jueves, 9 de diciembre de 2021

El horizonte en llamas

 

Así se vistió de fuego la tarde frente a mi ventana







El Chorrillo, 10 de diciembre de 2021

 

A veces me da por pensar que este mundo en que vivimos es tan bello, tan magnífico que es imposible que exista algo más hermoso en todo el universo. Nos tomábamos el té de la hora de la merienda,  la cabaña estaba sumida en la semioscuridad y en uno de los muros el resplandor como de una lejana fogata pintaba el enjalbegado con la lánguida luz del crepúsculo. El horizonte, el espacio que quedaba entre éste y una borrascosa techumbre de oscuras nubes, era un espacio de fuego sobre el que las nubes flotaban como al calor de una hoguera. Soberbio atardecer para un telón de fondo en el que el Sol se despidiera abrumando a los habitantes de la Tierra con la desbordante belleza de un grandioso final de sinfonía. Y junto al horizonte y el techo de las nubes cárdenas que cubrían el cielo hasta cerca del cenit, cuando ya el cielo podía verse libre de nubarrones, ahora sobre mí propia casa, el diáfano cielo azul que precede a la noche, donde la Luna y Júpiter brillaban entre las ramas desnudas de los árboles como dos solitarios navegantes bogando en soledad en medio de un cielo poco proclive a dejarse escrutar, ni siquiera un rato después cuando ya la noche tendió su manto de oscuridad sobre los campos y los pueblos de los alrededores.

Hace algún tiempo me encontré a alguien que bajo una fotografía bastante corriente de un atardecer había escrito un breve comentario que decía: ‘Abrumadora belleza”, un piropo dirigido al fotógrafo que tergiversaba la capacidad del lenguaje para hacer justicia a la realidad de los momentos extraordinarios. La mesura que el lenguaje debería guardar para ajustarse, con parecida sutileza a cómo distinguimos las múltiples tonalidades de la luz, acaso no tiene en el hablar corriente capacidad descriptiva suficiente para ajustarse a la realidad, por ello que necesitemos de verdaderos  poetas para que seamos capaces de acceder mínimamente a esa belleza que les inspiró en algún momento de excepción.

Le decía a Victoria que ese afán que hemos tenido alguna vez cuando viajamos a las tierras del Norte o a Islandia para intentar ver las auroras boreales, probablemente se olvida de esos grandiosos espectáculos que se dan con tanta frecuencia frente a nuestra casa o en las montañas que visitamos al anochecer o al alba. Espectáculo hermoso y, sí, ahora abrumador, que convierte el horizonte y las nubes en el paisaje más hermoso que uno puede imaginar. Y es que lo tenemos ahí a diario, esos días en que el horizonte se viste de fiesta grande y sólo de tanto en tanto subo a la casa para recordárselo a ella ¿Has visto que bonito está el atardecer hoy? Cuando en casa repartimos nuestros espacios personales, Victoria eligió definitivamente su lugar de lectura y trabajo en la habitación que llamamos la biblioteca, una estancia amplia de grandes ventanales con las paredes tapizadas por los libros adquiridos y leídos durante más de medio siglo, una habitación que da al sur y desde cuyas ventanas se observa ese pequeño bosque que ha ido creciendo a su aire durante este tiempo. Yo, más modesto, pero con el ojo puesto en el previsible espectáculo del atardecer, elegí vivir en una pequeña cabaña adosada al cuerpo principal de la casa, de unos diez metros cuadrados, donde iba a tener asegurada soledad, el crepúsculo diario frente a mi ventana y en invierno el permanente fuego de la chimenea.

Días atrás el Caminante hablaba así con la Sombra en el muro de Antonio Montes. Aquel: “El que piensa ama”. A lo que respondía la Sombra: “Y el que ama persigue el rastro de alguna forma de belleza”. También la última novela que he leído,  Sobre los huesos de los muertos, de Olga  Tokarczuk” hablaba sobre la belleza: “El objetivo de la evolución es meramente estético y nada tiene que ver con ninguna adaptación. A la evolución lo que le interesa es la belleza, alcanzar la máxima perfección de cada forma”. Yo no estoy nada seguro de esto último, pero sería un buen deseo. Rodearse de belleza, buscarla y sentarte cada tarde a contemplarla al atardecer, como hoy, es como hacerle la corte a todo lo bello que nos rodea.

Asomarse sin más a algunos muros de amigos del FB es casi siempre como asomarse al balcón de tu casa a contemplar la Belleza que pasa de la mañana a la noche frente a ti. Rabindranath Tagore escribió un hermoso relato titulado El cartero del rey donde un niño enfermo pasa las horas del día asomado a una ventana, se divierte mirando a su través y conversando con la gente que pasa. Habla con el lechero y entonces sueña con ser pregonero de quesos en cuanto se recupere, y también sueña con subir a las colinas, y distribuir cartas, y con mil sueños más, como el de repartir flores con Sada, la hija de la florista. Mi ventana, que está aislada en el campo y frente a la cual sólo algún esporádico y lejano caminante pasa, tiene mucho de esa ventana de Amal, el niño del relato de Tagore. A ella llegan los crepúsculos, la luna y las estrellas, ante ella revolotean los pájaros que vienen a alimentarse, el petirrojo a curiosear o a armar un escándalo las urracas. A veces, como hace un par de días, un velo de seda cubre el campo y entonces la niebla, enredada en las ramas de los árboles, hace del paisaje vecino un  delicado lienzo donde las formas y los colores quedan diluidos en un ambiente de nostalgia y ensueño.

Hay otro amigo del FB al que sin saber donde vive imagino asomado diariamente a la ventana del atardecer como cazador al acecho de su presa. El amigo Loren, especialista en bellos cielos y nubes, no parece dejar pasar una sola oportunidad para sacar su cazamariposas y meter en la red de la cámara oscura de su teléfono todas las nubes y crepúsculos que tengan el capricho de vestirse de oro y grana antes de irse a la cama.

Entre unas cosas y otras se hizo de noche. Júpiter y la Luna han desaparecido de la ventana del sur y ahora asoman en la del oeste taciturnos como dos amigos cogidos de la mano. Es la hora de mi lectura, un tomo de Almudena Grandes, El corazón helado, que me recomendó José Mijares y que van dos días que me tiene enganchado hasta altas horas de la madrugada.

 

 

 

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario