con conciencia plena”, escribía él en un capítulo que hablaba del
espolón norte del K2.
Es normal, habría que decirle a Juanjo, que haya
admiradores da per tutto. El que
admira es alguien que sueña pero al que acaso la camisa no le llega al
cuello, le faltan fuerzas o preparación, y entonces rinde homenaje a su sueño
en la persona de otro que sí fue capaz de ponerse el mundo por montera y arrear
con el esfuerzo y las consecuencias de ese soñar.
Aunque a Juanjo no le guste, es lógico que unos y otros
nos constituyamos en algún momento en admiradores de aquellos que teniendo
sueños similares a los nuestros fueron capaces de llevarlos a cabo, que fueron
capaces de resistir el sufrimiento, superar el esfuerzo, saltar siempre sobre
esa cuerda que poco a poco cada vez van colocando más alta según van superando
dificultades mayores y ganando confianza en sí mismos.
Se trata de una música que suena bonita a rabiar, por eso
cuando ayer viendo un vídeo sobre Silvia Vidal, ella sentada frente a los
monolitos de Montserrat, una mujer pequeña de larga melena morena sobre sus
hombros, de hablar sencillo y mirada apacible que según hablaba uno la podría
imaginar como una viajera del Cercanías camino del curro, trabajadora de ocho
horas en algún aburrido establecimiento y que sin embargo guardaba dentro de sí
a una mujer tan excepcional como la más excepcional de cuantas podríamos
encontrar hoy en este mundo; por eso ayer, cuando después de ver aparecer esas
imágenes impresionantes de grandes paredes erguidas en los rincones más remotos
del planeta en las que ella durante semanas de aislamiento y esfuerzo diseñó y
escaló atrevidas vías de ascensión en la más pura soledad, por eso cuando en un
momento confesó que la incertidumbre, “ese punto de puedo o no puedo, decía
ella, es el que a mí me hace moverme”, aquello me sonaba a la tónica, ese
momento en que en la música se convierte en un continuo lugar de retorno.
La incertidumbre permea tan frecuentemente mi ánimo cuando
las circunstancias se vuelven adversas, la mochila me dobla la espalda y la
hace gritar, cuando cercano a una cumbre en la que quiero dormir se levanta la
ventisca o cuando simplemente mis fuerzas flaquean, que el hecho de escuchar las
palabras de Silvia producen en mí un cierto revuelo. Que sea precisamente ese
punto, la incertidumbre, ese momento en que no sabes si darte la vuelta o
seguir adelante, en otros tiempos si atreverte o no con aquella pared de los
Alpes que te visitó en los sueños durante toda la primavera, en otros tiempos
dejar el confort del refugio Victori cuando el mal tiempo se cernía sobre los
Galayos para trepar por la oeste de
¿Será realmente, como Silvia afirma, la incertidumbre uno
de los factores que empujen a uno a ponerse en camino, o por el contrario se
convertirá la incertidumbre en un muro imposible de saltar? ¿Será como eso que
vi escrito días atrás en un muro del FB, que decía algo así como sólo los
valientes tienen acceso a un vida plena, intensa?
La incertidumbre produce inquietud, nerviosismo. ¿Pero es
ella un cuello de botella necesario para aproximarse a cierta plenitud? El Bottleneck
del K2, en el Espolón de los Abruzzos, ¿no es un cuello de botella necesario
para acceder a la codiciada cumbre? Cumbres que no necesariamente tienen que
ser de hielo y roca; cumbres del alma, cimas que en la vida son los sueños, las
experiencias costosas, los retos que nos mantienen vivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario