El Chorrillo, 22 de enero de 2021
Esta tarde me dio un subidón tal la tensión que de solo
mirar los resultados en el tensiómetro, cuando hice una lectura más ésta llegó
a 197. Vamos que así de repente el vértigo que me dio casi descompuso el
aparato. Una rato más tarde ya tenía una ambulancia chiflando rumbo a mi casa.
No notaba nada en especial, me encontraba bien, le dije al médico de urgencias
que me atendió al teléfono, que podría ir yo en mi propio coche al hospital.
Que no, que no, que mandaba una ambulancia… Date, me dije, cuando colgué el
teléfono, eso es que lo mismo me puede dar un yuyo de un momento a otro.
Mientras Victoria preparaba unas cuantas cosas por si tenía que quedarme en el
hospital, no podía faltar el instrumento de escribir y alguno de los libros que
estoy leyendo, me fui serenando un poco y cuando el médico me volvió a llamar
diez minutos más tarde la aguja del tensiómetro ya había descendido un poco. La
primera vez que me presenté ante el cardiólogo ya me contó aquel cuento de que
a la presión muy alta se le llamaba la muerte silenciosa. Te sube la tensión,
no te enteras, no observas síntomas externos algunos y zas, ya la has palmado.
Menuda gracia. Total, que como me hicieron esperar un buen rato después de tomarme
de nuevo la tensión, anduve merodeando por las tripas del teléfono hasta darme
de bruces con el último post de Gustavo Catalán que hablaba sobre un afamado
notario que, dispuesto a recibir a los familiares de un fallecido para leerles
los términos del testamento, se queda dormido en la espera. Acaso relacioné lo
del testamento con ese endiablado subidón de tensión mío; no lo sé. En todo
caso podría ser una disculpa más para entretenerme escribiendo mientras
esperaba a ser llamado de nuevo. Así que él notario se quedó frito y, dormido estaba, cuando un feliz sueño vino a
visitarle. Los familiares que esperaba habían escuchado los términos del
testamento y todos felices y contentos se comportaban ejemplarmente cediéndose
unos a otros los derechos hereditarios con un derroche tal de cortesía y
desapego, de generosidad hacia los otros, de hacer pensar que todo aquello era
un repentino regalo del cielo. Sí, se había quedado como un tronco y de lo
profundo de ese trozo de bondad que todo el mundo esconde en el fondo de su
persona, el señor Freud, convertido al modo de Sócrates en partero de almas,
había elaborado en su cerebro durante su corta siesta un generoso y bonito
cuento.
Hablaba días atrás de ese otro sueño que consiste en
pensarse morirse celebrando la vida, un hecho que yo a veces he visto por ahí y
que me llena de cierta irreprimible esperanza porque puede ser, si tienes la
gracia de estar en la plenitud de tus facultades mentales, un broche de oro con
que cerrar el cuento de la vida.
Escribí más de una vez sobre ese instante, incluso llegué
a forzar unos pocos y ligeros versos en una ocasión. Recuerdo perfectamente
aquel momento. Me encontraba balanceándome en la hamaca de un barco que hacía
el servicio entre Manaus e Iquitos en el Amazonas. Era el quinto o sexto día y
habíamos dejado atrás un pequeña población cuyos vecinos habían salido todos a
recibir al barco. Eran gente pobre que probablemente tenían poco más que lo
puesto, pero, amigo, cómo bailaban allá abajo celebrando la llegada de los vecinos
que desembarcaban, o simplemente dando suelta a ese instinto ancestral con el
que tantos hombres, niños y mujeres de raza negra bailan a cada oportunidad que
se les presenta. La alegría y la pobreza se juntaban allí como esas dos figuras
de Khalil Gibram, la tristeza y la alegría, que paseaban al otro lado del río y
en donde era difícil distinguir una de la otra. Días atrás, en los tiempos en
que era adicto a las redes sociales (mentira me parece haber recobrado mi
autonomía), algún amigo relacionaba la felicidad con la alegría, buscándole los
perfiles a ambas. Entonces recordé una idea que había rescatado no sé dónde
tiempo atrás y que definía perfectamente cuando un acto humano es genuino y
cuando no. Este era mi comentario: Si tienes dudas sobre si algo que has hecho
es excelente o no, indaga si has sentido profunda alegría en ti o no. Si has
sentido alegría en lo que has hecho, el acto es genuino, si no, pon en el
platillo de la duda tus actos. No parece que la alegría se deje engañar por
actos espurios.
Yo no sé bien de qué coño va esto de que en determinados
ambientes donde las necesidades más elementales apenas son cubiertas, puedan
encontrarse tantos y tantos reductos de alegría. Lo he vivido en campamentos de
gitanos donde trabajé en alguna campaña de alfabetización y en muchos pueblos
dispersos de África y es un asunto queda siempre me deja intrigado. El sueño
del notario de Gustavo no sé si tiene algún carácter freudiano. El cuento
termina unos minutos antes de que los familiares pongan el pie en la notaría,
ese instante en que al notario se le pasa por la cabeza la posibilidad de
contarles el sueño a los familiares a los que ya antes había imaginado, como
en otras tantas ocasiones, disputándose la herencia a cuchillazo limpio.
El sentido de la realidad del notario termina poniéndole en su sitio y
renunciando, por tanto, a contar su sueño a los herederos.
El caso fue que cuando el barco zarpó, un momento en que
el río se vestía con el oro líquido del crepúsculo sobre sus aguas, tumbado
sobre la hamaca me sumí en una suerte de ensueño en donde lo único que me cupo
rescatar de la historia de la vida era la necesidad de cuidar con mucho mimo
esa frescura de una alegría no empañada por los feos deseos, que de cumplirse,
bien pueden ayudar a algunos a vestir mejor su cuerpo o aumentar en ciertos
ceros los números del saldo de su cuenta corriente, pero nada más. Eso,
etcétera etcétera. Así que en aquel momento, mientras las últimas luces se
desleían en el cacillo oscuro de la noche, escribí unos versos que eran una
mezcla de testamento e himno a la alegría y que invitaban a mis hijos a seguir
celebrando la vida en vez de ir a perder el tiempo en el despacho de un
notario.
Tan abstraído estaba con estas líneas que no oí que me
llamaban por la megafonía del hospital. Tuvieron que salir a buscarme a la sala
de espera. Mientras tanto la tensión había bajado a 160, así que me podría
marchar a casa. Un informe con una dieta adecuada a las circunstancias, un medicamento
para bajarme la presión arterial si esta tenía el capricho de ponerse peleona y
una cita para los próximos días con el cardiólogo. Cuando llegué a casa mi
tensión era del todo normal. Repasé la historia de lo que había hecho previo al
subidón pero no encontré nada, no me había enamorado, no me había tocado la
lotería, mi adrenalina tampoco había asomado las orejas… en fin. Me voy a la
cama. No tengo nada ni nadie de quien heredar así que espero tener un tranquilo
sueño.
Poca sal, ejercicio moderado, control del peso y un comprimido al día... Por cierto: la selva amazónica ha sido siempre el sueño de mi vida, que no el del notario. Estuve allí con 30 años para montar un dispensario (río Madre de Dios, frontera Perú Bolivia), pero tuve que volver antes de lo previsto por un lamentable suceso. ¡Si pudiese ir de nuevo! Es sueño recurrente y, comparado con él, al de las herencias que le den.
ResponderEliminarPor cierto, tu mención de la Cuenca Amazónica me ha traído el olor de aquellas tierras. Me parece que esta noche voy a volver a ver por enésima vez la película de Herzog, Fitzcarraldo.
EliminarLa última vez que nos dimos una vuelta por el mundo, un recorrido por Asia y las Antípodas, pensamos en continuar aquellas aventuras que siempre despiertan el alma a otras realidades y dan cobertura a la escritura, pero últimamente se nos resiste la cosa. Estuvimos en una ocasión viviendo unos cuantos días al norte de Rurrenabaque, junto a la orilla del río Beni, al sur de Río Madre de Dios; recuerdos así invitan a retomar proyectos abandonados… quién sabe. Quizás cuando pase esto del Covid… si es que pasa.
ResponderEliminar“¡Si pudiese ir de nuevo!”. En eso estoy yo a menudo mientras sigo cumpliendo y cumpliendo años, aunque intentando revertir continuamente el subjuntivo del verbo poder hacia una zona más cercana al indicativo.
Nos pasa a algunos lo mismo. Me dejé en Puerto Maldonado el baúl con mis cosas, pensando volver en breve...
ResponderEliminarVuelvo a mirar el mapa y descubro que el río Beni, donde nosotros corrimos una pequeña aventura con un puma o un jaguar, uno grande de la familia de los gatos :-), rondó toda una noche alrededor de nuestros mosquiteros, que nuestro río es tributario del Madre de Dios. No estaría mal descender el Beni y subir corriente arriba hasta puerto Maldonado un día de estos. Seguro que tu blog se iba a enriquecer con la experiencia.
EliminarY en tu compañía ni te cuento...
ResponderEliminarYa sabes, sería un place.
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