lunes, 20 de enero de 2025

En la despedida del Torrero

 


El Chorrillo, 20 de enero de 2025

Estuve ayer en la despedida del Torrero. Cuando llegué anduve por allí de un lado para otro, un tanto despistado porque la peña de los pedriceros ha crecido tanto desde aquellos mis primeros años de la Pedra, que era difícil tropezar con caras conocidas. Así hasta que me di de frente con Miguel Ángel y José Luis. Cuando me llamó Toti al mediodía para ponerme al tanto, enseguida le dije que sí, que iría. Sin embargo no sabía muy bien qué podía esperar de aquello. Me apetecía trabar conversación con rostros nuevos, pensaba que acaso iría fulanito y menganito. La función esencial del Torrero como centro de encuentro fue siempre el mejor de sus atractivos. Una cerveza con amigos tras una jornada de actividad, era el mejor broche para terminar una jornada. Charlar, bromear, gastar saliva mientras se trasegaba una jarra de cerveza, es un deporte de reconocida aceptación en todo el mundo.

Me viene la tentación de poner a parir a los responsables de este derribo en ciernes, a los paletos, diría, mejor, ignorantes, incapaces de entender el valor social y cultural de un chiringuito, pero no, voy a resistirlo; ya les adjudiqué en otras ocasiones el apelativo de vándalos por sus destrucciones de vivacs y abrigos de nuestra sierra. Conseguir un entorno humano en el que escaladores y caminantes puedan encontrarse y compartir experiencias, comida y bromear hasta que se nos eche la noche encima, es algo que no se consigue de la noche a la mañana. Se necesitan años de ir tejiendo hábitos y rutinas en donde uno se sienta a gusto; saber que al final del día tendrás un respiro, un lugar para descansar de la faena y encontrarte con otros compañeros, es algo que pertenece al ámbito de lo que está ahí como están el sendero, Peña Sirio, la trepada necesaria para llegar a algún risco, como están las nubes… cosas que pertenecen a la cotidianidad de quien pasa un día en Pedriza. La Pedriza no es solo escalar y dominar el paso por las llambrías, es también ese rato previo a meterse en el coche antes de dirigirnos a casa. Cosas que la soberana estupidez de los responsables del llamado PN y sus ecologistas de pacotilla, nunca van a comprender. No les da las mientes para ello.

En estos pensamientos andaba metido cuando me tropecé con Miguel Ángel y José Luis. Me decidía a acompañar a Miguel Ángel y a su perro pista abajo, cuando tropezamos con Tino Bosquet. No sé cómo empezó aquello pero de repente nos vimos envueltos en una compleja conversación que hoy no sería capaz de reproducir. Hubo un intervalo para saludar a Felipe Jiménez, pero nos vio tan enzarzados en la conversación que apenas pudimos intercambiar algunas palabras. Miguel Ángel atendió a las necesidades de su perrito paseo abajo y Tino y yo nos quedamos en pocos minutos enzarzados en una atractiva conversación. Tino había publicado recientemente un libro titulado Una aportación sobre la inteligencia: El mito de la persona inteligente, y ello de golpe dio pie a una larga conversación en donde a los contenidos siguió un indefinido hilo que circulaba entre asuntos tan dispares como la masa, el poder, la educación, los años treinta en Alemania y la llegada de Hitler al poder, Trump, la extrema derecha y las difíciles posibilidades de una conciencia colectiva que haga posible un mundo más habitable. Los temas fueron tantos y los personajes que aparecían por allí tan numerosos, Fernando Savater, Perez-Reverte, Jesús Quintero, Heidegger, Rousseau, Nietzsche, y alguno más, que imagino que de haber tenido tiempo por delante podríamos haber publicado un nuevo libro con toda aquella sarta de asuntos y autores.

Quería saludar a algunos amigos, así que en algún momento tuvimos que cortar con esa barahúnda de asuntos. Nos despedimos. El local estaba de bote en bote, así que me costó atravesarlo a la busca de rostros conocidos. De pedir una bebida, imposible, la cola llegaba hasta el asfalto. Al otro lado del local me encontré con Uge que se refugiaba del frío envuelto en su capuchón del cortavientos. Qué decir de Uge, alias el Brujo; me encanta este hombre, su apariencia mezcla de sencillez y timidez es un atractivo que te lo encuentras nada más saludarle. Apenas nos conocemos, pero le sigo, primero fue en FB y ahora en Instagram; sus ideas, sus haikus, el modo en como se acerca a la realidad e interpreta con una brevedad cargada de sentido su continuo ponerse por montera las paredes de La Cabrera, la Pedriza o cualquiera de las tantas tapias de los alrededores, son un atractivo que disfruto. Loren andaba también por allí, la otra parte del incombustible dueto de tantas trepadas. Loren Loremba, el artista de los diseños de las vías pedriceras y cabrireñas, el coautor de un principio de leyendas a las que yo auguraba una continuación con que dotar a la Pedriza, al modo de Tolkien, de un sustancioso pasado. Pareja indeleble en todos los roquedos de los alrededores.

Por allí andaba también Fernando Cobo con su brazo derecho ya desencabestrillado, que la última vez que le vi por las redes ya pensé que se había dado un porrazo. Pero no, nada tuvo que ver con la escalada. Y charlando con él alguien me toca el hombro. Un nuevo rostro, conocido sólo por las redes, al que poner al fin cara. Adriano Cañas y su mujer. El vínculo que nos une es Paco de Hoyos, ambos compañeros de curro de muchos años. También a Adriano le tuve que dejar con la palabra en la boca. La gente se apretujaba para encontrar un espacio dentro antes de la proyección. Logré que Felipe y José Luis sentados en primera fila me hicieran un sitio en el suelo.

El maestro de ceremonias era Narciso, Narciso del que no sabía nada desde hace años, un tiempo en que nos hicimos incompatibles y dejamos de vernos en las redes. Narciso había empleado un montón de horas de trabajo para organizar el material que nos iba a presentar hoy como despedida del Torrero. Un excelente trabajo que hay que agradecer en un mundo donde hay que buscar con lupa y constancia datos, historias, testigos históricos y anécdotas de esta tierra querida nuestra que es la Pedriza; así, gracias, Narciso por esta interesante aportación y especialmente por haber sido capaz de reunir en esta tarde a tan numeroso grupo de pedriceros de toda la vida.

Al final ya sólo me faltó saludar a Pilar que andaba allí con Toti y Felipe celebrando nuevos encuentros. Me faltó Ángel Lillo y Virginia, que estuvieron pero a los que no vi y a quienes que me hubiera gustado dar un abrazo después de nuestro feliz encuentro en los acantilados del Toix. Dejé Canto Cochino a mi espalda con una bonita sensación. La vida latente que corría por las venas de aquel auditorio es una promesa de bienestar y camaradería. Qué buena gente da la montaña.



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