sábado, 18 de enero de 2025

Escalar, un asunto de estética

 

Imagen de José Manuel Vinches (con la venia)


El Chorrillo, 18 de enero de 2025

El problema latente de que a uno se le corte la leche está siempre presente cuando una idea empieza a bailar en el cerebro. Me sucede esta mañana que comencé a tomar alguna nota mientras bailaba, me afeitaba o hacía la cura y que ahora, después de un paseo intentando retomar el asunto, me suceda que no sepa bien cómo continuarlo. El tema, un tanto apasionante, me venía sugerido por una fotografía que colgó ayer Vinches en su muro, una escalada en Alpes sobre una cascada de hielo bajo la cual rugía otra cascada, ésta de agua. De chispazos así están hechos muchos de mis entretenimientos escritoriles, una imagen, unas palabras, una idea, incluso un gesto y ahí tengo el nacimiento de un par de horas de reflexión, placer, gusto por ver cómo sobre la pantalla del ordenador o del teléfono se van formando hileras de palabras, concatenación de ideas, reflexiones que son para el cerebro como los ejercicios de mantenimiento que dejan mi cuerpo en forma. Así que allá voy a ver qué sale.

La belleza. Decía Francesco Alberoni que lo único que nos salva en la vida es la belleza. “Belleza, todo lo demás la erosión y el tiempo lo quebrarán. En definitiva yo belleza, yo comunión con lo bello, absorbido por la paz de los bosques y las montañas” (Vivir en los bosques,AdlM). En mis primeros años de montaña tuve la suerte de escalar con uno de los más elegantes escaladores que he conocido: Moisés Castaño. Me decía Moisés a guisa de disculpa por mi admiración, que no teniendo unos brazos fuertes había logrado conectar con la roca de un modo diverso que imponía a sus piernas y a su cuerpo entero un modo de escalar que acaso sí, le gustaba, era elegante. Hoy bailé por mucho tiempo después de levantarme. Mi obligada convalecencia era ideal para moverme al ritmo suave de la música. Mientras bailaba recordaba a aquel entrañable amigo atado a la misma cuerda escalando con su extrema gracia y sencillez la arista de la Torre de Vajolet, el spigolo Gialo en las Tres Cimas de Lavaredo, en el Campanile Basso en Brenta. Y recuerdo sonriendo aquella advertencia suya un día escalando la Dibona de la Cima Grande de Lavaredo… “Y que no te vuelva a ver superar otro paso más apoyando la rodilla”, me recriminaba riendo en aquella ocasión. La elegancia era la premisa indispensable en aquel reino de las Dolomitas.

Si escalar es un asunto de estética, también lo es bailar. Hoy escribía mientras bailaba; una redundancia estética. La belleza clama por su espacio en la vida. Cuando días atrás después de admirar algunas pinturas de Pilar Rubio, la mujer de Vinches, a su vez ella echando un vistazo a las mías, me sugería volver a esa esporádica afición mía de pintar que no me duró más de un año. Ya me avisó David de Esteban que tuviera el cuidado de no empacharme. No le hice caso, y así me fue. Quizás haga caso a Pilar; de hecho ayer cuando contemplé la imagen que José Manuel compartió en las redes, esa cascada de hielo, ya me entró el gusanillo de pintar algo con aquella idea. Se verá.

Vivir a ritmo lento; estos pocos días de después del hospital, suscitan en mí una suerte de sentido del instante agradable, dilatado, consciente del momento. Ahora bailo al ritmo de Río, con Silvio Rodríguez. Tanto tiempo sin oírle. El sol de invierno entra por los ventanales de la biblioteca. Hago tiempo, demoro mi ducha, la cura, el desayuno, siento penetrar en mí la belleza que con tanta pasión recolecté entre las montañas; visualizo a José Manuel o a Bruno días atrás en los acantilados encaramados a una pared, observo sus movimientos mientras a mi lado escucho a Toti charlando con Virginia y Lillo a la vez que ojo avizor vigila la cuerda deslizándose lentamente a través del grigri. La belleza retardada que llega a ti cuando has dejado atrás el escenario de la escalada. Nos recuerdo al borde del precipicio en el que se hundía la cuerda del rapel perdida en el vacío. Mientras Toti prepara el rapel Jose coloca su teléfono sobre una roca. De él salen las voces de los Beatles: Magical Mystery Tour. El escenario es de una profunda belleza. Toti trata entusiasmado de ponerme en situación describiendo la vía que vamos a escalar como si ese tema y la vía fueran parte de la misma cosa. Mientras, el mar se tiende a nuestros pies intensamente azul, calmo, apacible. Belleza. Escalar, una cuestión de estética.

Ahora suena Eso que tú me das. Jarabe de Palo. Bailo, escribo. Me encanta la letra. Pienso en mis amigos a los que tanto debo:

Eso que tú me das
Es mucho más de lo que pido
Todo lo que me das
Es lo que ahora necesito

Eso que tú me das
No creo lo tenga merecido
Por todo lo que me das
Te estaré siempre agradecido

Así que gracias por estar
Por tu amistad y tu compañía
Eres lo, lo mejor
Que me ha dado la vida.


También esto es belleza. Belleza muy propia para este momento en que cuatro amigos se disponen a trepar por las ensortijadas guedejas de este pequeño paraíso de abismos levantados sobre el Mediterráneo.

Y activo los altavoces en toda la casa y me voy al cuarto de baño, me afeito, me meto en la ducha, dejo que se reblandezcan los apósitos. Poco a poco voy desprendiendo los esparadrapos. Suena Estrellitas y duendes de Juan Luis Guerra. Me quedaría toda la mañana bajo la ducha dejando que Spotify acompañara mi ánimo biendispuesto de esta mañana. Belleza amiga. Cuerpo amigo. Amigos, amigos. Y salgo de la ducha y continúa el baile. Juan Luis Guerra.

El desayuno me espera. Mientras caliento la leche y la tostada escucho a Chavela Vargas:  

Ojalá que te vaya bonito,

¡Cuántas luces dejaste encendidas!

Yo no sé cómo voy a apagarlas

Ojalá que te vaya bonito.

 



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