El
Chorrillo, 25 de mayo de 2025
Podría
limitarme en esta ocasión a continuar por privado la particular tertulia que
mantengo con Enrique, sin embargo lo mismo mi diario se enfada, o le entran
celos por dirigirme a un interlocutor distinto cuando me surgen asuntos que
siempre he compartido e indagado en su compañía, así que me va a perdonar
Enrique que contestándole en cierto modo a él, me abandone al calor de mi amigo
y compañero de tantas aventuras, de tanto marear la perdiz (también), de tanto
aprendizaje en este ir y venir por los asuntos y las ideas.
Al
grano. Así que, amigo, no te pongas celoso. Sucede que Enrique esta mañana ya
había dejado su regalito matinal en mi buzón, un regalito que sustituía a otro
que borró, vete a saber por qué, a las cuatro de la mañana (jajaja…). El
regalito podría titularse algo así como Del bien y del mal. Hoy el amigo
Jesús Arriba y José Luís Ibarzabal bromeaban en FB con repartirnos el premio
Nobel del año que viene, ellos el de Poesía y a mí, según ellos, el de Filosofía,
si es que existe. Además hemos hecho planes ya sobre el asunto. Como ir a
recoger el premio yo solo iba a salirme caro, les he propuesto a José Luís,
Miguel Ángel Sánchez Gárate y Santiago Fernández, que repartirían entre los
tres el Nobel de Poesía, ir en un 2CV, para compartir el precio del viaje. El
mismo 2CV que usamos mi amiga Raquel Fernández y yo para ir al Jotunheim y al
Cabo Norte en el año 66 ó 67.
Bueno,
al tajo. Aquí el comentario de Enrique, la madre del borrego de marras que me
va a servir hoy para engrasar mis circuitos neurales. Dice así: « El ser humano no nace con el bien ni con el mal; nace
en la libertad. No existe nada que lo oriente hacia lo correcto o lo
incorrecto, sólo la capacidad de elegir, actuar y existir. No existe el bien,
no hay valores universales que lo rijan. Lo que se llama “bien” es una
invención construida para domesticar su libertad. Los actos son primeros, y los
juicios morales, posteriores.
»Por el contrario, el mal sí
existe: es todo aquello que anula, reprime o destruye la libertad del otro. El
límite ético de la libertad propia es la libertad del prójimo. Preservarla y
protegerla es lo más cercano al bien, y que vincula a hombres y mujeres capaces
de vivir sin destruir la autonomía del otro. Porque donde hay libertad plena,
no hace falta el bien: hay dignidad ».
Bueno,
le comentaba yo a mi vez, son cosas que nos pueden servir de referencias para
no perdernos, y desde luego la moral es necesaria, pero no deja de ser una
herramienta “fabricada” a posteriori que ha sufrido constantemente variaciones
según el estado de civilización y cultura. Y creo que eso vale tanto para situar
a un lado o a otro del bien o del mal lo que hacemos. En la evolución animal se
produjo una interferencia en el sistema darwiniano en el momento en que hubo un
atisbo de inteligencia. Las leyes de la naturaleza en cierto modo quedaron
alteradas desde ese instante y lo que era claro hasta entonces, la ley de la
selva, la supervivencia del más fuerte (físicamente), dio paso a otro mundo que
la inteligencia fue moldeando de manera que la convivencia entre los sapiens
fuera más eficiente y conveniente. Hoy por mucho músculo que tengas no te comes
dos roscas, los músculos no son hoy una ventaja evolutiva. Y por mucho que la
naturaleza te pida reproducirte, ello tiene que pasar por el veredicto de la
voluntad. El bien y el mal serían la manifestación del sentido común operando
para estabilizar la convivencia. Algo quizás que nos venga de nuestra condición
social, como en la colmena, y por tanto de raíz también darwiniana. Pienso,
creo, me parece, no estoy seguro…
Enrique
sostiene que lo que llamamos “bien” es una invención construida para domesticar
nuestra libertad. Le adjudica con ello al nacimiento del bien una
intencionalidad que creo está lejos de la lógica evolutiva que se desarrolló a
partir de Darwin. Mucho antes de que existiera el lenguaje o la conciencia
moral tal como la entendemos, nuestros antepasados ya vivían en grupos. La vida
en comunidad exigía coordinación, empatía y cierta regulación del
comportamiento. Los individuos que
cooperaban, compartían o cuidaban de los otros del grupo, tenían más
probabilidades de sobrevivir y dejar descendencia. Eran los primeros indicios
de una moralidad que con el tiempo se convertiría en una ventaja evolutiva. La
cohesión del grupo reducía los conflictos internos. Lo que llamamos “mal”, era
lo que perjudicaba al grupo, mientras que su contrario, lo beneficiaba. Este
moverse entre lo deseable y lo perjudicial, lo que “conviene” o “funciona” dentro
del grupo, fue lo que debió de ir conformando en la conciencia el concepto del
bien y del mal.
Este
mecanismo, desarrollado durante miles de años en nuestra fase más primitiva,
podría haber llevado en periodos sucesivos a “afinar” los comportamientos de
los primeros homínidos al punto de crear un modus
vivendi de entendimiento común en donde normas acaso no expresadas
conformaban un comportamiento, una conciencia de lo que se debe o no se debe hacer.
Un hecho que podemos observar en la evolución de cualquier bebé, que partiendo
de la tabula rasa que es su conciencia primera, poco a poco no sólo
aprende a hablar sino también a saber lo que debe o no debe hacer, lo que es
“bueno” y lo que es “malo”.
La
literatura, los primeros relatos míticos
empezarán más tarde a personificar el bien y el mal en figuras (héroes, dioses,
demonios). Estos relatos, que intentan explicar el mundo, como lo hace el Génesis,
no sólo lo explican, sino que modelan conductas: muestran qué se debe hacer
y qué no, y por qué.
Total,
le diría a Enrique, que en el principio fue la luz y que como Yahvé viera que
aquello era bueno, etcétera. Ni libertad, ni moral, ni bien, ni mal, sólo la
exclusiva voluntad del mayor dictador de todos los tiempos: monsieur Yahvé.
Nuestros conceptos no es que fueran papel mojado en aquellos tiempos, sino que
no existían. Pasarían miles y miles de años antes de que la evolución de
nuestra inteligencia pudiera colocar en un sistema de coordenadas conceptual
ideas como libertad, bien o mal.
Y un
inciso-coda para terminar. Qué intrepidez la del Génesis con aquello tan
atrevido: “Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las
tinieblas”, que no sólo intenta explicar el mundo y su origen, sino que además
de ello da por existente la moral, y todo ello en la oscuridad sideral de la no
existencia absoluta. Es decir, para el Génesis
la moral es previa a la creación de la luz, es previa a la existencia de
animales, rocas o astros. Un pensamiento mágico que se corresponde con la
mentalidad de los que todavía piensan que la tierra es plana o que a los bebés
los trae una cigüeña desde París.
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