El Chorrillo, 6 de enero de 2025
Abro el periódico, miro una imagen de la entrega de los Globos de Oro, y yo, que ya no soy niño, me asombro de que tantas indumentarias femeniles triunfen en estos espectáculos destinados, parece, a hacer soñar, era un niño que soñaba un caballo de cartón, a las espectadoras con un mundo de sofisticadas apariencias, ese referente de pavos reales que contonean sus cuerpos tratando de que a los machos se les caiga la baba deslumbrados por el “esplendor” de las féminas. No es por nada, pero tantos trapos arreglados de manera más o menos sofisticada alrededor del cuerpo de mujeres de la jet social o fílmica, los hombres no se libran no obstante, me hacen pensar en esas tardes de circo en que de niños nos enseñaban a los leones o las jirafas, cosas exóticas que en nuestras mentes infantiles irrumpían en la vida cotidiana con ese más allá de lo normal, y que en toda criatura yacen adormecidas envueltas en un sentimiento inquietante por lo nuevo.
La imaginación al poder, parecen
pensar los diseñadores de tan exóticas prendas. Si la cosa cuela, adelante. Y
vaya que si cuela. Ahí tenemos esos shows que se montan en toda entrega de
premios que se precie, los Goya, los Oscar, Cannes, en donde la cosa consiste
en vestir a las señoras del modo más exótico posible, trapos por aquí o por
allá, combinaciones varias, aquí el detalle de una espalda desnuda, un ombligo
al aire, un escote que se detenga allá en el lugar justo en que la inquisición
no intervenga. La razón más probable de este tipo de apreciaciones quizás se
deba a que un servidor sea un ignorante de las cosas de la modernidad, de los
gustos que imperan en este mundo de hoy. Es el caso que esta mañana viendo esas
imágenes y esos vestidos sentí una curiosa sensación que me gustaría
desentrañar. ¿Por qué viendo aquello, esas indumentarias y tantas otras, el
vestido de
¿Qué nos dice este ostentoso escaparate de “trapos” organizados alrededor de cuerpos de mujeres famosas?, porque evidentemente algo tiene que decirnos, algo quiere comunicar esta gente vistiéndose de tal o cual manera. El pavo real con sus plumajes lo que hace es intentar ligarse a la pava, pero ¿y esta gente?, ¿ganarse la admiración del público?, ¿aparecer bajo el aspecto más favorable? Días atrás, cuando vi en un vídeo a la señora Leticia y al señor don Felipe caminando entre la gente por las calles de Paiporta vistiendo de un modo tan corriente, me pareció que era la vestimenta que más cuadraba a unos reyes. Por el contrario cuando veo a esta señora, Leticia, embutida en un modelito hoy, un modelito mañana, lo que suscita en mí es una extraña sensación de pavo real que en absoluto me gusta. Algo parecido a lo de Paiporta me sucedía el otro día viendo una imagen de Bardem y Penélope caminando por las calles de Madrid, sencillos, normales, gente de a pie. Con lo agradable que es ver a esta mujer en su indumentaria de calle ¿a qué vestirse de pavo real cada vez que tiene que presentarse en sociedad? ¿Hábitos sociales? El vestir de determinada manera, aunque sea alquilando un frac para un acontecimiento social, ¿asciende momentáneamente de status al que lo viste? ¿Ser Reina por un día? Todo ese trajín vestimentil que se traen las llamadas clases superiores y todos aquellos que intentan imitarles cubriéndose de afeites y vistiendo pavo real, ¿qué significa? ¿Es un signo de distinción, desean guardar distancias respecto al hombre de la calle? ¿Un modo de significarse? Porque sí se entiende que el buen gusto tenga que ver en el modo en que uno viste, no faltaría más, y alabado sea el buen gusto respecto a lo que sea, sin embargo la coincidencia de que concurran siempre en actos públicos ciertas élites vestidas pavo real, hace pensar que más que el gusto personal en el vestir la cosa tiene que ver con el deseo de ser espectáculo, con el querer ser escaparate. Algo que practican los pavos reales, los monos y tantos animales en sus días de cortejo. Es decir, nada nuevo bajo el sol.
Estas líneas las tuve que
interrumpir para atender a mi familia y a la demanda de mi nieto impaciente por
ver qué nos habían traído Melchor, Gaspar y Baltasar. Luego vino la película de
la noche, El 47, excelente y
recomendable, y al final como no era muy tarde retomé la escritura, no sin
antes echar una ojeada a la cabecera de FB, donde me encontré una sustanciosa
entrada que hablaba de cierto conocido personaje sobre el que Maruja Torres se
preguntaba: "¿Hasta dónde puede arrastrar un hombre su prestigio?". Ella
misma se respondía: "Hasta la fosa séptica". ¿El personaje? Pues se
puede imaginar, el tal Fernando Savater que en el día de ayer se había
despachado en una publicación hablando “de la tal Bitelchús, o como se llame,
la tía gorda esa…”. Evidentemente refiriéndose a Lalachus. No siempre escribir
muchos libros y ser inteligente es sinónimo de cordura, y no sólo eso sino que
no es difícil que gente así pueda caer en el más rotundo de los ridículos
convirtiéndose en un aspirante a
Total, que teniendo estos dos asuntos en mente enseguida vislumbré que ambos estaban atados por el mismo síndrome, el síndrome del pavo real. Significarse, desplegar su cola en abanico, o contonear el culo con el fin de atraer las miradas del respetable en absoluto es nuevo en este mundo del Señor, que mucho antes que los humanos, con sus trapos, vestidos, indumentarias varias, o sus llamativas opiniones, como las del señor Savater, ya otros muchos animales lo practicaron.
Entre los primates, los comportamientos de exhibición están profundamente ligados a su estructura social. En especies con jerarquías marcadas, los gestos de dominancia o cortejo son también una forma de reforzar el lugar de un individuo dentro del grupo. Entre los chimpancés, el macho alfa se exhibe para mantener su estatus. Los mandriles o babuinos muestran sus genitales en los rituales de cortejo para captar la atención de las hembras. Los gorilas se golpean el pecho para demostrar su dominio. El baile de la grulla, el canto del ruiseñor o el mirlo tienen la misma finalidad: significarse, atraer la atención de la hembra. Entre los sapiens, nuestro caso, se invierten los papeles y es la hembra la que trata de atraer la atención del macho, y evidentemente un modo universal de hacerlo desde el principio de los tiempos, es la indumentaria que eligen.
¿Cuál es la función de tanta indumentaria femenina de tanta beautiful people, de los VIP de toda condición? ¿Qué hace realmente el señor Savater entrando al ruedo de la discusión generada por Lalachus? Es obvio, nos muestra su trasero, quiere que le miremos, pretende decir que existe, significarse frente a los “paletos” que pueblan el reino de España. Poca cosa diferente a lo que hacen los chimpancés, los mandriles, los gorilas, los mirlos o los pavos reales. Sólo existe una diferencia, ninguno de estos animales cae tan en ridículo como, por ejemplo, lo hace el propio Savater, que se autodefine como imbécil sin darse cuenta. Cito textualmente de su libro Ética para amador: “¿Sabes cuál es la única obligación que tenemos en la vida? Pues no ser imbéciles”. Pues eso, que el síndrome del pavo real nos coja confesaos.
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