sábado, 4 de enero de 2025

¿Lalachus a la hoguera?

 



El Chorrillo, 5 de enero de 2025

Tengo en ocasiones la sensación de no pertenecer a este mundo. Me pasa hoy que abrí el FB y me encuentro por aquí y por allá el nombre de una humorista llamada Lalachus. Algunos que la aplauden en relación a cierta vaquita en cuyo pecho luce el corazón ardiente que acostumbramos a ver en la vieja España Católica, que hace referencia al Sagrado Corazón, una reliquia de otros tiempos este último que no me dice nada en especial. Otros que sienten ofendidos sus sentimientos religiosos y alguno más que hace referencia al respeto que nos debemos unos a otros, e incluso alguien que pide, no sé por qué, que el dinero de los impuestos no se destine a herir, imagino, a otros ciudadanos creyentes.

Pensé en el momento de tomar elteléfono e iniciar estas líneas, en desarrollar la idea de ese asombro que me produce que de repente un programa de televisión, un gesto, algo que se dice en la teletonta, adquiera tal dimensión de ocupar por unanimidad las portadas de todos los periódicos y se extienda por las redes sociales como mancha de aceite. Me sorprende cómo una gran parte de la sociedad anda estos días enredada con un asunto relacionado con un tal Broncano y su programa y las competencias con otro programa de un tal Pablo Motos. Asuntos, a lo que se ve, de grandísima importancia para el bienestar o no de esta sociedad en la que vivo.

Esa era mi intención, la tontuna de que se nos vaya la energía en semejantes asuntos me da que lo que hace es poner en cuestión los graves intereses entre los que nos movemos. Si estuviéramos en época de elecciones y se presentaran a las mismas el tal Broncano, la tal Lalachus y el tal Pablo Motos, lo mismo, a juzgar por los intereses que demuestra el público, lo mismo la plana mayor de los políticos actuales tendrían que ir a apuntarse a la oficina del paro. Sea de rebote, o por casualidad, espectador de estas cosas curiosas que suceden en el país, hacen que se me pongan los ojos como platos mirando con incredulidad el patio donde esto sucede. Así que quizás no haya mucho que decir aparte del asombro que en uno produce el que al personal se le sirvan espectáculos de esta índole y que la respuesta de éste sea tan abrumadoramente bien acogida.

Esto respecto a la atracción que es capaz de suscitar ciertos gestos, ciertos programas; otro asunto es el uso estudiado que hacen los especialistas en psicología social para incrementar los índices de audiencia. Es decir, encontrar “algo”, lo que sea, de buen o mal gusto, es lo mismo, para que la audiencia de cierto programa supere al de la competencia. Que ni se me ocurra indagar lo que ha sucedido, que creo que me basta con ver esa estampita de la vaquilla en las Campanadas para deducir por donde andan los tiros. Un asunto como éste, y pensando sólo en la repercusión que está teniendo, me parece impensable que sea algo improvisado. Todo lo contrario. Introducir de rondó un tema tan polémico en un país como España, tan fuertemente dividido por razones políticas o religiosas, y teniendo en cuenta que la derecha pesca de un modo muy relevante en los caladeros de los que se consideran católicos, parece obvio que es difícil dejar de especular que esta situación no se haya tenido en cuenta a la hora de valorar las posibilidades de audiencia que actos de este tipo pudieran proporcionar. Las cuotas de pantalla de programas como y El Hormiguero, ambos litigando por el primer puesto con más de dos millones de espectadores, parecen estar pidiendo un afinado golpe de timón e imagino que la irrupción de la dichosa vaquita es un movimiento calculado para conectar con una audiencia más progresista y joven, que busca de modo muy especial  mantener el programa en el centro de la conversación cultural y social, lo cual, vistas las reacciones, han logrado con largura.

Queda por añadir algo sobre la honestidad o no de utilizar un símbolo religioso controvertido, e incluso hiriente para algunos, como elemento tanto comercial como creativo. Saber donde están los límites del respeto que nos debemos unos a otros o del respeto que merecen las creencias de unos u otros en una sociedad plural, es realmente complejo. Todavía recuerdo con una sonrisa en los labios un antiguo viaje por Irán. Habíamos dado una larga vuelta por Asia y para regresar a casa pasamos por Irán. En nuestras mochilas venía un ejemplar de Los versos satánicos, de Salman Rushdie. Todo el mundo sabe qué sucedía con aquel libro y la persecución que sufrió el autor por parte del régimen iraní que llevó al Ayatolá Jomeini a emitir una orden de ejecución para el autor de Los versos satánicos. Pasamos cerca de un mes en Irán y en ningún momento nos olvidamos del peligro que corríamos por culpa de aquel dichoso libro, al que antes de ingresar en el país habíamos arrancado por precaución las portada y las páginas primeras. ¿Deben de ponerse límites al humor? ¿Es deseable una libertad de expresión sin ningún tipo de barreras?

Uno no sabe muchas veces de donde le vienen los sentimientos o las actitudes que adoptamos ante la realidad, pero estando convencido de que eso de Dios es un viejo cuento que inventaran los hombres creando a dioses a su imagen y semejanza, buscándose así un lugar calentito para después de la muerte, un padre que les aliviase de sus penas; estando convencido de ello también me acompaña la convicción de que debo respetar las creencias de los otros, y ello por más que me parezcan absurdas. Acaso se trate simplemente de un deseo que intenta hacer posible una aceptable convivencia entre la gente que habitamos este planeta. Acaso simplemente porque siento sin más esa necesidad de respeto por lo que otros piensan o creen. Acaso; no lo sé. Resumiendo, que mejor no echar mano a algo que puede soliviantar los sentimientos religiosos de alguien. Y ello pensando que precisamente esas personas, los que mantienen esos sentimientos religiosos, jamás van a respetar mi derecho a morir dignamente, por ejemplo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario