El Chorrillo, 23 de febrero de 2025
Le decía esta mañana a un compañero, con el que interrelaciono en un grupo de guasap, que normalmente dedico las mañanas a tareas de la casa y la parcela, pero desde que pasé por quirófano por un cáncer de próstata me he liberado de esas tareas, de momento, y ahora las empleo en hablar con mi diario, que me entretiene bastante. Hoy, recorriendo las entradas del grupo, un día que tocaba cumpleaños de alguno, encontré uno de sus comentarios. Su entrada se relacionaba con dos citas que había incluido recientemente yo de Umberto Eco en uno de los post, aquellas de que las redes sociales dan el derecho a hablar a legiones de idiotas, y esa otra que dice que para sobrevivir hay que contar historias.
Decía X que quería suponer que
eso de que para sobrevivir hay que contar historias era un dato sobre sí mismo
(Umberto Eco), que no imaginaba él a una tropa de más de 8.000 millones de
personas contando historias para subsistir. Evidentemente jugamos con las palabras,
un deporte que a veces viene bien para divertirse con ellas. Contar historias,
le decía. Creo que existe una parte en el cerebro al que subyugan las
historias, nos apasionan ciertas películas, ciertos libros, historias,
historias, nos pasamos la vida oyendo o siguiendo en el cine historias. Cuando
yo era niño recuerdo que una de nuestras diversiones favoritas era contarnos
unos a otros películas que los otros no habían visto. En tiempos remotos no
puedo dejar de imaginar un final de jornada en abrigo o cueva a hombres muy
primitivos contando historias, los incidentes de la caza, las anécdotas del día
alrededor del fuego. ¡Hombre!, continuaba yo, obviamente usar la palabra
"subsistir" para enfatizar la necesidad de contar historias
evidentemente es una hipérbole; si quieres una licencia literaria para apuntar
esa necesidad que llevamos dentro de contar, relatar, expresarnos. Contar
historias por escrito o hablando, tanto monta. Ahora no visito los mercados
entre otras cosas porque todo me lo traen a casa, pero recuerdo cuando vivía
con mis padres que las colas del pescado o la frutería eran caldo de cultivo
para intercambiar toda clase de historias y chismes. Francisco Umbral creaba
muchos de sus artículos en el camino de "ir a comprar el pan cada
día", eso decía; de la gente que encontraba y lo que ésta le contaba
salían sus artículos. Así que a esos 8000 millones no creo que les falte
disposición para contar historias, para charlar; si no se hace, el problema
viene del retraimiento, de la falta de hábito de dar contenido a nuestras
conversaciones, de las pocas o muchas ganas que tengamos de charlar. Observa,
por ejemplo, el funcionamiento de este grupo, le decía, para encontrar tu
comentario esta mañana he tenido que atravesar antes de encontrarte muchas entradas
que se refieren a cumpleaños o que incluyen vínculos a alguna noticia
relacionada con la montaña. Sin embargo seguro estoy de que a muchos no les
importaría contar alguna que otra anécdota que les ha sucedido, un incidente,
algo, la última salida a
Más abajo X llevaba la discusión al término que empleaba Eco de ese “derecho” que ejercen algunos que facilita que el idiota del pueblo ejerza de todólogo. Indicaba que al hecho de ejercer el habla o la opinión no se le puede llamar ejercer derecho, como afirma Eco. Lo que sucede es que el uso que hace Eco de la palabra “derecho” es totalmente irónico, uno puede ejercer el derecho de decir las tonterías que quiera, que está bien, para eso existe aquello de a palabras necias oídos sordos; el problema es cuando alguien ejerciendo ese derecho, que nadie le puede negar, cae en el ridículo de sentirse a la altura de asuntos que desconoce, esos tantos todólogos que abundan en las redes sin más, los cuñaos de turno. Decir que es un derecho... bueno, un modo enfático, una ironía, que atiende acaso al empuje mental que siente quien “ejerce ese derecho”.
De todos modos, con derecho o sin él, que se necesite o no para “sobrevivir” contar historias, lo que hace es encaminarnos hacia una cuestión fundamental, que es la necesidad del hombre de expresarse. Queda la posibilidad que la tendencia a hablar mucho o poco, a expresarse mucho o poco, sea genética. Hay gente que no se calla ni debajo del agua, mientras que otros apenas abren la boca. Lo corriente es que los sapiens a lo largo de la evolución hayan desarrollado su capacidad de expresión en base al uso que se haga de ella y con ello la posibilidad de incrementar sus capacidades intelectivas en función de la complejidad que fue adquiriendo la vida con el paso del tiempo. Un asunto que puede llevar a cuestionar el uso que hacemos corrientemente del lenguaje, su uso limitado en términos generales, como en el antiguo Twitter, a unas pocas palabras, a un sí o a un no. En un mundo de las prisas en donde prima la acumulación de titulares o el reenvío de lo que han escrito o pensado otros, donde nos lleva es a una regresión en nuestro estado biológico e intelectual. Lo que no se usa, se atrofia. De donde se colige que probablemente no parece que le suceda algo diferente a nuestra capacidad de razonar o a la capacidad de contar historias. El mundo que nos espera del sí, del no, o de reenviar esto y aquello a trochi mochi no augura nada bueno para que lo que tenemos sobre los hombros, el coco, tenga una ventilación adecuada.
Y bueno, como siempre, que seguro que el cocido no sería cocido si estuviera sólo hecho de garbanzos... se entiende; que tampoco hay que exagerar.
* * *
Qué coño, un poco de humor, que buscando una imagen para esto me encontré algunas cosas de insuperable Forges:
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