El Chorrillo, 2 de abril
de 2020
Hoy fue
un largo día de lectura. Al fin pude desentenderme del FB al punto de ni
siquiera abrirlo; leí la prensa pero apenas le dediqué diez minutos; algo más
tiempo me llevó Twitter donde todo un basurero de miseria humana encabezaba la
actualidad del momento, esas cosas con que se alimenta la carroña en los
momentos de crisis, que a Carmena le han llevado a casa un respirador para que
no tenga necesidad de exponerse, a lo que Carmena contestaba benevolente pero
firme al miserable de turno restregándole la mentira por las narices, que el
ABC alerta contra los rojos comunistas porque desde el Gobierno alguien
desenmohece y da a conocer el poco respetado artículo 128 de la Constitución (“1.
Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su
titularidad está subordinada al interés general.”). En fin, esas cosas. Intenté
que ello no me afectara demasiado y después, tras unas pequeñas tareas caseras,
me sumergí en la lectura.
Después
de leer algunos relatos de Cortázar, una maravilla el último, Ómnibus,
donde no parece pasar absolutamente nada digno de narrar en un trayecto de
autobús y que se saborea con el gusto de quien se ha tropezado con una joya
literaria, le tocó el turno a tres cuentos que David de Esteban me había
enviado días atrás, uno, un bello relato que recreaba una de sus excursiones en
el sur de Groenlandia, La punta del Tasiusaq, se titulaba, un lugar,
escribía él, donde había sentido que se encontraba con la vida en su versión
más sencilla y enriquecedora. Cercana la noche se sienta frente al fiordo,
contempla el lento avance de icebergs, acaricia las rocas sobre las que está
reclinado y piensa que probablemente es la primera caricia que éstas han
recibido en su larga vida. Cita David en otro de sus relatos a Juanjo San
Sebastián en Cita con la cumbre,
probablemente el mejor libro de montaña que se ha escrito en castellano: “Hay
rincones en nuestro interior a los que jamás abandona la penumbra, hay
preguntas que nunca podrán responderse con precisión”. Y aprovecho para
introducir una cita más que escuché esta noche en la película Felices sueños. La pronuncia uno de sus
personajes: “No encontrarás una respuesta mas que haciéndote pregunta tras
pregunta”. Muchas de ellas que nos hemos hecho en nuestras montañas. Probablemente este momento de absoluta intimidad que describe David
apuntara, o así me lo imagino yo, a esa comunión con la naturaleza en la que el
alma escruta en la noche de la absoluta soledad de un fiordo el misterio de la
vida, esos interrogantes que salen de lo profundo de nosotros cuando nos
recogemos al calor de su regazo. Esos instantes en que la penumbra de que habla
Juanjo acaso cede un tanto para alumbrar la opacidad de la noche.
El
segundo relato llevaba el título de Nico. El autor, antes de dar
comienzo a su narración en sí, muestra en unos párrafos su filosofía de la
vida, sus inseguridades que trata de descifrar, su temperamento amable y
pacífico, pero sobre todo ese conocimiento fundamental que viene de la
comprensión de que ni la fuerza, ni el poder, ni la competitividad, ni el
dinero sobrante sirven para una vida armónica y justa. Sólo sirve el amor,
termina afirmando con la rotundidad de un conocimiento que se ha fijando en su
conciencia con una firmeza sin resquicios. Nico tiene nueve años. Nico es uno
de los pequeños ángeles que la vida regaló al colegio. En el recreo Nico busca
a su profe, corre desgarbado con una sonrisa en los labios hasta donde está él.
Éste le toma de la mano y le acaricia la nuca. Juegan. Su relato termina de
esta entrañable manera: “Hoy es lunes, son las siete menos cuarto de la mañana.
En unas horas volveré a ver a mi amigo y seguro que jugaremos juntos en el
recreo. Mi amigo se llama Nico. Solo tiene nueve años y es un niño autista”.
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| Original de David de Esteban en la cumbre del Aconcagua |
(Después de subir este post David me manda por guasap un vídeo entrañable en el que se les ve jugando a los dos en el patio del recreo. No debo subir el vídeo por razones evidentes, pero incluyo aquí una captura de pantalla de lo que me escribe):
Son las
tres de la mañana. Salgo un momento fuera de la cabaña a regar el campo. Tras
las lluvias el cielo aparece distendido y sin nubes, una media luna cuelga del
firmamento.
Mi
siguiente lectura, of course, fue el libro de Fernando Garrido. Recuerdo
aquí que llevaba un par de días acompañándome en la cumbre del Aconcagua. Más
arriba dije que el libro de Juanjo me parecía el mejor libro de montaña escrito
en castellano; quizás tenga que hacer una puntualización pertinente. Garrido
confiesa desde el principio del libro que él no es escritor y que por tanto
etcétera, sin embargo, la magnitud de su aventura, más de dos meses de
permanencia en la cumbre del Aconcagua, tiene tal cariz de sufrimiento,
esfuerzo, de lucha dramática por sobrevivir a temperaturas demenciales de hasta
65 grados bajo cero con vientos de 120 kilómetros por
hora, que por fuerza sobrecogen y llevan al lector a sentir una profunda
admiración por este aragonés al que los medios no han prestado excesiva
atención pero que con sus solas gestas del Aconcagua y su primera ascensión
invernal solitaria al Cho Oyu ya merecería uno de los primeros palmarés de la
historia del alpinismo.
El
diálogo consigo mismo que mantiene en el diario entre los días 17 y 19 de enero
es uno de los fragmentos de la literatura de montaña de los más sobrecogedores
que conozco. La tienda rota, tres noches sin dormir, sin poder digerir nada,
por la puerta entra la nieve y lo invade todo. No puede beber, se le ha acabado
el gas y no puede bajar hasta el depósito de material en medio de la tormenta
que se prolonga durante tres días. “El exterior es espantoso, escalofriante. El
Viento Blanco no deja ver absolutamente nada, ni siquiera el suelo… ¿Cómo podré
descender la Canaleta
sin despeñarme?... No sé cuánto tiempo duró esta lucha, pero sí sé que de
pronto me puse a llorar… Luchaba y luchaba por volver a montar la tienda en
medio de la tempestad, mientras lágrimas de impotencia comenzaban a caer por
mis ojos… He pasado dos tormentas… he conocido el miedo… he rezado…,estoy
destrozado”. Tres páginas memorables. Y todavía tras esto Fernando habría de
permanecer un mes más en la cumbre… Fue un alivio después de todos estos
sufrimientos comprobar que al fin sus más de dos meses a 7000 metros llegaban a
su término un 17 de febrero.
Cientos
de hombres y mujeres siguen dejando cada día sus vidas en esta carrera contra
la muerte, solos, sin que ni amigos ni familia pueda acompañarles en el último
adiós. Miles de sanitarios exponen sus vidas para salvar al resto. La penumbra
de la que hablaba Juanjo San Sebastián se cierne sobre nuestras vidas. Ójala
todo esto sirva para alumbrarnos en la construcción de un mundo más justo y humano.




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