“Cuán ricos nos sentimos con que
la Naturaleza nos haya concedido el don de poder transitar por este grandioso
terreno de la montaña.” (Del Tirol al
Nanga Parbat, Hermann Buhl)
El Chorrillo, 4 de noviembre de 2018
Pese a toda mi afición a la montaña creo que no me metería
entre pecho y espalda en estos meses tanta literatura de la misma si no estuviera
descubriendo cuánto esa lectura me está ayudando a caminar un poco más erguido
de lo normal. Me explico, la vida corriente en la que uno puede levantarse a la
hora que le dé la gana, viajar a cualquier país del mundo que se le antoje o,
más corrientemente todavía, en que uno tiene “todo” ya al alcance de la mano,
entre otras cosas porque se habituó desde adolescente a una vida un tanto rústica
y elemental, amén de estar jubilado, tiene unos grandes inconvenientes que no
se pueden olvidar. Un día uno empieza por saltar párrafos enteros de un libro
que no entiende, diciendo, bueno, es lo mismo, a otra cosa; otro haraganea en la cama durante
las mañanas de todo un invierno; más
adelante le empieza a dar pereza hacer esto y aquello y comienza a perder poco
a poco el pulso a la vida, que requiere disponibilidad, ausencia de procrastinación
(una palabreja que descubrí recientemente y que está siendo la clave para
corregir la mala disposición a aplazar las tareas), fuerza de voluntad y
disposición para seguir poniéndose el mundo por montera, si es necesario. Vamos,
que yo, que me he hecho friolero con los años, o que me puedo sentir cansado en
muchos momentos o desganado para darme una larga vuelta por la Pedriza o
emprender el próximo invierno el recorrido de un Camino de Santiago más, ese
dulce gusto de empezar a caminar a las seis de la mañana o de encontrar los
albergues solitarios; yo, que me encuentro en una cierta situación de blandura
de voluntad, cuando en la madrugada de ayer mismo leía el relato de Hermann
Buhl subiendo solo camino de la cima del Nanga Parbat, ese infinito cansancio,
ese sobreponerse con un hilo de esfuerzo más al hambre, la sed, el frío, pues
que a un servidor esas cosas le ponen las pilas un montón.
Y es que estoy leyendo cómo, de pies en un pequeño resalte a
ocho mil metros, Hermann Buhl pasa la noche inmóvil a muchos grados bajo cero,
con un crampón perdido, sin agua, con los pies en el punto de congelación, y ya
mismo siento dentro de mí ese subidón energético que necesita mi cuerpo para acometer
cualquier tarea que se me ponga por delante sin dilación, eficazmente, con la
atención despierta, virilmente. Sí, todos somos burros de carga, no te quejes y
tira para adelante con todo lo que la vida te eche o tú mismo cargues sobre tus
espaldas, que diría Nietzsche por boca de Zaratustra. No sé si estas cosas la
gente las valora mucho o poco, pero estoy completamente convencido de que ir por la vida, como ´decía ayer en un artículo de
El Diario, Amador Savater, que
titulaba El camino del guerrero, dispuesto
a aprender a manejar de manera inteligente el mundo de la vida cotidiana, es la
cosa más esencial que uno pueda plantearse durante su existencia.
Bueno, para esto desde luego no se trata de encontrar
recetas al caso, hay algo mucho más práctico que todo eso y que consiste en
poner el cuerpo en disposición de… en disposición simplemente. Cuando ponemos
al cuerpo en disposición en esos dos canales con que funciona el cerebro, uno
racional y totalmente controlado por nuestro pensamiento, otro abierto a la
intuición, a lo que llegue, esos estados de relajación en que es posible que en
nuestro interior despierte unas líneas de inspiración, la concepción de un
hermoso proyecto, ese dejar vagar a la mente sin rumbo fijo; en este segundo estado
de conciencia se producen situaciones que yo relaciono hoy con la lectura de
Buhl en su ascensión al Nanga Parbat. Cuando se lee de la grandeza del hombre,
sus fuerzas ocultas, su capacidad para llegar a situaciones extremas
inconcebibles, éstas se nos presentan como parte de un yo que, inexplorado y no
practicado, de repente hacen aflorar en nosotros una energía capaz de
catapultarnos por encima de nuestro cómodo comportamiento abriéndonos así la
puerta a una nueva actitud desde la cual nos será mucho más fácil hacer aquello
que la pereza o nuestra gandulería no fue capaz de vencer durante mucho tiempo.
Saber de las posibilidades que tenemos dentro, ocultas, improductivas,
adormiladas, es una de las cosas que se desprenden del comportamiento que
leemos de otros que fueron capaces de sobreponerse con tanta entereza ante el
sufrimiento o las dificultades extremas.
A mí desde luego la lectura de Hermann Bulh no me va a
servir para concebir ningún proyecto en el Himalaya obviamente, pero sí me pone
en disposición de andar más erguido. Los
miedos que a veces nos visitan, nuestra sensación de pequeñez, nuestra pereza e
indecisión en determinado momento se ven sorprendidos durante este tipo de
apasionantes lecturas por un tan espléndido horizonte de posibilidades que es
como despertar a otra dimensión. Dice Amador Savater en su artículo: “La fuerza
de los libros está en la narración de un proceso de conocimiento en el que está en juego la auto-transformación
de un sujeto”. En ese contexto sitúo yo estos días mis lecturas de libros
de montaña, o mejor, no lo sitúo, sino que simplemente se me imponen mientras
capítulo a capítulo voy siguiendo los paso de escaladores que van forjándose a
sí mismos en un proceso que tanto puede llegar a puntuales momentos de plenitud
como al conocimiento de esa verdad intangible de que hablaba Casarotto y que
parece alumbrarse más allá de uno mismo cuando somos capaces de acercarnos a
nuestros propios límites.
Dice Amador Savater en su artículo, haciendo memoria de la
obra de Carlos Castaneda, que en la estrategia del guerrero no cuentan las
victorias y las derrotas, los éxitos o los fracasos, sólo la naturaleza de las
acciones. No habría que olvidar este punto. Lo especialmente notable en la “conquista”
del Nanga Parbat, lo que realmente nos conmueve, no es la llegada a la cumbre
por más que ello suponga la culminación del objetivo propuesto, sino la
naturaleza de las acciones que tienen lugar entre el campamento V y el IV. La
llegada a la cumbre no deja de ser un hecho casi anecdótico en el conjunto de
la experiencia de Bulh en esos tres interminables días en que transcurre la
lucha que nos conmueve.
Anoche me fui a la cama a las tres de la madrugada, había
empezado a leer tarde el capítulo sobre el Nanga Parbat del libro de Hermann
Buhl y me fue imposible abandonarlo hasta que la aventura hubo terminado. El
día anterior había leído en la cama el capítulo de la ascensión a la Norte del
Eiger, donde en algún momento, unos largos más abajo había aparecido también
Rebuffat, y ya aquella ascensión me había resarcido de la fatigosa lectura de
los capítulos anteriores atrapándome y dejando excitado mi sistema nervioso disponiendo
así mi curiosidad para la siguiente salida al Himalaya. Las casi cuarenta
páginas que ocupa el relato del Nanga Parbat es de lo más emotivo y grandioso
que he leído de las aventuras de la montaña. La reiteración de sus múltiples
escaladas en el Tirol y Alpes me habían hecho
fatigosa la lectura, pero llegado al Eiger, e inmediatamente al Nanga Parbat,
el relato dio un respingo y acaparó por entero mi interés. Era el año 53 cuando
todavía las grandes montañas del Himalaya estaba prácticamente inexploradas.
En el relato captó mi atención la intervención de Hans Ertl,
el “vagabundo de la montaña” como lo llama Buhl, alpinista y cineasta
fuertemente vinculado a alguien que admiro, a Leni Riefenstahl, de las que hay
alguna magnífica película de montaña, por la belleza y profundidad humana de
sus films. Hans Ertl rodó una película que me prometo ver esta noche y que a
simple vista bien merece la pena, aunque, eso sí, sólo podré atenerme a las imágenes
porque están en alemán y no pude encontrar subtítulos para ella. Sólo las bellas
imágenes captadas por el cineasta viendo bajar a Hermann Bulh hasta el
campamento IV, vacilante y exhausto después de su aventura, merece la pena. Dejó
aquí el vínculo del Youtube para los interesados.
Referencias:
Del Tirol al Nanga
Parbat, de Herman Buhl.
El camino del guerrero,
artículo de Amador Savater. Aquí.
Nanga Parbat
(1953), de von Hans Ertl: aquí.
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