![]() |
Imagen original tomada de Desnivel |
El
Chorrillo, 23 de febrero de 2025
Leo el
libro de Silvia Vidal y según voy adentrándome en él empiezo a sentir que se
abre una distancia entre ella y yo. Aquella Silvia Vidal, a la que yo conocía
someramente y con la que, había bromeado diciéndole que estaba enamorado de
ella, en
Su
historial, que voy recorriendo poco a poco sin haber llegado todavía a su época
de ascensiones en solitario y apartados rincones del mundo, tiene la culpa de
este abismo que se abre entre ella y un simple caminante al que le place la
montaña. Esta noche me resulta patética esa aspiración mía leyendo su historial
y siguiéndola paso a paso por sus primeras aventuras. Patético porque
precisamente el día anterior en el libro que había reservado para ella me
atreví a pergueñar una dedicatoria imposible de un talante similar a este:
“Para la más grande alpinista de todos los tiempos. Gracias por haber cumplido
esta ardua expedición de escribir tu libro que tantos esperamos. Un enamorado
de tu filosofía de la vida y la montaña”.
Manda
cojones hasta donde uno puede delirar. Y es que
está noche me siento como si intentara tutearme que sé yo, con Alejandro
Magno o Nietzsche de tú a tú. No es difícil seguir el curso de mi cambio de
ánimo. Una cosa es cuando conoces someramente el tipo de actividad que ha hecho
Silvia, esas incursiones en lugares remotos y sus semanas en paredes, y otra es
seguirla paso a paso y comprobar que se te encoge el estómago ante ese historial
que va apareciendo poco a poco según avanzo en la lectura de su libro.
Además
tengo la impresión de que Silvia ha conseguido en estas primeras páginas
resucitar violentamente al tímido que uno lleva dentro, ese que sería capaz de
meterse debajo de una butaca si alguien le llamara desde un escenario. Hoy me
infunde tal respeto que ni siquiera me sentiría capaz de acercarme a saludarla.
Acabo de leer su relato de la ascensión al Amin Brakk (Pakistán,
La
infinita distancia que existe, el abismo, entre un simple caminante metido de
tanto en tanto a dar cuentas de sus recorridos por las montañas y gente como
Silvia, es tal que… En el libro de Silvia, hasta ahora, echo de menos algo que
ya comenté en una ocasión a Ramón Portilla en relación con alguno de sus
libros, la parquedad con la que aparecen en él su mundo interior y sobre todo
esa brevedad con la que se ventila 32 días de estancia en una pared. Claro que
me interesa saber de las dificultades e incidentes, pero qué pasa en su alma,
sus miedos, sus incertidumbres, la fuerza que le impele a ella y a sus
compañeros, 19 de esos 32 días nevando.
Tiene
Silvia en este último capítulo que he leído unas bonitas reflexiones que quiero
comentar. Se queja ella de las dificultades cada vez mayores que le pone la
burocracia a sus expediciones, prohibiciones, permisos, papeleo… y argumenta
que a ella lo que realmente le aporta “tranquilidad” y sensación de estar más
protegida, es el permiso del territorio, de las montañas que visita. “Llego
allí, escribe, y pido permiso a los valles y montañas para entrar en su
territorio, permiso para escalar la pared, permiso para transitar esa
naturaleza. Llego a la base de la pared, la toco y le hablo. Le pido permiso
para escalarla y espero su respuesta”. Esto hace que me acuerde de un joven con
el que me encontré una vez atravesando el Pirineo. Íbamos juntos y llegado a un
collado, se volvió, alzó los brazos y dio gracias a los montes y los valles que
dejaba atrás por haberle acogido. Terminado este breve rito se dio la vuelta y
como si se dirigirse a una multitud saludó a las montañas y a los bosques que
tenía por delante a partir de ese instante. Acto seguido empezó a descender por
el sendero como quien entra por el pórtico de una catedral. De aquel muchacho
aprendí yo algo del gesto de Silvia cuando adentrándose en las montañas les
pide permiso, acaricia con sus manos las rocas por las que ella va a diseñar un
hermoso recorrido. Me recuerda cuando yo en algún vivac he sentido la necesidad
de hablar con la cima. Ninguna locura. Ya comentaba aquí el otro día cómo
Fernando Garrido le escribía cartas de amor al Aconcagua.
No agoto
el tema. Imagino que según voy leyendo me seguirá surgiendo, si es el caso, la
necesidad de comentar. Así que cambio de tercio a la altura de la página
No hay comentarios:
Publicar un comentario