viernes, 20 de diciembre de 2024

Los restos de un gran banquete

 

Mario comiendo macarrones en algún lugar del Pirineo


El Chorrillo, 20 de diciembre de 2024

“Podéis consideraros feliz de que se os haya permitido crecer sin tener que sufrir la más mínima limitación por parte de vuestros padres, porque la mayoría de los humanos no son más que restos de un gran banquete en el que han entrado a saco hombres de distinto apetito y gusto”. (Novalis, Enrique de Ofterdingen).

¿Quién que mire un poco por el origen de su ser, su modo de pensar, las creencias que sustenta, no se detendría ante estas líneas para cerrando los ojos tratar de aclarar las fuentes de su propia persona?

Vivimos hoy de manera en que parece imposible que tuviéramos tiempo para semejantes zarandajas, esas cosas propias, parece, de gentes de otros siglos que no estando bombardeados por tantos estímulos las veinticuatro horas del día, podían pensar dilatadamente en sí mismos y en la realidad que les rodeaba haciéndose preguntas que para el común de los mortales de nuestro tiempo parecerían absurdas. ¿Alguien puede imaginar a esos guerrilleros del Twitter, a esos obsesos con el teléfono metido en las narices todo el santo día, deteniéndose, apartando la vista del móvil para considerar el origen de su ser, de lo que piensa o siente?

Limitación tanto por la Administración como por los padres que hacen todo lo posible para impedir a toda costa un armónico desarrollo de la autonomía de la infancia. Infancia limitada que no conoce la calle más que de la mano de sus padres o sus abuelos, infancia que crece entre los barrotes de un enfermizo proteccionismo.

¿Quién puede dedicar tiempo hoy, así hablando en general, a las cosas del alma, o como se quiera llamar, fuera de las circunstancias especiales de una grave enfermedad, un deceso, una profunda depresión? Quién, con todo lo que tenemos que hacer a diario, embarcados como estamos en un tren de alta velocidad de la mañana a la noche; los sentidos ocupados constantemente con lo que nos viene de fuera. ¿Alguien piensa que a los padres de la patria, esos señores que se ocupan del BOE, les pueden preocupar semejantes fruslerías? En el mundo pocos parecen preocupados por ese bienestar que deriva de nuestro ser persona, que parece algo obsoleto que apenas tiene nada que ver con nuestro manojo de inquietudes.

Que se nos permita crecer, que no nos traten como imbéciles como nos tratan a cada momento políticos, jueces, curas, empresarios, voceros de todos los colores. Pero qué difícil, qué difícil aporreados como estamos constantemente con la machacona propaganda, encubierta o no, de ideas, productos; envenenados como estamos por la futilidad de la acción política, por esta justicia de mierda que tenemos, por el deseo descontrolado de consumir o tener.

Menudo circo el que nos toca vivir, circo sangriento aquí o allá del mundo, circo de personas infames en altos cargos de la Administración, circo de jueces corruptos, circo de papaítos y mamaítas, circo de cuñaos por todos los lados. Y sin embargo todavía cabría la posibilidad de sustraerse al circo pese a la fuerza magnética que éste ejerce a través de la imposición visual y auditiva de los medios y que irrumpe en hogares y en la vida personal a través del móvil; cabría la posibilidad, una remota posibilidad al menos para una mayoría. Esta mañana el amigo Cive me mandaba un recorte de El País en el que una alumna de periodismo de la Universidad Complutense decía lo siguiente: “Desde que uso ChatGTP, pienso menos por mí misma y me esfuerzo muchísimo menos. Yo tengo cualquier cosa que hacer y me voy a preguntárselo a él, no necesito entenderlo”. Aquí el problema, le decía a Cive, no es el ChatGTP, sino esa persona que en El País sin rubor alguno confiesa que entierra su cerebro bajo tierra y deja en su lugar al chat para resolverle la vida. En esto y en política el problema no es el chat sino la gente, determinada gente. Todo lo que sea dejar de pensar, dejar de hacer esfuerzos, es carnaza para el votante y para los tantos que mal usan las nuevas tecnologías. Negar adelantos técnicos que han ayudado a la humanidad desde que se inventó la rueda por mor de que algunos podrían pillarse el pie con ella, la verdad es que me parece bastante ridículo. Le comentaba que Ortega mantenía la teoría de la posible involución del cerebro si éste poco a poco va atrofiando sus funciones. Podría darse que la capacidad craneana de una parte de la humanidad empezara a decrecer al mismo ritmo que se deja de pensar.

En muchas capas de la población a veces da la impresión de que al desarrollo tecnológico le acompaña cada vez más una especie de subdesarrollo mental. Si a ello añadimos un importante cambio en nuestro modo de vida, que viene incentivado por esas nuevas tecnologías y por un neoliberalismo y un consumismo salvajes, el panorama es bien desalentador.

“… La mayoría de los humanos no son más que restos de un gran banquete en el que han entrado a saco hombres de distinto apetito y gusto”. Novalis vivió a finales del siglo XVIII. Si hubiera sido un hombre de nuestro tiempo, seguramente no habría dicho algo muy diferente.

 


 

 


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