UCI del Hospital San Francisco de Asís, 14 de enero de 2025
Esta improrrogable necesidad de escribir tiene esta madrugada
de hospital su bien cumplida misión de reflexionar una vez más sobre la vida. Ronda
aquí poco menos que el silencio de una cumbre y la incomodidad de sortear un
barullo de cables pero se puede de parecida manera a que se puede dentro de la incomodidad
del saco de dormir cuando vivaqueo por las alturas. Un ruido sostenido que aparece alimentar una máquina,
imagino, de oxígeno y poco más, la lejana conversación de algunas enfermeras.
Impresiones varias para esta hora. La satisfacción de que todo
esté yendo bien, la de sólo una pequeña molestia a la altura del estómago, el recuerdo
ayer tarde antes de dormirme de la última visión de un monstruo de grandes patas
blancas sobre mi camilla, el robot que habría de manejar el cirujano para extraer
la próstata; y después tomar el teléfono para acompañar mi hacer nada de mirar al
techo y la la lectura de un guasap de Carlos que trae como paloma mensajera su última
entrevista de RTVE. ¿Crees que es un milagro que estés hoy en día vivo?, le pregunta
el periodista. Sí, es un milagro. [Se emociona] Maravilloso milagro, pero es un
milagro, responde él.
El milagro de la vida ronda algunas veces la existencia. A Carlos
le rondó en el Dhaulagiri y yo tuve mi milagro en mis primeros años de montaña,
una noche de invierno de vivac en Cabezas de Hierro en que resbalé dentro del saco
por las heladas laderas del sur. En aquella época ya no era creyente pero mi ángel
de la guarda me había cogido cariño y allí estaba conmigo después de coger velocidad
dentro del saco colocando una pequeña roca a propósito donde había de engancharse mi saco.
La vida, te caigas en el Dhaulagiri o en Cabezas de Hierro es,
además de ser un éxtasis (Emerson), siempre se trata dr un milagro. O incluso sin
caerte de ningún lado. Siempre somos un milagro en la aleatoriedad del universo.
Un chispazo en el orden de la vida que conviene recordar de tanto en tanto para
no olvidar lo que somos, eso, hijos de una magnífica insignificancia.
Recuerdo ahora un viejo post que escribí hace algunos años que
llevaba el título de Celebrar la vida. Correspondían esas palabras al deseo
de una tía de Victoria que ya muy mayor había dejado el encargo a su hija de convertir
su muerte, la de la madre, no en un duelo sino en una celebración. Consciente ella
de la vida plena que había vivido, no deseaba en absoluto que se la llorara, sino
todo lo contrario, deseaba que su sepelio fuera una fiesta, un homenaje a la vida
que ella misma había tenido.
Hablar de la muerte cuando la vida puede haber rozado su punto
final, tu vida o la de los demás (con cuanto cariño recuerdo hoy a Julio Armesto…),
se ha convertido para mí, desde que he empezado a hacerme mayor, en un leitmotiv
que me recuerda constantemente la necesidad de hacer de ésta un pequeños arte. Nos
lo recordó más de una vez Oscar Wilde, para quien vivir era en sí mismo un acto
creativo. El veía el mundo como un escenario donde cada persona podía ser
artista de su propia existencia, moldeándola con cuidado y pasión.
He comentado algún vez que soy un lector asiduo pero mal lector,
malo porque me considero una especie de cazador selectivo que recorre las páginas
de los libros a la búsqueda de sus específicos intereses. Lector agradecido, en
consecuencia, porque cuando encuentro alguna pepita de oro en mi camino, una idea,
un párrafo que roza las fibras de mi sensibilidad, me detengo para dar las sinceras
gracias al autor del momento que supo con su mano de nieve arrancar a la
realidad tal o cual tesoro. Y de entre todo lo que he leído últimamente, una idea
de Erri de Luca sobrevuela como una joya sobre el resto de mis lecturas; encabezaba
el otro día uno de mis posts: “Me adentro en la vejez como un explorador”. Cosa
tonta podrá parecer a alguno que ocho palabras una detrás de otra se puedan convertir
en un tesoro para mí. Pero así es; uno necesita referentes en la vida, gente como
ese milagro que es Carlos o pensamientos generadores de energía que te hagan acercarte
a la vida con una actitud de emocionada expectativa, como me sucede con esa idea
de Erri de Luca, o como me sucede cuando me encuentro con amigos como Jose o Toti
capaces de despertar en mí las pasiones de otro tiempo. Que la vida no se anda sola.
Que por muy solitario que uno sea, obvio
es que los demás, con sus gracias, sus ideas, sus descubrimientos, su amistad, son
a su vez pilar y combustible para la propia existencia.
Descubrir a estas alturas que uno, adentrado en la espesura de
los años, puede convertir su vida en una aventura, es para mí, lo confieso, algo
mucho más importante que la llegada a la Luna o el descubrimiento de América. Ahora
sólo falta creérmelo y disponer de la salud suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario