martes, 21 de enero de 2025

Separar el trigo de la paja

 

Alpes Austriacos 2019


El Chorrillo, 21 de enero de 2025

Hoy no hice absolutamente nada. El otro día, Tino Bosquet, cuando hablábamos frente al a punto de expirar chiringuito del Torrero, le comentaba que apenas disponía de tiempo para tantas cosas que quisiera hacer y le decía que no me llega el tiempo porque entre otras cosas necesito mucho tiempo, mucho, para esa tarea imprescindible del dolce far niente, él sonreía, creo, sorprendido por la paradoja. No hacer nada, o mejor hacer nada, que enfatiza el hecho de la inactividad, se ha convertido desde hace tiempo en uno de mis deportes favoritos que no siempre cuadra con lo que cabe esperar de uno. El otro días sin más José Martínez Hernández, que había leído mi último libro Mis vivacs en los techos de España, echaba de menos que yo no hubiera puesto más atención en el libro ya que se repetían cumbres que pertenecían a dos provincias distintas, el Bonales o Peña Trevinca, por ejemplo. Notaba él, él, que ha escrito un puñado de libros de montaña, que mi edición carencia de un necesario repaso. Le contestaba yo que habiéndome hecho mayor y teniendo ya publicados en torno a ochenta libros entre novelas, ensayo, montaña o poesía, consideraba que ya no merecía la pena gastar mucho tiempo en estas cosas, y que en definitiva mis últimos libros son un copia y pega de los posts de mis blogs, que ellos sí merecen mi atención aunque de tanto en tanto se me escape algún error. Y volvía sobre el mismo clavo, la necesidad de ese hacer nada mientras la luz del atardecer en encendida hoguera va mermando poco a poco frente a la ventana de mi cabaña.

Como siempre un exordio con el comenzar a decir lo que me ronda por la cabeza. Creo que fue en Descartes donde aprendí que para saber por dónde pueden ir los tiros de la vida, lo mejor que podemos es hacer memoria de los instantes en que la brisa de la plenitud nos ha visitado con el leve roce de sus alas. Quien más o quien menos puede reconocer en su historia personal alguno de esos momentos privilegiados. Y sin llegar a tanto si se quiere, porque la plenitud es manjar poco frecuente en el plato de la vida de las personas, reconocer los momentos que has sido más feliz, que te has sentido muy bien contigo mismo. Y una vez pasado por el alambique del recuerdo estas situaciones, tomar buena nota de ellas a fin de poder repetir los actos y las circunstancias en un tiempo posterior. Algo que ya hizo Yahvé cuando creó el mundo (dejo aparte otros nefastos actos del tal Yahvé) cuando creando la luz “viendo que la luz era buena, separó la luz de las tinieblas”, y así sucesivamente hasta que se le ocurrió crear al hombre, en donde acaso se equivocó dado lo que siguió a su creación. Repetir actos y circunstancias que han desembocado en esa sensación de felicidad o plenitud, parece que perteneciera, o debería pertenecer, a la conciencia primordial del comportamiento del individuo. Fuiste feliz haciendo esto o lo otro; pues no hay otra cosa que hacer: repetir aquello, reconducir tu comportamiento para seguir disfrutando de aquel leve manjar que te proporcionó la vida.

Cada cual tendrá ese su pequeño tesoro en algún rincón del alma esperando, imagino, a que se pueda volver a producir el chispazo correspondiente. Fernando Pessoa decía que en cuanto se mata un tigre la aventura ha concluido. Pero es que Pessoa era un pesimista. Yo opino lo contrario, no será lo mismo matar el segundo o tercer tigre pero no por ello la aventura desaparece. Si Pessoa hubiera sido montañero con toda seguridad su reiterado placer por la escritura se habría visto enriquecido por aquel otro de la vida intensa que le habría proporcionado caminar, subir montañas o vivaquear en sus cumbres. Si el genuino yo de Pessoa era escribir y ganarse el pan en una oficina, su genuino yo habría crecido hasta las nubes si se le hubiera ocurrido visitar el Almanzor al modo de Miguel de Unamuno. 

¿Qué es lo que hace posible esa satisfacción, esos momentos de plenitud de vida en la montaña? ¿Sensación de autosuficiencia?, ¿contacto con los elementos?, ¿la superación de uno mismo?, ¿el placer de la soledad en medio de un mundo agreste y salvaje?, ¿el orgullo del propio existir?

Persistir en lo que nos ha catapultado por encima de las rutinas de la vida regalándonos pequeños instantes de felicidad y plenitud, parece que fuera una buena manera de no equivocarse por los senderos de la existencia. Es la teoría de lo que funciona. Si en lo que nos empeñamos con uñas y dientes no deja rastros en nosotros de ese bienestar que puede darnos el esfuerzo, las dificultades, las pequeñas cosas que creamos, la simple contemplación de las nubes, la ensoñación, la empatía con los demás, la conciencia del trabajo bien hecho, pues apaga y vámonos; ese alguien podrá tener un casoplón y le podrán salir los euros por las orejas, podrá empacharse, llenarse el estómago o disponer de muchos automóviles para su solo culo, pero… Y discrepo aquí cariñosamente con mi amigo Ramón González con el que ayer hablaba de la felicidad que él otorgaba indiscriminadamente a las cabeceras del IBEX como si ésta dependiera de un montón de números en la cuenta corriente. Discrepo. La felicidad y la plenitud de las personas no pastan en semejantes lodazales, porque en el lodazal moral vive quien tiene muchísimo más que sus congéneres.

Se entenderá que estas ideas vengan apuntaladas desde el ámbito de la montaña. Este blog de jubilado se nutre con frecuencia de esa pasión que fue y sigue siendo la montaña y sus aledaños, pero igualmente si hubiera sido músico o pintor seguro que podría haber dado cuenta de las mismas ideas apoyándome en el hecho de crear y de sudar tinta tratando de exprimir razones con que alimentar el alma en el caminar hacia el regazo de la parca. En 1998, Sebastião Salgado y Lélia, su esposa, fundaron el Instituto Terra, una organización dedicada a la restauración ecológica y la educación ambiental. Adquirieron una granja abandonada y plantaron más de 2.7 millones de árboles de especies autóctonas. No hace falta subir montañas para comprender lo que quiero expresar en este post. La genuina plenitud que puedan sentir Salgado y su esposa por este trabajo no tiene parangón en lo que a satisfacción personal se refiere, con actos y situaciones nacidas al amparo del interés propio.

 

 

 

 

 


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