El
Chorrillo, 25 de enero de 2025
Hoy
puse todos los altavoces de la casa y bailé de un lado para otro primero con
cumbias argentinas, después puse a Ella Fitzgerald y Duke Ellington y me fui al
baño. La música inundaba todos los rincones con sus ritmos, sus trompetas, sus
saxos y la maravillosa voz, primero de Ella, después de Sarah Vaughan. Me había
despertado un tanto mustio pero la música me empujó a la corriente del río de
la mañana optimista y biendispuesto.
La vida
de uno, que es la vida de los pájaros que vienen a alimentarse al comedero que
les he puesto frente a mi ventana, los peces que nadan en el pequeño estanque de
la parcela, mis hijos, mi chica, la montaña, los amigos, los libros, la música,
mi deambular por las ideas o el firmamento nocturno cuajado de estrellas, los
bosques o el cuerpo amigo, se complementa con frecuencia con ese entorno de las
redes en donde me encuentro con gente y amigos de parecidos intereses; y para
ello salgo al balcón de la corrala que deberían ser las redes y miro, charlo,
digo lo que me gusta o muestro lo que me pasa por la cabeza. El problema es que
esa corrala, el Facebook, Instagram o X, está tan contaminada de cosas que no
me gustan que muchas veces sufro la tentación de largarme de ahí. Más ahora que
el brazo derecho de Trump parece convertir X en una caja de resonancia para la
mentira y la extrema derecha. Y de las otras la sensación de que se están convirtiendo
en un espacio poco sano, al ser vehículos por los que se difunde información
falsa o sesgada que pueden convertir las plataformas en algo realmente tóxico.
Días
atrás se me ocurrió compartir en un grupo un post relacionado con el Torrero y
las visitas de mi blog subieron de inmediato a medio millar. Hace años cuando participaba
en grupos diversos de montaña, las visitas al blog en algún momento llegaron a
alcanzar hasta siente mil visitantes a un solo post. Abandoné todos los grupos más
tarde. No me decía nada que personas totalmente desconocidas leyeran aquello, no
era un elemento de interacción, esto sin descontar algún que otro imbécil que se
colaba en los comentarios con alguna estupidez que me hacía perder el tiempo.
Corté aquello de raíz abandonando todos los grupos. Creo tener bastante claro
lo que quiero cuando me incorporo a alguna de estas redes y ello no está en
consonancia con los criterios de los dueños de las mismas que en su ansia por
captar más y más usuarios convierten las redes en un caos de nombres y anuncios
en donde hay que sudar tinta para encontrarte con tus amigos o con las personas
que compartes asuntos comunes. El deseo de ganar audiencia, como en cualquier
programa de televisión, hacen de las redes una indeseable selva que atravesar
para encontrar lo que buscas. La codicia, en casos como Mark Zuckerberg o Elon
Musk al punto de crecer hasta convertir a éstos en baluartes mundiales no sólo
ya desde el punto de vista económico, sino también del humano y político. Una
dudosa estrategia pedagógica y política que con la amplitud del uso que tienen
a nivel mundial nada bueno augura para la humanidad.
Cómo
imagino yo una red de amigos y conocidos con los que compartir inquietudes,
aficiones, formas de pensar… Para mí algo inteligente, divertido, patio de recreo,
barra de bar, corrala de vecinos, tertulia abierta de amigos, montaña, cine,
literatura, música, el leve roce del ala de la paloma de la amistad; esas
cosas. Alguien que me sugiere un libro, una charla sobre un asunto, un amable
buenos días, que te vaya bonita la jornada, un intercambio de opiniones o ideas;
vamos, una especie de ágora, de plaza del pueblo en donde gente con intereses similares
se reúnen a charlar, opinar o a contar chascarrillos si se tercia.
Esta
mañana me encontré en un post un comentario de Tino Bosquet con el que días
atrás había intercambiado opiniones sobre su último libro publicado. Le
contestaba a raíz de su libro y de esa posibilidad de intercambiar puntos de
vista que qué bueno poder charlar y compartir ideas, esa gimnasia
imprescindible para intentar entender lo que somos, lo que es la vida y el
universo entero. Una incógnita que en la que según vas desbrozando el camino te
hace sentir más y más el íntimo calor que se desprende de la vida. El origen de
nuestro encuentro fue una charla informal frente al Torrero, pero igualmente me
ha sucedido en ocasiones en Facebook. Encontrarme con gente muy diversa con la
que encantado comparto asuntos muy diversos, montaña, libros, aficiones. Incluso
Facebook me ha servido para hacer amistades nuevas y consolidar otras que se
hubieran perdido de no tener a mano un lugar en donde coincidir. Hemos tenidos
comidas con amigos en casa, en muchas ocasiones nombres salidos del anonimato
de las redes, personas con las que compartiendo asuntos me he juntado para
disfrutar de una comida y una conversación. Y todo ello recolectado en el
ámbito de las redes. Así que gracias a las redes, sólo que probablemente ha
llegado el momento de perfeccionar ese instrumento huyendo de sus aspectos más
negativos; de ahí mi búsqueda de otro entorno; en este caso Bluesky que por
ahora parece que se presta más a mis expectativas.
Lo que
enseguida me llamó la atención de esta red fue encontrar una pestaña denominada
“Following”. Activas esa pestaña y lo que encuentras allí es sólo y
EXCLUSIVAMENTE a la gente con la que tienes interés en relacionarte, con la que
deseas compartir algún tipo de asunto. Allí no está de momento, toquemos
madera, toda esa barahúnda de grupos y gentes que Facebook intenta meterte por los
ojos en todo momento con el ánimo de ampliar su audiencia y en consecuencia la
rentabilidad de los anuncios. Abres la aplicación, activas la pestaña y ya estás
con la posibilidad de compartir churros y chocolate con tus amigos. Ideas,
asuntos comunes, discusiones, lo que se tercie. Acaso ahí se pueda iniciar una
nueva filosofía de lo que puede ser una red que pone en relación a un puñado de
amigos, no mil o diez mil, ese absurdo que a algunos les puede hacer creer que estar
rodeado de miles de amigos le calienta el corazón. Escribe Yuval Noah Harari en
Sapiens que una persona es imposible
que pueda tener más de cien amigos, y ello considerando la palabra en sentido
muy amplio, que la amistad no es cosa siquiera de decenas de personas. Un
puñado de hombres y mujeres con los que compartir esto, lo otro o lo demás
allá, con los que intercambiar un saludo, contar de una salida o apreciar una
foto, una pintura o las excelencia de un concierto en que estuvo el día
anterior.
No es
otra red más como me decía ayer un amigo. Lo deseable sería estar en una y se
acabó. No son necesarias las redundancias, que tampoco la vida da para querer
estar aquí, allá y en el otro lado. Así que a la espera de lo que pueda
resultar esta novedad del Bluesky. Bluesky no es una ONG o similar, es un
negocio como otro cualquiera y es obvio que con el tiempo se llenará de
anuncios. Esperemos no obstante que una cierta mesura por parte de los
propietarios pueda hacer compatible el negocio con las necesidades de los
usuarios.
Aplaudo tu decisión, Alberto. No solo adelgaza el pingüe negocio que explotan con nuestra participación en sus redes, sino que tiene, sobre todo, el valor de coherencia con uno mismo y de resistencia al pesimismo que nos insuflan con su abrumador poder. Un poder economico, pero también de manipulación y condicionamiento de la informacion sobre cientos o miles de millones de usuarios. Se creen con el poder de utilizar las redes sociales, como redes de peces cautivos. Pero como tu has demostrado, de momento, se puede estar fuera de la red con un fácil gesto. Muchas gracias!
ResponderEliminarCada vez nos va quedando menos margen y la verdad es que es muy difícil ejercer de optimista. Casi la única salida que nos va quedando es seguir al Cándido de Voltaire y dedicarnos cada uno a cultivar nuestro huerto.
EliminarUn besazo, hermana.
EliminarMe parece genial el cambio
ResponderEliminar