El Chorrillo, 11 de marzo de 2025
Sensaciones, ¿habrá algo más que eso que
sentimos y que llamamos sensaciones, eso lo mejor que decía Pessoa que tenemos?
Uno puede sentirse desorientado frente a la tarde, frente a su relación con los
demás, pero si con un esfuerzo nos aislamos y tratamos de poner en contexto las
cosas y nos dejamos llevar por la fluidez del yo, tomamos altura y miramos
hacia abajo desde arriba, frecuentemente la percepción cambia. En ese momento
el yo se redimensiona y la tierra que vemos bajo nuestros pies se empequeñece,
se relativiza. Más, cerramos la escotilla y nos quedamos con nosotros a solas,
a solas como quien respira el lejano perfume del campo, de los rastrojos, de lo
que sucede allá abajo, pero en sordina.
“¡En todos los manicomios hay tantos locos
deschavetados con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy
más cierto o menos cierto?”
Lo escribe Pessoa el escéptico. Hace un momento
guasapeaba con un amigo que esbozaba la presencia del pasado recurriendo a un
telex que enfocado sobre el presente dejaba el pasado en un difuso desenfoque.
Al enfocar el presente, escribe, poco más allá todo aparece desenfocado hasta
el infinito. Una imagen bien traída para explicar nuestra relación con el
pasado. Le respondo que siendo cierta esa dificultad para fijar los detalles
del pasado tantas veces envuelto en la espesura de la niebla, no viene mal
hacer el esfuerzo de recurrir a abrir paso en la niebla acudiendo a la memoria
de los otros con los que recorrimos una parte sustanciosa de nuestra juventud,
incluso de nuestra infancia. Hoy tuve una experiencia hermosa, siguiendo las
indicaciones del urólogo en relación con la disfunción eréctil tras la prostatectomía,
di riendas suelta a mi imaginación y resultó un tan maravilloso mundo de
encuentros con mi pasado que me alegró la tarde por completo. Imágenes,
experiencias, cuerpos que salían de entre la niebla con una viveza tal como si
fuera ayer mismo. Estando de acuerdo con mi interlocutor en parte, sostengo que
el esfuerzo por encontrarte con momentos, digamos interesantes, de nuestra
propia vida, puede tener efectos realmente ricos y potentes. Sólo se necesita
tener suficientes espacios solitarios para sumergirte en la intimidad de tu
deseo y desde allí ahondar firmemente en el pasado y en las imágenes.
Estos días, desde que escribí un post titulado Chico
de barrio a raíz de algo que me mandó José, y a lo que siguieron esfuerzos
diferentes por arañar del pasado de los años de la infancia perdidos recuerdos
de juegos, actividades o aventuras, he descubierto por una parte, dada la
calidad de los comentarios que suscitaron aquellos posts, que la memoria, que
yace adormilada en los profundos rincones del cerebro, más que un simple
esfuerzo de voluntad, lo que necesita es un contexto, amigos que vivieron
similares juegos y experiencias, fotografías o incluso la casualidad de
encontrarte un texto, un imagen que te lleve al lejano tiempo de la infancia o
la juventud, un catalizador que actúe como desencadenante. Y todo ello requiere
tiempo de dedicación y de estar con uno a través de esa excelente actividad que
consiste en hacer nada, esos instantes que precisamente por estar vacíos de
contenidos específicos actúan como cestillo dispuesto a ser llenado por las
setas que la memoria va depositando en él. Probablemente ese estado cercano a
la felicidad que me visitó esta tarde tenga que ver con estas lluvias, la
lluvia en los cristales, el ambiente cerrado y plúmbeo de la tarde, que
como una bolsa amniótica termina encerrándote en el prístino mundo de tu
mismidad. Y de ahí a los recuerdos, a la infancia, a los cuerpos, a las
montañas, hay solo un paso. Y lo que sigue es un mar de sensaciones, de
sintonía con uno mismo y con los demás que la memoria alimenta y enardece.
Si las sensaciones es de lo mejor que tenemos,
cómo no alimentarlas y cuidarlas. ¿A donde vas con lo que está cayendo? ¿No te
has dado cuenta que lo que llevo colgado del brazo no es el cestillo que
Caperucita lleva a su abuela? No, no voy a recolectar setas, voy a ver si lleno
mi cesta de sensaciones. Ayer cuando veía en silencio, mientras llegaba la hora
de Carlos en
Coleccionar sensaciones. Esa es la cuestión. Y
sí, déjese usted de cuentos, que no sólo son las sensaciones que podamos
coleccionar en un día en una experiencia, como los niños coleccionan sus
cromos, que son las sensaciones de largo recorrido que vamos acumulando a lo
largo de la vida y que de tanto en tanto, como me sucedía a mí esta tarde, asoman
por las rendijas de las horas para hacerte feliz y recordarte quien eres y a
quien te debes, es decir, a ti mismo sin ninguna duda.
A veces pienso en Luis Miguel Soriano y su
pasión por la fotografía, esas magníficas tomas nocturnas a la hora en que medio
mundo duerme a pierna suelta, las horas del alba, que él tantas veces ha
captado con su cámara en los momentos en que el frío corta la piel como un
cuchillo. Y me le imagino mayor como ese viejo que he sacado aquí a colación
algunas veces, un anciano con muchos años que sentado junto a la balaustrada de
un balcón contempla con sumo placer las cosas de su vida pasada. Así puedo
imaginar a Luis o a Carlos, repantigados ambos ya mayores frente al atardecer extrayendo
del recuerdo pequeños manojos de sensaciones que fueron acumulándose con los
años ya en la memoria, ya en álbumes
fotográficos.
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