jueves, 1 de noviembre de 2018

El Reino de la Pedriza y sus mitos



  

El Chorrillo, 1 de noviembre de 2018


A estas alturas, cuando la lectura de Hermann Buhl me fatiga tanto; no, no se le da bien esto de la escritura al gran Hermann Buhl, aunque me tropiece de tanto en tanto con una bella reflexión hay momentos en que transcurren páginas y páginas en que no le veo final a su relato, en que además me sigue admirando el excesivo margen que deja a la suerte en alguna de sus ascensiones al punto de, a toro pasado, regodearse incluso de no haber dejado en un largo de cuarenta metros ningún clavo de seguro para escribir después unas contradictorias líneas en que decir de lo que les hubiera sucedido a él y a su compañero si hubiera resbalado en algún lado; en que además descubro en Hermann Buhl un grado de inconsciencia que me desagrada; a estas alturas de la lectura de Buhl, decía, resulta que hago una pausa y en lo alto de la aplicación del FB me encuentro a primera vista, y sin ponerme las gafas todavía, una especie de mapa de la Tierra Media de la obra de Tolkien. Uno, cuando casualmente aterriza en las páginas del FB, pasa con una velocidad que apremia intentando pescar acá o allá algo que distraiga su atención y sirva de descanso a la tarea que está haciendo, hoy según manda el método Pomodoro, un sistema de gestión del tiempo que descubrí recientemente y que aplico a mi trabajo a ver qué tal funciona; pero hoy no fue necesario pasar adelante, la entrada de Loren Escalador y su ilustración ya me fue suficiente para colmar ese break time a que me obligaba el Pomodoro.


Dibujo original de Loren Escalador

Naturalmente, cuando me puse las gafas, descubrí que no se trataba de un mapa sino de un dibujo del Pájaro y la Muela, donde aquél, transformado en Gran Tótem y ésta última en Tótem, por la gracia del arte de Loren, mostraban, en el viejo papel de manuscrito en que se dibuja la localización de un tesoro o la ubicación de la tumba de Tutankamon, las esbeltas figuras de dos de las cumbres más señeras de nuestra cara Pedriza. Más abajo, en el lenguaje propio de El Silmarillón, Loren narraba la historia del reinado de Loremba en que éste y Brujus, el gran sacerdote musguey, aprovechando el largo periodo de paz que había seguido a los tiempos de hambruna y en que los Tichis habían evolucionado hasta convertirse en el gran clan familiar “que habita bajo las sagradas rocas caballeras en los fríos inviernos”, se habían dedicado a descifrar el enigma que cubría la majestuosa pared que defendía la gran cabezota somera del Tótem (la Muela) con la intención de describir en ella una sinuosa y bella línea de ascensión que llevara a la cumbre, arte que el otro gran sacerdote polaco Voytek Kurtika consideraba de consumado cuando hablaba sobre el arte de trazar bellos itinerarios en el lienzo de piedra de las montañas. “¿Existe acaso un grabado más impresionante que el que dibuja un escalador en una gran pared o en una hermosa arista de granito?”, escribía aquel maestro artista al que no se le escapaba que la Belleza, diosa de todos los reinos donde de los pies de las montañas surge la vida, habría de informar todo los cometidos de los hombres. La vía abierta por Loremba y el sacerdote Brujus fue bautizada con el nombre de Vía del Centenario y, como podrá verse en el croquis de más arriba, la cosa tiene tan buena pinta desde el punto de vista estético, que imagino que todo el reino de Loremba estará supercontento de tener en su haber un nuevo cauce para que los lorembeses y sus vecinos puedan ejercitar esa hermosa actividad que es trepar por los arracimados riscos de la Pedriza.




Curioso el parecido entre Peña Mataelvicial (sobre estas líneas) y la Muela junto al Pájaro, más arriba.


Pero no quedaba ahí la cosa, que de entre las peñas y monolitos que rodean al Gran Tótem, conocido como el Pájaro por los antiguos pobladores de este reino, surgió la memoria de otro reino anterior, propalado en este caso por el dios del fuego a extinguir Totiemba (conocido en el ámbito de la montaña con el apelativo de Toti) que, después de ilustrarnos sobre el origen del mundo donde sólo existía el vacío, donde ni árboles ni hombres existían, nos narra la formación del reino de Mulesriheim en donde sus nuevos pobladores, Mulero y Alejandro entre otros, constituirán la nueva savia y la nueva luz que habrán de convertir las montañas y los Artifos en 8bs u 9as... Amén.



Hasta aquí la leyenda, que bien podía continuarse lamentablemente, dados lo proclives que son los hombres a transformar la paz y el apacible mundo de las montañas en peleas de gallos y guerras, con aquella lucha que mantenían por el control del mundo y de la Tierra Media, los valar, los elfos y los hombres, con Morgoth y sus siervos. Esperemos que no pese a que no hay leyenda en que en un momento u otro elfos u hombres se líen a palos. Ahora, desde que leí el pasado verano al filósofo alemán Gabriel Markus, Por qué no existe el mundo, aprendí que la realidad no son sólo los pedruscos que se levantan espléndidos por encima de Manzanares el Real, que la realidad es mucho más amplia que ella, así, si viajas por Nueva Zelanda, por ejemplo, la realidad de Nueva Zelanda puede ser más las historias de Tolkien y su El señor de los anillos y los escenarios de la película donde precisamente Victoria y yo nos sentimos atraídos a visitar escalando alguno de los volcanes que rondaban por el film, que la propia Nueva Zelanda en sí con su historia y sus tierras. Las realidades que tocan los ojos del alma son con mucho en ocasiones más tangibles y “reales” que todo aquello que nombramos realidad porque su existencia puede ser constatada por nuestros sentidos. ¿Quiénes pueden ser más reales para un aficionado a Dostoievsky que el Raskolnikov de Crimen y castigo o los hermanos Karamazof, o Hamlet y el rey Lear para un amante de Shakespeare? ¿No es más real para uno tantas veces aquello que soñamos que cualquier isla perdida del archipiélago de las Maldivas?



¿Y si aplicamos esto a la Pedriza? ¿No será para mí más real ese Pájaro con el que soñé hace medio siglo escalar la sur en solitario en un tiempo en que esas cosas eran impensables y cuyo proyecto abandoné después de estudiar cuidadosamente la técnica de autoaseguración porque el menda no pasaba de ser un amante de la montaña que en modo alguno podría nunca emular a aquel nuestro compañero Gerardo Blázquez que en aquellos tiempos marcaba el camino de este tipo de aventuras solitarias? Y sí, todavía soy capaz de verme, una noche que lo soñé, un día bajo la pared sur sopesando si tendría agallas para ascender aquella pared solo. Con la historia de Loren y Toti me podría suceder lo mismo. ¿Qué no daríamos muchos por tener unas bellas historias que recrearan todos esos personajes y roquedales que a lo largo de los siglos el sol, el viento y la lluvia han ido esculpiendo y modelando en el bello granito de la Pedriza? Quizás algún día alguien emprenda una tarea similar y los amantes de la Pedriza podamos entonces agradecérselo profundamente.

























4 comentarios:

  1. Un precioso relato de donde tantas horas y días hemos pasado subiendo itinerarios más o menos difíciles.

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  2. ¡¡ Muchas Gracias !!!
    ...Es un halago y más viniendo de un maestro..
    Por cierto subiremos la Sur del Pájaro..
    Un abrazo
    .....
    Alrededor del Gran Tótem y con las pócimas del Gran Sacerdote del Musguei ( Brujus ); del suelo brotó Galletasheim, la Juníperus Phoenices ( Sabina grande ), cuyas poderosas ramas separaban los cielos de la tierra y cuyo tronco constituía el eje del universo. Sus raíces se hincaban en las profundidades, más allá de las raíces de las montañas, y sus perennes hojas atrapaban las estrellas fugaces según pasaban
    De hecho, en algunas leyendas cuentan que un día durmiendo bajo sus ramas; Totemba, tuvo un bonito sueño. Veía, como subían trepando por una raíz que había en su lado más soleado, hasta la cabeza del Gran Tótem. Él mismo, acompañando a Lortemba, Brujus y Alberterium Sumun Sacerdote, quien brilla por su nobleza y gran sabiduría. De esta manera pudieron ver donde se formó la tierra del fuego, Mulesriheim….

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  3. Y como esta noche no tengo prisa y el fuego todavía arde en la chimenea, vagabundeo de acá para allá en Google y me encuentro un viejo post titulado "Flow" que me recuerda una idea muy grata y comento allí algo y minutos después tropiezo con una entrada de Julio Villar, mi admirado Julio Villar, y vuelvo a teclear en el Google mi nombre y el de él y me encuentro con casi medio centenar de entradas o libros que hablan de él y de su ¡Eh, petrel!... Nadie que me haya inspirado más que ese viaje de Julio y sus anotaciones. Una vez dando la vuelta a España caminando conseguí averiguar dónde vivía, una casita en el monte junto al mar al sur de Tarragona o norte de Castellón, y me desvíe de mi itinerario para conocerle personalmente. Nada, En aquellos días andaba por el País Vasco.
    Buenas noches.

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