lunes, 10 de marzo de 2025

Tempus fugit. "El incesante flujo de la vida"

 



El Chorrillo, 11 de marzo de 2025

El amigo Cive, que sabe montón de citas latinas y griegas y que de tanto en tanto me regala una de ellas, recuerdo que no hace mucho encabezó uno de sus emails con ese tempus fugit, una lejana expresión de Virgilio en sus Georgicas  que nos habla de la fugacidad del tiempo. Esta noche volví a encontrarme la expresión al comienzo de uno de los capítulos de Diarios, de Chirbes. Chirbes tiene cincuenta y tantos años y ya empieza a notar esa fugacidad con que los días pasan atropellando nuestras expectativas, ese tiempo en que vemos cómo días, semanas y meses se nos escapan de la mano como truchas de un tiempo que no se deja atrapar y que huyen constantemente de nosotros dejándonos perplejos y con la sensación de que no podremos apresar nunca la certeza de un conocimiento, de saber de qué están compuestas las cosas.

Este tempus fugit que cuando te vas haciendo mayor casi sientes en la piel la necesidad de agarrarte con el piolet al suelo para no ser arrastrado por el plano inclinado del tiempo, sí, como el que cae por una pendiente nevada y se agarra al piolet como única manera de salvar su vida. Sólo que no hay modo de detener la caída. El fondo la nada nos succiona sin remedio. Sólo que no habría que asustarse por ello si mientras que el momento llega seguimos tocando la guitarra y caminando por las pedregosa laderas de la vida con la cabeza en alto. Esta mañana leí un hermoso texto que me levantó el ánimo, era de Guillermo Amores; así que me voy a permitir reproducir aquí para que no se me olvide a qué clase de vida me debo y, si se quieres, para que aunque el tiempo corra más de la cuenta sentir el halito de la memoria refrescándote el cogote. Es un largo comentario que me hubiera gustado escribir a mí, un testimonio de eso que hemos dejado atrás y que hoy nos sirve para mirarnos en el espejo de lo que ha sido nuestra vida y de lo que queremos de ella. Guillermo respondía en él a las líneas que aparecían ayer en mi última entrada, Las raíces de una pasión. Aquí está su comentario (con tu permiso, Guillermo):

“Son bonitos recuerdos, para mí son una evocación cálida y personal de las vivencias de un montañero sobre sus primeras experiencias.  En aquellos tiempos, los amantes de la montaña formábamos una comunidad unida, donde era común coincidir en los autocares que nos llevaban a destinos como La Pedriza, Galayos o Gredos. Nombres como Goyo, Silvino, el padre de Beni y Fifi resuenan como símbolos de esos tiempos compartidos.

A pesar de que las actividades en la montaña se realizaban en grupos más pequeños, las cuerdas compartidas tejían vínculos duraderos. Cada compañero de escalada se convertía en un protagonista de la historia personal de cada uno, dejando recuerdos imborrables que, aunque lejanos en el tiempo, se sienten recientes debido a la intensidad con la que se vivieron.

Tengo el deseo profundo de que estos recuerdos no se conviertan en mera nostalgia, sino que sigan siendo una fuente de alegría y conexión con mi pasado. La pasión por la montaña y la camaradería vivida en aquellos años se mantienen vivas en mi memoria, recordándome la belleza de la naturaleza y la importancia de las relaciones humanas”.

Enseguida pensé que ese hermoso texto de Guillermo debía servirme para… no sabía exactamente… Sucedió después que lo olvidé y esta mañana leyendo a Chirbes lo recordé cuando éste ponía punto final a un párrafo con estas palabras:  “El incesante flujo de la vida”. Curioso, pero enseguida olvide a qué venía ese final. Esa es la magia de la literatura, lees páginas y páginas y de repente seis palabras consiguen que pares de leer y te recrees en ellas. Era la frase que sintetizaba el texto de Guillermo.

El día está hecho en ocasiones con condimentos de muy variada condición. Paparruchas, momentos de vacío, páginas que no nos dicen nada y, de repente, aparece un oloroso narciso en nuestro camino. Chirbes abunda en esa levedad del tiempo en cuyo seno flotamos, sólo que Chirbes es un pesimista empedernido, se lamenta de la levedad, la intrascendencia de los días escapándose a cada instante. Irse sin dejar nada sólido, escribe. “Qué suerte tiene el que hace trabajos que se ven, que se sostienen y tocan: sillas, casas, puentes, edificios. Toda la vida tirada detrás de algo que se me ha ido”. El brillantísimo Chirbes a veces me da pena, fuma demasiado, bebe en exceso, da constantemente vueltas a la noria de su propio pesimismo… pero es tan clarividente en tantos momentos... Y eso que ama sobre todas las cosas a Lucrecio, el mismo Lucrecio que yo invitaba releer días atrás a mi amigo Cive, el ilustrado, y que a vuelta de correo me adjuntaba hace días una entrevista que le habían hecho tras la publicación de un libro suyo titulado 69 razones para no trabajar demasiado, en la que Lucrecio jugaba el papel de su amando, también, Henry Thoreau que predicaba que el hombre no debería trabajar más de cuatro horas diarias, el tiempo suficiente para ganarse el sustento y poco más.

Y es que si hubiéramos hecho caso a Thoreau, todas esas montañas, todas esas experiencias de las que hablaba Guillermo habrían sido pan de cada día, sustento de nuestra vida, que es el alimento de que se nutrió nuestra alma desde que empezamos a recorrer los perfumados senderos de la Pedriza cuajados de las flores primaveral de las jaras y los dispersos narcisos allá por encima de las gayubas.

Esta noche se me hizo tarde charlando con el amigo C de ciertas discrepancias sobre lo que se debe hablar o no en un guasap de grupo. No logré convencerle, pero fue una fructífera conversación. En el guasap alguien había contestado a un planteamiento que hacía yo para abrir el grupo a todo tipo de discusión (en él está prohibido (?) hablar de ciertos temas) y me comentaba que había temas que podrían crear problemas entre los miembros. Le contestaba yo: ¿crear problemas?, pero, hombre, si precisamente la vida está hecha de eso, de solucionar problemas, de aclararnos. La calma chicha de un mar sin olas ni viento, para el que las quiera, le comentaba. Y ese el asunto que me traía con C entrada la madrugada.

Encontrarme con viejos amigos de la montaña, esté o no de acuerdo en determinados asuntos con ellos, es un regalo que me hace la vida. De la misma manera que aprecio esas observaciones que nos hace Guillermo, aprecio también, se lo decía a C, esas caminatas de los miércoles que hago a veces con los amigos del Navi, y las aprecio especialmente porque dan lugar siempre a interesantísimas conversaciones sobre los temas más diversos. Valga decir, que no somos solamente montaña, Montañas que me dais la vida, titulaba yo uno mis libros de correrías por los Alpes; ser montaña y no salirse del carril de cuatro temas no es coherente; que la vida es mucho más ancha y que en ella debe de caber todo, y que conversar y discutir es una riqueza de la que no hay que prescindir. El incesante flujo de la vida atraviesa nuestro paso por las montañas, por nuestras conversaciones, por la amistad que forja la aventura.

 

 

 

 

 


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