sábado, 4 de octubre de 2025

Sentirte entre iguales: Palestina

 



4/10/2025

Esta tarde hice un alto en mis labores de jardinero para acercarnos a Atocha a la manifestación por Palestina. En el Cercanías charlamos con una mujer que había confeccionado una bandera palestina para la ocasión. La otra, nos dice, que estaba tendida sobre el balcón, se la destrozaron algunos vándalos de la extrema derecha. Charlamos, lo de siempre, lo difícil que resulta aceptar que haya personas que no sólo defienden a los criminales y sus asesinatos, sino que además acechen y hostiguen a aquellos que muestran su solidaridad con el pueblo palestino. Lo difícil que resulta comprender que los nietos y los tataranietos de los antiguos masacrados en los campos de concentración nazis estén haciendo ahora lo mismo con los palestinos sustituyendo los hornos crematorios por asesinatos a sangre fría de niños, mujeres, hombres, ancianos. Lo del Holocausto es imposible comprenderlo; los asesinatos de Israel, tampoco. Llegamos a Atocha, nos despedimos.

En los andenes se oye ya el vocerío de los manifestantes. La multitud ocupa la plaza de Atocha y las calles adyacentes. Paramos en la esquina de Moyano con el Paseo del Prado. Un inmenso gentío corea los eslóganes habituales. A mi izquierda una señora mayor que probablemente ha dejado atrás los ochenta años hace tiempo y que viste la camiseta de perroflautas, se desgañita gritando una tras otra las consignas que corean los manifestantes: “Israel asesina y Europa patrocina”, “Palestina libre”, “Dónde están, no se ven, las sanciones a Israel”, “Esto no es una guerra, es un genocidio”… Un puñado de consignas que se repetirán durante toda la tarde a lo largo del trayecto. Charlo con ella. Me sorprende el calor con que vive este momento. Le comento que toda esta gente son la única esperanza que tenemos de cara a un mundo mejor. Sí, dice ella, y especialmente que haya tanta gente joven. A unos metros de nosotros, engullidos por la masa hay dos chiquilines metidos en una especie de cajón con ruedas que hacen su vida en mitad del gentío. El carrito enarbola una pancarta que dice: “Todos somos hijos de Gaza”.

Estoy emocionado, sin embargo una delgada tristeza me sube por dentro. Hoy soy incapaz de gritar nada, no encuentro mi voz, lo intento pero me sale un “Netanyahu, asesino…” que sólo oye el cuello de mi camisa. No sé, tristeza por el mundo en que vivimos, que con toda seguridad sería otra cosa si ese mundo estuviera compuesto por gente como la que me rodea. Pienso en personas que conozco, que conocía de las redes sociales, y con las que hoy me daría grima relacionarme sabiendo de su afección por Israel, de la justificación de sus crímenes. Me dan grima todos aquellos que de un modo u otro avalan los asesinatos del pueblo judío, que avalan que se les suministren armas. Me dan grima.

A mi derecha escucho a Victoria intentando unirse al coro de las consignas, pero apenas se la oye. Los dos somos unos tímidos. Miro enfrente, un buen puñado de gente joven, chicos y chicas se desgañitan frente a un altoparlante dirigiendo la fiesta y las consignas. Mi incapacidad para unirme a la gritería general facilita la  toma de conciencia de lo que está ocurriendo a mi alrededor. Las pancartas, la vehemencia de las voces, hombres, mujeres, jóvenes, e incluso niños, el calor de la multitud unida en un único empeño. Un buen número de pancartas muestran retratos pintados de gazatíes asesinados con una brevísima referencia de su oficio o hechos. Los asesinados tienen nombres y apellidos, no son seres anónimos, eran personas que tenían un trabajo, unos proyectos de vida, una larga existencia por delante y que vieron cortadas sus vidas por otros hombres, también con nombres y apellidos, y cuyo oficio en este conflicto es asesinar.

La sensación de sentirme entre iguales me llena por dentro. Se enfrenta a mi pesimismo que me dice que este mundo es una mierda, lo matiza. Quiero creer que toda esta gente joven que sale a la calle en solidaridad por el pueblo palestino es nuestra única posibilidad de salvación futura. Ayer utilizaba la palabra romantizar refiriéndome a la tierra. ¡Cuánto me gustaría hacer lo mismo con el futuro que nos espera, cuánto! Pero se me añuga la esperanza, lo siento como quien desea creerse algo en lo que no cree, la esperanza no termina de colar en mi ánimo. Si esta tarde en medio de la multitud que ocupaba desde Atocha hasta Callao las calles, me preguntaran, mi afirmación quizás fuera positiva, dejaría paso a la esperanza. Acaso desistiría del pesimismo que me llena por dentro, pero llegado a casa, visto después desde los medios internacionales, visto quienes gobiernan el mundo, el Payaso Donald y todos sus correligionarios, comprobando las fuerzas económicas que rigen este mundo y la estupidez que nutre a la mayoría de la clase dirigente y a gran parte de la no dirigente, me temo que a la esperanza le queda tan exigua posibilidad que…

El clavo ardiendo al que nos agarramos es esta gente a la que hoy sentía como mis iguales, todos unidos, no sólo en Madrid, también en toda España, en Europa; las multitudes llenaban hoy las calles de Roma, Londres, París, Lisboa y otras ciudades clamando por el fin de una guerra y una Palestina libre.




No hay comentarios:

Publicar un comentario