El Chorrillo, 3 de marzo de 2025
“La hora más callada es la que va de las doce a
las tantas de la madrugada en que nuestra alma y los pensamientos salen de sus
tumbas y nos traen uno a uno los fragmentos perdidos de nuestro yo”. (Musil, Diarios). También en las borracheras no
etílicas a nuestro yo le cabe encontrar los rastros escondidos de nuestra alma.
Gil de Biedma decía de sí mismo que sus ideas surgían a medida que discutía con
los otros, a medida que se encontraba con fulanito o menganito, transeúntes, niños, jóvenes, que en reposo era
incapaz de alumbrar nada. Algo así me sucede a mí, que hasta una mosca volando
sobre mi nariz podría ayudarme a alumbrar un texto. Me sucede estos días que
perdido en los recovecos del ensimismamiento, me doy a buscar cierto perfume
que mana en los entresijos de la realidad de la calle, estampas, rostros,
mujeres, gente, y de ello constato que el flujo de lo femenino tarde o temprano
termina por aflorar en esta privilegiada hora de la madrugada.
Cuando uno entra en el círculo encantado de la
feminidad, cuando pasito a pasito nos vamos adentrando en su misterio, en sus
ojos, en lo puede encerrar su mirada. Y entonces quedar atrapado, no de la azafata,
la política, de su oficio o los requerimientos de su función en la vida, sino
de su entera feminidad, de esa mirada, mirada misterio, mirada connivencia,
mirada sugerencia, mirada aquí estoy yo, mientras los labios entreabiertos
esbozan una muy ligera sonrisa. Dime, ¿qué tal?¿Y tú, cómo andas? Diálogo entre
los ojos mientras la boca guarda silencio. Aquí estamos ¿seguimos
contemplándonos uno a otro durante toda la tarde? ¿Cerramos los ojos, los posamos
sobre otro lugar al otro lado de tu mirada? ¿O seguimos contemplándonos?, mirándonos
hasta que cierto cosquilleo empiece a inundar con su calor por ahí abajo, hasta
que el cuerpo entero se me llene de ti, mirada inquietante, mirada deseo,
mirada con cuantas ganas te follaría ya mismo; sin embargo aquí estamos
esperando el turno de palabra, escuchando a un gilipollas decir estupideces
mientras que… eso mismo. Para eso me he puesto guapa esta mañana, coño, pa que
me mires así, como quien empieza a lamer un helado de fresa en el pleno calor
del verano, pura dulzura la humedad de tus rincones.
La gracia de Dios cayó gratuitamente, se encarnó
en un cuerpo y desde ahí fluye por la corriente de la vida engendrando a su
alrededor anhelo de infinito, anhelo indefinido que cruza el pecho y emborracha
la cabeza con el dulzor de su esencia.
No te des por aludida, no es que seas tú, eso
que crees que eres tú, tu cuerpo, es la gracia de lo innombrable que se posó
sobre tu ser y te hizo objeto de veneración, atracción inaprensible, deseo,
anhelo que fecundando las entrañas de mi ser flota en el aire de tu mirada con
la atracción de la mariposa que termina quemando sus alas en el fulgor de una
luz.
¿Espejismo? Te has adormilado pensando en una
mujer y ahora sueñas con ella, con la imagen de ella, que acaso no sea ella
sino el doble que tu anhelo creó en los nexos neurales de tu deseo, porque en
todo caso de su mirada brota un mundo de insinuaciones que no son otra cosa que
lo que tu ánimo busca de continuo en el
bazar de lo femenino, esencias, especias exóticas, olores venidos del sándalo y
el jazmín, puro encuentro con el inasible anhelo que flota en la naturaleza
embriagando a los habitantes de este universo con su fragancia.
Sí, después estarán los oficios, las
obligaciones, comprobar si tus acciones van a la baja o al alza, si es la hora
para ir a recoger a los niños del colegio, cuestiones al margen todas. También
el poder y la abundancia de recursos sufren de esta abstracción de los momentos
de plenitud en que el otro lo es todo en medio de las rutinas de un día
cualquiera. Te has encontrado con una mirada y ya el mundo apenas es el mundo
porque tu anhelo, el misterio de tu mirada lo ocupa todo.
Después será el crescendo, con levedad al principio, acariciante después, el
paraíso donde yacen los enamorados de un cuerpo, más tarde el alma, y de esos
posibles de una larga noche venga el alba lleno de la gracia de un cansancio
infinitamente placentero, la del que descansa después de una batalla amorosa en
la que siempre se escuchaban ecos de la siringa griega o la quena andina.
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