domingo, 9 de marzo de 2025

Las raíces de una pasión

 

Una buena colección de roqueros de aquellos tiempos.
En Guisando, un tarde más tras un día de ajetreo galayero


El Chorrillo, 9 de marzo de 2025

Pareciera que todos, el que más o el que menos, tuviera agarrado al alma un pedazo de vida que no se le desprendería aunque mil años transcurriesen. Esa es la impresión que tengo cuando abro el Cara de Libro y me encuentro aquí y allá los rastros que la memoria va dejando en el perfil de tantos amigos y compañeros con los que compartí durante años la misma pasión. Las redes tienen la enorme ventaja de poder convocar en unas pocas imágenes, en unos pocos textos, años y años de lo que son las raíces de nuestras vidas, esos tiempos jóvenes que hicieron de nosotros unos enamorados del riesgo y la incertidumbre que había que afrontar necesariamente si querías llegar a una cumbre, que no era sólo llegar a una cumbre sino también hacerlo cada vez por sus vías más difíciles. Qué pasión y qué hermosa vida que dejamos atrás, o por supuesto que tenemos delante.

Chulo, eso de la variada fauna castellana sobre lo que escribiste anoche, me dice el amigo Uge por guasap. Chulo ir rescatando de la memoria arañando el pasado como quien quiere desenterrar lo mejor de sí mismo, como quien quiere arrancar a la memoria los rostros de los amigos. Paco desde Hoyos me dice también esta mañana que Javier Morillo (el Pingüino) y Javier Parra, ya no están con nosotros. El Pingüino con su gorro andino como le recuerdo un día bajando la Apretura, se fue; se fue Javier Parra; se fue José Ángel Lucas, se fue Julio Armesto, se nos fue trágicamente Tino en Cancho Amarillo, tantos que han dejado su rastro en lo más íntimo de nuestro recuerdo. Tantos todos que cuando metemos la mano en el baúl de los recuerdos, las manos se nos llenan de nostalgia y cariño. A Miriam, la de Bájame una estrella, se le llenaban las manos de estrellas, a nosotros nos llena una bondadosa nostalgia levemente teñida por el recuerdo de los que se fueron.

Y me digo, qué hermoso cemento es/ha sido la montaña para todos nosotros, el cemento de la amistad, de esa pasión robusta y entusiasta que brincaba en el corazón cada vez que saltando del autocar de Goyo cogíamos carril arriba el sendero de la Apretura, o cuando depositados en la oscuridad de la noche en la Plataforma de Gredos nos disponíamos a gatear por las laderas nevadas hasta alcanzar Los Barrerones donde quien fumándose un cigarrillo, quien localizando alguna constelación sobre los cuchillares de las Navajas o Ballesteros, inspiraba hondo el pequeño anhelo de lo que vendría más tarde al día siguiente, Los Hermanitos, la pared del Perro que fuma, Risco Moreno o el Ameal de Pablo, o quizás el Almanzor por la portilla del Crampón, o quién sabe, incluso llegar hasta las Canales Oscuras para conseguir una invernal más en el Cuerno del Almanzor, ese Javier Mayayo incombustible que me obligó una mañana de muchos grados bajo cero a trepar por sus paredes con mis manos de las que salían como sarmientos mis dedos congelados.

Cemento, combustible, pasión, acicate, la certeza de estar vivos. Un tiempo en que la vida era un manjar que nos comíamos a grandes bocados sin que el frío, la dificultad o el mal tiempo anegaran la fuerza que habíamos acumulado día a día durante toda la semana. Momento el sábado o el domingo en que como una explosión de fuegos artificiales nuestra pasión se disparaba camino de la Sur del Torreón, de la Tonino Re, de la Aguja Negra. Y un día Mayayo se me cae en el diedro de la María Luisa y arranca varios tacos y algún clavo y le veo venir y salir disparado pared abajo y de golpe la cuerda chiclea, se tensa, y el tío, como quien se sacude el polvo después de haberse caído sobre un sendero polvoriento, agarra y sin más vuelve a subir. Esas cosas que pasaban, un día que agotados descansábamos en el Nogal del Barranco después de una intensa actividad de dos días y que alguien baja corriendo diciendo que ha habido un accidente en la Oeste de la Amezúa y que están inmovilizados a dos largos de la cumbre, y cargar el macuto y salir echando leches para arriba. La noche, la nieve, la oscuridad, la fatigosa caminata por el Espaldar, Fulgencio y José Ángel Lucas instalando el rápel que me dejaría a mí en la plataforma de los accidentados. Y la noche del loro a pelo sobre una mínima plataforma y el descenso al día siguiente con el herido a cuestas, el frío, la cuerda del rápel que no llegaba a la plataforma central. Y ya casi abajo Carlos Soria y otros compañeros que vinieron entretanto de Madrid que terminan por hacerse cargo del herido. Y Manolo el Dientes resbalando mortalmente por las paredes heladas que llevaban al Morezón desde Los Hermanitos. Y las noches en Pedriza y el olor de las jaras en primavera cuando subíamos desde Casa Julián en el Tranco, y el ¡piu piu, piu! a imitación de las chovas con el que nos comunicábamos de pared a pared los que trepaban por la Oeste de la Aguja Negra con los que hacían la sur del Torreón o preparaban su descenso de la cumbre. Y alguien que le daba el canguelo cuando tenía que atravesar la Columna de Hércules de la Este del Pájaro.

O.. o… tanta vida, tanta pasión. Este fin de semana tenemos una comida en casa con amigos del monte, alguno no nos hemos visto en medio siglo, un esfuerzo más de otras tantas comidas y tertulias por recuperar el tiempo perdido, un tiempo más para tocar la vihuela del recuerdo y volver a constatar esto tan hermoso que es la vida, para constatar que hemos vivido y que el habernos puesto el mundo por montera durante aquellos años, de aquellos años y de los que te rondaré morena, fue el mejor camino que se nos pudo poner delante en la vida.

Hace tiempo, a raíz del fallecimiento de un familiar, escribí unas líneas por aquí que llevaban el título de Celebrar la vida. Creo que es lo que hacemos cuando nos relacionamos en las redes, cuando nos juntamos a comer, cuando nos reunimos en el Torrero para certificar que somos muchos muchos los que amamos la misma vida, ésta que como agua sobre las manos poco a poco se nos iría si de tanto en tanto no reafirmáramos todo ese caudal de amistad y de pasión con las que iniciamos nuestro andar por la existencia.

Y se acabó, que esta mañana se me agarraron por dentro tantos recuerdos, tantos nombres, tantas montañas, que no tuve más remedio que tomar el teclado y aporrear sobre él todo lo que me venía a la cabeza como un torrente salvaje.

 

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ALGUNOS ROSTROS SALIDOS DEL BAÚL DE LOS RECUERDOS

















































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