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Courbet, El origen del mundo (jajaja...) |
El Chorrillo, 8 de marzo de 2025
Algún que otro día la llegada temprana a mi buzón de guasap de algún mensaje ya me pone sobre la pista de un asunto de mi interés. El único problema que me está surgiendo con ello es la estrechez del tiempo que cada vez se me hace más aguda, ahora con más motivo, que he vuelto a mis ejercicios de mantenimiento que me tenía prohibidos el urólogo. Dos guasaps esta mañana me dan pie a iniciar mi otro ejercicio de mantenimiento, el que se refiere a mi coco.
Uno es del amigo C que me dice, refiriéndose acaso a esa tendencia mía de meterme en camisas de once varas cuando en determinado grupo de guasap intervengo, que me comenta que él siempre ha detestado las polémicas, que en mitad de una huelga puede debatir la conveniencia de abandonar o seguir… pero en una barra de bar prefiere centrarse en los calamares. Le contesto con un venga no me vayas ahora a confundir asuntos, lo que yo entiendo por confundir asuntos. A mi me "divierten" los diálogos de Platón, y aunque estas idas y venidas en algún grupo de guasap o incluso en Cara de Libro estén muy lejos de lo que se traían Diotima y Sócrates entre manos, algo es algo, que pasándome como me paso la semana encerrado en casa con estas lluvias que nos han caído en suerte, interaccionar con el prójimo es un divertimento del que no me apetece prescindir; de momento.
El otro guasap me viene de Enrique Muñiz, una conversación que como esas partidas de ajedrez por correspondencia que se hacían antiguamente, nos dan la posibilidad de charlar sobre asuntos de actualidad o de lo que se tercie, hoy sin más el tema elegido por él fue ese castigado cuadro de Courbet titulado El origen del mundo, que responde a un post anterior que incluí aquí titulado El coño de Courbet y una charla sobre las Dolomitas. Enrique me permite incluir aquí su texto:
“El famoso cuadro de Courbet, El origen del mundo, no es discutible en cuanto a si es arte o no, pues su ejecución y realismo son impecables. Dado que su valor artístico está fuera de duda, debemos analizarlo desde otra perspectiva.
La primera que nos viene a la mente es la sexual, y en este sentido no cabe duda de que cumple su cometido: dejar volar la imaginación. Al observar este lienzo, existen muchas probabilidades de experimentar una intensa excitación.
Por otro lado, nos muestra el sexo femenino en su estado más puro y natural. La abundancia de vello púbico nos sitúa ante una visión auténtica, sin artificios de peluquería, recortes indeseados ni los horribles rasurados que identifican a ciertos hombres. Los genitales femeninos sin vello solo se encuentran en niñas menores, y el deseo o la excitación ante tal imagen solo pueden producirse en enfermos mentales, es decir, en pederastas”.
La primera observación que le hago a Enrique es que es un cuadro que no me excita, que más bien me deja frío. En absoluto hace que mi imaginación vuele, que otra cosa sería que Coubert le hubiera puesto una faldita a su mujer que dejara, así, sí, volar la imaginación hacia el fruto prohibido. Creo que deja volar mucho más la imaginación un escote apuntando a la mágica ranurita que se abre picarescamente en el vestido, que el hecho de presentarnos los pechos al desnudo. Bueno, otro asunto que dejo para más adelante. Respecto al cuadro, éste fue encargado por un magnate turco coleccionista de ese tipo de imágenes cuyo encargo respondía, imagino, a ese deseo no confesado que nos impone la especie en su recorrido darwinista del deseo de la coyunta. La exhortacion bíblica: creced y multiplicaos. El tema ahonda en nuestra animalidad rechazada, disimulada con pretensiones de que los hombres y mujeres somos diferentes a otros seres vivos; no hay por qué querer tomar distancia frente a los animales, estamos hechos así y la atracción sexual, por más que la queramos adornar con pruritos de amor y sus aledaños, no obedece a otra cosa que al imperativo de la especie por reproducirnos.
El cuadro, creo, llama la atención hacia el oscurantismo pazguato que pretende querer taparse los ojos para no ver la realidad de que se ha rodeado siempre el sexo y que de algún modo puede suponer para muchos un asalto a la intimidad, lo que los sapiens hemos podido asimilar como intimidad. Que por otra parte en cierto sentido hemos de agradecer porque ello nos ha hecho crear un maravilloso mundo que nos distingue de los animales, ahora sí, el erotismo, ese sofisticado arte que ha llevado a relacionar el erotismo con nuestra capacidad creadora, con la sutileza del acercamiento de los sexos, a jugar con el deseo, a hacer de las relaciones sexuales un magnífico y apasionante juego; nada que ver con el toma y daca, con la coyunta en sí, algo que se parece más al arte que a otra cosa.
Me explico. La sugerencia, el misterio, lo prohibido, la trasgresión (Eva y su manzana) marcan una disposición en el hombre (hombre como género neutro) de búsqueda, de anhelo que tiene todo su poder en la expectativa, en que vendrá a continuación. En un striptease, comenta Jodorovsky, el espectador se convierte en un ser expectante que constantemente está pendiente, según van cayendo prenda tras prenda, de lo que vendrá después. Algo que se conoce de sobra pero que se renueva cada vez que nos encontramos ante la expectativa de la relación sexual. El sujeto ve crecer la excitación poco a poco, de manera que cuando todas las prendas han caído, el deseo del espectador pide todavía más, desearía, explica Jodorovsky, que la muchacha se abriera en canal el estómago para seguir ahondando en el deseo del espectador de ir más allá. Y resulta que más allá del coño no hay nada. Lo que hay presente es la fuerza, el instinto de ir haciendo desaparecer un velo tras otro (ya me imagino yo aquí algunas feministas, no las que hoy en la calle claman por sus tan justas reivindicaciones) hablando de cosificación. Tararí que te vi. Y ojo que constantemente vengo diciendo que hombre aquí es usado como nombre neutro, como persona. Cuando subimos a la montaña decimos que lo importante está en la subida, no en llegar la cumbre. Algo parecido con el sexo. El cuadro de Courbet es como querer subir a la cumbre en un teleférico. Para llegar al climax del encuentro no será nunca el mejor método despelotarse y allá voy, el Ebro precipitándose por las compuertas en tres minutos. Montaigne en sus ensayos cuenta del desencanto del cazador que vive una tensión endemoniada persiguiendo a la pieza, pero que cuando ésta ha sido tomada, su tensión desaparece. Montaigne sitúa su ejemplo en el ámbito de la atracción del hombre por la mujer, cuando la seducción desaparece porque el fuerte ha sido tomado al asalto lo que viene después es otra cosa. Días atrás citaba yo a Musil en una controvertida afirmación sobre lo mismo.
En el aspecto técnico tienes razón, le comentaba a Enrique, es una perspectiva atrevida muy bien resuelta que nos recuerda un famoso cuadro de Mantegna, Lamentaciones sobre el Cristo Muerto (un viejo lienzo que mi afición a este pintor me llevó un día a visitar en la pinacoteca Brera, en Milán, para verlo de cerca). Pero el cuadro de Courbet en sí nunca me ha llamado más la atención que por aquello del mirar de reojo que impone a muchos espectadores la presencia descarnada de ese desnudo; por esa incomodidad que se presiente en algunos espectadores, como experimentando una especie de rubor ajeno.
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La imaginación al poder |
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