martes, 16 de octubre de 2018

Cita con la cumbre



“A veces la vida es así: uno asume sacrificios y riesgos prolongados sólo por un momento de plenitud”. (Juanjo San Sebastián. Cita con la cumbre)

El Chorrillo, 16 de octubre de 2018


O la seducción como fuente de sentido.

Son las dos de la mañana. La excitación, la emoción, no me dejan conciliar el sueño. Pasé toda la tarde devorando página tras página los capítulos de un libro sin apenas levantar cabeza y mis nervios se niegan a dar entrada al sueño, así que desisto de dar vueltas en la cama y termino encendiendo la luz junto al arcón de mimbre. Me medio incorporo sobre unos cojines y trato de poner orden en mis emociones. Tengo en mi pensamiento la impronta del descenso de la cumbre del K2 de Atxo y Juanjo San Sebastián. La lucha por sortear la muerte abrazados a la esperanza de seguir viviendo, el desvarío mental de Atxo por encima de un espolón rocoso que lleva al campamento IV, la caída libre de cuatrocientos metros de desnivel de Juanjo, los dos vivacs con lo puesto por encima de los ocho mil metros, la ventisca, el frío, los dedos congelados, la sed, componen un cuadro dramático difícil de imaginar, pero que según van pasando las páginas ahondan en mí, por simple empatía con estos dos hombres, una sensación de desasosiego.

Hace una semana viví una situación similar cuando daba fin a un libro que narraba el desenlace de un intento a la misma cumbre, esta vez por el sur a través de la Magic Line. En esta ocasión era la conclusión de una vida dedicada por entero a la montaña; Casarotto era el sujeto de aquellas páginas, un alpinista solitario que dejó su vida en una grieta cercana al campo base del K2. «Todo el que vive muere, pero no todos los que mueren han vivido», recuerda que leyó en la camiseta de un alpinista neozelandés que le precedía en la cola de un aeropuerto, Juanjo San Sebastián. Y pienso que algo de esto tiene que ver con mi emoción de esta noche y con mi estado de excitación en los días posteriores que siguieron a la lectura del libro de Casarotto. El continuum de estas actividades de dificultad extrema, aunque sólo sea desde la distancia del lector, junto con las situaciones anímicas que se producen en su rededor, junto con la cercanía de la muerte y la lucha por superarla que subyace en todos estos libros que leo últimamente, Kukuczka, Kurtyka, Juanjo San Sebastián, Casarotto, mueven resortes internos que a uno le gustaría conocer en los detalles de su mecanismo.

A fin de cuentas, dentro de tantas cosas inexplicables que se dan cita en el hecho de vivir, estas actividades extremas de montaña son quizás uno de los paradigmas más significativos de los actos de un hombre por llegar a la esencia de uno mismo, sea él mismo consciente de ello o no, porque no se explica de otro modo que un esfuerzo tan descomunal y un peligro para la vida tan enorme no tenga como referente interno algo determinante y sustancial para la existencia de uno. Que la capacidad de expresar las motivaciones y el sentido de los actos sea un don que unos tienen, y de los que otros carecen y que estos últimos pueden simplificar al modo de Mallory diciendo que emprenden la ascensión a una montaña porque está ahí, sea un regalo para los modestos amantes de la montaña para los que sus emociones y “gestas” sólo son un lejano reflejo de su pasión, da pie para que éstos puedan admirar y conocer en aquellos la sustancia de su propia adicción, o acaso para conocer de más cerca los pormenores que llevan a estos hombres y mujeres excepcionales a enfrentarse a sus propios límites.

Cuando uno trata de esclarecer qué es esto de la vida, un asunto que no deja de estar presente ni en la dicha ni en el dolor, porque uno se admira siempre cuando se siente vivo de que pueda existir un tiempo en que la vida se transforme en la nada de la muerte, y se encuentra con ese “extraviado” comportamiento de quien se acerca al abismo de la nada sin otro imperativo que el de profundizar en sí mismo y en sus límites o, según afirmaba Casarotto, porque el K2 podía abrirle nuevas espirales de conocimiento, y se encuentra con dramáticos relatos que ponen en duda el valor de la vida, lo que a uno le sugiere esto es que acaso el lector, de la mano de algún iluminado alpinista, esté entreabriendo la puerta de ese jardín enigmático del que habla H.G. Wells en su relato La puerta en el muro, asomándose a un mundo desconocido que tira de nosotros con parecida fuerza a como el hombre y la mujer en su más íntimo sentir se ven constreñidos a perpetuar la reproducción de la especie, una fuerza que evoca energías escondidas en el individuo y que, como esa puerta en el muro del relato de Wells, da a acceso a una realidad que nos trasciende y nos seduce hasta el punto de dejar al margen provisionalmente ese mandato biológico universal de preservar la vida por encima de todo.

Quizás lo que haya más allá de esa hipotética puerta no sea más que una supuesta Ítaca que nuestro psiquismo necesita alimentar para conservar viva la llama del deseo y entonces la seducción de Ítaca, de la cumbre, como fuente de todo sentido, sea sólo una añagaza de la que se vale la naturaleza para darnos la oportunidad de experimentar nuestros propios límites. Con lo cual “la seducción se transforma en una fuente ilimitada de deslimitaciones al enfrentarnos a la posibilidad de ir más allá de lo que nos limita”. Y una observación importante, que viene al caso de las situaciones extremas que se viven en las actividades de la montaña, “sí la seducción es potente y se hace cada vez más irresistible, se dará paso a las extralimitaciones, como lo que provocó que el protagonista de La puerta en el muro, o en su defecto el alpinista que alcanza cierto estado de plenitud al lograr objetivos insospechados, traspasara la puerta en el muro, acercándose más y más a una entrevista verdad que se ofrece como culminación de todos los esfuerzos y privaciones.

Cierto o no que más allá efectivamente haya un maravilloso jardín, el descubrimiento de alguna verdad inescrutable, o la plenitud en persona, el hecho irrenunciable es que Ítaca cumple un cometido, el hecho esencial de hacernos vivir en el sentido más profundo de la palabra, en contraposición con el simple hecho de existir.  

Entre el cierto arropamiento de Juanjo San Sebastián, amigos, compañeros de cordada, promotores y la inhóspita soledad de Casarotto durante semanas encerrado en su mismidad en el helador invierno de un espolón que lleva a la cumbre del McKinley, hay probablemente diferencias en cuanto a la profundización personal en el ámbito de los porqués, sin embargo creo que sólo es cuestión de matices, en el interior de la persona, por muy acompañado que esté, en estas circunstancias debe de habitar un duende en el que con toda probabilidad se aúna la esencia de lo que somos y que debe de ser el responsable último de nuestros actos en ese pulso que se mantiene con la extrema dificultad y, de algún modo, con la muerte.

Estaba con estas líneas cuando recibí un mensaje del amigo Paco, de Hoyos del Espino, que respondía a mi agradecimiento por haberme sugerido la lectura del libro de Juanjo San Sebastián con una nueva propuesta. Le decía yo en mi mensaje último que hay un puñado de cosas que cuestionan con frecuencia el hecho de vivir y estos montañeros que desfilan estos días por mis lecturas parecen concentrar en sí con sus hechos aspectos de algunas respuestas esenciales. Sé que al final los interrogantes seguirán ahí como una montaña totalmente inaccesible, le escribía, pero también es cierto que pese a todo sigue mereciendo la pena continuar dejándose la piel de los dedos en sus laderas. Paco me hablaba de Nives Meroi y Romano, que aparecían en las últimas páginas de Cita con la cumbre. Nives Meroi la cuarta mujer en completar los 14 ochomiles, con su marido Romano, me contaba, podía haber sido la primera, pero un cáncer de su marido detectado en la expedición del Kanchenjunga o el Makalu, no recuerdo, le hizo renunciar a la montaña durante dos o tres años. Volvió con su marido cuando el cáncer cedió y completó los ochomiles. Siempre los dos solos, sin ayuda de porteadores ni sherpas, en estilo alpino. Confieso que esta última afirmación, más, por supuesto que el hecho de que ascendieran todos los ochomiles, me ha atrapado de parecida manera a cuando supe de Casarotto a través de Kukuczka en Mi mundo vertical, donde éste hablaba de la actividad del primero como alpinista solitario en el Himalaya. Cinco minutos después de que Paco me indicara el título del libro que habría escrito Nives Meroi, Non ti farò aspettare: Tre volte sul Kangchendzonga, la storia di noi due raccontata da me, ya tenía una copia digital del mismo en mi lector.

Yo cuando era niño, alumno por demás de un colegio de curas, leía libros ejemplares de santos y mártires con los que alimentaba mi alma de infante que estaba empezando a abrir los ojos a la vida; ahora que ya soy un poco mayorcito no hago otra cosa con estas lecturas. Satisfacen mi curiosidad, cierto, pero sobre todo alimentan mis ganas de vivir siguiendo los pasos de aquellos que hacen de su vida un arte consumado. Ahora mis dos libros que me esperan están sobre la mesa, uno de ellos es de Hermann Buhl y el otro corresponde a esa pareja, Nives y Romano, a los que estoy deseando conocer. Por cierto, gracias, Paco.




2 comentarios:

  1. La literatura, toda, está para despertar emociones, despertar sueños y abrir caminos. Soy un lector voraz, y ecléctico, pero reconozco que tengo especial debilidad por los libros que hablan de montañas, la ciencia ficción "científica" y la novela negra. Leo mucha literatura de ficción, pocos ensayos y algo de filosofía, no mucha es la verdad, en cuanto a la literatura política hubo una época en que era casi lu único que leía, los clásico, Marx, Engel, Lenin, Troski, y todos los teóricos del comunismo y socialismo, también a Hitler, José Antonio, y los fascistas, nazis y extrema derecha.
    ¿Resultado? Una saturación de tal calibre que estuve años si tocar un libro sobre política. Ahora vuelvo a sentir curiosidad por el devenir del mundo, y lo veo con cierta distancia y desapego.
    ¿A qué viene todo esto? A que lo que está puesto negro sobre blanco de una manera u otra provoca emociones y ganas de conocer y saber más, y los libros se enredan como las cerezas en una cesta, y de alguna manera esto te está pasando a ti, y espero que sea una sensación grata.

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  2. Efectivamente, como las cerezas de una cesta. Y es la una de la madrugada y las cerezas se enganchan unas en otras y desde el campamento base del Annapurna, donde Nives y Romano aguantan la nieve que cae ininterrumpida dese semana y media atrás, me sucede que quiero ver el rostro de esta mujer y me encuentro con ella en una entrevista con su marido, y les escucho y el cuerpo me pide más y me pongo a oir una conferencia de ella en la TED cuyo título es El deseo de tocar la belleza, y entonces vuelvo al tema de la búsqueda de los porqués y de ahí me desplazo a Platón y a Diotima en su discurso sobre el amor y la belleza. Y tras hora y media vuelvo al Annapurna donde sigue nevando...
    ‌Querríamos marcharnos una o dos semanas a recorrer la Costa Vasca, pero se hacen los días tan gratis haciendo pequeños arreglos y dedicando horas y horas a perseguir las emociones y las emociones de esta gente que no sé yo. Para más inri hoy comienzo un ritual que se repetirá cada noche hasta la primavera, encender el fuego de la chimenea después de la cena, alcanzar un libro de la mesita cercana y sumergirme hasta la hora de acostarme en la lectura, quizás poniendo en el intermedio un poco de música, lo cual es como poner barricadas a la puerta de mi casa para invitarme a no salir.

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