martes, 4 de septiembre de 2018

Un muchacho llamado Álex



Foto tomada del FB de Ramón Portilla


El Chorrillo, 4 de septiembre de 2018

Junto a un libro de Kurtyka estaba también el volumen de Kukuczka, Mi mundo vertical, que había constituido un pequeño detonante para mi mente adormecida en aquellos primeros días del mes de junio. La fuerza y la decisión de este hombre probadas en esa irrenunciable lucha por conseguir alcanzar todos los ochomiles del Himalaya por una ruta nueva o en invierno, ponían un punto de nerviosismo en mi organismo cada tarde. En los últimos años sólo había leído esporádicamente algún libro de aventuras, Reinhold Messner, Bonatti, René Demaison; no estaba al día de esta nueva generación de polacos y gente de montaña que parecía sacar sus infinitas fuerzas y decisión de un inimaginable mundo donde la voluntad parecía poder substraerse a toda limitación hasta ahora conocida.

En la última hora de la tarde, entre el batiburrillo del monólogo de Kurtyka, me encontré hacia el final de El maharajá chino una idea que apoyaba la vieja intuición de que la dependencia del reconocimiento por parte de los otros puede ser un lastre para la libertad del individuo. Kurtyka es un hombre que huye de los medios, que no concede entrevistas y que se evade de las garras de la fama como alma que lleva el diablo. Así que no era de extrañar que afirmara en la página ciento diez que la fama es quien nos convierte en espectros famélicos, en busca de la carroña del reconocimiento y de los honores. Tengámoslo en cuenta. No ya la fama que es un concepto en exceso hinchado, simplemente cosas menores y cotidianas, esa tensión que establecemos con nosotros mismos, por ejemplo, cuando los megustas y el contador del número de las visitas de un blog reclaman nuestra atención, cuando conocidos o amigos se convierten en los valedores de nuestra conducta, haciéndonos caer en la trampa de creer que valemos lo que vale la consideración que los otros nos otorgan.

Un buen libro siempre es la posibilidad de una larga y profunda conversación con uno mismo donde los interrogantes y las respuestas juegan al corre que te pillo constantemente estimulándonos hacia una comprensión más profunda de la realidad. Y este librito es una joya en este sentido. Durante su lectura, junto a la constante presencia de la amenaza de escalar al fin el Maharajá chino en solo integral, ascender una pared de la más extrema dificultad sin ningún tipo de seguridad, constantemente me veía envuelto en el complejo entramado de las indecisiones, el miedo, la sensación de plenitud, el alivio cuando la lluvia relajaba la tensión de la próxima ascensión. Perfecta capacidad del autor para transmitir sensaciones y meter al lector entre las palpitaciones de su propio corazón.

Por cierto, al día siguiente, después del desayuno, mientras se ponía en marcha mi ordenador, el FB me proporciona una noticia relevante que tiene que ver con el párrafo anterior. Ramón Portilla incluía en su perfil una información que me sumió en la perplejidad, más teniendo tan reciente la lectura del Maharajá chino. La entrada decía lo siguiente: “Se llama Alex González Úbeda (tiene 15 años) y hace unos días escaló en el Naranjo: la Rabada, Este y Sur en solo y en el día, no pudo terminar la Norte por la lluvia... La Murciana del 78 también en solo (donde le tomaron esta foto en los últimos largos sin cuerda...) y la Directísima con un compañero...”. La lectura de este breve suelto me pone nervioso. Confío en que la noticia sea cierta, porque la altura que alcanza el listón de la grandeza moral, la voluntad y la decisión de un hombre, en este caso casi un niño todavía, con ascensiones como éstas, supera cualquier límite que se hubiera podido concebir. Si, como afirma Kurtyka, la escalada es en realidad un intento de elevarse por encima de uno mismo, lo que hace este chico, Alex, con la mitad de la edad de Kilian Jornet, es indudable que lo sitúa en un grado de madurez que difícilmente personas corrientes pueden alcanzar a lo largo de toda una vida. El enfrentamiento con la Mermelada –la acertada expresión de Kurtyka para condensar en una palabra el miedo, la oscura sombra de la muerte, la incertidumbre, aquella pesadilla, cuenta, en que se encontraba con un ser terrorífico que se materializaba en forma de ente tenebroso–, vale decir enfrentamiento con los propios miedos, que todo individuo debe arrostrar a lo largo de la vida, y en especial cuando se hace escalada de dificultad, es un tema recurrente que conocemos todos en mayor o menor grado cuando nos hemos enfrentado a ascensiones que rozaban nuestros límites o nuestra preparación; un complejo de sensaciones que tienen que ver con lo que entendemos es ese hermoso concepto que llamamos libertad. El arte de la libertad, se titula precisamente otro libro que habla de Kurtyka, cuya autora es Bernadette McDonald. Emprender “desnudos como la mar” estas ascensiones que realiza Alex, le convierte en un símbolo de esa libertad, mucho más allá de la famosa pintura de Delacroix.

Envidia sana la mía, admiración, también sentimiento de mediocridad, todo hay que decirlo, ante estos seres tan genuinamente valientes. Envidia la mía, alguien que abandona una alta ruta en las Dolomitas este verano porque la pierna le falla un poco y le dan cague determinados parajes especialmente verticales, o que sufre porque caminando días atrás en Pirineos tiene que atravesar unas pendientes hermosas que le descomponen los nervios. Desde hace una semana he abandonado la literatura y ando de una parte a otra del Himalaya siguiendo los paso de alpinistas polacos que me desconciertan con sus ascensiones, pero que hacen renacer la lejana memoria de mis humildes ascensiones en Alpes, Galayos o Pirineos con el renovado brillo de ese sentimiento de libertad que experimentaba trepando por el diedro de la María Luisa, la Oeste de la Amezúa o el Cuerno del Almanzor en una heladora mañana de invierno. La experimentación de la libertad de los otros abona la sensación de mi propia libertad ahora que hace ya tantos años que no escalo pero que sigo recorriendo verano a verano los Alpes de un extremo a otro.

Y sin embargo parece que hay personas que se toman estas cosas a la ligera; antes de cerrar la aplicación del FB eché una ojeada a los comentarios de la entrada sobre las ascensiones de Alex y allí me encontré con alguno bastante sorprendente que tachaba de “machada” y de inconsciente la aventura de este chico. La verdad es me jodió que el simple historial de las cuatro ascensiones al naranjo en solo integral no fuera suficiente a estos comentaristas para aceptar la madurez y la preparación física y moral de este muchacho. Y me imagino cómo con el teléfono en la mano alguien, desde la comodidad del sillón del cuarto de su casa, puede atreverse a juzgar la globalidad de todos las complejas decisiones de alguien que se apresta, y consigue, en solitario a escalar la pared más señera y acaso más difícil de nuestro país. También yo ejercí de comentarista respondiendo con lo siguiente: Perdona, X, pero me chirría por dentro esa palabra “machada”. Si los datos que se narran aquí son ciertos ello me parece de una grandeza moral y deportiva tan grande, tan fuera de toda comparación, que aún considerando el equilibro ese que puede haber entre lo que tú llamas inconsciencia y una madurez consolidada como escalador, la realidad es que a mí, por ejemplo, que fui escalador del montón, me pone la carne de gallina pensar en la fuerza de voluntad y decisión que un individuo a tan corta edad puede llevar dentro. Un valor tan innegable y evidente, que es necesario reconocer que me hace mal encontrarme esa palabra que entrecomillé y que escribiste más arriba. A mí me parece algo muy grande como para banalizar sobre ello. Ayer leía sobre la primera invernal de Kurtyka al Troll, en Noruega; la prensa lo anatemizó también como acto de locura e inconsciencia. 

Ramón Portilla terminaba su apunte con una bonita verdad; decía: “Gracias, Álex, para mí eres un soplo de aire fresco…” Para mí también. Son personas así, creyentes todos de esa libertad que nos regala la montaña, los que me hacen asomar la cabeza por encima del pesimismo que supone vivir en esta loca sociedad y dan aliento con su audacia y fuerza de voluntad para seguir mirando con esperanza el porvenir.




3 comentarios:

  1. Con toda mi admiración, he de decir sin embargo que no se debe escalar NUNCA sin cuerda, ni siquiera en vías de mediana dificultad. Un saludo.

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  2. Es cierto lo que dices... y sin embargo ¿a quién no le gustaría experimentar esa sensación de plenitud que debe alcanzarse en experiencias de esa magnitud? La historia de la escalada está llena de contradicciones en donde la seguridad vive en permanente litigio con un profundo deseo de superación.

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  3. Sí, suena bonito evidentemente, como bañarse desnudo en el mar, que también da una bella sensación de plenitud y libertad. Pero no nos confundamos, una cosa es disfrutar de la naturaleza y otra jugarse la vida absurdamente. He conocido bastantes casos ya de primeras figuras de la escalada internacional, que ya no están aquí para contarlo, por haberse confiado y escalar sin cuerda. No se es mejor escalador por escalar sin cuerda, ni más valiente. Es solamente más imprudente. La mayoría de la gente que jalea y anima a los que escalan sin cuerda, jamás lo harían ellos ni locos. Es muy fácil animar a que alguien se juegue la vida, estando sentado mientras cómodamente en un sillón.
    Todos los mejores escaladores han sido SIEMPRE los más sensatos e inteligentes, los que saben que no necesitan demostrar nada a nadie, y menos para llamar la atención. Son estos los que llegan a tener una larga y plena vida.

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