viernes, 30 de noviembre de 2018

¿Dónde está la vida?




El Chorrillo, 30 de noviembre de 2018

Hoy parecía un día destinado a nada, un folio en blanco, así que después de volver del vivero a donde habíamos ido a comprar algunas flores con que llenar tres o cuatro metros cuadrados que habían quedado desnudos, me fui a dar una vuelta por la parcela. Fue un encuentro curioso que quizás porque me había despertado un poco parco, con una distancia respecto al mundo, propició que me sintiera como si no visitara desde muchos años atrás este espacio de nuestro pequeño bosque, el rincón de la madreselva y las hiedras donde la exuberancia de la vegetación ha convertido el lugar en una pequeña selva, los setos del sur y sus laureles, el espacio que destinábamos a los frutales… Terminé por sentarme junto al níspero. Y como era de esperar nuestra perra no tardó en aparecer; se acercó, me dio un lametazo y se sentó a meditar a mi lado sobre el tapiz de los tréboles.

Mi estar ahí como si no hubiera pasado en años por allí, un lugar casi de transito todos los días, percibiendo los árboles o los restos de una gran fogata que todavía humeaba con los de rastrojos que había recogido días pasados, como si de un reencuentro procedente del pasado se tratara, me hizo sumergirme en los recuerdos como un explorador que atravesara parajes intrincados donde las sendas aquí y allá se perdían en la espesura de una selva, encontrando un mundo que alentaba sensaciones relacionadas con una realidad vivida pero con la que no se hubiera tenido tiempo de apurar los acontecimientos porque la premura o la sucesión excesivamente rápida de los hechos no hubiera facilitado su contemplación, eso se sucede cuando los acontecimientos se acumulan y no tenemos tiempo de incorporar a nuestra conciencia lo que estamos viviendo. Vivimos sí, pero estamos como dentro de un túnel con nuestra atención tan pendiente de lo que está sucediendo, tan fuera de nosotros en realidad, aunque de lo que esté sucediendo seamos sujetos, que no podemos ni valorar, ni juzgar, ni contemplarnos a nosotros mismos en la acción, porque toda nuestra actividad está polarizada por las circunstancias del momento.

Sentado allí, mientras contemplaba la columna de humo que se enredaba entre las ramas de las arizónicas y las moreras, estuve un largo rato paseándome por el pasado, recuerdos de la niñez, recuerdos de alguna larga excursión por las montañas, la placidez de algún día de clase en que mis alumnos andaban ensimismados con su plan de trabajo, la lejana memoria de una amante, una excursión por el Pirineo con mis hijos que andaban entre los arándanos recolectando sus pequeños frutos morados para la merienda. La conciencia del momento, que yo no había tenido en su tiempo, porque uno, de parecida manera a cómo pasa desapercibido el palpitar del corazón o el trabajo de los pulmones, no siente ni percibe la vida, por más que ésta sea interesante e intensa, más que en momentos puntuales. Y al hilo de las últimas páginas que leía anoche de Catherine Destivelle, la ascensión en solitario y en invierno de la Norte de Eiger, la Bonatti de Cervino y el espolón Walker, pensaba en esta mujer escalando estas paredes y trataba de aplicarle esta disposición de ánimo con la que me había levantado yo esta mañana y enseguida ahí me surgía el interrogante de más arriba, es decir, ¿dónde está la vida? ¿Qué es de esa parte de nuestra vida que por las circunstancias que sean atravesamos con intensidad o con velocidad tal de no habernos enterado que hemos estado viviendo?

La fuerza con que sentado allá junto a la hoguera con el sol bañando de plano mi cuerpo, sentía algunos momentos de mi vida pasada, me hacía pensar que la vida, eso que palpita en nuestra alma con tanta fuerza en ocasiones, no está en un solo lugar o momento, pensaba que la vida en realidad tenía el don de la ubicuidad, más o menos como Dios que dicen que está en todos los lados. Pero está además de maneras muy diferentes. Cuando la Destivelle está abriendo una vía en el Dru, una semana sola sobre el impresionante granito de la cara Oeste, y se ve obligada a progresar a cuatrocientos metros del suelo por unas inverosímiles placas que acaparan su entera atención porque un mínimo deslizamiento supone acaso la muerte, es imposible que ella perciba la tensión de su vida al límite; en ese momento no tiene tiempo más que para concentrarse en salvar un obstáculo y velar por su vida; vive ausente de sí. Y cuando esta mujer concibe el proyecto más tarde de seguir a Bonatti en su gesta de escalar la Norte del Cervino en solitario, lo que va a vivir en los días sucesivos hasta el momento de tocar la cumbre, probablemente también se va a escapar de su observación. La obsesión, la tensión a que le somete el proyecto se lo va a impedir.
                                                                                                                                         
Si llamamos al momento de la acción A, y B a todos los instantes posteriores al hecho en sí en que recordamos A , constamos que es en A en donde recae naturalmente lo que llamamos hechos de la vida, la acción que motivada por lo que sea o que ha sido fruto de nuestra pasión se ve al fin plasmada en hechos. En esos momentos es probable, especialmente durante el desenlace o instantes posteriores, que experimentemos una sensación de plenitud, pero no es algo general. Hemos vivido intensamente; punto, sin embargo una gran parte de esa energía acumulada por nuestro esfuerzo, o por las circunstancia que fueren en los límites de A parece que fuera destinada a constituirse también en vida en otros momentos de la existencia que, por gozar del privilegio de toda nuestra atención, cosa que no le sucedería a Catherine cuando en plena noche trata de superar los últimos largos que la separan de la cima del Eiger, podemos revivir de un modo más reflexivo al punto de despertar a nuestra emoción con el hilo de la memoria. Estamos entonces en B y estar en B es vivir el momento A con la lucidez que da la contemplación, la distancia y la posibilidad de la consciencia que, ahora sí, porque está en sí y no fuera de sí, plenamente consciente, es capaz de apreciar la vida contenida en momentos particulares de nuestra existencia.

Naturalmente hay que haber estado antes en A para después hacerlo en B todas las veces que nuestra memoria desee recrear el pasado. Esta mañana fue un momento muy especial porque las circunstancias se confabularon para salpicar un buen pedazo del día con un entrañable desfile de recuerdos que a su vez alimentaron un apreciable manojo de sensaciones.

¿Dónde está la vida? Cuando uno se va haciendo mayor los momentos B van aumentando progresivamente fruto, obvio es, de la abundancia y generosidad de los momentos A. La gracia de pasar una mañana al sol con este tipo de entretenimientos es una de las ventajas de que se pueden disfrutar en la edad madura.

















2 comentarios:

  1. Preciosa tu reflexión Alberto. Pero me hizo pensar en esos momentos B que ahora acumulamos;seremos capaces, pasado el tiempo y desde la distancia, recordar lo que de verdad vivimos en los momentos A?

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  2. Una buena cuestión. Creo que sí podremos, especialmente lo que vivimos con pasión. Yo además hago lo del cuento, voy dejando garbancitos (mis relatos esporádicos) por el camino que me ayudarán en las noches de invierno del futuro a encontrar esos momentos B que a veces suelen florecer en los instantes más inesperados.

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