jueves, 21 de enero de 2021

Leer en tiempos de pandemia

 

Nuestro gato Negrito leyendo a José Àngel Valente


El Chorrillo, 21 de enero de 2021

 

¿Cuánto tiempo haría, se preguntaba en un descanso con el libro de Mulisch sobre la rodilla y la mirada perdida entre las llamas de la chimenea, que no pasaba tantas horas seguidas metido en las páginas de una novela? Todos los libros que andaban correteando a su alrededor, filosofía, poesía, montaña, un nuevo volumen de Juanjo San Sebastián, habían pasado a mejor vida ante la fuerza persuasora de la narrativa de Mulisch. Buena señal, se decía, para estos tiempos difíciles en que el Covid sigue avanzando como esa resistible ascensión que narrara Bertolt Brecht, pero que no termina de ser dominada. Esa vuelta al tiempo sin tiempo en que el día transcurría como en la infancia viviendo entre los piratas y sandokanes de los Mares del Sur devorando uno tras otro los volúmenes de la cercana biblioteca del barrio, retornaba ahora como un regalo a este confinamiento que amenazaba ya a las puertas de su casa (en el municipio la cuota de incidencia del Covid andaba ya por los 1100). Creyó desde muchos años atrás que vivir atrapado entre las páginas de un libro sería ya imposible, al menos de ese modo en que él recordaba habían sido los años de su niñez.

Por un momento pensé en si lo que realmente le atraía, más que la lectura en sí, no serían los ecos de aquel pasado, no las aventuras, ni el que Ada y Max volvieran a encontrarse,  sino esa sensación de estar recuperando en el acto de leer algunos de los preciosos momentos de la infancia. Pero pronto me desengañé, aquello no tenía nada que ver con la nostalgia de otros tiempos; le vi tensar el rostro y tomar un lápiz de la mesilla próxima para subrayar algo. Era la estremecedora realidad la que de nuevo resurgía ante sus ojos. Max estaba en los dominios de Auschwitz, nada que ver con recuerdos de la infancia la atención con que se había sumergido en la lectura; Max se encontraba en ese momento ante el paredón de fusilamiento y en él se suscitaron a su vez aquellos recuerdos de su visita al campo de exterminio y con ello la humedad de sus ojos vidriando la visión cuando después de todos los horrores que habían dejado atrás terminaron en la sala que hacía historia de la resistencia, retratos de hombres y mujeres en sus trajes rallados de prisioneros que habían luchado para llevar al mundo exterior lo que estaba sucediendo en Auschwitz.

Leer es recorrer la vida de los hombres y en ese instante los palpitantes ecos de la historia traían a la memoria el deletéreo surgimiento del fascismo y con él la mayor infamia que haya podido sufrir la humanidad a lo largo de todos los tiempos. Qué imprescindible es leer, pensaba, reavivar la memoria, volver a sufrir aquella infamia, reactivar nuestros sentimientos adormecidos, hacer un hueco dentro de nosotros a la solidaridad y a la comprensión de esta terrible y a la vez magnífica raza de sapiens que ocupan un planeta perdido en la inmensidad de la Vía Láctea. Vidas enteras durante miles de años ocupadas en masacrar, expoliar, amar, sufrir, gozar, vidas que años más tarde serán pasto de los gusanos, pero que aún así no por eso dejarán a un lado los horrores y la ambición sin freno.

No obstante el capítulo quedó atrás como se deja un valle a la espalda cuando atraviesas un collado. Te das la vuelta, te despides de él y vuelves hacia la otra parte de la vida más amable. Max deja Polonia y vuela de nuevo a Ámsterdam, donde mientras tanto ha habido un repentino cambio de escenario. A Max, amante y amigo de Ada, según se acerca se le ofrece un plano en picado desde los aires en el que puede observar cómo entre Ada y Onno, su amigo del alma, ha surgido algo hermoso. Y él, que durante la lectura de la últimas páginas había visto en esta pareja de holandeses el reflejo de la entrañable amistad de Montaigne con De la Boétie y que había asumido en la lectura de aquel ensayo titulado Sobre la amistad, un tan alto concepto de ella, pensaba que el autor se estaba equivocando. No es posible que un amigo del alma pueda robarle en unos días a su amiga, a su incipiente novia. De hecho la lectura se convierte en una polémica entre el lector y el autor. ¿Puede, se preguntaba mi protagonista, absorto ahora en el bamboleo de las ramas de los árboles violentamente agitadas por el viento frente a su ventana, el autor crear una amistad tan atractiva durante más de un centenar de páginas para a continuación echar todo por la borda durante una corta ausencia de Max? A Shakespeare le permitimos la maldad de un Yago o la credulidad de un Otelo porque encender las pasiones para más tarde hacer morir a sus personajes, es propio de esas grandes tragedias cuya historia propicia una catarsis en el espectador capaz de producir una oleada de sentimientos encontrados, pero su novela no tiene pinta de querer explorar esas desbordadas pasiones que terminaban con un puñal en el pecho del ladrón de corazones tras los bastidores. Max y Onno son dos hombres poseedores de una sofisticada cultura que probablemente va a poner en juego otras muchas interesantes posibilidades. El primitivismo de Shakespeare, de Esquilo o Sófocles, eso esperaba él, será sustituido, probablemente, por una más realista y compleja relación. De hecho días después encontramos a los tres, Max, Onno y Ada, en un vuelo rumbo a Cuba, donde ella ha sido invitada a dar un concierto.

Desde Sandokán con Emilio Salgari, a Shakespeare, Esquilo, Sófocles o, en este caso, Harry Mulisch, el infinito recorrido por las páginas de los libros sigue llenando de contenido sus horas; hoy, una tarde de invierno, serán Max, Ada y Onno; hace más de sesenta años Emilio Salgari; más tarde los rusos, los coches de posta, las lejanas tierras de Siberia, el descubrimiento de los clásicos; caminando por la montaña Proust, Stendhal, George Eliot, Coetze, tantos, cientos, acompañando las horas del día o de la noche, invitándole a soñar, a comprender o compartir aventuras imposibles.

 






2 comentarios:

  1. ¿Y qué tal "El infinito en un junco?"? Me gustaría conocer tu opinión. Para mí, es un delicioso libro.

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    1. Curiosamente ese libro llegó a casa como regalo de Reyes; mi chica, que andaba husmeando por ahí lo que me podía interesar. Pero antes de montar el juego de reyes con mis hijos y empaquetarlo lo hojeé y decidí devolverlo. Probablemente sea interesante, pero no estaba yo en esa línea. Un libro así requiere al menos un mes y tenía otras cosas en la lista de espera que llamaban más mi atención. Quizás con ese "delicioso" con que lo emparejas tú lo mismo algún día me decido a pedirlo de nuevo. Tengo cierta afición que me lleva a recalar en lecturas sugeridas por amigos. Ya te diré.

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